Capítulo 3 – De origen
mercenario
Una espléndida ciudad se abrió
ante todos los tripulantes recién llegados. Cruzar la salida del puerto
espacial para ver aquello fue una delicia para sus ojos.
Alzó la cabeza para poder
contemplar todos aquellos altos edificios que hacían del paisaje un mundo nunca
visto. La mandíbula imberbe de Glova se movía hacia un lado y hacia otro según
deseaba la mirada del saiyan.
– De acuerdo – pensó – Siguiente
paso: llegar hasta la Central Militar Superior.
Aquel planeta no fue elegido
aleatoriamente. Gelarpa era el astro más cercano a Glasq que poseía una Sede
Militar Superior.
Los movimientos del emperador
sólo eran inscritos en este tipo de centrales. Todos sus traslados y viajes son
registrados en los centros políticos y militares principales.
Glova anduvo por las calles de la
ciudad, preguntando por la localización de aquel edificio de gran renombre. Las
capitales como Gelarpa hacía años que dejaron de tener una mayoría racial de
población. El flujo demográfico del imperio había producido una gran diversidad:
en un solo minuto de paseo Glova ya había avistado más especies de las que
había conocido en su vida.
Al seguir las indicaciones de los
amables ejecutivos y trabajadores a los que iba preguntando, llegó hasta una
gran avenida llena de monumentos y estatuas artísticas en nombre de tal o cual
persona. En medio de la calle había unas escaleras blancas que ascendían hasta
un edificio que destacaba por su color rojizo y sus pilares blancos – “Central
Militar Superior” – pudo leer en los grabados de la sede.
– Por fin – susurró Glova.
Subió todos los peldaños mientras
sacaba una pequeña caja roja del bolsillo interno de la capa encapuchada.
Cuando llegó arriba, dos soldados le pararon en la puerta – No se le está
permitido el acceso a civiles – dijo de los dos el más bajo de estatura.
– Ah, sí – respondió Glova –
Disculpen.
El saiyan volvió por donde había
venido, pero se sentó en uno de los escalones, esperando. Podía ver cientos de
personas cruzar la avenida hacia un lado y hacia otro, al igual que los vehículos
en la carretera, dispuestos a seguir sin saber qué se traía entre manos Glova.
Él tan solo era un ciudadano más.
– ¿Nadie sube? – se preguntó el
saiyan, harto de esperar.
Nada más pensarlo, una persona
aparentemente militar de alto cargo empezó a subir las escaleras. Entonces
Glova abrió la cajita roja. Esta encerraba una almohadilla con una mosca robot
diseñada por Lachi y Nasera. Glova acercó sus labios a ella y murmuró lo
previsto en el plan – Caza del dato – Se podía contemplar no sin detenimiento
una minúscula luz de color roja en uno de los ojos del insecto.
La mosca comenzó a volar y se
quedó a pocos centímetros de la cara del saiyan.
– Sigue a ese que está subiendo y
adéntrate en el edificio – le indicó.
En un segundo la mosca se movió
en el aire y se perdió de vista.
– Todo va bien – susurró – Plan A
iniciado.
Allí sentado estuvo dos o tres
horas con aquella caja roja abierta. En un instante, la mosca apareció ante los
ojos de Glova y aterrizó de nuevo en la almohadilla de la que salió. La luz que
el ojo del nano-robot desprendía era de color azul.
– Trabajo hecho – Glova no se lo
podía creer ¿Podía saber ya el paradero del emperador y sus planes futuros? La
mosca debía haber entrado junto al militar y, en teoría, habría entrado en los
ordenadores principales. Esa era su misión – Si la mosca vuelve azul, significa
que ha completado su misión – recordaba las instrucciones de Nasera.
Bajaba alegre las escaleras
cuando, antes de poder meter la caja a salvo en su capa, un poder de atracción
se la llevó hacia la carretera hasta la mano de un conductor enmascarado.
Llevaba un vehículo individual, fino y ágil. Perfecto para escapar.
En menos de un segundo, Glova
echó a correr tras aquel ladrón. El vuelo estaba prohibido en las ciudades; en
cuanto despegara del suelo los radares de la ciudad darían la alarma y a él no
le interesaba llamar la atención – Le alcanzaré corriendo – pensó con
nerviosismo.
El vehículo era veloz y tomaba
curvas y direcciones complicadas, pero Glova le aventajaba rápidamente en línea
recta. En menos de un minuto de acortar distancias, perseguidor y perseguido
llegaron a la periferia de la ciudad y se adentraron en callejones menos
transitados.
– Me lo está poniendo fácil –
dijo Glova, ahora tranquilo y seguro de poder capturar al ladrón.
De repente el perseguido arrojó
la caja roja dentro de la puerta abierta de un edificio mientras seguía a toda
velocidad.
– Mierda – Glova salió disparado
y con ultravelocidad alcanzó en una milésima de segundo al ladrón – Ya me he
cansado de jugar – le dijo al conductor mientras le sostenía por el cuello.
El vehículo siguió sin piloto
hasta que se estrelló en unos contenedores pulcramente instalados en la calle.
– Bien, amigo mío – le dijo –
Quítate esta máscara ¿Eres un mercenario o qué?
– Uh… - balbuceó el – Lo siento,
lo siento. Me pagaron – señaló la puerta a unos metros detrás de ellos – Tu
caja está allí.
– Ya… - Glova inspeccionó sus
bolsillos y le quitó la túnica que llevaba pegada al cuerpo – ¿Cómo sé que no
te has guardado su contenido? – le agarró de la nuca y se dirigió hacia el
portal donde había sido lanzada la valiosa caja carmesí – Ven conmigo.
Al entrar en él, todo era
oscuridad, pero el saiyan creó una esfera luminosa justo encima de su cabeza.
La luz de la misma permitió vislumbrar una estancia descuidada y polvorienta.
En el suelo se encontraba tirada la caja.
Glova obligó a su rehén a
recogerla y abrirla. Allí estaba la mosca con su diminuta luz azul.
– Muy bien, imbécil – le dijo al
ladrón – Piérdete – la patada llegó al tronco del enmascarado y fue lo
suficientemente fuerte como para enviar al imbécil al otro lado de la puerta, a
la calle. Vio cómo su cuerpo derrapaba hasta chocar con el edificio de enfrente
y se dispuso a salir también, pero la puerta desapareció entre una niebla
oscura.
Glova se puso en alerta – ¿Quién
anda ahí? – soltó.
– Tranquilo, amigo – sonó una voz
con eco.
La esfera seguía iluminando, pero
ahora daba luz a un suelo negro. Como si La Nada tomara corporeidad y se
materializara en forma de mineral.
– No temas – resurgió de nuevo la
voz, ahora más cercana – No tengo motivos para hacerte daño. Además… – brotó de
la oscuridad el cuerpo de una persona de piel roja, con una fina armadura de
color negra – dudo que pudiera dañarte.
Todo volvió a la normalidad. La
luz natural apareció. Pero se encontraba en otro lugar diferente de aquel sucio
portal. Se hallaban en un comedor de lujo, con sillas de metal tallado y una
mesa de vidrio brillante que soportaba una vasija con flores. Glova contempló
todo aquel panorama y fijó su mirada en la del nuevo individuo – ¿Quién eres y
qué es lo que quieres? Tengo prisa y no me gusta perder el tiempo.
– Se nota que eres mercenario –
dijo el hombre caminando hacia la silla cercana – Si le digo que sé que usted
tiene más poder que cualquiera en este sistema galáctico y que podría
interesarle trabajar para mí… ¿se quedaría a comer? Yo invito.
A Glova no le impresionaba para
nada aquella afirmación, pero le hacía gracia cómo hablaba (con cierto acento
rudo). Además, antes de perseguir al ladrón, su idea era comer en algún lugar –
¿Por qué no? – se dijo – Si me molesta, será fácil quitarle de en medio.
– Acepto, señor…
– Señor Clivaresfa – se presentó
el anfitrión, pronunciando duramente las erres y efes – Pero puedes llamarme
Cliv – tomó asiento tras cederle uno a Glova – ¿Y usted es…?
– Doon – respondió tranquilo –
Doon G.
– No le he visto nunca, señor G.
– Ni yo a usted.
Un par de robots de servicio
colocaron platos y cubiertos en los sitios ocupados por los dialogantes.
– Para ahorrarle preguntar, señor
G. – comenzó Cliv remangándose la armadura, cosa que sorprendió a Glova al
parecer una armadura aparentemente dura con tal flexibilidad – Le aseguro que
toda persona que entra en este planeta es registrada por dos entes: el imperio
– levantó su dedo índice – Y yo – levantó el dedo pulgar.
– Vaya al grano – dijo Glova – No
me impresiona. Dígame qué es lo que quiere y podré dejarle claro mi negativa,
comer tranquilo y abandonar este planeta.
– Vaya. De acuerdo, me ha
convencido.
Los mismos robots de servicio
trajeron dos platos principales: un gran filetón azul con muy buena pinta.
Junto con otros platos secundarios.
– Sé que es usted un poderoso
mercenario y que probablemente llegue de un largo viaje desde otros cinturones
galácticos. Podría ser un soldado de élite, pero prefiere servir al mejor
postor, que en su caso no es el imperio ¿Me equivoco?
Glova ignoró la pregunta y empezó
a comer con apetito.
– Es por toda esta información
que conozco sobre usted por lo que acudo a su servicio.
– Usted no sabe nada de mí –
tragó Glova antes de seguir – Sólo ha acertado en una cosa: podría matar a
cualquier guerrero del Imperio.
– Mientras eso sea cierto –
continuó Cliv – Su servicio me interesa.
– ¿Y qué podría ofrecerme? –
preguntó el saiyan – Dudo mucho que tenga algo en su poder que fuera de mi
interés.
– Ponga una cifra.
– No me interesa el dinero.
– ¿No? – se sorprendió – Debe
irle mejor de lo que esperaba – aún no había probado bocado alguno – Entonces
propongo que usted exprese sus deseos y yo haré de ellos una realidad.
– ¿Por qué necesita mi ayuda?
– Verás. Requerimos que se
encargue de un individuo.
– Como siempre.
– Es un tipo difícil de cazar –
dijo Cliv, apartando el plato para poner los codos en la mesa y entrelazar sus
manos – No es una persona cualquiera. Es un poderoso mago y hasta ahora
nuestros intentos de asesinarlo han fracasado completamente.
– Todo muy interesante – dijo
Glova pegando otro bocado al filete que parecía no acabarse nunca – Pero ahora
mismo mis deseos se concentran en un único objetivo – bebió de su copa – Y tú
no puedes ayudarme a conseguirlo.
– Debo insistir, con todos mis
respetos – la mirada atenta del contratista se tornó seria – Si yo lo quisiera,
usted ya estaría muerto.
Glova le miró en un instante para
de nuevo seguir comiendo.
– Espero que la comida sea de su
gusto – dijo Cliv con una media sonrisa.
– Si no supiera que usted me
necesita desesperadamente - contestó el saiyan – jamás hubiera aceptado su comida.
– No le conviene negarse, señor
Doon.
– A usted es al que no le
conviene meterse en mis asuntos – le reprochó Glova, señalándole con el índice
de la mano que sujetaba su copa – Ni a usted, ni a sus superiores.
Una sonrisa emanó de los labios
de Cliv y seguido bajó sus manos a la mesa.
– ¿Quién le ha dicho que no soy
yo mismo “el superior”?
– Nadie. Pero antes habló en
plural y creo que ningún líder de una entidad tan poderosa como la que me
plantea hablaría mezclando su interés con el de sus inferiores.
– Simplemente soy bastante
familiar y aprecio a mis allegados, aunque sean mis leales servidores.
– Ningún líder se expondría a una
posibilidad de muerte tan fácil como tenerme a mí delate – farfulló Glova como
si fuera obvio – Claramente no me conocen.
– Eso me ofende – tomó la copa de
vino con su mano – Pero comprendo sus deducciones. De todas formas – dio un
sorbo – me gustaría que pensara en ese único objetivo y me lo diera a conocer.
Estoy seguro de que podría hacer algo al respecto.
Glova rio por dentro – El
cazafortunas este me quiere ayudar a matar a Lord Freezer – pensó – Si le
revelara mi objetivo se caería de la silla… el muy patético.
Pero entonces recordó que tenía
dos deseos en vez de uno.
– Hm… - Glova apartó los platos
vacíos de su lado de la mesa – A lo mejor algo sí que podría hacer por mí.
– Me encanta su cambo de actitud.
– Asumo que existen posibilidades
de que yo muera en el intento.
– Muy probablemente.
– El costo será enorme.
– ¿No dijo que no le interesaba
el dinero?
– Y así es – se cruzó de brazos
sin moverse de la silla – Antes de ir tras el mago, necesito que usted proteja
mi posesión más valiosa.
– ¿De qué se trata?
– Quiero que envíe refuerzos
defensivos a un planeta concreto. Necesito que resista durante mi ausencia la
conquista del imperio. Solo serán unos meses. Cuando finalice el trabajo que
tengo pendiente, volveré. Entonces cumpliré mi parte del trato.
– ¿Qué? – balbuceó pasmado el
contratista.
– ¿De cuántos soldados dispone
una entidad como la vuestra? – miró con decisión a Cliv – ¿Un millón? ¿Un
millar de millones?
– Me parece que es algo muy
arriesgado hasta para mí.
– Entonces matar al mago no será
tan relevante y no tenemos nada más que hablar.
– De acuerdo – dejó la copa de
vino en la mesa – Pero, a cambio, deberá además realizar para mí la búsqueda de
unos prisioneros del susodicho mago, si yo no los he encontrado para entonces.
La protección de la familia era
lo que más le importaba al saiyan, por encima de cumplir su venganza – Y ese
trabajo no va a ocasionarme ningún inconveniente – pensó para sí.
– Acepto.
– ¡Excelente!
– Pero se lo advierto – el índice
de Glova señaló directamente la frente de Cliv – Si intenta jugármela o
incumple parte del trato – Cliv no se movió – usted morirá en mis manos.
– Puedo estar seguro de ello,
señor G. Y yo le puedo asegurar que soy hombre de palabra.
Sacó de debajo de la mesa una
hoja de color hueso y se la dio al robot de servicio que tenía al lado. El
servidor y entregó el papel a su destinatario. En él indicaba un plazo de medio
año de defensa militar estimado para unas coordenadas espaciales que faltaban
por rellenar.
Además, se especificaban los
datos de Cliv, junto con un código de contacto.
– Para algunas personas un
documento de esta índole no significa nada – dijo Glova mientras detallaba las
coordenadas del planeta conocido como Glasq.
– Me gano la vida con esto, señor
G. Sería una vergüenza incumplir si quiera un solo trato.
– Eso espero – respondió Glova al
firmar.
El robot escaneó el Pacto escrito
y le devolvió el documento a Glova. Los negociantes se levantaron y Cliv alzó
su mano en señal de finalizar el pacto. Glova se la estrechó y, ajustándose la
capa, salió del edificio acompañado de su anfitrión.
– Ha sido un placer conocerle,
señor G.
– Igualmente – se despidió el
saiyan.
– Buena suerte con su misión –
Espero que no le maten en el intento. En tal caso, el planeta que habré
protegido será arrasado.
– Sí – pensó Glova para sí – Leí
el documento entero, germen chupóptero…
Glova fingió no haberle oído y
salió del mismo portal por donde entró. Pero ya no estaba polvoriento; unas
lujosas lámparas ovaladas iluminaban el reluciente suelo de piedra que conducía
a la puerta de salida. Antes de adentrarse en la calle, Glova usó la capucha de
la capa por primera vez – No me interesa que me identifiquen relacionándome con
personas de este tipo. Quién sabe qué ojos están siempre observado.
– La próxima vez seré más cauto –
pensó algo avergonzado.
Ese tal Cliv tenía razón. Si
hubiera querido matar a Glova, habría cumplido su objetivo con esa comida.
– Pensar antes de actuar – se
dijo a sí mismo – Simplemente eso.
Notó en su bolsillo la caja,
asegurándose de que seguía allí al palparla con la mano. Sus pies le conducían
de vuelta al aeropuerto. Cogió la ficha de identificación y leyó los datos
posteriores a su código correspondiente: Doon G. – 1º llegada – Nave no
registrada – Tiempo estancia límite: 4 rotaciones planetarias.
– Y este es el control del
imperio… - murmuró.
Cuando llegó al puerto espacial
para volver a su nave tuvo que pasar por varias salas de escáner corporal y,
tras ello, un soldado le esperaba para comprobar la ficha de identificación.
– Buen viaje, señor G. – fue lo
único que oyó antes de la compuerta de su nave al abrirse.
Ya dentro, sacó la caja roja y
reactivó a la mosca:
– Traspasar datos a la nave –
habló el saiyan, imperante.
De repente, la mosca empezó a
volar y se insertó en una compuerta auxiliar del ordenador central de la nave.
La pantalla se encendió y fue
activado de inmediato el panel espacial de localización. Mostraba unas
coordenadas a decenas de años luz de allí.
– Lo he conseguido – murmuró –
debo llegar allí cuanto antes.
Activó los impulsores y la nave
se dirigió automáticamente hacia la compuerta de salida más cercana. Despegó y
siguió la fila de naves espaciales que se disponían a salir del planeta.
Cuando se encontró fuera de los
límites de la órbita planetaria de Gelarpa, Glova activó su scouter y envió un
mensaje de voz al scouter de sus tutores explicándoles lo ocurrido: tenía las
coordenadas y había una flota militar en camino para defender Glasq.
Todo había salido a la perfección
y, de momento, sus planes seguían el curso adecuado.
– Activar ruta localizada – dijo
Glova en voz alta.
– Ruta localizaba activada – le
respondió la mecánica voz de la nave – Destino fijado: Namek.
Aunque podríais imaginaros por dónde iba respecto a la historia original, ahí va pista. ¿Qué le esperará allí? Parece muy obvio
ResponderEliminar¡Espero que os guste! :)
Glova se encontrara con Goku, Vegeta y Freezer? o el Demonio ya esta muerto junto con el planeta destruido?
ResponderEliminarPor cierto, buen capitulo :D me agrada Cliv, parece tener intenciones mas malvadas de las que expresa de alguna forma.
¡Muchas gracias!
EliminarCliv es una persona muy poderosa, sí. Iremos viendo su relevancia en la historia.
Sabréis por dónde va la trama en el siguiente capítulo ;D Todos los viernes, como siempre.