Capítulo 14 - Instinto
Akkaia había llegado antes. Ella
contemplaba a un trío de personas de piel rojiza y orejas puntiagudas que
parecían recién llegados. Tras ellos, un portal dimensional de color oscuro se
cerraba lentamente, produciendo chispas a su alrededor.
Uno de los tres recién llegados
levantó su mano en dirección al cielo, donde se suspendían en el aire Glova y
Glacier. Tenía aspecto decrépito, con pelo largo y cano, sustentado en un largo
cayado.
– Ya dije yo que no nos costaría
encontrarlo – comentaba el más alto de los tres.
– Ya – el de más baja estatura, pero
también el más corpulento, asintió serio.
Glova y Glacier pisaron tierra firme y
se situaron junto a Akkaia.
– ¿Quiénes sois? – preguntó Glova –
¿Qué hacéis aquí?
– ¿Eres tú el asesino del Gakka?
– Son demonios... – susurró Akkaia,
sorprendida.
– ¿Buscáis venganza? – cuestionó el
saiyan, tranquilo – No tenéis nada que hacer.
– Es él – comentó el demonio más viejo
con una voz rota.
Entonces los otros dos se
arrodillaron, descansando una rodilla en el árido terreno.
La expresión de incredulidad de Glova
y Akkaia apenas se comparaba con lo divertida que encontraba Glacier la
situación.
– ¿De qué va esto? – preguntó Akkaia,
confusa.
– Eso me gustaría saber – añadió el
saiyan.
Los dos jóvenes demonios se levantaron
y, sin alzar la mirada del suelo, el más alto habló.
– Como mano ejecutora del Gakka, ahora
tiene una responsabilidad que cumplir.
– Lo aclaré tras aquella batalla. No
me interesa reinar en ningún sitio, y menos en vuestro mundo.
– Ya supusimos esa respuesta, pero no
estamos aquí para hacerte el nuevo Gakka.
– Ve al grano.
– Nuestro mundo está muy dividido,
nuestros clanes están en tensión bélica continua. Sin nadie en el reinado, los
demonios más poderosos están empezando a luchar entre ellos para incorporarse a
la fuerza como nuevo Dakka. En poco tiempo estallará el caos.
– Creía que era eso lo que os gustaba.
– Con respeto – intervino el demonio
de menor estatura sin sonar muy respetuoso– Vuestro mundo no sabe nada del
nuestro. El odio forma parte de nuestra naturaleza, pero todo el mundo sabe que
el caos destroza cualquier sociedad. Queremos que...
Entonces el demonio más alto le dio un
codazo en la cabeza sin ningún tipo de disimulo.
– Necesitamos – recalcó el menor,
dolido por el golpe – que usted, por favor, nos ayude a recuperar al Dakka.
– Olvidadlo – le cortó Glova – No
pienso ayudaros.
Tras unos segundos en silencio
intentando contener el rencor que desprendían sus miradas, el más alto habló.
– Creíamos que los tuyos valorabais la
compasión y el amparo al necesitado.
– Eso es cierto – añadió Glova – Pero
también tenemos en cuenta valores como la justicia. Y vosotros – su tono fue
cortante – no merecéis mi ayuda.
– Os dije que no serviría de nada – se
mostró malhumorado el demonio más alto, dándose la vuelta para volver. No tuvo
más remedio que pararse en seco al percatarse de que el portal ya no estaba.
– Él nos ayudará – insistió en
susurros el viejo demonio.
– ¿No te sientes responsable por lo
que hiciste? – le preguntó el menor – Mataste al único demonio que unía a todos
nuestros clanes a través del respeto, el único demonio que quedaba en nuestro
mundo con sangre directa de la realeza.
Esto llamó la atención del saiyan y el
demonio se percató de ello.
– Generaciones enteras morirán en
guerras.
– No lo hice por diversión – pero el
ser de tez rojiza había conseguido abrirle una pequeña brecha de culpabilidad.
– ¿Por qué motivo el Dakka no está con
vosotros? – preguntó Akkaia, curiosa.
– Hace siglos que un brujo conocido
como Babidí tomó su mente por malas artes y ahora le utiliza para cumplir sus
planes – respondió el demonio de menor estatura con una expresión de verdadero
asco.
– Tal y como hizo con Hazam hace
millares de años – aportó el viejo demonio.
Akkaia se quedó paralizada, no podía
creer lo que escuchaban sus oídos. Los recuerdos de su pasado resurgieron como flashbacks
en su cabeza.
– No es el mismo brujo – dijo ella
entonces.
– ¿Qué? – los demonios se miraron
mutuamente, algo sorprendidos.
– Fue Bibidí el que controló a Hazam
hace miles de años. Ahora su hijo, Babidí, es el que manipula al descendiente
de Hazam.
– ¿Cómo sabes eso? – le preguntó el
más alto de los recién llegados.
– Yo fui una de sus víctimas, uno de
sus experimentos. Conozco bien a Bibidí y a su familia...
– Fascinante – aportó Glacier sin
percatarse de haberlo dicho en voz alta – Cuesta creer que todo esto sea pura
casualidad.
– Deberíamos ayudarles – opinó Akkaia.
Entonces el demonio anciano sonrió pícaramente.
– Akkaia – intervino tajante Glova –
Esto es serio.
– Escuchad – le interrumpió ella.
Entonces cogió de los brazos a sus compañeros y los apartó unos metros alejados
de los demonios – Babidí aprendió de su padre. Tiene muchas habilidades y si
está usando a alguien tan poderoso como el Dakka será por el mismo motivo por
el que lo hizo su padre: quiere crear un monstruo muy peligroso y, si lo
consiguiera, todos estaríamos en peligro. Matarle solo aportará beneficios para
el universo. Me dan igual estos demonios, pero debemos hacerlo por el bien del
mundo.
– Parece que tus palabras guardan algo
de rencor – sonrió Glacier.
– Claro que guardan rencor – aclaró
ella, como si fuera obvio – Quiero acabar con su vida yo misma.
– Necesito meditarlo – comentó el
saiyan.
– Yo iré – dijo ella – Con o sin
vosotros.
Entonces se dio la vuelta para hablar
con los demonios.
– ¿No crees que puede ser interesante
enfrentarte a ese tal Babidí? – le preguntó Glacier.
– No estoy convencido de esto. Cuando
pienso en perseguir a alguien por el universo, dejo atrás mi entrenamiento,
entre otras cosas.
– Sé a lo que te refieres – Glacier se
dio la vuelta y despegó – Pero piénsalo bien. ¿Sólo entrenas por ti mismo?
El demonio más viejo abrió un portal
similar al que habían visto cerrarse y los tres demonios entraron sin
despedirse. A los segundos, el portal se cerró.
– Tienes dos semanas para decidir si
me acompañarás – le dijo Akkaia, seria – Tienen que prepararse para la
persecución. Una vez listos, volverán – su cuerpo levitó y se dirigió al lugar
selvático, donde a veces dormitaba.
La noche había caído y la temperatura
descendía rápidamente. Cuando la media luna desprendía su luz en el cielo,
Glova ya había recorrido un buen trecho de desierto.
Iba descalzo y sostenía sus botas en
las manos. Caminaba arrastrando los pies por la arena, sintiendo un mar de
rocas bajo sus piernas. Pensaba en el pasado, en el presente, pero no en el
futuro.
Cuando llegó a aquel túnel que tantos
recuerdos le traían, lo cruzó lentamente hasta llegar a la sala donde Khän le
esperaba sentado en su trono.
– Te estaba esperando.
– Maestro, no sé si sentirme culpable
por el asesinato del regente de los demonios – le comentó deduciendo que
estaría ya al tanto de lo ocurrido – Tampoco sé si está bien apoyar la venganza
que tanto ansía Akkaia. Mi experiencia fue placentera, me sentí bien viendo
sufrir a Freezer, separando la cabeza del cuerpo de su padre... – mientras
hablaba, su cola se tensó, como si estuviera reviviendo aquella batalla – Pero
tú me enseñaste a observar. A pesar de todo lo ocurrido, siento que mi venganza
fue un fraude, al igual que la vida que me acompañaba.
– No todo acto está bañado por la luz escarlata
de la rabia – interrumpió Khän – En ocasiones, el color del diamantino
invencible de la justicia la hace relucir. Pero – le miró fijamente – no solo
temes tu vida, también la de Akkaia.
– Así es – susurró, algo avergonzado
el saiyan – No sé si apoyar esta cruzada.
– Recuerda, pequeño, que el corazón
aprende, pero sólo lo importante de lo que no es capaz la mente.
– No sé qué quieres decir con eso.
Khän sonrió, pero únicamente con los
labios.
– Acompáñale – dijo el gigante
mientras se levantaba.
Cuando llegaron hasta una pared, Khän
posó su mano en ella y esta cedió con un suave chasquido, como si pequeñas
piedras cayeran por un corto acantilado silíceo.
La sala donde entraron era todo
penumbra, excepto por una hermosa fuente de luz: una fuente de la que emanaba
aquel fuego en estado líquido, el zumo de los dioses, según Khän lo denominó
hacía años.
– Tu escudo te representa – dijo el
gigante – Debes observar qué reflejo da él de ti. Es su consejo.
Glova elevó ligeramente el blasón. A
la luz de aquella fuente, su metal refulgía un precioso color ambarino,
intermitente y cambiante como una llama.
– Sé que debería comprender eso, pero
creo que no ayuda – se burló el saiyan.
– ¿Alguna vez hiciste caso al instinto
que llevas dentro?
– ¿Mi instinto? – intentó comprender
Glova – Supongo.
– ¿Sabiendo en el mismo instante que
estás haciendo caso a tu instinto?
– Hmm – dudó él – Creo... creo
que sí.
– ¿Y aun así lo llamas instinto? ¿O
quizás al razonarlo deje en esencia de serlo? – entonces señaló a la fuente –
En ocasiones, esta energía fluye en vuestro interior, pero no os dais cuenta.
¿Cuánto tiempo pasa un animal hasta que se percata de que, sin respirar, muere?
Más aún: hasta que comprende que su objetivo ha sido cumplido.
– ¿Qué quieres decir?
– Debe marchar.
– ¿Crees que es el destino de Akkaia
ir en busca de la venganza que ansía?
– No, pequeño, él debe marcharse.
Glova miró a Khän a los ojos. Supo a
qué se refería, un pinchazo de dolor cruzó su costado.
– ¿Qué? – preguntó sin querer creerle –
No puedes irte ahora. Aún tienes mucho que enseñarme – su voz temblaba
levemente.
– Mientras la luz bañe tus sentidos,
no será la luz de él la que se esfume entre dos... – entonces le tendió su mano
abierta, con una sonrisa que no dejaba mostrar sus dientes.
– ...amigos? – sentenció el saiyan
procurando acabar con rima mientras el nudo de su garganta se hacía
insoportable.
La mano enguantada del saiyan agarró
la gran palma de Khän, que envolvió por completo el puño de su aprendiz.
La presión era anormal en un apretón
de manos, pero Glova reconocía aquel gesto.
– ¿Es esto un signo de despedida? –
preguntó con lágrimas en los ojos.
– Uhmm – pensó Khän sin apartar
la mirada intimidante de los suyos – Más bien... de amistad – sonrió el
gigante.
Sin preverlo, Khän recibió rápidamente
un abrazo. El más fuerte que hubo recibido. En un instante tenía la cabeza de
Glova aplastada en su pecho. A pesar de la túnica, sintió las lágrimas humedecer
el fino ropaje.
Cuando el saiyan le dejó ir, Khän le dirigió
una última mirada, aquella que siempre ponía en todo momento, tan especial como
ordinaria.
El gigante subió el escalón que
desnivelaba la fuente del suelo y acto seguido introdujo el siguiente pie en el
hermoso líquido – Adiós – Su cuerpo iba desvaneciéndose, formando parte de
aquella sustancia, igual que una ráfaga de humo dispersada en el suave viento
del atardecer.
Glova se derrumbó de rodillas delante
de la fuente. Su corazón resentía ahora un hueco que siempre había sido
sustituido por su maestro. Ríos de enseñanza y sabiduría perdidos por sus
recuerdos añoraban un pilar en el cual grabarlos a fuego.
Tumbó el escudo delante de sus piernas
y dejó caer su cabeza y brazos en él. Allí echado, intentaba pensar en otra
cosa que no fuera el vacío que sentía en aquellos instantes. Prefería estar
dormido, casi prefería estar en uno de los recuerdos artificiales que marcaron
su vida tan falsamente.
Tras unos minutos entre el silencioso
sonido de la fuente de fuego, el saiyan de vestimenta azulada se reincorporó en
su cubículo de arena. Al hacerlo, vio su rostro en el escudo, bañado por la
única luz intangible del recinto rocoso.
Con el reverso de su guante se
restregó los ojos húmedos por las lágrimas y se irguió con calma. Recogió su
blasón y salió de aquella sala por la misma puerta movediza por la que entró,
la cual se cerró con el mismo chasquido que cuando se abrió. Glova sintió
entonces que, aunque quisiera volver a entrar en aquella habitación, no podría
hacerlo.
Volviendo por donde había venido, vio
el trono de Khän desde detrás y escuchó un ruido sordo, como si algo pesado
cayera al suelo. Entonces vio, en efecto, algo rodar que salía desde la
posición del gran asiento de piedra. Era la Blantir.
En un segundo la recogió y se sentó en
el lugar de su maestro, acarició el cristal de la esfera y se limitó a mirar su
profundo vacío hasta que encontró una magulladura. Sabía que la parte que le
faltaba a la esfera estaba en su paladar, y entonces valoró aquel regalo.
– Siempre has sido de lágrima fácil –
comentó Glacier, que acababa de entrar en aquella sala.
Tras alzar un segundo la mirada, Glova
volvió su vista a la esfera.
– La primera vez que te vi en persona
casi lloras cuando supiste de la muerte del viejo – recordó Glacier su primer
día en el mundo tras eones encerrado – ¿Quieres hablar de algo que te adolece?
Cuando el saiyan negó con la cabeza,
Glacier suspiró aliviado.
– Menos mal, nada me apetecía menos.
– Khän se ha ido – murmuró Glova con
pesadez.
La expresión de Glacier cambió – ¿Cómo
que se ha ido?
– No volverá.
– ¿Estás bromeando? ¿Qué hay de tu
entrenamiento? No tengo intención de ser tu maestro hasta el fin de tus días ¿Y
qué pasa con mi piedra? - añadió
preocupado – Me imagino que el hechizo que la ata a la Blantir desaparecerá
como bien dijo, ¿No?
Lo cierto era que en aquel momento
nada le importaba demasiado al joven saiyan. Su amor por Khän punzaba
intensamente. Un amor que nunca nadie le había dado y que se robusteció durante
años, ahora quemaba como el katchin candente.
Metió los dedos en su paladar y
extrajo como si fuera un aparato bucal aquel trozo transparente de Blantir que
contenía en su interior la joya púrpura. Brilló con una luz azulada mientras lo
hacía. Cuando lo sostuvo en su mano, se lo lanzó a Glacier – Aquí tienes.
El praio, sin saber muy bien qué era
hasta que el objeto llegó hasta su palma izquierda, lo interceptó con
precisión. Pero entonces sintió dolor.
– ¡Ahhh!
Glova no pudo ignorar aquel grito.
Cuando volvió su mirada a su compañero, este abarcaba una de sus manos con la
otra. El pedazo de Blantir estaba en el suelo, reconocible gracias al reflejo
de la luz de las antorchas que adornaban la sala.
– ¿Qué te ha pasado? – preguntó
confuso.
– Es el hechizo del viejo – dijo
cabreado. Pocas cosas le habían producido tanta quemazón – No puedo tocarla
hasta que me la merezca – por el tono de voz, parecía irritado – A saber cuándo
demonios me pertenecerá…
Con la cola, Glacier dio un preciso
golpe a la porción de Blantir, que fue arrojada hasta Glova, quien la atrapó en
el aire y le echó un ojo, por si había algo raro en su interior; como si
pudiera escrutar en las profundidades del cristal el poderoso hechizo que
escondía.
– ¿Qué decisión tomarás? – preguntó
Glacier – ¿Lo has meditado ya?
Intentaba desviar el tema de la ida
del viejo, pero tan solo recibió un gesto negativo por parte de su compañero.
– Vamos – intentó animar Glacier
mientras se acercaba al trono de piedra – El viejo ya ha hecho mucho por el
universo, y la huella que ha dejado en ti aún hará más. Me lo dijo él.
Glova tornó sus ojos a él, interesado
por lo que acababa de decir.
– Tú también estabas destinado a algo,
según lo que me has contado sobre tu juventud – objetó Glova.
– Quizás perdí mi oportunidad, pero
créeme. Aún hay retos que superar. Aún no hemos alcanzado nuestra meta – guiñó
un ojo y se dirigió a la salida.
El saiyan se quedó solo, pero se había
calmado. Intentó dormir en aquel asiento incómodo, pero no podía.
No era una mala postura, tampoco era
la vigorosa piedra donde intentaba descansar.
Pasaron horas hasta que abrió los ojos
antes de cerrarlos para caer en un profundo sueño – Sí – se dijo a sí mismo –
Mi instinto.
Adiós, Khän, te echaremos de menos.
ResponderEliminarLa nueva trama de Babidí està a punto de ser sacada del horno. >:)