Capítulo 15 – Un plan diferente
– Seamos sensatos – argumentó Glova –
La forma más idónea de perseguir al brujo es viajando en nave espacial.
– No nos gustan vuestras máquinas –
añadió el demonio más alto de toga roja y negra.
En una taberna de Mul Freezer estaban
sentados alrededor de una mesa seis personas muy extrañas. La mitad,
encapuchadas.
Una muchacha sin nada que cubriera su
torso llamaba la atención por su esbelto cuerpo, radiante y blanco como el
algodón, y también por sus ojos brillantes del color de la pirita.
Sentado a su lado, un saiyan, al que
todo ciudadano de aquel pueblo reconocería de no ser por su capucha, conservaba
en la mano una jarra de bebida parecida a la cerveza.
A su izquierda, un portentoso ser de
algo más de dos metros, cubierto enteramente con una gran sábana que escondía
su rostro y cuerpo, observaba tranquilo la conversación, sin nada que aportar.
Su gran cola era imposible de pasar desapercibida, pero desde hacía unos meses
la ciudad había comenzado a realizar comercio espacial con otros planetas
pacíficos y ello había traído gente nueva y extraña para todos. Nadie era tan
maleducado para preguntar de dónde venía.
Ocupando la otra mitad de la mesa
redonda, cada uno con un vaso entre sus manos, rellenaban tres sillas unos
demonios con muy malas pulgas. En esta ocasión, sin embargo, sabían que debían
cooperar si querían la ayuda que les ofrecían los tres primeros.
– ¿Cómo llegasteis hasta mí? ¿Cómo me
encontrasteis? – insistió Glova, cuya túnica no podía camuflar las grandes
hombreras de su armadura saiyana.
– Tu sangre – aclaró el demonio más
viejo, un chamán que acababa de dejar su báculo en el suelo – La mayor parte de
la sangre que había en el campo de batalla era tuya.
– Sí... – rememoró él – Hazam fue muy
persistente – dijo mientras recordaba el dolor de los hematomas que le produjo
aquel demonio – Entonces ¿Puedes rastrear a quien quieras si tienes su sangre?
El viejo demonio negó con la cabeza,
sacó una piedra del bolsillo y la dejó caer en la mesa. Al fijarse mejor en
ella, podían ver que tenía un pelo incrustado de alguna manera.
– ¿Eso es un pelo? – pregunta Akkaia.
– Del Dakka – afirmó el demonio de
menor estatura.
– ¿Te guías con eso? – preguntó
incrédulo el saiyan al viejo encapuchado.
– Ajá.
– A propósito – interrumpió Glacier
por primera vez en la conversación – ¿Cuál es el nombre del Dakka?
– Dabra – dijeron los tres demonios al
unísono y con un respeto reconocible por el tono de sus voces.
– Está bien – comentó Glova intentando obviar aquel gesto de fanatismo – ¿Cuál es
el plan? ¿Le localizas y nos abres el portal para plantar cara a él y al brujo?
El viejo negó de nuevo con la cabeza –
No. Vosotros conocéis mejor que nosotros este mundo. Vosotros viajáis en
vehículos espaciales. Vosotros no podéis traspasar mis portales, no sois
demonios. Esta es vuestra ehh... – miró hacia arriba, como si la palabra que
buscara estuviera escrita en el techo de aquella cantina – Brújula – y al mismo
tiempo apuntó con el dedo a la piedra.
– ¿Quieres que le busquemos en el
espacio guiados por una brújula rudimentaria? Esto es increíble – murmuró – ¿Tu
mundo sabe lo amplio que es el mío? – se burló.
– Nuestra nave es rápida – dijo Akkaia
– Y no necesita combustible – añadió al recordar la historia sobre el dragón
mágico de La Tierra y sus deseos concedidos.
– Maldita sea... – susurró el saiyan.
Akkaia posó una mano en la rodilla de
su amante. Cuando este la miró, supo que pedía a gritos esta oportunidad.
– De acuerdo – dijo Glova – Pero ¿Cómo
sabremos que estoy cerca?
– La piedra te lo dirá – aclaró el
demonio chamán.
– ¿La piedra habla?
– ¿Qué hacemos cuando tengamos a Dabra
delante? – quiso saber Akkaia – ¿Matamos al brujo y volvemos a este planeta?
– Rompéis la piedra – aclaró el viejo
chamán – Entonces un portal se abrirá y nosotros apareceremos cuando estemos
listos. Entre todos, liberaremos al Dakka.
– Babidí es mío – les aclaró Akkaia
con seriedad.
El viejo la miró sin comprender.
– Se refiere a que dejéis que ella le
mate – concretó Glova ante la confusión del demonio.
– No eres la única que pide venganza –
le dijo el demonio más alto tras beber un trago de su vaso – Todos nosotros
tenemos nuestros motivos para odiarle.
– Ignoraba que necesitarais alguno –
se burló ella.
Miradas de rencor surgieron de los
demonios hacia aquella sabionda, pero los tres compañeros ya se habían
acostumbrado a ellas, eran muy naturales y superaron aquella incomodidad.
Cuando los tres demonios se fueron, el
trío se dirigió a la nave de Glova. Era suficientemente espaciosa para tres
personas. Desde la ida de Khän, la caverna donde se alojaban dejó de estar
iluminada, como si su presencia fuera la que mantenía fresco y cómodo el lugar
y el fuego incesante en las antorchas que lo decoraban.
Aquella nave era indudablemente más
confortable y mantenía las habitaciones a una temperatura agradable para todos
los presentes, más o menos.
– Partiremos mañana al atardecer –
dijo el saiyan – Quiero entrenar hoy, ya que no voy a poder hacerlo durante el
viaje encerrado en esta nave ¿Te unes, Glacier?
– Encantado.
Lo cierto es que Glacier había vuelto
a animarse en este aspecto. Cuando resurgió de la Blantir, su espíritu marcial
estaba desolado. Solo pretendía disfrutar libre de la vida del universo. Pero
ahora que Glova estaba a su altura, comenzaba a llenar aquel vacío que tantos
años de soledad y sedentarismo le habían creado.
Cuando terminaron con el
entrenamiento, Glacier se fue a ducharse en la nave. Glova, por el contrario,
fue a tomar un baño en el manantial de la zona selvática al que estaba tan
acostumbrado.
Además, allí Akkaia le sorprendía de
vez en cuando y hacían de aquellos baños noches mágicas.
Su relación con aquella mujer era
sumamente extraña. Desconocía realmente qué era él para ella. Nunca se expresaron
cariño con palabras y dudaba de si la conexión que le unía sentimentalmente a
ella era mutua. Aun así, él la amaba, de eso estaba seguro.
Esa misma noche, mientras Glacier
meditaba en su habitación y Akkaia dormía apaciblemente, Glova salió de la nave
y voló lejos de allí, hasta la otra punta del desierto.
Le gustaba la soledad del desierto
nocturno, era algo que siempre había apreciado. Le apasionaba ver las infinitas
estrellas pintadas en el firmamento y, por un instante, se sintió solo. Se sentó
en el suelo y pasó allí cerca de una hora cuando, de repente, algo surcó su
mente tan rápido como la luz.
Se levantó algo dubitativo y su aura
desprendió un hermoso color dorado, su pelo se erizó y su cola imitó aquellos
cambios. Miró a la luna en cuarto menguante y sus ojos casi lloraron de la
emoción. Sus pelos se erizaron más y sus labios no pudieron evitar sonreír.
– ¿Qué pasaría si... – susurró para
sí.
Alzó su mano y creó una bola de
energía luminosa. La lanzó al cielo y, cuando estaba a cientos de metros de
distancia, la esfera estalló en una luz irradiante a la vez que el puño de
Glova se cerraba. Los rayos Blutz caían sobre el tonificado cuerpo del super
saiyan, pero la mirada de este caía al suelo. Su cola estaba hiperactiva y su
cuerpo temblaba, no sabía muy bien por qué.
Le daba miedo mirar, algo le decía que
lo que iba a acontecer nunca lo había experimentado.
Entonces dio el paso y miró al cielo.
La luz blanca bañó sus ojos verdes y estos reaccionaron. Sus iris verdes se
dilataron sin abarcar todo el ojo, sintió cómo sus músculos se inflaban, su
lengua rozó los grandes colmillos que crecían en su dentadura y su armadura se
adaptaba a cualquier cambio.
Su cabeza le daba vueltas, sus gemidos
se hicieron graves y se postró en el suelo de rodillas ante aquella estrella en
miniatura.
– Algo era diferente – notaba él. La
sensación de metamorfosis estaba durando demasiado. No aguantaba aquel dolor
tan intenso y no pudo evitar rugir al cielo, pero aquel no era el aullido de un
ozaru.
A los pocos segundos se desplomó en el
suelo y perdió el conocimiento.
En el cielo, la luna artificial seguía
iluminando el cuerpo de un saiyan que volvía a la normalidad.
Al mismo tiempo…
Una nave aterrizó en Nuevo Namek, pero
no pasó desapercibida por los guerreros namekianos del planeta. Sabían de la
llegada de extranjeros a sus tierras.
Aquello formaba parte de su trabajo.
Desde el genocidio namekiano por parte del exemperador Freezer, la lozana
sociedad namekiana, tomando un nuevo mundo creado por el dragón divino de La
Tierra, había adoptado serias medidas de protección y prevención. Los guerreros
namekianos se habían centrado en entrenarse duramente por orden del Gran
Patriarca Muuri y en cuanto supieron de la presencia forastera no tardaron en
reagruparse con el líder de su pueblo.
– Intrusos – exclamó uno de ellos.
– No podemos dejarnos llevar por el
terror, hijos míos – sentenció Muuri – Id en son de paz y si dudáis de sus
malas intenciones, expulsadlos de nuestro hogar.
– Entendido, Gran Patriarca – asintió
seriamente el más esbelto y alto de los siete guerreros.
– Cargot – se dirigió Muuri a él – Si
os veis superados, comunicádmelo mentalmente y os enviaré refuerzos Estaré
atento – puso su mano en el hombro del soldado namekiano – Confío en vosotros.
Tras asentir con la cabeza, Cargot
salió volando, dejando tras de sí una estela de energía blanquecina. A él le
siguieron los otros seis guerreros, dispuestos a casi cualquier cosa por
proteger el preciado planeta.
No tardaron más de unos minutos en
llegar hasta la nave espacial. Los namekianos caminaban para acercarse a lo
que parecía que era la puerta del vehículo. Sus pasos eran firmes y abrieron
espacio entre ellos para intimidar a los recién llegados.
– ¿Quiénes sois? – preguntó Cargot con
voz grave – Identificaos.
Nadie contestó, pero en su lugar la
gran puerta se abrió y comenzó a deslizarse produciendo un leve ruido gaseoso.
En el arco de la puerta se encontraba
una persona con pintas de luchador. Su cuerpo era fino pero fornido y su cabeza
ovalada y blanca recordaba a un huevo de dinosaurio. Su mirada maliciosa y
amarilla inspeccionaba el lugar y a cada uno de los namekianos que rodeaban
la entrada de la nave.
– Identifícate – ordenó Cargot de
nuevo.
Los demás namekianos notaban como él
que no podía ser nadie con buenas intenciones. Mostraban sus colmillos
expresando una dentadura desafiante.
– Vaya, vaya – habló por fin el alien
vestido con un ceñido disfraz negro y con una armadura blanca que cubría su
torso– ¡Menudo recibimiento! – su voz era nasal y desagradable.
– No lo volveré a repetir – protestó
el líder del escuadrón de namekianos – Identifícate ¿Qué haces en nuestro
planeta?
– De acuerdo, de acuerdo – intentó
tranquilizar el forastero – Mi nombre es Pui Pui. Y vengo en son de paz a pedir
prestadas las bolas de dragón namekianas.
Entonces Cargot pudo ver a través de
sus palabras que sus intenciones no eran buenas.
– Ni hablar. No sois bien venidos aquí
– dijo, suponiendo que había más hombres en la nave – Idos y no sufriréis
ningún daño.
– Necesitamos vuestra ayuda – insistió
Pui Pui con cara de pocos amigos – Un gran amigo fue encerrado por la maldición
de...
– ¡Basta! – sentenció Cargot – Sé
cuándo alguien tan ruin está mintiendo. Olvida este planeta y márchate.
– Me parece que no me comprendéis –
dijo enojado el intruso – Si no nos ayudáis, os forzaremos a hacerlo – entonces
sonrió con su gran boca.
Cargot se puso en guardia – ¡Preparaos!
– le advirtió a su pequeña tropa.
Los seis guerreros se pusieron a la
vez en guardia deslizando la pierna derecha hacia atrás y subiendo los brazos,
amenazantes.
– Parece que lo habéis ensayado – rio
Pui Pui – Muy bien. Os presentaré a mis amigos.
De la nave salieron una veintena de
soldados de diferentes razas extraterrestres con la misma vestimenta que Pui
Pui. Y se colocaron en cuña justo detrás de él.
Al observarlos, Cargot advirtió un
punto que tenían todos aquellos intrusos en común. Sus frentes estaban marcadas
con una gran "M" negra.
– Grrr – gruñeron los
namekianos como bestias salvajes.
– Estáis en desventaja numérica –
replicó de nuevo – Rendíos y os perdonaremos la vida a todo el mundo. No habrá
muertes. No mataremos a vuestras mujeres y niños – naturalmente, aquel tipo
desconocía la asexualidad de la raza namekiana.
Las fieras caras de los guerreros
namekianos lo aclaraban todo. No iban a ceder las bolas de dragón por las
buenas.
– Está bien – sonrió Pui Pui – En
realidad esperaba que os negaseis. ¡Atacad, soldados!
Los veinte intrusos saltaron al mismo
tiempo, mientras Pui Pui seguía de brazos cruzados con una sonrisa maliciosa.
Entonces comenzó el intercambio de
golpes. Aquellos soldados no estaban a la altura de los guerreros namekianos y,
aunque les superaban en número, no parecían ponerles en serio problemas.
Pui Pui se dio cuenta de ello cuando
Cargot hundió sus manos en el pecho de dos de sus hombres al mismo tiempo
mientras estos cargaban contra él.
– Tendré que mancharme las manos –
susurró él.
– ¡Pam! – la patada dio
directamente en la frente de Cargot, quien cayó al suelo llevándose por delante
a uno de los soldados enemigos.
– Él es más fuerte que los otros.
Los soldados de Pui Pui caían
rápidamente, pero su líder acababa de entrar en acción y comenzó a repeler la
ventaja que llevaban los namekianos en la batalla.
– ¡Deshaceos rápido de los soldados! –
ordenó Cargot mientras se abalanzaba a Pui Pui. Sus puñetazos no daban en el
blanco y en un esquive rival, encajó un duro gancho en el mentón que le hizo
volar hacia atrás y caer en el suelo verduzco.
Pui Pui sonrió satisfecho por su
acierto, pero se percató que ya estaba solo. Los seis namekianos se habían encargado
de matar a la veintena de soldados. Y acababan de barrer el suelo con sus
cuerpos.
Entonces Cargot se levantó y se
restregó la muñeca por la boca para limpiar su sangre púrpura – Estás acabado.
– Ya veremos – una gota de sudor
recorría la sien de Pui Pui, que ahora se veía solo contra siete namekianos
furiosos.
Todos atacaron a la vez. Sus garras no
paraban de moverse en todas direcciones y el malvado alien no tardó en recibir
los primeros golpes: tras una esquiva frenética realmente habilidosa, una
patada de Cargot acertó en su mejilla y lo siguiente fueron acometidas de todos
los namekianos. Como si se estuvieran pasando una pelota de tenis, Pui Pui era
arrojado con potentes golpes entre los guerreros que le hacían frente.
Cuando cayó al suelo y tomó aire, Pui
Pui no dudó en gritar a la nave – ¡Trapio! ¡Horror! ¡Ayuda!
Los namekianos pudieron captar un haz
de luz que parpadeó en el interior de la nave y a los segundos salieron dos
soldados con trajes idénticos al exterior de la nave.
– ¡Vaaya! – dijo el más alto de los
dos, que medía cerca de dos metros – No todos los días requiere el jefe nuestra
ayuda.
– ¡Ahora sabréis lo que es bueno! –
previno Pui Pui a los namekianos, que seguían con la guardia alta, analizando a
los nuevos enemigos – ¡Atacad!
Los dos nuevos rivales cargaron contra
los namekianos y en seguida se percataron de que ambos tenían un nivel de pelea
parecido al de Pui Pui.
Trapio, un alienígena robusto y mirada
rojiza, comenzó a dar pelea a dos namekianos al mismo tiempo, mientras que
Horror, el soldado alto y de gran envergadura, tuvo que ser contenido con tres
namekianos.
Pui Pui se encaró sonriendo y confiado
a Cargot y el namekiano restante.
– ¡Vete de aquí, Ende! – le ordenó
Cargot a su hermano, que se disponía a enfrentar de nuevo a Pui Pui.
– ¿Qué? – se extrañó alterado él – No
puedo dejarte ahora, Cargot.
– No puedo comunicarme con Muuri. Me
imagino que tú también lo habrás notado – añadió al ver la expresión de alarma
de su compañero – Necesitamos refuerzos si queremos evitar que ninguno de
nosotros muera hoy.
Tras asentir con firmeza, Ende despegó
hacia el lado opuesto a sus enemigos, en dirección a la aldea más cercana.
– ¡Estás solo! – exclamó Pui Pui
abalanzándose hacia Cargot.
El namekiano se rodeó de un Ki
blanquecino y embistió también, confiando en que la paliza recibida
anteriormente por su adversario le haya cansado lo suficiente.
Los puñetazos de Cargot eran
bloqueados en su totalidad y Pui Pui comenzaba a ganar terreno. Sin esperarlo,
el namekiano lanzó una ráfaga dorada de su palma derecha que dio directamente
en el torso del rival.
Pui pui cayó derribado al suelo, pero
se levantó sin demasiada dificultad.
– Parece que guardas trucos bajo la
manga, pero yo también me sé unos cuantos – acto seguido le apuntó con la punta
de sus dedos y de ellos comenzaron a salir disparadas numerosas esferas de
energía.
Cargot no tenía más remedio que
esquivarlas. Su velocidad le estaba fallando debido al cansancio al que estaba
siendo sometido, apenas tenía tiempo de respirar.
Al fin, uno de los disparos dio en el
blanco. El primero acertó en el hombro y una decena de esferas estallaron por
todo su cuerpo. Cargot cayó rendido al suelo.
– ¡Jajajaja! –
celebraba Pui Pui, pero la carcajada no duró mucho. Uno de los cinco namekianos
restantes se interpuso entre el compañero caído y Pui Pui.
– Trapio ha caído – evidenció cuando
vio su cuerpo tendido en el suelo, cubierto de sangre.
En esos momentos Horror estaba
combatiendo contra cuatro de los namekianos al mismo tiempo.
– Esto va mal – pensó Pui Pui para sí
mientras observaba la situación.
Para colmo, en el horizonte llegaban tres namekianos más acompañando a Ende.
– Mierda – maldijo Pui Pui.
Uno de los tres acompañantes se acercó a Cargot y reposó sus manos en él durante unos segundos, curándolo. Entonces
este se repuso y se levantó, sin un rasguño.
– ¡Es magia! – se quejó Pui Pui –
¡Horror, retirada!
Entre los cuatro namekianos, postraron de rodillas a Horror en el suelo y uno de ellos le provocó un tajo en el cuello con un
golpe cortante. El gigantón cayó entre la hierba, sin vida.
Cargot se adelantó y se ofreció a
ayudar al único namekiano que estaba tendido en el suelo.
– Está muerto – descubrió, serio y
vengativo – Ahora lo pagarás con tu vida.
– No sabía que tendría que llegar a
esto – dijo Pui Pui acorralado – Pensé que erais una raza pacífica.
Entonces apuntaron todos al objetivo
preparados para lanzar sus ataques de ki más potentes, pero de repente el malvado
alien interrumpió de nuevo gritando con un tono desesperado.
– ¡¡YAKON!!
¡Hemos finalizado la 3° temporada!
ResponderEliminarNuevis movimientos de adversarios que ya conocemos. Espero que os esté gustando.
Dejaré una semana de descanso (dos como mucho) para poder trabajar en los capítulos sin tenee que hacer ningún tipo de parón futuro inesperado en las publicaciones. En esta época estoy algo más liado. ¡Disculpad y disfruten de la historia!