Capítulo 9 – Lid de objetivos
– ¡Baam! – la explosión
empujó a Gohan docenas de metros atrás. Bojack parecía estar acorralándole poco
a poco y sus ataques no dejaban de aumentar.
– ¡Aquí tienes otro! – dijo
lanzando con su mano otra enorme bola de Ki esmeralda.
Gohan volvió a esquivarla, pero
el estallido era intenso y le obligaba a resistirlo para no volar por los aires
una y otra vez. Aquello estaba siendo agotador.
– No me deja respirar... –
susurró tomando aliento.
– ¡Y otro! – exclamó el gigante
lanzando un tercer y potente ataque.
Desde la perspectiva del villano,
la esfera parecía llegar al objetivo, pero una luz azul rodeó el círculo
verduzco que se hacía más y más grande. Estaba volviendo hacia él.
Gohan estaba disparando un
frenético Kamehameha de color azul intenso que no vaciló al chocar con el
ataque de Bojack, devolviéndolo a su dueño.
– ¿Qué? – se sorprendió el peón
de Babidí ante la nueva situación.
Con una velocidad pasmosa pudo
evitar la colisión, aunque ésta consiguió rozarle una pierna y deshizo parte de
sus pantalones, dejando a la vista una herida provocada en el mismo momento.
– ¡Lo vas a pagar! – le gritó él
al verse dañado de nuevo.
Pero aquella amenaza no asustó a
Gohan. Su expresión imperturbable desafiaba el peligro de su oponente y pasó a
la ofensiva sin dilación.
Amagó esquivando un derechazo de
Bojack y agarró su nuca con ambas manos para tirar con fuerza y asestar un
formidable rodillazo en plena nariz.
El hueso crujió al quebrarse y el
cuerpo del gigante cayó de espaldas al suelo.
El mestizo observó el resultado
de su eficaz acierto: la cara de su oponente parecía desfigurada. El área de la
nariz estaba hundida, mostrando una clara deformidad.
El semblante severo de Gohan no
cambió. Miraba con cierta pena la muerte de la otra persona. Nunca le había
gustado pelear y aún menos matar.
– Lo siento – susurró – No sé si
eras tan malo como para merecer la muerte. Pero no me dejaste alternativa.
Entonces miró hacia la dirección
que Krillin había tomado para devolver la bola de dragón a sus compañeros.
– ¡Espera! – se dijo a sí mismo
mientras miraba hacia algún lugar lejano – ¡Esos son los Ki de Vegeta y de mi
padre! ¿Están... luchando?
– ¡Crack! – escuchó a su
lado resonar un crujir de huesos de forma espeluznante.
En un lugar cercano al polo
norte, Dabra salía aparentemente ileso de entre el vapor de agua y el humo
provocado por el bombardeo de Piccolo. Sólo sus ropas parecían magulladas.
– Esto va a ser muy difícil –
murmuró Akkaia.
– ¡Ha! – gritó el demonio
saltando a por Shin y propinándole un manotazo que le envió bien lejos.
Akkaia reaccionó y atacó lanzando
un potente rayo desde la palma de su mano. El Dakka se cubrió y recibió el
ataque, que explotó en su guardia.
Cargot apuntó al objetivo y lanzó
su más poderosa descarga de Ki, que estalló de manera parecida a la de la
taulin.
Dabra saltó alto para dejarse
ver. Sus ropajes estaban rotos y chamuscados, pero parecía intacto y sonreía a
sus adversarios.
Fue al cielo directo a Piccolo y
lanzó varios puñetazos. El namekiano intentó defenderse, pero le era imposible
seguir la velocidad del demonio. Parecía que su sufrimiento nunca acabaría
hasta que Cargot intervino, pero solo consiguió encajar una patada en el
estómago que le dobló del dolor.
– Ahora sí – se burló el Dakka
haciendo aparecer una espada en su mano.
– ¡Flash! – la cabeza de
Cargot rodó en el aire hasta caer al suelo medio segundo después de su cuerpo.
Piccolo también cayó malherido a
la nieve. Su cara estaba magullada e hinchada por varias partes y su nariz y
boca sangraban con abundancia.
– ¡No! – gritó Shin volando hasta
encararse con el demonio – Bastardo...
– Vamos, Shin – le instó él – Ven
y termina como tus dos namekianos.
Akkaia se posicionó detrás de su
adversario, preparada para unirse a aquel dios en el combate.
Shin se adelantó y se puso a
escasos palmos de su rival, provocándole.
El Dakka lanzó un tajo contra él,
pero nunca llegó a tocarle. En cambio, chocó con una barrera blanquecina que
protegía al dios.
Akkaia ya estaba justo detrás de
su enemigo y golpeó con fuerza la espalda del demonio, empujándole contra la
barrera de Shin, que repelió su cuerpo con brusquedad.
Justo entonces la taulin disparó
una ráfaga de energía que dio de lleno a su objetivo, provocando una gran
explosión.
Dabra cayó al suelo acompañado de
una estela de humo, pero volvió a levantarse de la blanca nieve para toparse
con Akkaia de nuevo, que lanzaba una patada directa al rostro. Esta vez, la
mano del demonio fue rápida y paró el ataque agarrando el pie con fuerza.
Entonces Dabra sonrió y la lanzó
contra Shin, quien volvía al ataque. El choque provocó que ambos cayeran al
suelo, derribados y se levantaran con apremio, temerosos de su rival.
– Sois tozudos, ¿eh? – se sacudió
Dabra.
El ropaje de su torso estaba
hecho trizas y su pantalón ennegrecido por los ataques de fuego recibidos tenía
roturas por varias zonas.
– Uno de ellos no está
combatiendo – se percató – así, se dio la vuelta y vio a Kibito con las manos
encima del cuerpo de Piccolo. Al segundo, este último se levantó algo
sorprendido, pero sin ningún tipo de heridas, retando de nuevo la mirada del
Dakka.
– ¡Tiene poderes curativos! –
exclamó Dabra – Esto puede alargarse si no me encargo de él.
Alzó su espada y la lanzó con
furia apuntando a Kibito, quien, sorprendido, apenas tuvo tiempo de reaccionar.
– ¡Plank! – una patada de
Piccolo desvió con precisión el recorrido de la espada, que cayó al suelo
deslizándose en la nieve como un trineo.
– Gra... Gracias – balbuceó
Kibito – Yo...
– He tenido mucha suerte
golpeando esa espada – le informó el namekiano de forma adusta, con cierta
tensión en sus palabras – Si eres capaz de sanarnos, debemos procurar no
perderte.
– Así que esa es vuestra baza –
dijo Dabra – Pues tendré que ocuparme de él primero – les informó con
confianza.
Shin y Akkaia se pusieron al lado
de sus compañeros. Cargot dio un paso al frente y se unió al grupo; se
encontraba desnudo y su cuerpo estaba cubierto por una fina capa de una extraña
sustancia pegajosa.
– ¿Tú? – preguntó boquiabierto el
demonio – ¡Tú estabas muerto! ¿Cómo lo ha...
– Escuchad – les dijo Piccolo
mientras tiraba al suelo su pesada armadura y sombrero – Nos supera a todos
ampliamente. Conozco una técnica con la que quizás podamos ganar, pero necesito
tiempo.
– ¿Estás seguro? – dudó Kibito.
– No. Pero no se me ocurren otras
alternativas.
– Está bien – aceptó Shin –
Ganaremos algo de tiempo. Akkaia, acompáñame. Enfrentaremos a Dabra cara a
cara. Cargot – se dirigió al namekiano sin ropa – Únete solamente cuando veas
una oportunidad clara de atacar y sal de su radio de acción lo antes posible.
Kibito – miró a su compañero – Tú protege a Piccolo. Que Dabra no pueda
tocarle. Si ves la oportunidad, cura a quien lo necesite, pero tu prioridad
seguirá siendo Piccolo.
– Entendido – respondió Kibito
con preocupación.
– Voy a cumplir mi misión como
Kaioshin – retó el dios a Dabra con la mirada – No pienso fallar ahora.
Piccolo se colocó dos dedos en la
frente y comenzó a acumular energía.
– Dejad de cuchichear – dijo el
demonio – ¡Os habéis reunido para morir! – lanzó con furia una veloz bola de
fuego desde sus manos.
Todos los que rodeaban a Piccolo
saltaron esquivando el peligroso ataque, pero el namekiano se mantenía quieto
mientras veía aquella esfera mortal cada vez más cerca.
Glova saltó a por Glacier, pero
este último evitó una patada directa y acertó una suya, enviando lejos al
saiyan por la potencia del golpe.
Justo en ese momento, tres
esferas de Ki se dirigían hacia el Praio, cortando varias vías de escape, pero
él, sin inmutarse, miró a dos de ellas y explotaron en el acto. La tercera
venía por su espalda y fue interceptada por su cola, que la atizó enviándola al
suelo, donde estalló.
Los ojos de Glacier volvieron a
ser rojos.
– No puedes esconderte del Halio
Kian – le informó.
– ¿Crees que me asustas? – le
cuestionó Glova mientras se levantaba – Vas a poder anticiparte a mis
movimientos, sí. Pero ¿por cuánto tiempo? Tu mente tiene un límite, y tras este
combate sabrás muy bien cuál es.
Entonces volvió a atacar y esta
vez Glacier reaccionó también a la ofensiva. Los dos titanes chocaron y
comenzaron a intercambiar golpes. La longitud y la cola de Glacier le daban
cierta ventaja, pero el super saiyan lo compensaba con mejores reflejos. Pronto
el praio descubrió que su oponente era más rápido, más fuerte y más poderoso
que él, y aquello mermaba su resistencia poco a poco.
– ¡Plam! – un codazo en la
cara dejó un reguero de sangre púrpura en el aire – ¡Dam! – la patada
del saiyan se hundió en el estómago de su oponente – ¡Trom! – un último
derechazo envió a Glacier al suelo, quien se levantó tan rápido como pudo para
evitar las bolas de energía a las que ya estaba acostumbrándose.
Paró media decena de ellas con
sus poderes psíquicos, haciéndolas explotar en sus recorridos.
– ¡Mierda! – masculló cuando
sintió a Glova a sus espaldas.
El saiyan sacudió con fuerza el
dorsal del praio, pero la cola de este último se enrolló veloz en el puño
golpeador y le arrastró. El cuerpo de Glacier giró sobre sí mismo en el aire y
acertó una patada en la cara de Glova; o al menos eso creía él hasta que pudo
ver en aquel corto lapsus de tiempo que tenía el escudo de su zurda cubriéndose
el rostro expuesto.
– Es muy ágil – no pudo evitar
pensar Glacier.
Cayeron al suelo, pero en seguida
se levantaron. Glova lanzó una patada lateral, pero el el praio la paró con su
cola. El saiyan lanzó un puñetazo que Glacier aprisionó con su mano contraria; entonces
volvió a atacar con el escudo por delante y la mano libre de su rival soportó
el choque con el metal.
– Me va a partir la muñeca –
dedujo rápido Glacier – El escudo impide que mi energía fluya hasta la mano.
Así, la cola de Glacier dio un
rodeo hasta el antebrazo que impelía el blasón y se enrascó en él, aminorando
su fuerza. El super saiyan empujaba con toda su ira, como si quisiera mover una
montaña, y el praio se oponía con el mayor esfuerzo. Ninguno cedía hasta que de
la frente de Glova emergió un ataque de Ki que estalló directamente en el
rostro de Glacier, provocando que el praio aflojara su resistencia.
El saiyan se vio liberado y
comenzó a lanzar golpes. Sus derechazos se alternaban con golpes de escudo de
su zurda que iban directamente a la cara de su alto oponente. El frenesí
terminó con una patada en el pecho del praio que le impulsó con potencia a
cientos de metros de distancia.
– Y esto es lo que puedes
ofrecerme – afirmó seguro Glova abriendo sus brazos – Nadie está ya a mi
altura.
Los escombros que cubrían a
Glacier levitaron y tomaron distancia de él mientras se levantaba. Su pómulo
derecho estaba algo hinchado y su piel lucía moratones y heridas por todo el
cuerpo.
– Esto está durando demasiado –
murmuró Glacier hablando consigo mismo – Tendré que darlo todo.
– Khän estaría orgulloso de mí –
se dirigió el saiyan al praio – Yo soy quien debe hacerte justicia. Ahora me
doy cuenta de que los errores que cometiste no pueden ser saldados, que el
precio es tu encierro de por vida o, en su defecto – sonrió – tu muerte.
– ¿Recuerdas qué es lo que te
enseñó el viejo sobre el Halio Kian? – le habló Glacier, ignorando su
comentario mientras caminaba en su dirección.
– ¿Eh?
– Él no sabía enseñar esta gran
técnica porque no todo el mundo puede aprenderla – aclaró – Pero sí sabe muy
bien de qué es capaz.
– ¿Pretendes asustarme? – se
burló el super saiyan – Adelante, úsala de una vez. Hará esto más interesante.
– Hace mucho, el viejo te explicó
que, si dos personas con un poder similar se enfrentaran y una de las dos
supiera utilizar el Halio Kian, esta última ganaría el combate con seguridad.
Glova no dijo nada. Miraba con
seriedad el rostro de su oponente.
– Es hora de terminar con esto –
continuó Glacier mientras sus ojos se apagaban en un no color, en la nada – Ese
brujo está aprovechando estos momentos para obtener las bolas de dragón y no
podemos permitir que el monstruo renazca.
Mientras tanto, Babidí
contemplaba con emoción, nerviosismo y cierto ánimo a su poderoso siervo en
acción.
– ¡Vamos, Dabra! – animaba desde
su nave – ¡Demuéstrales quién manda!
– Señor – se dirigió Pui Pui a su
amo.
– ¿Alguna buena noticia? ¿Ha
llegado mi bola de dragón? – No, señor. No tenemos noticias de Bojack. Pero sí
hemos avistado a nuevos extraños por nuestra zona.
– ¿Bojack no ha llegado aún? Qué
raro... Voy a echarle un ojo – volvió su mirada a su bola de cristal – En
cuanto a los forasteros: vigiladlos y avisad de cualquier movimiento en falso
que hagan.
En el exterior, un par de
personas charlaban en lo alto de un elevado peñasco del desierto, a cierta
distancia de la nave de Babidí.
– Por fin has llegado, Paikuhan –
le recibió el tricíclope, de la raza mitsurejin.
– ¿Qué hay, Gihó? – le saludó el
mercenario de tez verde. Llevaba un conjunto de prendas oscuras y una diadema
atezada y metálica relucía en su frente.
– Debe de ser su guarida –
comentó Gihó.
– Si no estamos seguros de que
eso sea cierto, no deberíamos intervenir.
– Ya lo has notado – insistió el
tricíclope – Sabes que en este planeta se están librando varios combates de
clase X. Y todo empezó en este punto. No puede ser casualidad.
– Ninguno de nuestros
contratantes nos ha informado de nada de esto. Este planeta debería estar lleno
de terrícolas inofensivos – el gesto de Paikuhan era severo y reservado, como si nada
pudiera hacerlo cambiar – ¿Crees que es obra del brujo?
– Quién sabe – respondió Gihó
mientras se acariciaba el mentón barbudo. Deberíamos investigar.
– Yo me quedaré aquí – apremió
Paikuhan – Esperando por si ocurre algo.
– Gracias. No resisto más
aguardando bajo este Sol. Yo me dirigiré al combate más cercano, a
ver si hay suerte y encuentro a nuestro objetivo.
– Se llama Purple – le informó
Paikuhan.
– ¿Qué? – Gihó le miró, algo
confuso.
– Nuestro objetivo – recalcó su
compañero – Su nombre es Purple.
– ¿Qué más da? – le sonrió él –
Sabemos cuál es su aspecto.
– Como quieras.
– Contactaré con Kuren. No sé qué
hace aún en ese estúpido torneo.
– Así es – le apoyó Paikuhan –
Tenemos trabajo que hacer.
Gihó se despidió con un gesto de
cabeza y saltó del peñasco, planeó en el aire para coger velocidad y un aura
blanquecina le rodeó antes de impulsarse con brío.
– Pero ¿qué estás haciendo,
Bojack? – le presionó Babidí – ¡Te ha partido la cara! ¿Cómo te has dejado
contra un terrícola?
Bojack, cabreado, con el tabique
nasal aún medio hundido y borbotando sangre, se levantó del suelo con un ánimo
frustrado y carcomido por la ira.
– Vaya... – susurró Gohan algo
sorprendido – Creía haberle matado con ese último golpe.
– ¡¡La bola de dragón es mía!! –
aulló el gigante verde expeliendo una cantidad exorbitante de energía.
Gohan dio una zancada hacia
atrás, preparado para lo que le venía encima.
Bojack saltó con potencia y
embistió con su puño al super saiyan, quien solo pudo pararlo a escasos
centímetros de su cara. Enseguida Gohan pateó el pecho de su oponente para
abrir distancias, pero solo consiguió hacerle retroceder un par de pasos tras
un pequeño gemido, así que dio unas volteretas hacia atrás para conseguir el
espacio que deseaba.
El malvado adversario le sonrió,
como si disfrutara con todo aquello. Abrió sus brazos y de cada extremo surgió
un gran cúmulo de energía glauca que chispeaba con una gran luz. De hecho,
parecía que todo a su alrededor tenía un fuerte tono esmeralda. Lentamente,
Bojack dirigió sus brazos a Gohan, apuntándole con unas manos en forma de
garras que soportaban la gran acumulación de Ki.
– ¡A ver cómo haces para soportar
esto, muchacho! – le gritó Bojack escupiendo sangre con cada palabra que
soltaba.
Gohan notó que algo no iba bien.
En el mismo momento que vislumbró el fogonazo que le apuntaba, sus piernas se
movieron, pero algo le enredó. Unos extraños hilos casi invisibles le impedían
desplazarse, estaba atrapado y el potente ataque llegó.
– ¡¡BOOOM!!
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