Capítulo 2 - Un río de nuevas



Capítulo 2 – Un río de nuevas

Desplomado en el suelo, el saiyan se despertó. Al levantarse se percató de que estaba en el mismo lugar. Khän no estaba allí por ninguna parte. Se volvió y cruzó el pasadizo que daba a la sala del trono. De espaldas al enorme asiento de piedra, Glova caminó hasta situarse a su izquierda.

Allí sentado estaba su maestro mirándole con aquellos grandes ojos vidriosos. Serio, como siempre estaba cuando no intentaba sonreír.

– ¿Qué te ha pasado? – le dijo al saiyan sin moverse un centímetro.
– ¿Cómo que qué me ha pasado? – le devolvió la pregunta – ¡Me has agarrado del cuello y me has dejado inconsciente!
– No… – respondió el gigante con un tono incrédulo y sarcástico.
– Estás burlándote de mí – Glova se sentó en el suelo justo delante del trono.
– Te hizo daño, eso es cierto – admitió – Pero lo hizo para que aprendieras.
– Ah, bien. Con que ahora me dejas inconsciente para aprender a saborear la derrota.
– No – Khän se puso las manos en el regazo, entrelazadas – No ha sido ningún tipo de ataque físico. Estaba todo en tu cabeza.
– ¿Quieres decir que me has ahogado mentalmente? – preguntó Glova tras un segundo de procesamiento.
– Astuto.
– Vaya… me diste un buen susto – miró a un lado – Siento no haber venido antes. He estado… - – Ocupado – finalizó la frase el anciano - Arrebatando vidas a los demás.

El saiyan miró seriamente a su maestro. No le gustaba cómo había dicho eso.

– Lo hice por…
– Defender al débil, él lo sabe – le cortó Khän. Entonces Glova comprendió que su maestro era el mismo de siempre y la alegría resurgió desde la profundidad hueca de su corazón.

Glova se relajó – Me siento vacío – dijo – No sé qué estoy consiguiendo con todo esto – se cruzó de brazos mientras su cola ondeaba en el aire a su espalda – La estrategia de mis tutores es clara, pero este es un planeta más dentro de todas las galaxias que Freezer domina.
– Ajá.
– El emperador nunca vendrá hasta aquí por el simple hecho de que resista unos años más su conquista.
– Ese plan tiene dos opciones – levantó el gran índice de su mano derecha – Atraerle de forma más eficaz – levantó el índice izquierdo – o plantarte ante él, se encuentre donde se encuentre.
– Hm… – el saiyan se llevó una mano al mentón, pensando – ¿Cuál crees que es la manera más viable?
– ¿Has pescado alguna vez con hilo y sedal?
– No – contestó el joven, ya acostumbrado a las raras comparaciones de su mentor.
– El tiempo es orden en movimiento. La espuma de la mar arrastrada por el viento y la muerte sobrellevada por minúsculas células de sus cuerpos.
– Ya veo… - la expresión del joven saiyan lo decía todo: no se enteraba de nada.
– Las fauces del depredador son más rápidas que la suerte del que pesca por entretenimiento.
– Yo también he pensado que si le busco por mi cuenta le encontraría antes.

El eco producido por la sustancia de la fuente al caer en la cámara contigua conmovía el silencio que se apoderó de la estancia. Era un sonido suave, como si el fuego líquido se vertiera con una calma desmedida.

– ¿Por qué me atacaste mentalmente? – preguntó al fin.
– Para demostrarte que nunca se está preparado para ello – Khän abrió más los ojos – a menos que lo entrenes.

Glova pegó un suspiro hondo y se levantó – Estoy dispuesto, maestro.

Los días venideros serían más inseguros para la población, ya que Glova estaría entrenando lejos de la ciudad. Aun así, siempre llevaba su localizador para que contactaran con él en caso de cualquier alarma.

Pasaron cuatro meses sin que ningún ataque se produjera y el saiyan empezaba a fortalecer su destreza mental.

– La telequinesis y la telepatía es solo el principio, joven Glova.
– Comprendo – se comunicaba el saiyan sin mover los labios.
Pasaron otros dos meses hasta que Khän vio en su alumno un avance suficiente para el siguiente entrenamiento.

– Hoy empezarás el control de una nueva técnica – Khän se levantó de su trono – El antiquísimo Halio Kian.

Glova no dijo nada, pero presentía que no era una técnica común. Suponía que era una de aquellas ventajas que le haría un guerrero único.

– Debes saber – empezó el gigante – que el sentido de este tipo de técnica psíquica puede llegar a ser crucial para la victoria en circunstancias de riesgo – Khän empezó a pasear, como gustaba hacer mientras daba sus explicaciones – Podéis decir que si dos guerreros se enfrentaran en condiciones medianamente desiguales y el luchador en desventaja comenzara a usar el Halio Kian a la perfección, su victoria estaría asegurada en una alta probabilidad – miró entonces hacia arriba, como si algo en el techo le llamara la atención – De hecho, vienen a su memoria momentos de los que se hiciera canción, hechos históricos en los que el héroe Halio el Grande hiciera de su vida un pequeño altar.
– ¿Halio fue un héroe de tiempos remotos?
– Es una forma de llamarlo. Y así debió ser – contestó Khän – Y supo dejar un legado; una técnica de gran utilidad.
– ¿En qué consiste? – preguntó impaciente Glova.
– ¿Qué harías si reconocieras lo que se propone a hacer tu adversario momentos antes de ejecutar su acción?
– Hm… ¿prepararme para lo que venga?
– Astuto.

Pasaron las semanas y los ataques hacia Glasq parecían haber cesado para siempre. La ciudad se recomponía, los Hijos de Ulnaf organizaban una mayor defensa militar y un buen desarrollo alimentario, mientras Lachi y Nasera realizaban los planos tecnológicamente necesarios para diversas materias ciudadanas.

– Otsufur ya está preparado – dijo Nasera – Glova podría usarlo de vez en cuando para aumentar sus posibilidades contra Freezer.
– Dudo que vuelva ahí dentro, Nasera – respondió Lachi – Parece muy concentrado entrenando por su cuenta. Además ¿Cómo se lo decimos?: “Escucha, Glova” – decía poniendo una voz grave – “En esta máquina te has convertido en el guerrero que eres a través de todo tu sufrimiento”.
– Todos los saiyans entrenaron por su cuenta y a ninguno le sirvió de nada cuando Freezer destruyó el planeta.
– Creo que ya ha padecido bastante dentro de Otsufur.
– ¿Nosotros no hemos sufrido? – exclamó tajante la doctora – Si no consigue destruir este imperio con sus manos, será porque hemos sido demasiado clementes con él y con su tiempo de recuperación.
– Debemos confiar en él.
– Te recuerdo, querido Lachi, que él es quien es por nosotros. Así que en cuanto al objetivo que nos interesa: no debemos confiar en él, sino en nosotros mismos. Pero… - cortó a Lachi levantando el dedo antes de que éste iniciara su respuesta – en lo que respecta a lo demás, no sabemos qué está haciendo cuando entrena. Casualmente la frecuencia de su scouter se corta siempre que llega al mismo sito y nos impide saber lo que hace. Desconocemos si se está esforzando tanto como dice.
– Yo confío en él - contestó el doctor mientras se iba de la sala a paso ligero – Haz tú lo mismo. Sé optimista, como te gusta ser. Dale una oportunidad y olvida tus paranoias durante un tiempo.

Nasera desvió su mirada de nuevo a Otsufur, recién reparada – Sí… Él podrá con todo.

– Agh… – suspiró Glova – No puedo con esto.
– No lo sabrás hasta que no lo intentes como es debido – replicó su maestro.
– Es demasiado difícil. Me paso horas y horas concentrándome, pero esto no tiene nada que ver con la meditación.
– Al menos eso lo has entendido.
– Muy gracioso – se burló el joven – ¿Crees que algún día lograré controlarlo?
– Otra vez - le instó Khän a que entrenara, ignorando su pregunta. Quizás una de las pocas para la que no tenía una respuesta.

Pocos ataques sufrió la ciudad bautizada Mul Freezer mientras Glova entrenaba. Todos eran repelidos gracias al armamento de la ciudad o a las intervenciones de Glova, en su gran mayoría.

Con veinticuatro años, el cuerpo del saiyan ya estaba formado. Su mirada había cambiado en aquel tiempo de entrenamiento, ya fuera por su gesto siempre altivo y tranquilo o por la seriedad de la circunstancia en la que vivía.

Un día más partiendo hacia el hogar de Khän, Glova pensó en toda la marea de recuerdos que le asolaba puntualmente. Recordó su primer despertar en el planeta, sus primeros entrenamientos, la primera vez que conoció a su actual maestro, aquella vez que combatió con un comando de élite cuando era un simple niño… El combate fue emocionante. Le pusieron varias veces bajo un riesgo de muerte, pero él siempre se zafó de sus estilos de lucha.

Entonces recordó a aquel soldado de ojos fríos que controlaba aquellas agujas de katchin, el metal más duro que se conocía – Debía ser una raza con una evolucionada mente – pensó el joven – capaz de hacer en pocos días lo que Glova llevaba intentando durante meses enteros.
Recordó también a aquel escudero que tantos problemas le dio. Y a su capit… - ¡El escudo! – farfulló sin darse cuenta y parándose en pleno vuelo – El escudo debe estar aún por ahí.

Con un sonido explosivo, Glova salió disparado a toda velocidad hacia la zona de combate donde murieron todos los miembros del escuadrón llamado Palter. Lo reconoció gracias a unas grandes rocas hundidas en el suelo. Allí no había más que piedras y tierra.

Glova cayó al suelo y concentró su energía. El suelo tembló y cientos de rocas y toneladas de arena fueron desprendidas del mismo. Todo flotaba ante la acumulación de su Ki y su telequinesis.

Muchas piedras de gran peso fueron levantadas, pero no hubo rastro del escudo. Una armadura voló, pero estaba rota por todas partes y su color era oscuro, como la tierra húmeda.

– Fue aquí – se dijo a sí mismo – Pero no está.

Entonces el joven flotó en el aire y empezó a lanzar una onda de energía por el puño, directa al suelo. La tierra quebraba a su paso y todo era destruido. Pasaron cuatro largos minutos mientras el saiyan seguía con aquel continuo ataque que parecía interminable, como un gran árbol de plasma que enraizaba a presión su base al suelo.

Rápidamente, Glova se lanzó a la fisura que hacía medio segundo estaba siendo aún más destruida. La iluminación de una esfera de energía no era muy eficaz debido a la acumulación de arena y polvo en el aire, pero la falta de visión no sería un problema.

Comenzó a acumular Ki a una gran velocidad y todo el cargado ambiente fluyó como el viento, hacia arriba. Toda roca volvía a subir y de entre tanta piedra, el saiyan contempló cómo el escudo sin brillo subía, llegado al punto exacto donde se encontraba su buscador.

Lo cogió con la mano y una lluvia de tierra finalizó la búsqueda. Al ascender al cielo, Glova contempló la faena geográfica que acababa de crear. El suelo era una acumulación de grietas en forma de explosiones. Parecía que una serpiente gigantesca había enterrado allí su cuerpo y se había deslizado una y otra vez, destruyendo todo a su paso.

– Bueno – sentenció el saiyan – No hay mal que por bien no venga.

Voló con apremio hasta la zona selvática del manantial y se bañó tras limpiar aquel gran escudo triangular. Cuando lo sacó del agua pudo contemplar cómo el cegador brillo del mismo irradiaba un color metálico igual al visto por primera vez. De nuevo, emprendió el vuelo hacia el lugar de entrenamiento, donde Khän le estaría esperando.

– Mira lo que traigo – dijo mientras sostenía el escudo enfrente de su maestro.
– Hm… – meditó – déjale verlo.

La verdad es que Glova nunca había visto a Khän tan interesado en un objeto, y eso le ilusionó más.

– ¿Tienes idea de qué es? – preguntó impaciente.
– Es… - sus manos agarraron el pesado blasón por sus laterales – Es un escudo.
– ¡Gracias, Khän! – rio Glova – Ahora eres tú el perspicaz.
– Impresionante – dijo al fin – Es de un material único.
– ¿Qué material es?
– Es único – Khän devolvió una breve mirada a su pupilo antes de seguir analizando el objeto nuevo – No tiene nombre.
– ¿Y cómo conoces el metal?
– Reconoce todos los objetos creados a partir de la magia de los dioses.
– ¿Un dios hizo esto? – preguntó Glova, boquiabierto.
– Astuto.
– ¿Qué tiene de especial?

Khän pasó lentamente la palma de su mano a centímetros del metal – El metal repele la energía vital.

– ¿La energía vital? – la expresión confusa del saiyan pedía a gritos una explicación.
– En resumidas cuentas – suspiró, como si fuera la décima vez que se lo aclaraba – Cuando un guerrero golpea, asume que su poder energético le acompaña siempre y es por eso por lo que es capaz de sobrepasar la energía física. Tu cuerpo, sin el uso de la energía vital, no sería capaz de volar, ni de resistir ataques con materiales más duros que la piel. Si un artista marcial golpea a este escudo con todo su poder, el metal repelerá aquella energía vial que rodea al puño y este embestirá sin poder; únicamente con la fuerza bruta puramente ligada a la masa de su cuerpo.
– Por eso desvía mis ráfagas de Ki – Glova estaba alucinando con la explicación.
– La energía vital abarca tanto el Ki como la energía corpórea que habéis entrenado. Y todo está ligado conjuntamente.
– ¡Entonces este escudo puede darme una gran ventaja en batalla! – la cola de Glova se movía calmada de un lado para otro.
– Así es, pero… - continuó Khän caminando hacia la esquina de la sala del trono – Es demasiado grande.
– Bueno, puedo mandar a que lo fundan.
– Este metal no puede ser fundido con fuego.
– Entonces lo usaré tal cual – respondió el saiyan – No renunciaré a este escudo.

Pasaron a la sala de la fuente. Khän se acercó a ella y Glova le siguió. Entonces el gigante arrancó de un tirón el cuero y la madera que recubría al escudo por la parte trasera por donde se asía.

– ¿Qué diantres estás haciendo? – exclamó Glova, poniendo una mano en el brazo de Khän. Este le miró y bañó parte del escudo en el fuego líquido.

El metal comenzó a descomponerse, aquella sustancia destruía el metal que mojaba y lo convertía en más sustancia.

– Mierda, Khän – maldijo Glova – ¿Qué… - cortó su frase en seco – Ah… Ya entiendo.

Khän daba forma al blasón. Cuando terminó, el gran escudo triangular quedó totalmente redondo y medía algo más de medio metro de diámetro.

– Esto es mucho más viable – dijo Khän.
– Gracias, maestro.
– Ahora a entrenar, joven Glova.

A la semana del hallazgo, el gigante acabó el escudo de Glova. El cuerpo de cuero que recubría la parte posterior era negro, con un asa ancha oscura y un refuerzo radial del mismo material que unía el metal al mismo.

– Me parece que estoy listo, maestro – dijo Glova alegre – Creo que me enfrentaré cara a cara a Freezer.
– Aún no controlas el Halio Kian, pero si esa es tu decisión, no será él quien te la niegue.

Fue a los dos meses de aquella decisión cuando se anunció públicamente en Mul Freezer que Glova el Redentor partiría del planeta en busca del tirano.

– ¡Larga muerte al emperador! – aclamaba la ciudadanía mientras la nave de Glova despegaba.

Ni Lachi ni Nasera estaban especializados en reparar naves espaciales, pero con un poco de maña técnica consiguieron construir una en base a las que ya había en aquel planeta.

– Todas estas naves deben estar registradas en los datos del imperio – dijo Nasera – Pero las naves mercenarias no están registradas en ninguna parte y son bienvenidas en una gran cantidad de planetas del imperio. Así que, hasta que encuentres a Freezer… – señaló a Glova – tú te convertirás en mercenario.
– Entendido – asumió él.
– Tu nombre será Doon G.
– ¿Eso es un nombre?
– Los mercenarios se apodan con números, entre otras variables. Con suerte no estará cogido y registrado.

La nave era espaciosa y más que suficiente para un solo tripulante. Glova buscó por toda la ciudad a alguien que estuviera dispuesto a ir con él en caso de emergencia en la navegación, pero la respuesta fue completamente negativa.

– Bueno, allá vamos – dijo mientras activaba los impulsores – Activar ruta automática al destino fijado.
– Ruta automática activada – sonó por toda la nave.
– Bueno, no estoy tan solo…

El viaje se hizo eterno, pero al tiempo, el planeta Gelarpa apareció ante el cristal del puente de mando.

– Hemos llegado al destino fijado – se escuchó la voz metálica de la nave.
– Quince largos días sin ver vida alguna – susurró Glova para sí – Por fin un descanso.

El planeta era azulado, gigantesco y estaba rodeado de cientos de naves que iban y venían.

Glova se vistió con la ropa que le habían preparado sus tutores. Un uniforme parecido al de los soldados del emperador, de tela azul oscura, casi negra y una armadura flexible y resistente para el torso que cubría también sus hombros. Unos guantes y unas botas blancas a juego fueron los siguientes. Su cola de pelaje moreno cubrió su cintura como si fuera un cinturón.

Glova se miró al espejo de la sala de baños – Parezco un saiyan – se dijo algo molesto.

La nave pasó por la línea de entrada poniéndose en cola detrás de otras que llegaban al planeta.

– Acabamos de sobrepasar la atmósfera gelarpiana – le informó la nave.
– Estupendo – sonrió Glova.
– Identificación desconocida admitida – sonó una voz robótica más grave – Porte siempre en este planeta su ficha de identificación.

De una ranura entre los comandos del piloto salió un papel plastificado con un largo número y el nombre que la nave tenía programado: Doon G.

Cuando la nave llegó al puerto espacial fue inspeccionada por unos láseres y dieron permiso para el desembarco de los tripulantes, Glova se echó encima una capa negra que cerraría su cuerpo en gran medida, como hacían muchos mercenarios de ciertas regiones planetarias. Cogió una bolsa con monedas del imperio que nunca se usaron en Mul Freezer y, tras guardarla en un bolsillo interno de la capa, bajó las escaleras de la nave y se apeó en suelo imperial.

– Identifíquese – le ordenó un vigilante que se acercaba.
– Doon G. – contestó el saiyan, sosteniendo su ficha de identidad en la mano.

El guardia disparó de cerca con un láser portátil a su ficha y sonó un pitido agudo.

– Bienvenido a Gelarpa, señor G.

1 comentario:

  1. ¡Espero que os guste! :)

    Habréis notado que el tamaño de estos capítulos son algo más mayores que la media de la temporada anterior. Así continuarán. Más o menos esta será la extensión de todos los capítulos de aquí en adelante.

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