Capítulo 14 – La
esencia de lo irreal
– El orgullo saiyano perdurará
mientras exista un último hálito de nuestra raza – repetían una y otra vez
allí, como un lema para los críos.
El pequeño saiyan prosiguió
viviendo con normalidad en su planeta natal. El reino de Vegeta se encargó de
los problemas que suscitaron aquellos asesinatos de los soldados del emperador,
aunque con una gran reprimenda económica a los doctores tsufurs.
Así, siguió entrenando como sus
maestros le enseñaban. Pero desde la vuelta al planeta saiyan, algo diferente e
imperceptible para todos los demás estaba presente manteniendo su influencia:
Khän estaba allí junto a él.
– Bueno, realmente está en tu
mente – dijo Khän refiriéndose a sí mismo, con toda la razón del mundo – Solo
tú le verás y únicamente tú podrás escucharle.
De esa manera, Khän influenciaba
a Glova. No intervenía en los recuerdos artificiales que iba proyectando la
mente del crío; influía esencialmente en la reacción de Glova hacia los mismos.
De esta manera, el saiyan empezó
(sin que los doctores pudieran percatarse) a dirigir la falsa realidad con algo
más de voluntad.
– Esto no es real – le decía Khän
– Tu entrenamiento solo te aporta conocimiento sin práctica.
– ¿Cómo que sin práctica? –
preguntó Glova en voz baja para que los demás saiyans que se ejercitaban en el
campus de entrenamiento no se dieran cuenta de que hablaba aparentemente solo.
– Hoy aprendes a hacer un ataque,
pero en realidad no lo practicas – Khän se dirigía a Glova ignorando que no
comprendiese de qué realidades hablaba.
– No te sigo, Khän – Glova paró
de realizar una serie de movimientos de combate contra el muñeco de
entrenamiento – ¿Tú sabrías hacerlo mejor?
– No es cuestión de que él lo
haga, sino de que tú lo aprendas.
– Bueno – dijo sarcásticamente –
Pues enséñame tú si crees que puedes.
– No lo cree. Lo sabe.
Desde ese día, Khän empezó a
entrenar a Glova. En pocas ocasiones al principio, ya que el pequeño confiaba
más en los entrenamientos de sus tutores. Sin embargo, al cabo del tiempo iba
dándose cuenta de que los de Khän eran especiales, casi mágicos. Le hacían
sentirse mejor que nunca. De esta manera, el pequeño saiyan terminó valorando
más a Khän como entrenador que a sus maestros.
– Cada guerrero personaliza su
estilo de lucha a su manera – decía Khän – Destacar como artista marcial es
poseer un mayor número de pequeños detalles únicos en tu forma de luchar.
– ¿En serio? Siempre se me ha
dado bien crear fintas y combinaciones – Khän miró a Glova y éste se encogió de
hombros – Al menos… en mi cabeza.
– Además, las tácticas menos
esperadas suelen ser más efectivas cuando la creatividad las ha forjado – Khän
empezó a pasear y Glova le seguía – Hace milenios, un gran luchador creó una
técnica de energía mortal.
– Hala ¿En serio? – Glova dejó de
hablar en voz baja, pero no miraba a Khän – ¿Mortal para todo el mundo?
– Astuto – ironizó el gigante –
La llamó Oreia Kaiol, un bello rayo
blanco con una finalidad terrible.
– Vaya… – el pequeño paró de
andar – Yo también uso un rayo, pero es de color azul. No le tengo puesto
ningún nombre.
– Los nombres son descubiertos,
no impuestos – le contestó Khän.
– Déjate de tonterías – mira
esto.
Glova comenzó a cargar su
característico ataque de energía en el puño derecho, mientras apuntaba a la
nada.
– Interesante.
Glova disparó con un pequeño
retroceso. Pero la ráfaga de su puño, a pesar de avanzar por el aire, mantenía
el contacto con la mano cerrada que la originaba. El ataque se perdió en el
cielo.
– No es algo tan común – admitió
Khän – No solo creas el ataque con tu energía interna, sino que usas el Ki
externo para darle forma y controlarlo.
– Siempre he querido darle un
nombre, y me parece que Oreia Kaiol le
viene de fábula – miró a Khän – Como hacen los guerreros de élite.
– No tiene la chispa para
soportar el título que deseas imponerle.
– Algún día la tendrá – sonrió
Glova.
– Biip – pitó Otsufur al iniciarse.
En el mundo real, los doctores
tenían que lidiar con los inconvenientes que tanto les pesaban.
– ¿Qué haces ahora? – preguntó
Lachi a su compañera.
– ¿Con qué?
– Las naves de esos soldados no
tardarán en ser rastreadas y buscarán la causa de sus muertes – su voz tembló –
Nos buscarán a nosotros.
– Tendremos que encontrar un
sitio más escondido para que no nos puedan rastrear – Nasera se rascaba la
cabeza.
– Suerte que traje uno de nuestros
inhibidores en el primer y único viaje a este estúpido planeta.
– Sí, Lachi. Suerte que seguimos
vivos – Nasera empezó a recoger diversos artilugios de aquella habitación donde
trabajaban – Si no fuera por Glasqui… a saber dónde estaríamos ahora.
– Ya vas entendiendo cómo debes
concentrarte. Así se debe empezar – decía Khän sentado en el suelo.
– Es muy irritante – contestó
Glova en postura de meditación – ¿Por qué no puedo hacer una onda explosiva y
ya está?
– Un verdadero guerrero debe
controlar su energía y no malgastarla en golpes poco certeros como explosiones
de energía que simplemente arrojan y malgastan Ki disperso al adversario – Khän
apuntó con su índice al pecho de Glova – Un verdadero guerrero debe saber cómo
y cuándo proyectar energía desde todas las partes del cuerpo.
– No creo que sea para tanto.
– Y no lo es, por eso debes
aprender a lanzar ataques concentrados desde los pies, el pecho o incluso la
espalda.
– Nunca he visto a nadie lanzar
ataques de energía por la espalda.
– ¿Por qué crees que te lo
enseña? – Khän sonrió de forma extraña – Pocos conocían la utilidad del arte
marcial de la energía corpórea. Muchos la han olvidado.
– Entonces yo tendré ventaja –
sonrió maliciosamente Glova – Si lo domino, ganaré a cualquiera de mi escuela.
– Solo es ventajoso si se usa
bien – Khän contemplaba todos aquellos saiyans de la edad de Glova que estaban
practicando en aquel gran campo de entrenamiento – Una persona puede manejar
sin dificultades su energía externa, pero a la vez usarla mal o con torpeza de
forma inadecuada. Todo ese control debe tener una finalidad clara y se debe
hacer con esmerada delicadeza.
Glova aprendió a anteponer
ciertos valores a sus principios inculcados y comenzó a usar la imaginación en
lo que más le gustaba: el combate.
Sus proyecciones artificiales
siempre concluirían con los resultados que estaban programados, pero Khän se
encargó de que el pequeño saiyan analizara todo lo que le sucedía constantemente.
De esta forma, el cerebro de Glova se enriqueció como nunca antes lo hizo.
Analizó todo lo que pasaba a su alrededor y concluía observando sus decisiones.
La opinión forjada del pequeño saiyan acabó primando más en los recuerdos
artificiales que los comportamientos que éstos tenían programados para él.
De esta manera, los años pasaron
mientras el joven saiyan aprendía los fundamentos básicos del combate y la
cultura saiyana y se versaba con los entrenamientos de Khän, provenientes de
una etnia milenaria y guerrera ya olvidada.
– Hoy es mi cumpleaños, Khän –
dijo Glova, ya con una altura considerable para su edad – ¿No vas a
felicitarme?
– ¿Por qué celebras un año de
vida? – preguntó el enorme anciano – Los demás años no deseaste felicitación
alguna.
– Este año es especial – dijo el
saiyan – A partir de hoy soy considerado adulto entre los saiyans – miró al
frente con decisión y siguió caminando por el campus de entrenamiento – Y ahora
por fin puedo instruirme para llegar a formar parte de la élite saiyan.
Habían transcurrido cerca de seis
años terrestres y las calificaciones físicas de Glova eran sobresalientes. Su
estado físico era admirado por toda su clase y sus poderes superaban la media
con creces.
– Congratulaciones – felicitó
Khän con una sonrisa enorme y forzada.
Glova rio. Las expresiones
faciales del extraño rostro de Khän no tenían precio.
– Eh, Glova. Deja de charlar con
los fantasmas de tus padres – escuchó por detrás, seguido de un par de risitas
bufonas.
Ya pocas personas de su mismo
rango se atrevían a vacilarle. Pero uno de ellos, conocido como Polka, no tenía
reparos en burlarse. Él era de sangre de élite y sus poderes se comparaban
claramente a los de Glova.
Sin embargo, después de tantos
años recibiendo todo tipo de insultos, el joven aprendiz había dejado de
inmutarse ante los anzuelos para peleas sin un motivo de peso.
– ¿Qué hay, Polka? – le respondió
Glova – ¿Ya has descubierto quién es tu padre?
Las mismas risas resonaron en el
campus y Polka dio un par de pasos con una tensión amenazante en el rostro,
pero un grupo de colegas que tenía a sus lados le detuvieron y susurraron algo
que probablemente le incitaba a evadir la pelea.
Los combates no legales eran
habituales, pero en los campus de entrenamiento siempre causaban demasiados
destrozos en el terreno y finalmente las consecuencias eran más negativas que
positivas para los combatientes.
– Esta tarde te enseñaré algo
nuevo – dijo Khän, ignorando el pequeño conflicto.
– ¿Algo nuevo? – se extrañó
Glova, entusiasmado – ¿Qué es? Es debido a mi cumpleaños, ¿verdad?
– Se trata de la luz artificial
que genera esos rayos necesarios para vuestras metamorfosis.
– ¿Qué? ¿Tú sabes enseñar eso? –
Glova no se lo creía – Pocos consiguen realizar esa técnica.
– Solo es práctica.
– ¿Cuánto tiempo me va a llevar
dominarla?
– No lo sé – respondió el gigante
– Días, semanas, meses…
– Bueno, si tú dices que puedo
conseguirlo, te creo.
Hasta ahora, todas las técnicas
que Khän pretendió enseñar a Glova fueron aprendidas con éxito; unas de forma
más notable que otras.
– Deja de confiar en los demás y
cree en ti mismo – fue la respuesta de su maestro.
Hasta que no pasaron tres meses
perfeccionando la luminosa bola de energía, Glova no consiguió crearla
decentemente.
– Venga… venga… - murmuraba el
saiyan con la mano hacia arriba con forma de garra – ¡Vamos!
En la oscuridad que la envolvía,
Otsufur dejó de ser la única fuente de luz en la sala que refulgía a través de
diversas bombillitas que adornaban la máquina. De la máscara de oxígeno de
Glova fueron desprendidas a presión un cúmulo de burbujas; su corazón ahora
latía con mayor frecuencia. Su mano, como si quisiera agarrar algo a la altura
de su muslo, tiritaba de forma extraña hasta que de ella brotó una nueva luz
blanca.
El campo de entrenamiento empezó
a temblar. Khän, sentado a varios metros de Glova, miró hacia el cielo – No… No
tiembla el suelo. Tiembla su mente.
– ¡Lo tengo! – dijo el saiyan
justo cuando una circunferencia brillante salió disparada de su mano y se estabilizó
a un palmo de ella.
– Bien, pequeño – alzó la voz
Khän – Ahora lánzala al cielo y hazla estallar.
El cuerpo del saiyan temblaba
exageradamente y todo a su alrededor vibraba como si un terremoto asolara el
cielo, como si un tornado se formara en el interior de la tierra.
Le pesaban las piernas. Cayó de
rodillas, pero sus brazos le respondieron, disparando la técnica hacia arriba –
Ahora hazla estallar – se dijo a sí mismo.
Su mano abierta tiritaba
apuntando a un nuevo destello en el cielo. Le costaba realizar la última acción
que culminaría aquel logro – ¡Mézclate con el oxígeno! – cerró su mano
fervientemente y la técnica explotó.
La penumbra que ocultaba el
cuerpo de Glova en aquel líquido mortal fue sustituida por una resplandeciente
luz. La esfera al explosionar intentaba tragar una cantidad de oxígeno que no
tenía, expulsando un remolino de burbujas por la ebullición.
Khän se acercó a Glova mientras
este miraba al suelo, como un perro asustado.
– ¿Qué haces? – preguntó
ignorando que todo vibraba como si estuviese a punto de estallar.
– No… no sé – contestó el saiyan
mientras se le erizaban los vellos de sus extremidades.
– ¿Por qué no miras hacia arriba?
– preguntó de nuevo.
– Temo… - suspiró – Temo qué
podría pasar.
– ¿No eras adulto? – insistió su
maestro – Una vez me dijiste que los saiyans adultos pueden controlar sus
estados de simio sin ningún problema.
– Ya lo sé – Glova no miraba
aquella luz, pero la simple radiación en el cuerpo estaba haciendo que notase
sus pulsaciones en la garganta, la piel de gallina y los pelos de punta – Qué
raro.
Cerró sus puños y miró al cielo.
Todo temblaba alrededor de la esfera. Sus latidos le asfixiaban y sus pupilas
castañas se tintaron de rojo. Su cola se erizó y sus colmillos empezaron a
alargarse. Un dolor extraño le recorrió la columna vertebral mientras todos sus
músculos aumentaban y el pelo comenzaba a aparecer por toda la piel. El aumento
del tamaño de los huesos provocaba un sufrimiento casi insoportable, el
incremento de fibras musculares era reconfortante a la vez que doloroso.
El rostro fue lo peor. La cara
empezó a alargarse hasta formar un hocico desnudo, sus mandíbulas quebraron
para ampliarse y formar una dentaba mayor y su cuello se ensanchó respondiendo
a la proporcionalidad de su aumento de tamaño.
Crecía y crecía, hasta que se
estabilizó. Un grito desgarrador concluyó su transformación. Sus manos eran más
grandes que un saiyan adulto y su mirada era aterradora. El largo de su cola se
hacía más pronunciado en ese estado. El mundo comenzó a temblar sin control
hasta que explosionó dejando a Khän solo en la oscuridad.
– Interesante.
¡Espero que os guste!
ResponderEliminarAun no se sabe nada de Khän, pero está claro que no es nadie muy corriente ;)