Capítulo 6
– El pacto
Una nueva existencia se sumaba a la que creía que era
su legítima vida. Glova dejó de airar su Ki e intentó calmarse como podía.
– ¿Ne... necesitáis un segundo deseo o algo? –
preguntó Piccolo, sorprendido por todo lo que estaba sucediendo – Shenron no
esperará eternamente.
Glacier, al ver que su compañero no reaccionaba a la
advertencia de Piccolo, miró al dragón a los ojos y volvió a formular un deseo.
– Quiero que adaptes nuestra nave espacial:
necesitamos que no requiera combustible y que pueda ir el triple de veloz,
manteniendo su seguridad intacta.
– De acuerdo – le contestó el dragón, cuyos ojos se
iluminaron rojos por un momento.
Las esferas mágicas se esparcieron de nuevo por el
planeta y el cielo volvió a la normalidad. La luna comenzaba a verse en cuarto
creciente, pero lo que más iluminaba la Atalaya era la energía dorada de Glova.
La cola del super saiyan se aferraba fuertemente a su
cintura, cosa que no acostumbraba a hacer a menos que peleara.
Glacier se acercó y puso una mano en su hombro –
Tranquilo – intentó consolarle – Al menos, ya no hay nada que te sea escondido.
– Necesito estar a solas – levantó su mirada,
cruzándose con la de Glacier – Perdonad – se disculpó a los demás con un nudo
en la garganta.
Entonces despegó provocando un fuerte sonido y su
estela de oro se perdió en el cielo.
– ¿Qué le ocurre? – no pudo evitar preguntar Piccolo.
– Es largo de explicar y no sé muchos detalles –
Glacier aún seguía con los ojos puestos en el resquicio que su compañero dejaba
tras de sí – Por eso, os recomiendo que os pongáis cómodos si queréis escuchar
lo que creo que ha sido de la misteriosa vida de este saiyan.
– ¿Por qué? – se preguntaba – Por venganza.
Ya sabía la respuesta. El Dragón divino le había implantado
el recuerdo y la memoria de lo que había acontecido. Y también una especie de
terrible sensación de que aquella era la pura verdad, que nunca podría borrarla
de la mente.
– ¿Por qué yo? – se decía a sí mismo – Por casualidad.
No, aquella respuesta no se la había regalado Shenron,
pero tal era su desdicha que necesitaba recriminar a alguien más que a sus
amados tutores ¿Qué mejor que culpar a algo tan abstracto como el azar? ¿Desde
cuándo creía él en las casualidades? ¿Desde cuándo no? Su mente era un tremendo
caos.
Cogía velocidad para dar la vuelta al precioso mundo
en el que volaba, como hizo en aquellos días de entrenamiento en Glasq (Un
nombre impuesto por otro tsufur responsable de su supervivencia y de su
complicada vida – maduró en un instante, casi sorprendido de saber tantos
detalles que hacían de la realidad una inmundicia).
Se zambullía en el mar y salía a la superficie como un
torpedo luminoso. Desconocía cuánto tiempo llevaba así cuando se percató de que
el Sol le reconfortaba secando su ropa mojada por la salada agua de las olas.
Se acopló en una roca costera y dejó que el viento del océano azotara sus
agotados ojos y su rostro reseco por las lágrimas.
Ya su aura no le rodeaba, pero su peinado rubio no
podía pasar desapercibido y su nuevo estado ciertamente le fascinaba. Su cola
volvió a desenrollarse y comprobó que era del mismo color de su cabello.
Brillaba rubia, como si fuera la de otro animal, diferente a cualquier saiyan.
Acarició los pelos de la misma como si hubiera alguna posibilidad de que aquel
color no fuese real.
Entonces miró al cielo y cerró los ojos verdes. Su
peinado cambió y volvió a su estado original al igual que la cola, que ahora
parecía dejarse mesar por el viento.
Tras un largo suspiro, sus ojos se abrieron castaños y
pareció como si viese de otra manera el mundo. Localizó el Ki de Glacier y
volvió de nuevo al palacio de Dende.
Allí, el praio le esperaba sentado, cruzado de brazos,
con los ojos cerrados, como si durmiera. Un silencio incómodo se apoderó del
lugar. Ambos percibían que estaban enfrente del otro.
– ¿Qué sabías de todo esto? – le preguntó Glova con
pesadez en la voz, sin vacilar.
– Nada claro – contestó él, sin abrir los ojos – Supe
de alguna forma que algo no andaba bien, al igual que lo supuso Khän, pero en
realidad no podíamos asegurarlo hasta que al viejo se le ocurrió algo y parece dedujo
más de lo que yo podía imaginar.
– ¿Qué dedujo?
– Nada bueno – continuó Glacier – El viejo tiene unos
poderes asombrosos, quizás no para defenderse, pero no he visto a muchos que
estén a su altura. Me dijo que desde que te conoció, sabía que andabas errado
entre una selva de confusión y que tus tutores no eran tan estimados como tú
creías.
– ¿Charlabas con él encerrado en aquella esfera?
– Pues claro que charlaba con él. Por pesado que me
pareciese, el viejo era el único ser con quien podía hacerlo. La soledad es
peor de lo que uno puede imaginar.
– Está bien, continúa.
– El día que él entró en tus sueños supo que no era un
sueño normal.
– Los recuerdos artificiales... – le susurraba su
propia voz en la cabeza.
– Supo que tus tutores te estaban manipulando de
alguna manera, engañando a tu memoria. Supongo que por eso quiso que entrenaras
la mente. Aun así, nunca adivinó cómo operaban en ti y en tus recuerdos o, al
menos, nunca me lo contó.
– Otsufur – oyó entonces, emergiendo aquella máquina
en los ojos de Glova, como si la viera justo delante.
Pareciendo un acto compulsivo, Glova se acarició
fuertemente uno de los brazos, justo donde recordaba haber tenido insertado uno
de aquellos cables. Rememorando cómo una mano conocida le conectaba a aquel
espantoso ataúd. La voz de Glacier le desconcertó.
– ¿Iba bien encaminado?
– ¿Eh? – el saiyan parecía embobado, sobresaltado por
la pregunta. Ahora Glacier le miraba, sentado en la misma postura.
– ¿Que si iba bien encaminado?
– El viejo – insistió él – ¿Su deducción era precisa?
– Erm... – se dejó caer en el suelo a su lado y
dio un suspiro entrecortado y nervioso – Es difícil de explicar.
– No tienes por qué contármelo si no quieres – le dijo
su compañero restándole importancia – No espero tanta confianza hacia mí.
– ¿Quieres que te cuente mi vida?
– Si te digo la verdad, echo de menos una buena
historia. De esas historias que me contaban cuando tan sólo era un crío, llenas
de valores crudos como la vida misma. Y he pensado "¿Qué mejor manera de
escuchar algo parecido que la historia de tu vida?" Siendo sincero, aquí
hay muchos tipos extraños, pero dudo que hayan tenido una existencia tan
compleja como la tuya.
Glova miraba al suelo, algo impactado por tantas
nuevas sensaciones.
– Si lo prefieres, volvamos ahora a la nave, pero a mí
me gusta este planeta – dijo Glacier, cambiando de tema – Yo no tengo prisa.
– Nací en el planeta de los Saiyans – Glacier sonrió –
El planeta Vegeta, un gran planeta rojo gobernado únicamente por mi propia
raza, pero hubo un tiempo en el que no era así...
El saiyan narró todo lo que el dragón Shenron le había
hecho ver e intentó ser breve, pero su corazón retumbaba en sus oídos por cada
nuevo recuerdo, como si todos los hitos de su memoria fuesen cruciales
para su vida. Su respiración fue dura y pesada en un principio, pero a medida
que iba explicando lo ocurrido en un cercano pasado, su voz dejaba de temblar y
comenzaron a brotar gestos de sus manos para acompañar la narración, asegurando
un mayor detenimiento de lo que explicaba. Mientras más avanzaba en la
historia, más se daba cuenta de que le hacía bien contarla. Estaba gritando al
mundo la injusticia de una deplorable vida por medio del relato. Lloró y cerraba
su puño enfurecido cuando recordaba sucesos sobre la gran mentira; reía y
secaba sus lágrimas cuando rememoraba los días de entrenamiento con Khän.
Cuando terminó de exponer su memoria ya era tarde y el
cielo anaranjado remarcaba suavemente las hermosas nubes que adornaban el
horizonte.
– Qué corto – comentó Glacier, que hasta entonces había
prestado toda su atención al saiyan.
– ¿Corto? – se extrañó Glova – Llevamos horas aquí
sentados.
– Las historias de las que hablé perduraban durante
varios días – sonrió – Pero entiendo que te parezca mucho tiempo. Aun así, ha
sido muy gratificante. Es una de las más originales que he escuchado.
– Gracias – sonrió Glova, divertido y sarcástico – Qué
halagador.
– Estoy seguro de que a Piccolo también le ha
encantado – alzó el praio la voz para que evidenciar aún más la presencia del
namekiano.
Piccolo salió de detrás de una impoluta columna
blanca del palacio.
– No... pude evitar saber más sobre vosotros – cierto
aire avergonzado hacía mella en sus palabras.
Glova no aguantó la carcajada y Glacier sonrió junto
con Piccolo.
– ¿No tenéis hambre? – preguntó de repente Glova –
Llevo horas sin comer nada.
Tras un buen atracón, Glova y Glacier se dispusieron a
partir y se despidieron de Piccolo, Dende y Mr Popo.
– Gracias por todo, amigos – Glova les sonrió y levitó
para emprender el camino a su nave.
– Adiós – Glacier se agachó para posar su mano en la
cabeza de Dende – Sé que nos volveremos a ver. Cuídate, pequeño.
Sobrevolaron varias ciudades antes de entrar en la
zona desértica donde se hallaba la nave espacial. Parecía la misma, pero cuando
entraron en ella, algunos mandos de control habían cambiado como por arte de
magia.
– Vaya – se sorprendió Glova – Gracias, Glacier, fue
una buena idea. Con estas velocidades llegaremos a cualquier rincón del
universo en poco tiempo.
– Lo hice pensando en mí – admitió él – No me gusta ir
de viaje.
Glova se sentó y puso en funcionamiento los motores
del vehículo tras un profundo suspiro. La pantalla del puente de mando se
encendió, mostrando un único mensaje recibido hacía meses.
– ¿Qué es esto? – se preguntó el saiyan antes de
pulsar en la pantalla para abrirlo.
El mensaje se abrió y en la pantalla apareció una
persona delgada sentada, ensombrecida por luces que no permitían ver más que el
cuerpo enchaquetado y las manos del extraño.
Glacier y Glova se miraron, buscando en los ojos del
otro alguna aclaración de quién demonios era aquel ser y enchaquetado.
– Un placer, señor G. Me presentaré con el nombre de
Cleff.
– ¿Cleff? – murmuró Glacier – Me suena... ¿No era ese
el nombre del que te contrató como mercenario? – se extrañó.
– No – Glova frunció el ceño, serio – Pero se parece.
– Verás – continuó la grabación – Probablemente no te
has olvidado del poderoso Cliv, gran inversor al que mataste.
– Ya empezamos... – comentó el saiyan con pesadumbre
en sus palabras – Sabía que habría represalias.
– Resulta que todos sus grandes negocios nos afectaban
a varios inversores. Tranquilo, no nos ponemos en contacto contigo por haber
asesinado al bueno de Cliv, sino porque dejaste sin cumplir un importante trato
por escrito que, en resumen, nos afectaba a más de uno. Cumple con tu palabra y
considérate pagado con la muerte de Cliv. Pulsa el botón de Aceptar o de Negar
para responder este mensaje y yo me pondré en contacto con usted para aclarar
los detalles, porque le guste o no, ha firmado un trato.
El video se cortó y Glova no contestó al mensaje.
– Paso de prestarles atención.
– Esa gente parece tener muchos recursos.
– Me da igual, que vengan y se enfrenten a mí. Puedo
destruir sus planetas de residencia en un segundo.
– Pareces algo alterado.
– Qué va – Glova puso en marcha la nave y marcó el
destino: Glasq.
Cuando hubieron transcurrido unas horas de viaje, una
llamada despertó a Glova, que se levantó de la cama, adormilado, y fue hasta el
asiento del piloto.
De pie, delante de la pantalla, se encontraba Glacier,
curioso por la situación.
Glova pulsó un botón y una imagen apareció en una
pantalla que ocupaba gran parte del cristal de pilotaje. Era un símbolo extraño
que no podía identificar. La llamada no usaba cámara alguna, sólo audio.
– Al habla el señor Cleff. Si me oye, señor Doom G.,
le gustaría saber que tiene más que perder de lo que piensa. Sabemos que ha
recibido el mensaje, pero está obligado a contestar.
– No les tengo miedo. No aceptaré seguir colaborando
con alimañas como ustedes.
– Ah... – suspiró él – Seré claro. No me
importan tus opiniones respecto a nuestro modo de actuar. Verás, todos los
datos de Cliv son nuestros. Así que, señor Glova, no nos obligue a hacer algo
innecesario.
De repente, en la pantalla aparecieron dos imágenes de
video.
– Estás viendo esto en vivo y en directo.
Eran dos celdas blancas, pero sucias por el descuido.
En cada una de ellas moraba una persona. Eran Lachi y Nasera, ambos desplomados
por el suelo de sus respectivas habitaciones y con sendos grilletesde hierro en
los cuellos. Ver sus aspectos desaliñados, el sufrimiento en sus ojos y
sus cuerpos hambrientos fue un disparo certero en el corazón de Glova.
Los ojos del saiyan se nublaron de odio y su puño se
cerró de nuevo.
– Espero que te suenen – continuó la voz – Oh, un
momento, tengo otra llamada. Te dejo la videocámara activada para que te
asegures de que los reconoces. En un segundo vuelvo. Recapacita bien tu respuesta.
Glacier volvió su mirada a Glova – ¿Son...
– Sí – contestó la voz casi diablesca de Glova – Son
mis tutores.
El praio volvió a fijarse en los dos moribundos que
estaban siendo grabados.
– ¿Quieres ir a rescatarlos?
Glova no respondía. Se dedicaba a mirar la pantalla.
– Creía que les odiabas después de saber qué te
hicieron.
– ¡Joder! – maldijo Glova, airado. El pelaje de su
cola se erizaba mientras su mirada perdida escrutaba el video.
– Perdona – se escuchó de nuevo la voz de Cleff – Ya
estoy contigo de nuevo. Como puedes observar, yo no daré mi aspecto, ninguna de
mis posibles localizaciones ni mi nombre. Llámame desconfiado, pero tú por aquí
tienes fama de asesino. ¿Sabes? Desde un principio dudamos de tu vida como
mercenario. Un mercenario de tu altura debería ser conocido a nivel
intergaláctico. Y, para colmo, has firmado un trato y no lo has cumplido,
asesinando al contratista. Eso no lo hace ningún mercenario que se precie.
Quizás sí un pirata galáctico… Volviendo al tema – masculló tras una corta
pausa, como si se hubiera percatado de que se estaba yendo por las ramas – ¿Qué
me dices? ¿Cuál es tu respuesta?
– ¿Cómo sé que no les haréis nada?
– Si haces tu trabajo, yo prometo devolverte a tu
familia sana y salva.
– Primero quiero tener pruebas de que están vivos.
Esto puede ser otro montaje.
– Está bien. Te lo demostraré. Dime qué quieres que
hagan y se lo ordenaré al instante.
Glova dudó, pero tras pensarlo rápidamente dijo –
Quiero que le digas al doctor que se levante y a la doctora que se siente en su
cama y quiero que les entreguen una botella de agua a cada uno.
– Qué tierno – comentó Cleff – Daré el mensaje.
Pudieron oírse dar aquellas órdenes y al minuto las
cámaras captaron exactamente lo que Glova había pedido. Eso incomodó al saiyan.
Por una parte, no quería que ellos murieran, pero saber que estaban ya muertos
le hubiera evitado la tensión de reconocer que están sufriendo maltratados, sin
alimento.
– ¿Convencido?
– Ajá.
– Bien. Te recuerdo entonces el trato que debes
cumplir. Quizás se te haya olvidado después de tanto tiempo. Te paso las
coordenadas de aquel planeta llamado... No – se aseguró – No está bautizado.
Bueno, ya me entiendes. Esta vez no irás a Gelarpa para usar el portal,
viajarás por tu cuenta directamente. Allí rescataste a unos seres petrificados
y más tarde les liberaste de su hechizo matando a un poderoso demonio. Toda una
hazaña, así que no te costará realizar el trabajito que nos debes: ve allí,
localiza a los animalitos y retén al más poderoso de entre todos ellos.
Las coordenadas te guiarán hasta el lugar en el que
tienes que aterrizar.
– ¿Cómo sé que no faltarás a tu palabra?
– ¿Qué? – se extrañó Cleff, divertido – Me da igual si
confías o no, es tu única alternativa si quieres ver a estos dos viejos de
nuevo con vida.
El silencio de Glova hizo entender quién dominaba la
situación.
– Entonces aceptas el trato – interpretó Cleff.
– Sí – confirmó el saiyan.
– Perfecto. Cuando llegues, habrá uno de mis soldados
esperándote para darte un par de instrucciones. No le mates – rio – no
conseguirías nada con ello. Hasta la vista, Glova.
La transmisión se cortó y Glova pegó una patada a uno
de los sillones de la sala, haciéndolo volar hasta un rincón de la misma.
– ¡Mierda!
– Sigo sin comprender por qué lo haces – insistió
Glacier.
Glova configuró el trayecto hacia las coordenadas que
Cleff le había enviado.
– Ordenador – alzó su voz – ¿Cuánto tiempo durará el
viaje a máxima velocidad?
– Tiempo estimado: 351 horas – contestó la voz robótica.
– Debe estar lejos – asumió el praio – Dos semanas de
viaje con esta velocidad… Esto es ridículo. Eres más tonto de lo que pensaba.
– No creo que puedas llegar a entenderme – los ojos
del saiyan realzaban la angustia que sentía – Son muchos sucesos en muy poco
tiempo. No puedo aclarar mi mente ahora mismo.
– Ya me doy cuenta – le reprochó Glacier.
Glova se sentó en la silla del piloto, meditativo.
Glacier, por su parte, hizo levitar y colocar en su
sitio original el sillón que su compañero había pateado hacía un minuto y se
sentó en él, dejando escapar un suspiro.
– ¿Te diste cuenta de que te transformaste en lo que
llamáis super saiyan? – cambió de tema intentando animar el ambiente.
– Sí – Glova no parecía demasiado entusiasmado.
– Si tu ozaru era tan poderoso, ¿qué nivel tendrá tu
super saiyan, Glova?
El saiyan miró de reojo a Glacier, una leve sonrisa en
potencia se vislumbraba en una de sus comisuras.
– Ya veremos – dijo entonces Glova, en el fondo
emocionado.
Por fin la vida de Glova continúa, ahora sin mentiras.
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¡Disculpad la demora! :)