Capítulo 12 – Bajo control
En el planeta donde Oriam vivía,
también entrenaba diariamente la obediencia de su arma secreta: Purple fue
llamado. Se encontraba en una habitación sellada y llevaba en la calva cabeza
un fino casco compuesto de tres prolongaciones, como una delgada garra que
atrapaba el cráneo de aquel ser. Sin este aparato, el monstruo creado por el
milenario brujo Bibidí estaría probablemente destruyendo cada cosa que viera
por delante. Aun así, él era consciente de que su mente estaba siendo sometida
neurológicamente y, aunque llevaba semanas intentando zafarse del casco, su
voluntad no se lo permitía. Sin embargo, aquella noche, mientras todos dormían,
un sentimiento de rabia e impotencia anormales se apoderaron de su conciencia e
hizo un esfuerzo titánico por librarse de lo que le obligaba a ser un sirviente
de Oriam. Ninguno de los ingenieros responsables del aparato controla–mentes
podría haber previsto el tipo único de cerebro contra el que iba a ser testado
y, quizás por simple casualidad, el sistema falló por poco.
Su mano violácea llegó hasta su nuca
con rapidez y pulsó temblando el botón que sostenía una correa ajustada al cuello
y permitía que el casco en forma de garra se mantuviera firme en su cabeza. Su
brazo bajó deprisa, obedeciendo la orden del aparato, aún en funcionamiento.
Estaba sudando, pero lo más difícil ya
había pasado. Haber aflojado el casco había sido brutalmente complejo para él.
Comenzó a mover de forma brusca la
cabeza hacia un lado y hacia otro. Respiraba con dificultad, sus impulsos
parecían dañarle, su voluntad pretendía ser otra, pero a lo largo de las
semanas había aprendido a soportar aquella tensión inhumana.
El casco resbaló un poco, suficiente
como para permitir cierta libertad al monstruo.
Por fin, se liberó completamente del
aparato y tuvo el instinto de destruirlo, pero aquellas semanas de sumisión
habían despertado cierta madurez y paciencia en aquel ser. Sonrió y se abrochó
la correa en el brazo.
La alarma sonó con intensidad. Las
luces rojas por los pasillos significaban que Purple había forzado y abierto su
celda sin autorización.
Oriam despertó sobresaltado y,
nervioso, se vistió rápidamente. Debía llegar sin demora hasta la sala de al
lado, donde había una carísima nave espacial preparada para huidas de
emergencia.
En cuanto abrió la puerta, vio a aquel
ser violáceo que durante tantos días había estado bajo su control. Dio unos
pasos atrás y se fijó en que no llevaba puesto el controla–mentes, sino que lo
sujetaba con la mano izquierda.
– Perdóname la vida – suplicó Oriam –
Te lo ruego – dijo de rodillas, muerto de miedo.
Al minuto, varios soldados llegaron
ante la puerta del dormitorio y apuntaron a su interior con armas pesadas y
amenazantes – ¿Señor? ¿Está bien? ¿Señor?
– Tranquilos – les contestó Oriam
sentado en su sillón, de espaldas a los guardias. A su lado se encontraba
Purple, quieto y contemplando junto al ricachón las vistas de su habitación,
que daban a un precioso paisaje con una pequeña cascada.
– El monstruo se ha escapado, señor
¿Hay algún inconveniente?
– En absoluto, tan solo ha sido una
equivocación. Le di a este botón sin quererlo – del sillón salió a la vista su
mano, que portaba un mando, con un botón rojo en medio – Esto hace que el
monstruo venga hasta mí en cualquier caso de emergencia.
– De acuerdo, señor. Escoltaremos al
monstruo a su celda de nuevo.
– No os preocupéis – concluyó Oriam
con voz calmada – A partir de ahora, el monstruo será mi guardaespaldas y
estará conmigo en todo momento.
– Eh... – carraspeó el soldado – Como
usted ordene, señor.
– Retírense – ordenó Oriam.
– Sí, señor – los soldados volvieron a
sus puestos tras cerrar la puerta, más tranquilos al pensar en una posible
lucha contra aquel terrible guerrero, del que ya conocían su potencial.
– Lo has hecho muy bien – le susurró
Purple a Oriam, quien miraba desde su asiento por la ventana, pero a ningún
punto fijo en concreto – Ahora me contarás unas cuantas cosas.
Oriam asintió. Tenía el casco puesto
en la cabeza y bien sujeto por el cuello.
– Soy consciente de que has charlado
con tus colegas de por qué soy tan necesario para tus planes. Así que aclárame
– sonrió – ¿Por qué perseguís a ese brujo? ¿Por qué perseguís a Babidí?
Mientras tanto, en Glasq...
– ¡Demasiado lento! – le decía Akkaia
mientras esquivaba los ataques de Glova y le daba golpes en las zonas más
desprotegidas.
– ¡Quién diría que fueras tan rápida!
– masculló el saiyan mientras intentaba acertar con sus puños.
– Sin tu transformación en simio
gigante, hay una gran diferencia entre tú y yo – le respondió propinando otro
suave toque en el costado de su oponente.
La mano de Glova había agarrado la
muñeca de su contrincante justo después de aquel golpe – Pero aprendo rápido –
con la mano de Akkaia aprisionada, voló para pegar una patada a la máxima
velocidad a la que pudo ir, pero no fue suficiente. La guerrera se agachó con
maña y, desde abajo, pegó una patada a la espalda de Glova, quien cayó como un
trapo al suelo arenoso del desierto, dolorido por el golpe.
– Uff... – se quejó mientras
acariciaba su espalda buscando una postura en el suelo que le resultara más
cómoda – Habría menos diferencia si me dejarais usar el arte de la energía
corpórea.
– Te lo prohibimos a conciencia –
respondió Glacier, que se acercaba caminando – Ya has calentado.
– Eso creo – dijo Glova mientras se
secaba el sudor de su frente con la mano enguantada.
– La clave de la transformación en
super saiyan – explicó Glacier – es la ira.
Glova no fue el único sorprendido,
Akkaia y Khän miraron a Glacier con confusión.
– ¿Aprendiste eso en La Tierra? – le
preguntó Glova.
– Lo lógico es pensar que tu ira
desbloqueó aquella forma cuando te transformaste en super saiyan en el Palacio
de Dende – Glacier alzó una mano para que nadie le interrumpiera – Además,
Gohan, el hijo de Goku, no superó sus limitaciones de super saiyan hasta que un
acontecimiento excedió su furia: tu muerte. Aquello acrecentó su enfado, la
muerte de un miembro del grupo aumentó su miedo a perder a sus seres queridos,
lo sentí. Por último, antes de que todo esto ocurriera, Cell y Gohan tuvieron
una conversación muy interesante.
– ¿Tú los escuchabas? – cuestionó
Glova – Estaban bien lejos.
– Al igual que Piccolo, yo los oí
perfectamente. Cell creó aquellos soldados para hacer sufrir al grupo y
despertar el poder de Gohan, cosa que no ocurrió hasta que tú moriste.
– ¿Entonces debo enfadarme?
– Así es. Y creo que estos momentos de
tu vida forman una oportunidad ideal.
Glova miró con seriedad a Glacier,
pero bajó su mirada rápidamente – Quizás tengas razón.
– Tal y como hizo Gohan – aclaró
Glacier – Haz estallar tu energía y concéntrate en lo que más te enfada.
El día transcurrió con el mismo
entrenamiento: una y otra vez, el saiyan hacía crecer su energía con furia
mientras sus gritos envolvían el cielo. Tanta intensidad y poder desprendido
durante tantas horas pareció crear cambios en el clima. De hecho, una gran nube
oscura fue creciendo sobre sus cabezas y al cabo de más horas, los truenos
acompañaban los bramidos del guerrero saiyano.
Ya de noche parecía que algo
espectacular fuera a suceder, pero Glova dejó de expeler energía y cayó al
suelo, derrumbado y agotado.
El único que aún estaba enfrente del
saiyan era Glacier.
– Nadie dijo que fuera fácil – murmuró
él.
Al día siguiente, Glova se despertó en
una cama del hospital de Mul Freezer.
– Ah... – gruñó – Me duele todo.
Akkaia, que estaba a su lado devorando
un plato preparado por el centro médico, reaccionó.
– ¡Por fin! No sabes lo aburrido que
es este sitio. Cómete tu almuerzo y sigamos entrenando.
– ¿Me desmayé?
– Eso dijo Glacier – aclaró con la
boca llena – Supongo que es normal, después de estar todo el día así.
El saiyan se levantó con cuidado.
Todos sus músculos estaban tensos – No sé si esto servirá de algo.
– Deja de quejarte, sólo has entrenado
un día.
Cuando llegó a la cueva de Khän,
Glacier le esperaba, preparado para hacer lo mismo que había hecho el día
anterior: vigilar pacientemente el entrenamiento de Glova.
– ¿Cómo sabes si esto dará resultado,
Glacier? Si desbloquear el estado de super saiyan se obtuviera mediante un simple
ataque de ira, mi propia raza hubiera descubierto la forma de hacerlo hace
cientos de años.
– Corrígeme si me equivoco – le
contestó él – pero la sociedad saiyana que vivía en el planeta Vegeta no era
demasiado poderosa, quizás el estado de super sayian requiriese un potencial que
no muchos poseen. Además, creo que no solo consiste en hacerte rabiar, sino
también en controlar esa rabia, utilizarla en tu beneficio.
– Supongo que tiene sentido – asumió
Glova, tras meditarlo un segundo. Pero arrastró aquellas palabras sin muchas
esperanzas.
– ¿Entonces a qué esperas? Subamos a
la superficie.
Los días siguientes fueron copias del
primero. El cuerpo de Glova fue acostumbrándose al entrenamiento y, a las pocas
semanas, sus reposos fueron menos duraderos. No necesitaba tantas horas de descanso
para el mismo tipo de ejercicio.
De esta forma, a veces, en su tiempo
libre se introducía en el gran bosque, donde entrenó por primera vez en su
vida, cuando no tenía más de cuatro años. Aquellos recuerdos le traían buenas
sensaciones y olvidaba todo aquello que diariamente debía recordar e
intensificar para hacer estallar su furia.
Uno de esos días, Akkaia le siguió y
se sentó a su lado mientras contemplaba una pequeña extensión de tierra rodeada
de árboles, decorada con lianas y hojas que colgaban y caían.
– Aquí empecé a sentirme poderoso.
Imaginándome como un futuro soldado de la élite de Freezer.
– ¡Qué expectativas! – se burló ella.
– Jamás hubiera pensado que asesinaría
al emperador. Es de locos – Glova miró al cielo nocturno – Creo que... si mis
tutores no me hubieran metido en esa máquina, yo jamás hubiera llegado donde
estoy ahora.
– Es probable – le respondió Akkaia –
Si es cierto eso de los zenkais de los Saiyans, está claro que tu poder no
sería la mitad de lo que actualmente es.
Diversos insectos hacían ruidos que
mantenían alejado cualquier silencio que pudiera concebir la conversación.
– Aun así – continuó ella – El mérito
sigue siendo tuyo. Estoy segura de que no muchos lo hubieran soportado. Mírame
a mí. Mi poder proviene de la magia de un brujo, pero ahora me pertenece, me da
igual quien diga lo contrario: soy yo la poderosa, y es la realidad.
Cuando volvió su mirada, el saiyan la
besaba en los labios. Sorprendida, Akkaia se retiró.
– ¿Qué... significa esto para tu raza?
– Eh... – Glova se quedó en blanco.
Aún no sabía, en aquel momento, por qué lo había hecho.
– Me arriesgaré – dijo entonces ella,
abalanzándose sobre el saiyan. Con rapidez vertiginosa, Akkaia empujó a su
compañero hasta caer al agua.
El placaje les había conducido hasta
el pequeño manantial que circulaba en aquella zona selvática. La luz de la luna
incompleta relucía en aquella charca mientras el abrazo se extendía más allá de
la pasión de ambos, mientras la cola de Glova abarcaba la cintura desnuda de
Akkaia, mientras los brazos de ella abarcaban su espalda.
Los lazos entre los dos compañeros se
habían hecho más fuertes cada día. Akkaia era la única con la que podía estar
mientras Glova descansaba en el hospital y, aunque pasaba el resto del tiempo
con Khän y Glacier, su atracción por la muchacha era clara.
Akkaia, por su parte, supo desde un
principio que aquel saiyan le interesaba, pero, sin saber realmente por qué,
jamás pensó en hacer de aquellos sentimientos una realidad. Quizás fueron las
complejas circunstancias. Nunca pensó demasiado en aquello. Fue casual,
natural.
A los días siguientes, Khän y Glacier
notaron desde el principio, de alguna manera, el vínculo del día anterior, pero
no lo comentaron. De hecho, tomaron la situación como algo meramente normal.
– A calentar – ordenó Glacier.
Combatir con Akkaia se hizo más fluido
desde entonces, sus movimientos volvieron a ser más encadenados, sus ataques y
sus defensas con el escudo fueron, salvando las distancias, más inteligentes
que los métodos de su contrincante, quien, a pesar se poseer un gran poder,
jamás había aprendido artes marciales. El resultado del combate no fue
diferente, pero Akkaia notó que tuvo que dar más de sí que de costumbre.
– Este Glova es al que él entrenó –
dijo Khän refiriéndose, claro, a sí mismo.
– Yo también quiero saber moverme como
él – exigió Akkaia mientras irónicamente esquivaba una patada – Entréname,
Glacier.
El praio miró extrañado a la muchacha,
pero en cuanto dedujo a qué se refería, cambió sus planes.
A partir de entonces, mientras Glova
se concentraba en su ira, Akkaia aprendía del praio, quien le empezó a mostrar
cómo luchaba un verdadero artista marcial. Los movimientos, los puntos de
concentración que orientan en la batalla, la búsqueda de la debilidad del
adversario y la búsqueda de puntos fuertes en uno mismo.
Al cabo de meses y meses de
entrenamiento en los que el grupo completo fue conociéndose entre ellos
mientras todos practicaban, la técnica de Akkaia llegó a mejorar notablemente,
aunque Glova parecía no avanzar.
Mientras Glacier y Akkaia peleaban,
una patada de la chica dio directamente en el mentón del praio, desviándole el
rostro hacia el lado contrario. Glacier, sin quejarse lo más mínimo, volvió a
girar la cabeza hacia la dirección donde Glova estaba. Aun a kilómetros de
distancia, notó que algo extraño sucedía, el Ki del saiyan cambiaba.
– Volvamos con Glova – dijo Glacier,
con voz serena.
– Podrías fingir al menos algo de
dolor – le reprochó Akkaia mientras despegaba.
Ambos se pararon en el cielo nublado
para contemplar desde las alturas a su compañero.
Khän estaba a pocos metros del saiyan,
y su túnica vieja bailaba hacia atrás por la energía desprendida de su pupilo.
– ¡¡Ahhhh...!! – Glova gritaba con
rabia, como siempre había estado haciendo, pero esta vez su aura sufría un
cambio, el Ki de Glova parecía dorado al mecerse al viento, mientras los
truenos resonaban en el desierto. Las venas del guerrero se le exaltaban por el
cuello y la sien y sus ojos parecían no poseer iris ni pupila del blanco que
resaltaban. Su cabello se erizaba cada vez más, al igual que los pelos de su
cola, que iban en sintonía tornándose rubios intermitentemente.
Un cúmulo de espasmos eléctricos y un
sonido explosivo cedió el grito del saiyan. Tras un destello luminoso, su
cuerpo parecía otro. El azul marino de su traje saiyano parecía más claro de lo
habitual debido al aura dorada que le rodeaba. Sus cabellos eran rubios y sus
ojos relucían un argénteo color verde. La luz que desprendía el super saiyan
era una verdadera llama en la plena oscuridad de aquel páramo.
– Es imposible... – balbuceó
sorprendida Akkaia – Su... Su poder es colosal...
– Así es – confirmó Glacier mientras
la áurea luz bañaba su media sonrisa.
Glova miró sus propias manos
temblorosas, rodeadas de un Ki sorprendente. ¿Lo había conseguido? ¿Estaba ya a
la altura de los demás saiyans de La Tierra?
Al calmarse, el aura desapareció, pero
su aspecto continuó siendo el mismo. Su cola apareció rozando el costado
derecho, como si presumiera del nuevo pelaje.
– ¡Lo he conseguido! – gritó entre
suspiros, intentando tomar aire.
Khän se acercó a él y posó su gran
mano en su cabeza, alborotando el nuevo peinado – Aquel que entiende, con
seguridad abrirá su mente.
Glova sonrió y le abrazó con fuerza.
En aquel mismo instante...
– De acuerdo, sacrifiquemos discreción
a cambio de rapidez. Ampliaremos los esfuerzos de búsqueda y estrecharemos
nuestra distancia con el brujo – confirmó Onel desde su nave – Espero que no te
equivoques. La misión de nuestros espías estaba avanzando hasta ahora.
– Nuestro tiempo se acaba – responde
Oriam.
– ¿Puedes aclararme por qué diantres
llevas capucha? – preguntó Toser a Oriam en la misma videollamada.
– No es de tu incumbencia. Tengo…
pruebas de que pueden estar espiándonos.
– ¿No eres un poco exagerado? Nunca
mencionamos datos cruciales en estas llamadas – insiste Toser, también desde su
nave – Además, ¿quién iba a plantarnos cara ahora que estamos unidos?
– Deberías preguntarlo al revés,
compañero – contestó Oriam desde la oscuridad de su capucha – ¿Quién no iba a
estar en nuestra contra?
Entonces Oriam cerró la conexión.
– ¿Compañero? – se extrañó Toser.
– Creo que esconde algo – dice Onel –
Vigílale, le conoces más que yo y te será más fácil encontrar pistas
sospechosas.
– Eso haré, por el bien de ambos.
Tener nuestra arma secreta en sus manos quizás sea una tentación demasiado
fuerte para nuestro socio.
Purple se encontraba en la misma
habitación de Oriam.
– Bien – felicitó el monstruo al
encapuchado – Veo que esto puede llegar a buen puerto.
¿Qué poder habrá dominado Glova? ¿A qué altura estará?
ResponderEliminarLas cosas se complican para los aristócratas de la galaxia.
¡Espero que os guste!