Capítulo 1 - La resistencia namekiana

 

Capítulo 1 – La resistencia namekiana

 

En Glasq, Glova despertó con la caída de la última luna del anochecer. Se incorporó en el suelo y se restregó los ojos. Tras estirarse como si fuera un felino, se levantó y se sacudió la arena del cuerpo. No sabía muy bien qué había pasado, no estaba seguro de haberse transformado.

 

– Desde luego – pensó – no he dejado ninguna huella gigante en el terreno.

 

Cuando volvió a la nave, Glacier estaba en el asiento del copiloto, sujetando la Blantir de Khän.

 

– ¿Sabes usar eso? – le preguntó el saiyan por curiosidad.

– No – respondió el praio – Creo que no.

– De todas formas, se quedará con nosotros. Si cae en malas manos podría poner en peligro a muchas personas.

 

Glacier miró de reojo a Glova, extrañado.

 

– Eso fue lo que una vez me dijo Khän.

– ¿Nos vamos? – preguntó Akkaia, impaciente. Acababa de salir de su dormitorio.

– ¡Así es! – el saiyan encendió los motores de la nave desde el mando del piloto y despegó con rapidez, pero con suma suavidad.

 

Una vez atravesada la atmósfera del planeta, Glova sacó del bolsillo interior de su armadura la piedra y la colocó en la mesa de comandos, justo al lado de una decena de botones de diferentes colores. El pelo incrustado se iluminaba y señalaba en una dirección, como si corriera una brisa de viento.

 

– Esto me sigue pareciendo una locura. Esta brújula tosca no nos indica a qué distancia nos encontramos del objetivo. Puede que tardemos años.

– Está lejos – oyeron todos, sin saber muy bien de dónde procedía la voz aguda.

 

Miraron a la piedra y Glova se acercó a ella. Le pareció ver cómo se cerraba la parte superior de la misma, como si fuera una escotilla.

 

– ¿La piedra acaba de hablar?

 

 

En Nuevo Namek…

 

Pui Pui estaba acorralado, pero todos los namekianos presentes sabían que el combate no había terminado.

 

De la nave salió con dificultades un monstruo verde, tal era su tamaño. Medía alrededor de cuatro metros de altura y su aspecto era terrible. Sus mandíbulas dejaban caer babas continuamente mientras caminaba con pesados pasos hacia los enemigos de su amo.

 

– Espero que me hayas llamado por un buen motivo – habló el monstruo con una voz grave y profunda – ¡Ohh! – exclamó al ver a tanta gente reunida, tantos cadáveres por el suelo. Para él, aquello solo podía significar una cosa: comida.

– ¿Por quién empiezo?

 

Los namekianos miraban sorprendidos a la horrible criatura.

– Esto puede ser difícil – susurraba Cargot.

 

– ¡Acaba con ellos! – ordenó Pui Pui.

Yakon le miró enojado, insultado por aquel enano.

 

– Quiero decir... – quiso explicarse él – Nuestro señor ha encomendado esta misión. Lo ordena él... no yo.

 

– Jo, Jo – rio el monstruo, ahora dirigiendo su mirada hacia sus víctimas.

 

El namekiano con poderes sanadores acababa de curar al último herido de los guerreros de su raza. Ahora eran ocho guerreros contra un solo oponente, el sanador abrió distancias para intervenir cuando hiciera falta. Aun con la ventaja numérica, estaban más nerviosos que nunca.

 

El gigante atacó primero y, con una rapidez impactante, de sus brazos emergieron dos cuchillas y cortó por la mitad a dos de los namekianos. Éstos, atónitos cayeron al suelo asombrados y desconcertados.

 

– ¡Alejaos de él! – exclamó Cargot – ¡Es demasiado rápido!

 

Acto seguido los namekianos restantes tomaron distancias con él y comenzaron a disparar ráfagas de energía que impactaban en el objetivo, aunque no parecían causar efecto alguno.

 

Mientras las explosiones le daban de lleno, sin inmutarse, el monstruo llegó hasta uno de los namekianos que seguían vivos y desmembrados en el suelo. Le alzó agarrándole por el brazo izquierdo (la única extremidad que le quedaba) y abrió la boca para tragárselo como si fuera un racimo de uvas.

 

– ¡¡Se lo va a comer!! – exclamaron sus compañeros, horrorizados mientras atacaban en grupo.

– ¡No! – gritó Cargot – ¡No ataquéis sin pensar!

 

El primer namekiano que llegó para salvar a su hermano se disponía a clavar una potente patada en la nuca del monstruo, pero éste, más rápido que nadie, giró su cabeza 180 grados y abrió su boca, en la que entró de lleno el namekiano atacante. Entonces cerró sus mandíbulas y el guerrero quedó prisionero entre sus colmillos por la altura del pecho – ¡Ahhhrg! – no podía evitar gritar, preso del miedo y del dolor.

 

Los demás atacantes se pararon en seco, sorprendidos por la rapidez de su enemigo. El monstruo verde dejó caer al medio namekiano que tenía en la mano e introdujo en su garganta al que tenía capturado con ayuda de sus garras. Entonces tragó.

 

Todos los demás namekianos sintieron terror. Aquel era un monstruo de cuento ¿Era imparable?

 

– No hay otra opción – dijo Ende – Cargot, no tenemos otra alternativa.

– Supongo que tienes razón – le contestó su hermano con gravedad, como si estuviera tomando una decisión difícil.

 

Yakon intentaba cazar a los namekianos, que ahora atacaban volando y se disponían a entrar en su rango de acción y salir de él rápidamente tras asestar el golpe. La estrategia no estaba dando resultado, solo daban oportunidades a la criatura para atraparlos.

 

– Vaya – comentaba Pui Pui para sí – Saben volar – observando la desventaja de su aliado.

 

Un flash de luz iluminó los ojos de los allí presentes. De inmediato, todos miraron hacia el origen de aquel haz. Cargot estaba allí, de pie frente a ellos.

 

– Ahora verás, monstruo.

 

Los namekianos sonrieron al ver un rayo de esperanza en su nuevo hermano.

 

Cargot apareció delante de Yakon con una sorprendente velocidad y pateó la boca del monstruo, que se cerró con un castañeo de colmillos. Justo después, el namekiano dio un gran puñetazo en el vientre de la bestia, pero se percató de que no había provocado ni un quejido en él y saltó hacia atrás, abriendo distancias.

 

Cuando cruzó su mirada con la de Yakon, supo que no le había producido ningún daño. El monstruo verde sonreía con burla.

 

– Me hubiera matado si hubiera querido… – susurró Cargot, impotente.

 

Mientras tanto, los dos namekianos que habían sido mutilados ahora estaban en pie con todas sus extremidades.

 

– ¿Cómo lo habéis hecho? – se percató Pui Pui, que ahora prestaba atención al combate desde la puerta de su nave mientras se agarraba el hombro herido en su combate.

 

Yakon no se había percatado de ello. De hecho, apenas recordaba que hubiera cortado por la mitad a alguien, tan solo pensaba en mofarse de su alimento antes de zampárselo.

– Si no vais a bajar – previno al ver a todos los namekianos volando fuera de su alcance – os bajaré yo.

 

 

En una gran nave espacial…

 

– Ya estoy en el sistema planetario – afirmó Toser mediante conexión con Oriam y Onel.

– Muy bien – afirmó Oriam sujetando una copa de líquido azulado – ¿Cómo queréis que os envíe los mandos de control?

– Primero a mí – respondió Onel – Cuando lo tenga en mi poder y se lo confirme a Toser, envíale el otro.

– Oh – se sorprendió Oriam desde la oscuridad de su pantalla – Supongo que así os aseguráis de que no os esté enviando una bomba – bromeó. Pero el chiste no hizo ni pizca de gracia. La situación era incómoda y tensa – De acuerdo. Dejadme programar el envío.

 

Cuando cortó la transmisión, la mente de Purple, quien estaba en la misma habitación que Oriam, trabajaba a toda velocidad por planearlo todo.

 

– ¿Estás seguro de que nadie sabe de mi existencia aparte de vosotros tres?

– Sí – contestó Oriam sin dudarlo – Aún no hemos desvelado nuestros planes a ninguna corporación cósmica.

– Vosotros siempre optáis por conquistar el universo... – se mofaba Purple – Qué aburrido. ¿Entraríais en guerra si destruyo las naves de tus socios?

– Probablemente. Nosotros somos los líderes de nuestras potencias, pero hay una cadena de jerarquías que entenderían esto como una traición.

– No. Me interesan tus recursos al máximo de su capacidad ¿Y.… si la tuya fuera destruida también?

– ¿Mi nave imperial? – su voz sonaba reprochadora, pero no duró mucho – Quizás, si hubiera un motivo razonable que explicara ese desastre…

– Ese motivo lo tienes delante.

– Entonces tu plan es… ¿dar a conocer nuestro plan al universo? ¿Decir que se nos fue de las manos?

– No será fácil ocultar que algo gordo ha pasado cuando tres naves galácticas han sido destruidas en un mismo punto del universo. Miles de vidas perdidas… Admitir vuestro fracaso por intentar domarme – sonrió.

– Quizás... No estoy seguro de qué creerán ellos.

– Nadie sabría que yo sigo a tu lado, al igual que nadie sabe ni sabrá que estás a mi merced – dio un par de golpecitos al casco que Oriam llevaba en la cabeza.

– Puede ser buena idea.

– Con eso me basta – sonrió el monstruo violáceo.

 

 

En el planeta namek…

 

Yakon abrió la mandíbula de forma exagerada y apuntó a Cargot con ella. Sin ningún tipo de advertencia, su garganta comenzó a absorber aire, pero de manera precisa y bestial. Parecía como si su succión apuntara directamente al namekiano.

 

Cargot era arrastrado en el aire e intentaba salir de aquel bucle de atracción, pero era muy potente. Lanzó una onde de ki al monstruo, pero fue aspirada por su boca, como si nada.

 

Los otros namekianos comenzaron a disparar a Yakon por todos lados, pero las ráfagas de Ki, como la última vez, no le hacían ni el más mínimo rasguño.

 

Entonces uno de los guerreros namekianos se abalanzó sobre el enemigo por detrás y cargó su energía a su alrededor, acumulándola y haciendo su aura más potente.

 

Yakon, a pesar de haberse percatado de la presencia del namekiano justo a su espalda, dio por hecho que no iba a ocasionarle molestia alguna y continuó succionando a Cargot, que estaba cada vez más cerca de sus fauces a pesar de la resistencia que oponía.

 

Todos los demás se sentían impotentes por no poder ayudar de ninguna manera.

– ¡No os acerquéis! – les gritó Cargot a sus hermanos mientras se esforzaba por escapar de las fauces del monstruo lanzando una ráfaga de ki que fue succionada como si se tratara de un agujero negro – ¡Ninguno de vosotros soportaría esta succión!

 

De repente, el namekiano a espaldas de Yakon dejó de acrecentar su energía y su aura se desvaneció por un segundo hasta que abrió sus brazos para expeler todo su poder.

 

¡Blaaam! – la explosión fue muy concentrada y el radio que abarcó no fue muy amplio.

 

Yakon sí sintió aquel ataque. Le empujó e hizo que diera un traspié hacia delante mientras su espalda se resentía por pequeñas quemaduras sin importancia. Aun así, le molestó y la sorpresa le desconcertó, haciendo que dejase de aspirar – ¡Mequetrefe! – una de sus patas traseras salió disparada y acertó al namekiano de lleno, que salió disparado hasta estrellarse contra la nave estacionada y caer al suelo al rebotar en el duro metal.

 

– ¡Oromo! – gritaron sus hermanos.

 

– Éste es mío – Yakon saltó rápidamente hasta el namekiano caído y le atravesó con la estaca retráctil de su brazo.

 

– Oh, no... – maldijo Cargot. Todos los namekianos se sentían impotentes ante un adversario tan invencible y espantoso. Todos apartaron la mirada para no ver a otro hermano ser devorado – Nos matará uno a uno si seguimos así... ¡Namekianos! – dijo en su idioma natal – Sé que nuestras almas serán solo una, y eso vulnera nuestras costumbres, pero debemos hacer caso al Gran Patriarca ante esta situación difícil. ¡Unámonos! ¡Impidamos una nueva masacre!

 

Tras devorar a su presa, Yakon salivó todavía más, porque aún tenía hambre. Entonces una luz en el cielo bañó el terreno por un momento. Cuando se dio la vuelta, la bestia únicamente podía ver a un namekiano delante de ella.

 

– ¿Han huido? – se preguntó el gigante mirando hacia los lados.

– No – respondió Cargot seriamente, cuya mirada parecía otra y su musculatura ahora estaba más definida – Pagarás lo que has hecho. Tú y tú – señaló entonces a Pui Pui, que tembló inconscientemente.

 

Yakon siguió sonriendo y abrió la boca sacando una lengua repugnante.

 

En un instante, Cargot se situó justo debajo de su rostro y pegó una patada lateral perfecta hacia arriba, acertando en el mentón de la criatura. Esta vez, una buena porción de la lengua cayó al suelo, inerte.

 

El monstruo no pudo reaccionar de otro modo que sujetando su boca lastimada y rugiendo – ¡RAAAWR! ¡LO PAGARÁS! – intentó vocalizar sin mucho éxito.

 

El namekiano no se quedó quieto y atacó de nuevo, pero esta vez, Yakon le esperaba y comenzó a lanzar golpes sin pausa con sus afiladas garras.

 

Ahora la pelea estaba mucho más igualada y Pui Pui se percató de ello.

 

– Como esto siga así – murmuró – puede acabar mal. No permitiré ningún fallo – entonces se adentró en la nave.

 

Mientras tanto, el combate continuaba. Yakon acuchillaba el aire sin llegar a rozar a Cargot y este golpeaba con éxito. La envergadura del gigante le hacía un blanco fácil y se estaba empezando a enojar; ahora los aciertos dolían. Su nuevo oponente era más peligroso y estaba notando el cansancio. Las habilidades del monstruo se caracterizaban por su poder, fuerza y rapidez, pero era una bestia con poca inteligencia y no sabía combatir con técnica.

 

¡Trash! – tras colocarse a su espalda a ultra velocidad, Cargot pegó una fuerte patada en la nuca que empujó al gigante hasta tirarle de bruces al suelo.

 

Entonces lanzó una onda de Ki que estalló en el lomo del monstruo y seguido fue a rematar la combinación de ataques con un puñetazo en plena cabeza.

 

Yakon se volteó con rapidez y cazó su puñetazo con una mordida veloz y precisa.

¡Arg! – Cargot tenía los dientes de su adversario profundamente clavados en el antebrazo. Ya apenas sentía su extremidad, sentía el dolor.

 

Tenía que actuar rápido antes de que el gigante verde se aprovechara de su aprisionamiento, y así lo hizo. Con brusquedad y sufrimiento, Cargot tiró de su brazo hacia atrás, desgarrando la herida y amputándose el miembro al mismo tiempo, de manera que su mano quedó en el interior de las fauces del animal. Aprovechó el impulso para posicionar el mismo brazo mutilado a una altura propicia para golpear y, en un abrir y cerrar de ojos, su brazo se regeneró con exaltación formando un puño preparado para bajar y acertar implacable en la sien de Yakon.

 

¡Pam! – el cuerpo del enorme enemigo ya no se movía. Parecía K.O.

 

Cargot, recuperando el aliento por tan duro combate, se elevó en el aire y se tranquilizó. Su Ki se incrementó enormemente, creó una gran bola de energía amarilla entre sus manos y la lanzó al cuerpo inconsciente de Yakon.

 

La explosión fue muy concentrada y varios pedazos de aquella criatura se vieron desperdigados por todo el terreno, cayendo entre la tierra árida, la hierba del lugar y las aguas cercanas del mar.

 

Cargot contempló el campo de batalla. Entre todos los cuerpos, reconoció el de su hermano caído en combate y recordó los dos que murieron devorados por Yakon. La rabia le inundó por un momento, pero de repente recordó a Zeol, su hermano sanador. Cuando dirigió su mirada hacia su posición, ya estaba cerca.

– Lo siento, Cargot. Habéis tenido que optar por la unión...

– Era la única salida – dijo entre dientes – Ahora acabemos con esto.

 

Se dio la vuelta, apuntó con la mano a la nave y comenzaron a surgir rayos que bombardeaban su palma, originando a su vez una esfera de Ki.

 

Pero entonces la luz parpadeante volvió a emerger del interior de la nave y de la puerta surgió una persona con vestimentas azuladas y una cara diabólica. Sus facciones malvadas por naturaleza desvelaban su gen demoníaco y su color rojizo; y sus pequeños cuernos en la cabeza lo corroboraban. Los pedazos de Yakon fue lo primero que pudo distinguir entre el terreno.

 

– Yakon ha sido... destruido – pudo observar Dabra, Dakka del mundo de los demonios. Acto seguido dedicó una mirada furtiva a Cargot, que estaba sorprendido, mirándole desde el aire.

 

– Zeol – llamó Cargot a su hermano namekiano cuando pisó tierra firme, pero sin quitar un ojo de encima al recién llegado – Cúrame rápidamente y ve a avisar a la aldea. Dile al Gran Patriarca que se preparen para lo peor.

– ¿Cómo? – contestó Zeol, mientras comenzaba a sanar a su hermano – Seguro que podrás con él, Muuri lo solucionará, traeré más refuerzos.

– No – le cortó Cargot. No hay más guerreros en Namek. Si caigo yo...

– Está bien – sentenció su hermano con tristeza y preocupación – Confiamos en ti – entonces se dio la vuelta y despegó a toda velocidad hacia la aldea.

 

Dabra ya se había apeado de la nave y se encontraba a unos metros de Cargot, cruzado de brazos.

 

– ¿Dónde va tu amigo?

– No te importa ¿Qué haces aquí? Si no os marcháis todos, acabaréis como los demás.

– Veo que Yakon ha sucumbido al final – dijo sonriendo el malvado demonio – Con razón Pui Pui me ha llamado. Parece que tenéis recursos. Creímos que erais pacíficos y que no daríais problemas.

– Pues ahora sabéis más de nosotros, pero te invito a irte antes de resultar herido.

– Jejeje... – no pudo evitar reír Dabra – He oído la conversación con tu compañero. Eres el último que puede defender este planeta ¿Eh? Adelante, ataca.

 

Cargot sabía que le estaba provocando, pero no tenía más opciones que defender su planeta y a sus hermanos.

 

Dio un gran impulso y empezó a lanzar patadas y puñetazos a bocajarro, el Dakka se limitó a esquivar su acometida de brazos cruzados, moviéndose como una hoja entre el viento.

 

– ¡Maldición! – gritó Cargot de impotencia. Ahora sabía que su rival estaba muy por encima de sus posibilidades.

 

Cuando Dabra se cansó de dejarle en ridículo, borró la sonrisa de su rostro, dejó de cruzar los brazos mientras seguía esquivando a su oponente y con una rapidez anormal sacudió la cara de Cargot con su diestra.

 

Aquello paró en seco el ataque del, namekiano, quien se llevó la mano a la boca de inmediato y se percató de que comenzaba a sangrar – Uf...

 

El siguiente golpe fue un rodillazo en el abdomen y un gancho de izquierda seguido de un voleo de derecha. Todos los golpes eran precisos y fluidos, tan rápidos que no podía verlos. Tras ello, Cargot aún se mantenía en pie, pero todo le daba vueltas. Aquellos golpes en la cabeza le estaban dejando inconsciente.

Sin esperarlo, Dabra le barrió las piernas de una patada baja y pegó un puñetazo justo en el pecho que le mandó bien lejos.

– ¡Zip! – el demonio apareció detrás de Cargot en su recorrido y le pateó de nuevo con fuerza – ¡Blam!

 

El último guerrero namekiano cayó al mar y se perdió entre sus profundidades.

 

2 comentarios:

  1. Acabo de ponerme al dia nuevamente con tu historia. Me encanta el rumbo que esta tomando, espero que volvamos a ver a los Guerreros Z en algun punto, y ver que sucede con el plan de Purple.
    Ojala Glova y Akkaia tengan su final feliz XD

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    1. Me alegro de que sigas al día y de que te vaya gustando! :D

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