Capítulo 5 - El mejor deseo de todos

 

Capítulo 5 – El mejor deseo de todos

 

 

– ¿Y dice usted que no puede luchar ahora? – preguntó el comentarista de fino bigote a Mr. Satan.

¡Ayy! – gimió él cuando se dio cuenta de que había parado de fingir dolor para enfocar su atención a lo que sucedía entre los combatientes – ¡Cuánto me duele el estómago, mamá!

– ¡Esto es horrible! – se dirigió a la cámara, lleno de polvo – Nuestro héroe Mr. Satan padece un maléfico dolor de barriga que le impide participar en el torneo. Nuestras esperanzas recaen en aquel grupo de valientes que osan desafiar a Cell en... en el aire.

 

– ¿Otra vez tú? – replicó Cell a Glacier – Creía haberte dejado agónico en el suelo.

– Ya he dado las gracias a todos los allí presentes por prestarme sus energías para acabar contigo.

 

Cell miró hacia los guerreros Z. Entre ellos se encontraba de pie Vegeta, sujetando su brazo dislocado.

 

– Sí – continuó el praio – Sin la ayuda de Vegeta, probablemente tendrías un respiro más duradero. Quizás deberías haberle matado cuando tuviste ocasión.

 

Los ojos de Cell temían un final más posible del que tenía planeado hacía unos minutos.

 

– ¡Bastardos! – maldijo entonces – ¡Aún me quedan energías para matarte!

 

Cell dejó bullir su energía, creando de nuevo un aura amarillenta que se adornaba a sí misma con espasmos de electricidad, haciendo resonar la fluctuación del Ki. Entonces emprendió una carrera directa a Glacier, pero cuando ya estaba a punto de golpear, notó un fuerte arrastre hacia atrás, parando su acometida en seco. Era Gohan, que velozmente le había alcanzado y sujetaba su pie con fuerza.

 

– ¡Maldito renacuajo!  – gruñó – ¡Suelt...

¡Plam! – Glacier pateó su cara bestialmente, haciendo que la mandíbula del bioandroide se despegara tajantemente de su rostro y saliera volando.

 

Gohan y Glacier emprendieron una somanta de golpes a Cell, quien intentaba defenderse sin mucho éxito. La coordinación de los dos oponentes era abrumadora; además, la energía del bioandroide había sido mermada excesivamente debido a su último Kamehameha, en el que apostó una victoria segura.

 

En un instante, Cell cubrió su cuerpo con una barrera esférica, que repelió el frenesí de sus contrincantes. Glacier y Gohan la rodearon y esperaron.

 

El aspecto del villano era pésimo. Su lengua colgaba sangrienta de su cara sin mandíbula inferior, su piel amoratada y polvorienta hacían de su apariencia aún más deplorable.

 

– Callado me gustas más – se burló Glacier – seguro de la victoria.

 

En un segundo, Cell regeneró su boca al verse humillado – Mierda – pensó – Me está empezando a fatigar regenerar una pequeña parte de mi cuerpo. Esto se me va de las manos y no poseo una segunda bomba en mi interior. Debo... debo huir... ¿Pero a dónde? No percibo otras energías desde aquí. Me encuentro embotado y cansado... y mi barrera no durará eternamente...

 

En un instante, los ojos de Glacier se volvieron oscuros como el carbón, refulgentes como una perla en la profundidad del océano.

 

Entonces apuntó con las manos abiertas a Cell – Gohan, dispón tu mejor ataque.

 

El super saiyan, tras un segundo de vacilación, se alejó unos metros y se preparó. Sin exclamar ningún sonido, el Kamehameha surgió entre las palmas del joven, brillando con intensidad, haciéndose a cada segundo más luminoso.

 

– ¿Qué? – Cell dio la espalda a Glacier para contemplar al joven que le miraba con desprecio. Pero algo le distrajo más – ¿Por qué mi barrera sigue en pie? – pensó para sí – Quiero librarme de ella, pero no consigo hacerlo – entonces tocó con las manos la esfera en la que se encontraba y sus palmas fueron repelidas con dolor.

– No es tu barrera – dijo Glacier, que seguía apuntando a Cell – Ya no.

 

El peligroso oponente estaba sorprendido. Los poderes de Glacier le desconcertaban: estaba manipulando su propia barrera. Lo más irritante era que estaba seguro de alguna forma de que lo hacía a través de él mismo, pero no sabía cómo detenerle – ¿Crees que me tienes atrapado? – entonces se llevó dos dedos de la mano derecha a la frente. Podía teletransportarse al lado de Vegeta, su Ki se percibía a Kilómetros a pesar de haber prestado gran parte de su energía a Glacier – Adiós.

 

Pero enseguida se dio cuenta de que algo estaba mal, la mirada oscura de Glacier había penetrado en su mente y no le permitía hacer la Transmisión instantánea – ¿Qué? Oh, no... Serás... – desesperado y nervioso, volvió su mirada a Gohan, que parecía ya preparado para lanzar su gran ataque.

 

– Cuando te diga, dispara – ordenó Glacier a su compañero, quien asintió seriamente.

– ¡Cobardes! – exclamó Cell, desesperado y con venas resaltadas en el cuello.

 

De entre las palmas de Glacier emergió una concentración de luz púrpura, que parecía ser rodeada por diversos aros del mismo color.

 

– ¿Preparado? – gritó en voz alta mientras su energía y la de Gohan chillaban al oscuro cielo – ¡Ya!

 

Los dos luchadores lanzaron sus ataques con gran furor. El Kamehameha de Gohan apenas había chocado con la barrera cuando ésta se esfumó como si fuera una pompa de jabón, permitiendo su recorrido.

 

El ataque de Glacier se extendió cilíndrico hacia su objetivo. Era violáceo y en el interior de la ráfaga parecía que giraba sin parar una infinita tira de ADN.

 

Cell no tuvo más remedio que oponer resistencia a los dos ataques al mismo tiempo. Abrió sus brazos y cada mano resistió un impacto de energía, provocando un fuerte sonido envolvente, como el de una cascada que descarga su agua contra las rocas.

 

¡¡Yiaaah!! – gritaba Cell, furioso, resistiendo lo insostenible.

 

La superioridad de los ataques en su conjunto comenzó a sobrepasar la obstinación de Cell y las ráfagas comenzaron a traspasar los huecos entre los dedos de sus manos.

 

De un momento a otro, su palma derecha (que resistía el ataque de Glacier) empezó a ceder y su piel comenzó a desintegrarse. Al poco tiempo, Cell se vio superado, y su chillido fue cubierto por el choque entre los dos ataques, que ahora se encontraban en confrontación, con el bioandroide en el centro de la misma.

 

– ¡¡Nooo...!! – el grito de exasperación predominó por un instante al ruido que provocaba el potente flujo de energía.

 

Los ataques de Gohan y Glacier se enfrentaron durante un largo minuto, hasta que la técnica púrpura del praio comenzó a ganar terreno al cerúleo Kamehameha de Gohan, quien ya sentía su extenuación al límite.

 

Ambos pararon de atacar al unísono y el punto de confrontación estalló de forma ensordecedora, provocando una onda expansiva que tambaleó a los guerreros Z y que arrastró por el suelo a los humanos que se esforzaban por mantener en directo el combate.

 

La gran tormenta de arena desprendida por el enfrentamiento dejó de molestar a los espectadores, que ahora escrutaban entre el polvo del aire para conocer el verdadero resultado de la batalla. Todos excepto Krillin y Vegeta emprendieron el vuelo para acercarse y contemplar la escena.

 

– Ya... ya no noto su Ki – murmuró Piccolo.

– Yo tampoco – dijo Tenshinhan, que le seguía.

 

Al acercarse vieron a Gohan y a Glacier ya en el suelo, separados por la misma distancia a la que habían combatido.

 

Gohan se tiró al suelo de espaldas y su pelo se ennegreció rápidamente.

 

– Parece que todo ha terminado – susurró Glacier.

 

Apenas lo podían creer, el monstruo del Dr. Gero ya no existía. Una brecha de luz relució dentro del corazón de todos ellos.

 

Aquella misma noche, todos cargaron con los cuerpos de Trunks, Glova y la androide 18; todos excepto Vegeta, quien se fue solo, con el orgullo roto.

 

– ¡Sal, Shenron! – ordenó Dende.

 

Las siete bolas del dragón comenzaron a iluminarse y a flotar para despegar al cielo negro, invocando al dragón divino.

 

La expresión de Glacier era de asombro y sin poder ocultarla, dio unos pasos hacia atrás para poder contemplar con mayor detenimiento a la enorme criatura.

 

– Antes de resucitar a Glova – intervino Tenshinhan – ¿Sabemos sus intenciones? – miró a Piccolo – ¿Cómo nos aseguramos de que no son malas o codiciosas? Imaginad que desea la inmortalidad y en realidad es otro saiyan con avaricia y sed de poder. Nuestros problemas no habrían hecho más que empezar – se dirigió a Glacier – No te ofendas, pero no os conocemos de nada.

– Eres un desconfiado, Ten – le contestó Krillin – Nos ha ayudado a matar a Cell, ha muerto por nosotros.

 

Glacier parecía obnubilado contemplando a Shenron, quien, impaciente, les llamó la atención con su grave voz – Perdonad, pero no tengo mucho tiempo. Formulad vuestros deseos.

 

– Tranquilo – dijo Piccolo – Tuve la oportunidad de charlar con Glova durante un año entero acerca de su vida. No creo que se haya inventado nada y sus intenciones son buenas.

– Está bien – contestó él, más calmado.

– ¡Queremos que resucites a todo el mundo que haya sido asesinado por Cell! – exclamó Yamcha.

 

De repente, Trunks y Glova se despertaron y miraron a todo el mundo a su alrededor.

 

– ¿Qué ha...? – susurró Glova mirándose las palmas de las manos, cubiertas por los chamuscados guantes blancos. Pero un gigante dragón interrumpió su pregunta.

– Te lo explicaremos todo – le dijo Krillin – Ahora, como prometimos, pide tu deseo.

– Yo... – se levantó Glova para mirar uno a uno a todos los presentes – Deseo que devuelvas a la vida a Khän, mi maestro.

 

Los ojos rojos que miraban a Glova desde las alturas se iluminaron por un momento – Es fácil. Deseo concedido – contestó Shenron – Adiós.

 

El dragón desapareció para dejar en el aire siete esferas brillantes que se esparcieron por el planeta.

 

El cielo volvió a adornarse de estrellas y el Palacio de Dende era la única fuente de luz que les permitía distinguirse los unos de los otros.

 

– ¿Ya... ya está? – no pudo evitar preguntar Glova.

– Glova, hemos ganado – le habló Gohan.

– Sí, debiste haber visto a Glacier en acción – mencionó Krillin.

– ¡¿A Glacier?! – se sorprendió el saiyan – ¿Me he perdido cómo luchaba Glacier?

– ¡Y cómo combatió Gohan! – dijo Yamcha con énfasis – Fue todo un espectáculo digno de su padre.

 

Entonces un silencio incómodo superó a la alegría de la victoria.

 

– ¿Qué os pasa? – Glova miró por todas partes, buscando a alguien que faltaba – ¿Dónde está tu padre?

 

De esta forma, le explicaron con detalles todo lo sucedido tras su muerte y él los compadeció por la pérdida, pero también les felicitó por tan gran hazaña.

 

Krillin, Ten y Yamcha se despidieron entonces, y Gohan y Trunks volvieron a las casas de sus respectivas madres.

 

– Estáis invitados, si os place, a pasar la noche – animó Dende a Glacier y Glova.

– ¿Cuál es tu plan? – le preguntó el praio – ¿Quieres ponerte ya en marcha?

– Mi plan es... – dudó el saiyan – No lo sé... No, qué va. Nos quedaremos aquí y mañana pondremos rumbo a Glasq.

– De acuerdo – contestó Glacier caminando hacia el palacio – Por mí, bien. No me gusta viajar.

 

Aquella noche Glova cenó como nunca antes lo había hecho – Volver de la muerte da apetito – decía mientras mordía un muslo de pollo – ¿Vosotros no coméis?

 

Todos excepto Piccolo estaban sentados alrededor de una impoluta mesa redonda, y ninguno más que Glova engullía alimento. Dende sonreía.

 

El namekiano, apoyado en el marco de la entrada de la habitación, contemplaba la bella noche ensimismado y pensando en todo lo acontecido en un sólo día.

 

– Nosotros no necesitamos alimentos – dijo Dende – sorprendido por el apetito de los saiyans.

– ¿Tú tampoco? – preguntó Glova al alto Glacier – Desde que te conozco no te he visto comer nada.

– ¿Eh? – parecía algo distraído – Ah, no. Muy de vez en cuando – entonces se levantó y se fue al patio del palacio para echarse en el suelo, al borde de una caída de Kilómetros desde la Atalaya. Allí el viento soplaba con mayor libertad y las vistas hacia lo lejos dejaban entrever un conjunto de luces provenientes de algún pueblo lejano.

– ¿Dónde... duermo yo? – preguntó Glova – No me digas que vosotros tampoco dormís...

– Tranquilo – le calmó Dende con una sonrisa – Mr. Popo te guiará a tu dormitorio.

– Gracias por la hospitalidad – se levantó – Hasta mañana.

 

Cuando Glova despertó, la duda volvió a su cabeza ¿Qué hacer ahora? Todo dependía de la resolución de una duda.

 

– ¡Buenos días! – saludó a Dende y a Glacier, que estaban sentados en el filo de la Atalaya, mirando hacia abajo, a la Tierra.

– Este planeta es genial – le dijo Glacier, retirando su mano de la cabeza del crío – Está lleno de vida extraña por todos sus rincones.

 

– Extraña para ti, quizás – rio Glova – Hay muchos planetas como este. Tengo una pregunta que hacerte, Dende – dijo entonces cambiando bruscamente de tema.

– Haré lo que pueda por resolverla – respondió él, amigable.

– ¿Puedo utilizar de nuevo las bolas de Dragón? – Glacier volvió su mirada a su compañero, curioso por la pregunta.

– Hm... claro, pero tienes que buscarlas por todo el planeta. Además, no serán útiles hasta dentro de un año.

– ¿Un año? ¿Se han esparcido por todo el planeta? – se sorprendió Glova – Eso no me lo contó Piccolo.

– ¿Podemos saber para qué las quieres de nuevo? – preguntó el namekiano adulto, que apareció de dentro del palacio.

– Veréis... Tengo una extraña enfermedad que me limita durante varios años. Si el Dragón puede cumplir cualquier deseo, querría que me curara.

– Está bien, dijo Piccolo, quien ya conocía aquellos datos sobre el saiyan.

– Bien – Glova se cruzó de brazos – Supongo que vale la pena esperar unos años de búsqueda…

– No te preocupes por eso – le tranquilizó Piccolo – Bulma, la madre de Trunks, tiene un radar con el que podrás encontrarlas fácilmente en cuanto estén activas.

– ¡Genial! Entonces viajaré por el planeta durante un año completo y luego buscaré las esferas del Dragón. ¿Cómo llego hasta la casa de esa tal Bulma?

– Acércate – le pidió Dende a Glacier cuando se situó en otra punta de la atalaya, mirando a la inmensidad de las nubes.

 

Glacier llegó hasta él y posó su mano en la cabeza del crío.

 

– Es justo allí.

– De acuerdo – sonrió Glacier.

– ¿Entonces me acompañarás? – preguntó Glova a su compañero.

– Pues claro, quiero ver este mundo con mis propios ojos.

 

No pudo evitar sonreír – Piccolo, antes de partir – mostró sus demacrados guantes puestos y exhibió su armadura rota, llena de agujeros y líneas fracturadas – ¿Podrías... tal y como hiciste en la sala de entrenamiento?

– Claro – Piccolo dio un chasquido con los dedos y la vestimenta saiyana volvió a su normalidad, restaurada por completo.

– ¡Gracias! Pues allá vamos – saltó al vacío con una mano alzada, despidiéndose de todos – ¡Volveremos dentro de un año!

 

Al llegar a casa de Bulma, se encontraron allí con todos los guerreros Z reunidos. Pudieron despedir de esta manera a Trunks, que se disponía a volver a un futuro alternativo.

 

– Perdonad por mi desconfianza – se disculpó Trunks con ellos antes de meterse en la máquina del tiempo – Sin vosotros, no hubiéramos podido derrotar a Cell.

– No hay nada que reprochar, Trunks – le sonrió Glova, aunque Glacier no se inmutó; pasivo, como si la cosa no fuera con él.

 

Tras ello y tras despedirse de todos los demás, consiguieron prestado el radar y comenzaron su viaje por todo el planeta.

 

La travesía por La Tierra fue provechosa para el saiyan y para el praio, quienes se fueron conociendo poco a poco. Exploraron el bello planeta por todos sus rincones y vivieron durante un año entero buscando sin prisas las Bolas de Dragon.

 

Un día cualquiera, volvieron a casa de Bulma para devolver aquel chisme – Aquí tienes – dijo al ofrecerle el radar a su dueña – Te agradezco la ayuda que nos has prestado.

 

Cuando volvieron a la Atalaya ya era de noche y el cielo volvía a desvelar algunas estrellas en el firmamento.

 

– Ahí tenéis – dijo Glacier desenrollando el final de su cola, donde había ido sujetando las esferas que ahora juntas parpadeaban brillantes.

 

Dende llamó al dragón y éste volvió a salir de la nada, oscureciendo el cielo con su divina presencia.

 

– Gracias, Dende – dijo Glova antes de acercarse al Dragón.

– ¿Cuál es vuestro deseo? – preguntó él.

 

Su voz resonaba en las cabezas de todos los presentes con gran reverberación y acústica y, aun así, el corazón del saiyan hacía temblar rítmicamente sus tímpanos y sus piernas le flaquearon cuando tragó saliva. No quería trabarse cuando hablara.

 

– ¡Deseo que me cures de la enfermedad que padezco! – gritó, animoso.

– No puedo hacer eso – la cara de Glova se transformó – En estos momentos no padeces ninguna enfermedad.

– ¿Qué? – Glova miró al suelo, casi en shock por lo que acababa de oír – ¿No estoy enfermo?

Ahhg... – suspiró Glacier – Es todo una gran mentira.

 

Glova le miró, nervioso. No sabía qué hacer, y tampoco sabía qué se proponía Glacier cuando avanzó dos pasos al frente.

 

– ¡Deseo que Glova conozca todo lo que no recuerda y todo acerca del mayor engaño de su vida!

– Está bien – contestó Shenron.

 

Los ojos de Glova centellearon a la vez que los del dragón. Su mirada de preocupación fue directa al suelo. Se desplomó de rodillas y su escudo, ceñido como siempre al antebrazo, resbaló haciendo ruido al caer.

 

Sus puños se cerraron mientras su cerebro recopilaba una inmensa cantidad de información escondida. La cabeza empezó a dolerle y uno de sus puños golpeó el suelo, enterrándose al instante en él, mientras la otra mano apretaba con fuerza su cráneo, sujetándolo como si le fuera a explotar en cualquier momento.

 

– ¡¡NOOO!! – las lágrimas brotaron rápidamente de sus ojos vidriosos su grito resonó en todo el lugar, provocando un eco aterrador. Su potente Ki tambaleó a Dende y le hizo caer de espaldas. Entonces el llanto del saiyan precedió todo y hundió su rostro entre los brazos desmoronados por el suelo. Su aura se tornó dorada y pareció más real. El inamovible peinado saiyano se tiñó rubio y se erizó de forma espontánea. Sus iris castaños escondidos entre los brazos relampaguearon verdes, refulgiendo entre el sollozo.

 

Glacier, Piccolo, Dende y Mr. Popo estaban anonadados. Ninguno de ellos excepto el praio sabían qué ocurría. Shenron, en cambio, no estaba dispuesto a esperar mucho.

 

– ¿Cuál es vuestro segundo deseo? – preguntó seriamente.

 

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