Capítulo 13 - Todo por un sueño

 

Capítulo 13 – Todo por un sueño

 

– Ayer por fin lo conseguiste – le hablaba Glacier a Glova en el mismo terreno de entrenamiento de siempre – Veamos si hoy lo logras de nuevo.

 

Al lado de Glacier se encontraban Akkaia y Khän, esperando ver otra vez aquella energía dorada.

 

Glova, a varios metros de distancia, se concentró de nuevo y expelió su energía que a los pocos segundos se tornó brillante como el sol de aquella mañana.

 

– ¡Sí! – exclamó triunfante el super saiyan.

– Estupendo – continuó el praio – Es hora de testar tu poder ¿Quieres hacer los honores, Akkaia?

– Ni lo sueñes, Glacier – se quejó ella – Noto perfectamente que me supera por mucho. Hazlo tú. Desde que llegamos no has hecho más que mirar.

– Tienes razón – admitió – Pero era más emocionante ver cómo entrenaba contigo que hacer yo mismo de entrenador. Ahora parece que soy la persona más apropiada para esto.

– Pues aquí me tienes, Glacier – sonrió él abriendo los brazos y mostrando su nuevo y brillante aspecto.

– Como he dicho: tan solo calentaremos. No te excedas, debemos examinarte con detenimiento.

– Está bien.

 

Glova atacó a Glacier y este comenzó a defenderse bloqueando los golpes de su oponente.

 

– Este estado te proporciona un poder excepcional – comentó Glacier mientras paraba varias docenas de patadas y puñetazos.

 

El super saiyan se separó de él para coger distancia y volvió a acometer con velocidad. El praio, previsor, saltó esquivando su frenesí y cayó en picado hacia su contrincante, pero este evitó la patada que venía desde el cielo y, dando una voltereta en el aire, golpeó con fuerza la cara de Glacier, que fue derribado al suelo con un fuerte sonido.

 

Cuando Glacier se levantó, su contrincante le esperaba en guardia.

 

– Está claro que no controlas bien tu fase de super saiyan – rio mientras se acariciaba el mentón, lugar donde recibió el último golpe.

– Ya aprenderé – recalcó Glova antes de lanzarse de nuevo a por su rival.

 

Glacier paraba todos sus ataques y controlaba perfectamente los movimientos de su adversario. El enfrentamiento fue demasiado rápido; Akkaia estaba anonadada al ver que ambos pudieran llegar a semejante nivel.

 

Khän, por su parte, contemplaba con una expresión de indiferencia el combate (claro que aquella era su expresión natural) y tras varios minutos inmóvil, sus ojos expresaron algo extraño: realización. Entonces volvió caminando a su hogar subterráneo.

 

Cada día llevaban a más el potencial que aún quedaba por descubrir de aquella transformación. A la semana de práctica, Glova comenzó a usar la técnica de la energía corpórea en los entrenamientos, y Glacier notó la diferencia.

 

– Has despertado mi interés en el combate, Glova – comentó Glacier mientras volaba esquivando con dificultad algunas esferas de energía que buscaban su colisión en él.

– Me alegro – respondió el saiyan mientras las controlaba a la vez que rodeaba a su oponente para cortar su trayectoria – Supongo que necesitabas a alguien de tu nivel – entonces una de las esferas dio en el blanco, estallando en la cara del praio.

 

Glova aprovechó el momento y, apareciendo en un instante justo enfrente, proyectó una rápida patada que falló por poco. Glacier, a pesar de haber sufrido el impacto, no se había atemorizado, manteniendo la calma en todo momento y así mismo su concentración en el combate.

 

El saiyan sonrió. Sabía que estaba a la altura de su compañero, aunque no quisieran esforzarse al máximo.

 

Justo después, Glacier propinó un golpe con la palma de la mano en el pecho de Glova, empujándole para abrir distancias. El tamaño de Glacier le permitía una clara ventaja respecto al alcance de sus golpes.

 

Ambos en guardia, se disponían a continuar, pero Glacier se relajó y con un gesto de su mano señaló la detención del combate.

 

Cuando pisaron la templada arena del lugar, se acercaron y se sentaron uno frente al otro.

– Llegó la hora de hacer que comprendas mi técnica predilecta – le dijo Glacier – El Halio Kian.

– ¡Vaya! – se emocionó Glova – ¿Realmente puedo hacer eso?

– No he dicho nada parecido. Para empezar, debes buscar una relajación y concentración tales que harán de tu mente dos mentes.

– Entendido.

– ¿Entendido? – rio el pario, escéptico ante la simplicidad de su discípulo – Tras ello, deberás entrar en la mente del otro, como si quisieras comunicarte con él. Sin embargo, una vez dentro, deberás sentirte él.

– ¿Sentirme él? – se extrañó Glova.

– Sentir que el otro eres tú. No hay forma de saber a qué me refiero hasta que lo notes por ti mismo.

– Khän ya intentó enseñarme la técnica, pero no me dijo más que dividiera mi mente.

– El viejo conoce la teoría, pero no la práctica. Y eso es lo que voy a mostrarte. Ahora me meteré en tu cabeza, no te resistas, pero concéntrate para entender qué es lo que estoy haciendo.

 

Tras el asentimiento del saiyan, los ojos de Glacier se volvieron negros como el carbón y Glova se concentró en cómo su compañero actuaba en su mente.

 

Entonces la percibió: una sensación indescriptible, un sentimiento nunca antes reconocido. No era tristeza, ni ira, ni alegría, ni euforia... Aquella emoción se hallaba por encima de las que había advertido hasta ahora, en toda su vida.

 

– Comprensión – sonaba en su mente – Voy un paso por delante de lo que piensas, dos pasos de lo que pretendes y tres pasos de lo que haces. Te leo porque soy tú y tú podrías hacer lo mismo con cualquiera, pero debes buscar esta sensación y no hay manera ni pistas que seguir. Debes explorar tu mente para hallarla.

– Lo intentaré – abrió los ojos Glova, ilusionado.

 

Tras horas de concentración sin moverse un milímetro, Glacier parpadeó; cuando abrió los ojos la luz rojiza volvió a refulgir bajo el brillo del sol.

 

Glova abrió sus ojos al mismo tiempo con una expresión de claro agotamiento. Miró a su compañero y sintió su extenuación, estaba sudando y se sentía sin fuerzas.

 

– No deberíamos habernos quedado bajo el calor del desierto, no tuve en cuenta las diferencias fisiológicas entre nosotros. Te has deshidratado y tu esfuerzo te ha dejado apenas sin energías.

 

Glova calló de espaldas sobre la arena, semi–inconsciente. Entonces el praio lo cargó entre sus brazos y sobrevoló el árido terreno hasta el lago situado en el interior del área selvática. Allí soltó al saiyan, quien a los segundos emergió tosiendo y escupiendo agua.

 

– ¿Pero qué…? – soltó entre tos y tos, mirando por todas partes para situarse.

– Bebe un poco y sal de ahí, quiero mostrarte algo. Ya hemos entrenado suficiente por hoy – le dijo mientras salía caminando del lago y su cola se deslizaba rozando el líquido a sus espaldas, como si fuera el nado de una serpiente.

 

Extrañado por la reacción de su compañero, Glova se refrescó y siguió a Glacier hasta unos árboles cercanos, donde se sentaron a la sombra.

 

– ¿Sabes por qué debo redimirme? – le preguntó seriamente Glacier.

– No – contestó el saiyan, que dejó caer su espalda al tronco del árbol – Nunca me lo has contado. Como parecía algo personal entre tú y Khän, no pregunté.

– Tú eres la herramienta con la que eximiré el error más grave que cometí.

– Si tu intención es ser abstracto, lo estás consiguiendo. Khän dijo algo de que debías hacer de mí el héroe que perdiste, es lo único que recuerdo.

– Eso es. Espera, te lo mostraré todo para que lo entiendas – entonces se acercó a él – Posa tu mano en mi cabeza.

 

Sin dudarlo un segundo, Glova hizo caso y recorrió la mente de Glacier. Comenzó a ver cientos de imágenes secuenciadas por segundos; estaba, prácticamente, viendo el pasado:

 

“Una vez muerto Fridio, Glacier volvió a su nave y puso rumbo a Lia. El maestro de su mejor amigo le había puesto en su contra, y lo pagaría caro.

 

La nave aterrizó en la explanada donde Glacier estaba acostumbrado a apearse. Sin embargo, el planeta era diferente: no había rastro de vida, los bellos fuegos que iluminaban los edificios y los grandes templos estaban extinguidos y no sentía presencia de vida alguna. Un cielo gris espesamente nublado mantenía un ambiente lúgubre por toda la ciudad.

 

– ¿Han adelantado el gran viaje? – se preguntó Glacier al apearse de su vehículo, algo molesto al no poder hacer frente al maestro de su amigo caído en combate.

– Así es – respondió una voz familiar.

 

– ¿Por qué no te has ido con los demás, maestro? – respondió Glacier sin volverse, reconociendo de inmediato la procedencia de aquellas palabras.

– Si estás aquí solo... significa que traes muerte en tu camino – dijo Khän, ignorando la pregunta por un momento.

– Pusisteis a Fridio en mi contra – comenzó a decir Glacier – Pero eso no me importa tanto como la misión que le encomendasteis.

– Nadie le obligó a tomar su decisión, del mismo modo que a ti tampoco.

– ¿Por qué ninguno de ustedes comprendéis mi elección? – cuestionó aún sin volverse – Estoy preparado para equilibrar el mal que mi raza está causando.

– Caerías tarde o temprano.

– ¿Qué podría detener el corazón decidido y la voluntad firme de mi persona? – le reprochó Glacier, dolido al recordar que incluso su compañero cayó ante su poder. Un trueno resonó en el cielo.

– El espíritu de un corazón cultivado – contestó Khän – Recuerda: estamos ligados por vínculos tenues a la prosperidad o a la ruina.

– ¿Acaso posees tú ese corazón de fuego? – rio Glacier.

– No comprendiste las reglas que conforman al mundo. No te comprendiste a ti mismo.

– No pienso tolerar obstáculos ante mi disposición. Así que... adiós, maestro – entonces se dispuso a volver de vuelta a su nave.

 

Pero otro trueno irrumpió en la conversación a la vez que el grito de khän – ¡¡GLACIER!!

 

El praio se detuvo y tornó su mirada hacia Khän. Pero este último tenía entre sus manos algo que el guerrero nunca había visto en persona antes: una esfera cristalina de color oscuro pero brillante.

 

– ¿Qué es eso? – preguntó Glacier sorprendido – ¿No será una...?

– ¡En el nombre de los dioses! – contestó Khän.

 

Tras pronunciar aquellas palabras, la esfera comenzó a irradiar una luz más blanca que las estrellas. El fulgor que desprendía era tal que el tono de todo lo que la rodeaba era blanco y las formas a los ojos sólo se diferenciaban por sus irregularidades y sombras, no por sus colores.

 

– ¿¡Qué!? – el praio sintió una atracción inamovible hacia la esfera. En el mismo instante en el que toda aquella luz le englobó, sintiendo que estaba equivocado, desconociendo realmente por qué.

 

Entonces escuchó aquellas palabras dirigidas a él por la Kaioshin del Este.

– Nadie sabe cuándo, pero este no es tu momento – le dijo con su diligente voz.

 

Notó cómo la hermosa gema violeta que aprisionaba en su mano derecha se desvanecía por sí sola, como humo entre sus dedos.

 

– Y aquí permanecerás – escuchó de la boca de Khän – hasta que completes tu expiación y repares el mal que has causado. Hasta que sea tu momento.

 

De repente todo alrededor de Glacier tomó el tono de un espejo que reflejaba el espacio, la nada. Pisaba el vacío y sus sentidos primarios no atisbaron nada.

 

A partir de ese momento, aquel repudiado moraría solo en un mundo dimensional en el interior de aquella esfera.

 

Glova abrió los ojos y retiró la mano de la cabeza de su compañero.

 

– Desde entonces – dijo Glacier – solamente entablé conversación con el viejo y mis días de reflexión se convirtieron en un martirio, por lo que opté por entrenar mi mente, el único alivio que encontraba en una dimensión como aquella.

 

Wow... – fue lo único que respondió Glova. Estaba anonadado – ¿Qué pasó entonces con la guerra entre praios?

– No lo sé con certeza. Me da la impresión de que Khän tenía razón, que se destruyeron unos a otros hasta poder contarse con dedos de una mano. Según lo que pude ver y oír a través de ti, Freezer y Cold eran los últimos de mi raza.

– El año que conviví con Piccolo en aquella sala de entrenamiento – le interrumpió Glova – me contó muchas de las aventuras y peligros que han ido padeciendo nuestros amigos de La Tierra. Mencionó lo que pasaron contra Freezer y la impresión que tuvo de Cold, pero nombró además a un tal Cooler, hermano de Freezer, que quiso enfrentarse al saiyan que había matado a su familia. Goku fue quien tuvo que hacerle frente y quien le derrotó.

– Entonces quién sabe... – dijo Glacier – Quizás aún quede alguien por el universo perteneciente a mi raza. Aunque eso ya no importa, nuestra era terminó.

– Supongo que somos especies en peligro de extinción – bromeó el saiyan.

– ¿Qué es eso? – preguntó Glacier rápidamente, alzando su mirada atenta hacia el norte.

 

Glova percibió al instante aquella energía, un Ki maligno que había surgido de la nada a miles de kilómetros de su posición, hacia el norte. No, se percató, eran varios.

 

A años luz de allí...

 

– ¿Cómo que prefieres no enviarnos los mandos de control? – preguntó Toser – Estás empezando a molestarme, Oriam. Que tengas al monstruo en tu poder no te permite romper nuestro pacto.

– No te conviene provocar una guerra contra nosotros dos – añadió Onel, desconfiado.

– Tranquilos – insistió Oriam, atendiendo a la grabación encapuchado – Tan sólo os invito a que vengáis a buscarlas. Tarde o temprano encontraremos a Babidí, y Purple obedece de forma automática a todo lo que cualquiera le ordene a menos que se estén utilizando estos mandos – entonces mostró a la cámara una fina corona circular.

– Por eso mismo fueron creadas tres, y nos pertenece una a cada uno – añadió Toser.

– ¿No os dais cuenta de que, si a mí me pasara algo a manos de ese brujo, el monstruo estaría bajo sus órdenes? Ese sí que sería el fin de nuestros sueños.

– ¿Qué propones entonces? – preguntó Onel.

– Propongo que vengáis hasta aquí y que, llegado el momento de enfrentar a Babidí, estéis los dos cerca para que, si a mí me pasara algo, vosotros continuéis controlando a nuestro monstruo – sonrió Oriam – Si no fuera así y yo acabara muerto, el brujo lo tendría fácil para subyugarle.

– Nunca nos hemos visto en persona por motivos de seguridad – intervino Toser – ¿Qué te hace pensar que vamos a traspasar esa barrera de confianza?

– En ese caso – continuó Oriam – tendré que arriesgarme, pero vosotros tenéis tanto que perder como yo. Recordadlo. Hacedme saber si cambiáis de opinión, caballeros, pero no voy a arriesgarme mandar a un viaje cósmico vuestros dos mandos. Ahora mismo, esto vale demasiado.

 

Entonces cortó la emisión.

 

Purple, sentado a pocos metros de Oriam, sonreía – Ya caerán en la trampa – susurró – Haz que tus sirvientes traigan el almuerzo.

– Enseguida – respondió Oriam. Al levantarse, su capucha cedió, dejando ver su cabeza cubierta por el casco que controlaba su mente.

– No olvides que no pueden verlo – le recordó Purple mientras contemplaba a su marioneta caminar hasta una pantalla de comunicación situada en la pared de su pomposo dormitorio.

– Sí, señor – dijo él antes de cubrir de nuevo su cabeza.

 

El monstruo púrpura sonrió de nuevo.

– Tengo hambre.

1 comentario:

  1. Parece que hay intrusos en Glasq, intrusos malignos...

    ¡Espero que os guste!

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