Capítulo 13 – Fuego
interno
Glova estaba en su habitación
cuando de repente una piedra atravesó el cristal de su ventana y cayó al suelo.
Estaba envuelta en un papel escrito – Otro mensaje de los mojigatos de clase –
pensó él.
Cuando miró por la ventana
levemente no vio a nadie en la calle. Entonces se dispuso a leer la nota:
He matado a millones. Pero, a pesar de la repugnancia que te produce
saberlo, me parece que a ti tampoco se te daría tan mal. Permíteme decirte que
de alguna manera estamos conectados. Tu alma y la mía. Yo estoy listo para que
vengas a visitarme.
Cuando quieras buscar tu lugar en el mundo, elige bien el camino a
tomar, pues llevas el destino del enfrentamiento en la sangre.
Debes saber que yo no te temo y que, a su vez, tampoco deberías
temerme, aunque de los errores se aprende.
Gracias por tu atención y no olvides dejarte llevar por el instinto,
porque somos un fin en sí mismo, no somos puentes que abren brechas en el
destino.
– ¿Qué demonios...? – Glova miró
por la ventana una segunda vez por si veía al responsable de tal broma
estúpida, pero allí no había nadie.
Despertó bruscamente. Estaba
descansando en su cama, en aquel planeta, Glasq. La luna en cuarto menguante
esclarecía de escasa luz el lugar. Sus heridas estaban curadas. Cuando se
levantó, fue a buscar a alguno de sus tutores, pero no encontró a nadie en el
hogar.
Salió de allí y les llamó –
¡Lachi! ¡Nasera! – gritaba – ¿Dónde estáis?
Buscó por el bosque, por los
alrededores desérticos, pero no encontró a nadie. Entonces se acordó de una
habitación que había pasado por alto en la casa: la sala de trabajo de los
doctores, donde debía pedir permiso antes de entrar siquiera.
Volvió rápidamente y se adentró
en el único pasillo que comunicaba con aquella habitación. Entró y encendió una
lámpara portátil que había en una esquina. La penumbra seguía prevaleciendo en
el aula y la luz no alcanzaba tanta potencia como hubiese querido el joven.
Allí no había nadie, solo las
máquinas extrañas de los científicos. No pudo evitar fijarse en aquel armatoste
que vio cuando Lachi le regaló la armadura con la que luchó – ¿Los habrán
matado? – pensó horrorizado – ¿Habrán sido descubiertos por otros soldados
mientras me recuperaba?
Justo cuando se emparanoiaba en
aquellas terribles dudas, miró al tanque de acero una vez más. La luz llegaba
escasa hasta la esquina donde se hallaba, pero fue suficiente para distinguir
unas pintadas rojas en el metal de aquel armario metálico – ¿Será sangre? - temblaba Glova.
Comenzó a leer cuando se acercó a
la enorme máquina cableada:
“Abandonado a tu suerte, he aquí tu hogar”.
Sin saber por qué, creyó con
total seguridad que lo habían escrito ellos, sus tutores.
Entonces empezó a llorar,
desconociendo concretamente el motivo por el que lo hacía. En un instante se
derrumbó en el suelo.
Abrió sus párpados lentamente,
porque le dolían. Intentó erguirse en el acolchado donde se encontraba – Argh… - fue lo único que pudo gruñir
cuando notó las punzadas de dolor de su costado y su hombro derecho. La pierna
herida por la aguja de Katchin también se resentía al moverla, pero finalmente
se pudo levantar.
Se encontraba en una habitación
de pared y techo rocosos. Una vela medio consumida la iluminaba con
dificultades. Ya en pie, fue andando con una leve cojera hasta una puerta
rústica de madera. Agarró el tosco pomo y sintió un picotazo en el estómago.
Apartó su cabeza hacia un lado de la puerta y vomitó en el suelo. El picor en
la garganta le hizo escupir un par de veces antes de abrir la puerta con decisión.
Entró en una sala grande, donde
el suelo seguía siendo tierra sin adoquinar, iluminada por una gran fuente en
el centro del aula que despedía una rara sustancia brillante.
– ¿Qué es este lugar? – susurró
Glova cuando estaba a cinco pasos de la fuente. Lo que escupía no podía ser
lava. Era fuego literalmente líquido. Tenía un aspecto fluido, igual de espeso
que el agua, pero con magníficas flamas que emitían luz y decoraban la
constancia de aquella sustancia.
Fue a mojar un dedo en el fuego,
pero a medida que acercaba la mano notaba más el calor que desprendía – Mejor…
no.
– Claro que no – retumbó una voz
grave en la sala.
Glova pegó un pequeño brinco y
miró a su espalda. Era Khän, tan alto que apenas le reconocía. Nunca le había
visto en pie. Sus grandes ojos miraban la fuente, iluminados por la mágica luz
anaranjada que ésta emitía.
– ¿Qué es esto? – dijo Glova,
olvidando por un momento las preguntas más importantes que quería haber hecho
en un principio.
– El zumo de los dioses, cree él.
Glova se paró un momento, algo
confuso. Pero al segundo recordó que aquel gigante se reconocía a sí mismo en
tercera persona.
– ¿Zumo? – cuestionó Glova
mirando de vuelta al líquido.
– Se dice que, con él, los dioses
son capaces de crear objetos divinos, capaces de renacer la esperanza a razas
enteras, padres e hijos.
– Dioses… - Glova miraba la
fuente fijamente. El brillo anaranjado del fuego líquido le embobaba.
– Ajá… Lámparas, anillos,
diademas… todo en aras del anhelo de vida para una raza de expectativa sana y
plena.
De repente, Glova recordó que no
sabía qué estaba haciendo allí.
– Espera… ¿Por qué eztoy aquí? –
volvió la mirada a Khän.
– Te trajo – Khän no apartaba su vista
de la fuente – Ahora vives gracias a él.
– ¿Los demás estaban muertos? –
preguntó Glova rápidamente.
– Muerte, todo era muerte.
– ¿Mi familia está bien?
– Si llamas familia a los que te
mantienen con vida entre hilos de perecimiento… sí, están bien, pero
angustiados, porque no te ven.
Glova ya se acostumbró a ignorar
las cosas tan extrañas que decía Khän. Las veces que insistía en ellas solo
servían para confundirle aún más.
– ¿Cuánto tiempo llevo aquí? –
preguntó mientras se palpaba la cabeza, donde sentía con los dedos rozar una
herida seca.
– ¿Por qué no utilizaste el regalo
que te hizo? – le cortó Khän haciendo un ademán con la mano.
– Hm… - Glova no sabía realmente
qué contestar. Sabía que se refería a la piedra que seguía teniendo en su
paladar, pero desconocía la respuesta – Supongo que se me olvidó.
– La perdición es el olvido,
tenlo en cuenta, pequeño.
– Ya… La verdad es que a veces
tengo la sensación de que se me olvidan cosas.
– Hasta tu nombre.
– No… no tanto – le respondió el
saiyan con una mueca risueña.
Khän apartó su mirada de la
fuente para posar sus ojos en Glova. Su comisura izquierda transformaba su
facción de sorpresa a intimidante, pero el muchacho sabía que aquello era una
pequeña sonrisa.
– He tenido una pesadilla ahí
dentro – admitió el chiquillo.
– Cuéntale – respondió – Pero, si
quieres su consejo, quizás te arrepientas luego.
– ¿Consejo? – le miró con
desconfianza – Te lo cuento porque me parece extraño que justo aquí tenga
pesadillas que parecen ser demasiado reales.
– Quizás son más ciertas de lo
que tú piensas.
– Una piedra atravesaba mi
ventana y estaba… estaba envuelta en un papel donde…
– Sí, sí. Lo sabe – le
interrumpió Khän – Se ha puesto en contacto contigo. Sus poderes se han
incrementado. Debes tener cuidado.
– ¿Quién? – Glova estaba confuso
de nuevo, pero intrigado.
– Un equivocado ser, capaz de
mucho en vida. Pero tranquilo, no te tocará mientras no reviva.
– No me has dicho quién es –
Glova comenzó a desesperarse de nuevo.
– Ni debes saberlo – Khän se dio
la vuelta y comenzó a andar lentamente.
Glova, enfurruñado, le siguió.
Llegaron a una puerta movediza que formaba parte de la pared.
– Nunca hubiera sabido salir de
aquí si no fuera destruyéndolo todo – rio Glova.
– Destruir… Las vidas de cinco
seres te han condenado, al igual que a este minúsculo planeta – se adentraron
en un túnel. Al cerrarse la puerta a su paso y entrar en penumbra, Glova se
percató de que su compañero llevaba encendida una lámpara de aceite en la mano.
– Lo sé… – probablemente me
buscará el imperio de Lord Freezer – Estoy sentenciado.
– Ya veréis – respondió Khän
mientras seguía andando pasivamente.
– Oye, Khän – el pequeño se cruzó
de brazos mientras pensaba – Tú, que tanto dices entender… ¿sabes si los
niveles de poder que empleamos en la pelea de ayer fueron reales?
– No podemos calcular el poder a
través de los números, el poder se siente, el poder se conoce cuando uno domina
la mente.
– Hm… ya.
– Hace tres días de tu victoria.
– ¿Qué? – Glova abrió los ojos –
¿Llevo aquí tres días?
– Astuto – sonrió el gigante.
Glova miraba al suelo oscuro
mientras andaba – Necesito salir para ver si mis maestros están bien.
– Haz lo que necesites –
respondió Khän, con sus ojos apuntando al crío – Pero si pretendes contactar
conmigo allí en tu mundo, deberás hacerlo primero el día anterior a tu ida,
antes de dormirte.
– ¿Por qué el día anterior? – el
pequeño saiyan desvió la mirada hacia el rostro de Khän, pero era tan alto que
fijar su vista tan arriba le incomodaba el cuello – ¿Sabré contactar?
– Así se encargará de que no se
te vuelva a olvidar. Todo el mundo sabe contactar – el ser de piel rugosa abrió
una mano y seguido una puerta cedió de la pared – Sigue recto hasta salir y
contemplar por ti mismo la luz solar.
– Gracias, Khän – el chaval
alargó una mano para estrechar la del enorme ser – Te debo la vida.
Khän observó algo confuso la mano
del joven, pero al segundo relajó su rostro y cedió la suya, atrapando la de
Glova en su palma – ¿Es un signo de despedida?
– Yo diría de amistad – sentía
una dura presión en su puño, pero sabía que no era intencionado – ¿Tú me
aceptarías como amigo?
Khän sonrió sin mostrar su
dentadura, mientras los ojos penetrantes y abiertos fijaban a Glova desde la
altura – Amistad, ¿eh? Supongo que podría ser.
El gesto alegre del saiyan mostró
en su rostro los rasgos infantiles que desvelaban su edad. Entonces se dio la
vuelta y empezó a correr hasta que escapó a la superficie cuesta arriba.
Los rayos de Sol dañaron los ojos
de Glova. Cuando resurgió de aquella cueva, la salida se derrumbó entre la
arena. Al instante se dio cuenta de dónde estaba. El cuerpo de Palter se
encontraba allí, con la piel seca, de un color más blancuzco y cubierto
parcialmente de arena. Glova se agachó para recoger el scouter que tenía el
cadáver. Estaba manchado de sangre rojiza reseca, pero le dio igual, era de un
tamaño adulto normal y coincidía con lo que buscaba.
Entonces empezó a volar en
dirección a su casa, donde seguramente le esperaban sus tutores, preocupados
por él. El dolor de su cuerpo era abrumador, pero sentía alegría en cierta
manera.
Llegó a la puerta y entró sin
llamar, como era habitual.
– El experimento probablemente
haya muerto en el ataque. No sabemos nada de él tras tres días desaparecido –
escuchó la voz de Nasera desde la habitación de trabajo de los doctores.
– ¿Tres días desaparecido? –
recapacitó él – Está hablando de mí.
– Fin de la grabación – dijo la
doctora antes de apretar un botón. Salió de aquella habitación y pasó por el simple
pasillo sin ver a Glova, ya que éste había usado la ultra velocidad para pasar
por su lado y entrar en la sala de la que había salido su tutora. Vio entonces
a Lachi acurrucado en el suelo.
– Pst, Lachi – susurró Glova usando su mano para amortiguar el
sonido.
Lachi abrió los ojos y se quedó
paralizado – ¿Glova? ¿Eres tú?
– Sí, maestro. He vuelto –
sonrió.
El doctor estaba en shock, no
creía lo que veían sus ojos – ¿Estás vivo? – preguntó tocando la cabeza al
pequeño, como si no fuera obvio.
– Ajá – dejó el scouter en la
mesa.
– Esto es… inesperado… - el
doctor estaba despeinado y sus ojos enrojecidos por haber llorado, deducía
Glova - ¡Es genial!
– Maestro - Glova se puso serio -
Antes de avisar a Nasera de mi llegada, quiero saber unas pocas cosas – su
mirada nunca había sido tan desafiante con su tutor, aunque le temblaban las
piernas.
– Eh… claro. Dime – susurró
extrañado mientras se levantaba las manos en los ojos para vencer su
somnolencia – ¿Qué ocurre?
– ¿Por qué Nasera se grababa a sí
misma hablando sobre mí, llamándome “experimento”?
Realmente le ofendía que
existiera la posibilidad de que, para ellos, fuera una especia de cobaya y no
lo que siempre había creído: un miembro de la familia; de menor importancia,
pero de la familia.
Lachi estaba confuso. No se
esperaba para nada todo lo que estaba sucediendo.
Hacía tres días fueron a buscar a
Glova con armas láseres. Viajaron en la nave tras una hora desde que la
transmisión se cortó. Cuando llegaron, tenían que iluminar el terreno con las
luces artificiales que encendía el avanzado motor del vehículo. Inspeccionaron
todos los cadáveres que encontraron, pero Glova no se hallaba allí. Lo buscaron
durante horas y no hubo rastro de él. Al día siguiente, aprovechando la luz
solar, continuaron con la búsqueda por aquella zona y por la periferia de la
misma. Todo fue en vano.
Tras un día completo de búsqueda,
los doctores desistieron y regresaron a la casa para asimilar sus destinos. El
llanto predominó y una deprimida calma se apoderó de ellos.
– Habrá… habrá sido un error –
Lachi se rascó la nuca como si un dolor de cuello le agobiara – ¿Estás seguro
de que escuchaste eso?
– Sí. Experimento me llamó – los
ojos de Glova se humedecieron.
– Glova – escuchó a su espalda.
Era la voz de Nasera. El saiyan no se inmutó – Todo tiene una explicación.
– Espera, Nasera – interrumpió el
doctor – ¿Qué vas a contarle?
– Déjame hablar, Lachi. Tiene que
saberlo – estaba cruzada de brazos y su semblante grave delataba su seriedad.
– ¿Qué dices? – Lachi parecía demasiado
nervioso – No se te ocurrirá…
– ¡Que me dejes hablar! – acalló
Nasera a su compañero.
Glova, en plena discusión, solo
podía mirar a su tutor a la cara, pidiendo con la respiración una explicación
de lo que estaba pasando a su alrededor.
– Verás, Glova – comenzó la
científica mientras se sentaba en su silla metálica donde solía trabajar,
sacada hacía años de la nave en la que llegaron – En realidad allí, en el
Planeta Vegeta… te consideran un experimento… para comprobar cómo crece un
saiyan educado por tsufurs.
La cara de Lachi relajó su
tensión muscular, aunque gotas de sudor ya caían por su sien.
Glova dejó de mirarle para perder
su vista en el suelo, mientras se pellizcaba el pantalón con los dedos,
angustiado.
– Cada cierto tiempo debemos
enviar datos de tu evolución – continuó la doctora – y estos días hemos sufrido
acontecimientos de vital importancia – Nasera alzó un poco más la voz, que
hasta ese momento era suave y calmada – Te llamé así porque es como debemos
llamarte ante ellos, los Saiyans.
Glova cerró sus ojos fuertemente
y entre dientes masculló – Te creo.
Entonces Nasera fue hasta él y le
arropó con sus brazos. Lágrimas cayeron de los ojos del pequeño cuando Lachi
puso una mano sobre su cabeza, acariciándola para tranquilizarle.
Cuando los tres consiguieron
calmarse, Glova les contó todo lo sucedido; el escuadrón, sus extrañas formas
de luchar, el dolor muscular tan insoportable que padeció y padecía en aquellos
instantes… No mencionó a Khän por inseguridad, y se inventó que se refugió en
una cueva para sanar sus heridas.
– Eres todo un guerrero – dijo
Lachi – Estoy orgulloso de ti.
– Quizás incluso hayas obtenido
un Zenkai – aportó Nasera.
Lachi miró de reojo a la
científica, algo incómodo.
– ¿Zenkai? – preguntó el joven –
¿Qué es un Zenkai?
– Es la palabra que utilizan los
saiyans para referirse al incremento de poder que obtenéis al estar al borde de
la muerte y vivir para contarlo.
– Ah… eso – una pequeña sonrisa
brotó de una de sus comisuras – Pero… - la sonrisa desapareció – ¿Qué voy a
hacer ahora? Aquellas personas eran soldados de Freezer – y de élite, recordó
mientras lo decía – ¿Me van a buscar y condenar?
– No te preocupes por ello – dijo
Nasera – Se lo comunicaremos al reino Saiyan y veremos qué hacer.
Un silencio incómodo aisló la
habitación.
– A propósito… - añadió el
pequeño – ¿Cuál es mi nivel de poder?
Nasera y Lachi ya sabían que iban
a tener que explicar aquella incoherencia con sus recuerdos artificiales. Un
niño saiyan normal no podía superar a la élite de Freezer, ni si quiera
alcanzar en su estado base las unidades de cualquier Ozaru. Con todo, Glova
calculaba ya que el poder desplegado en la pelea contra aquellos soldados era
superior al desprendido por cualquier saiyan conocido.
– Verás, Glova – improvisó Nasera
– Antes de despertarte, te dimos una dosis de un compuesto creado por nosotros,
que incrementa tu poder rápidamente. Por eso has podido con soldados tan
fuertes – Glova sintió sus latidos a mayor velocidad – Pero, gracias al entrenamiento
que te estamos dando, estamos seguros de que, sin aquella sustancia externa,
podrás algún día alcanzar aquellos niveles, tarde o temprano.
Glova se desilusionó enormemente.
¿Aquel poder no era suyo? Era injusta su enfermedad y era injusta su limitación.
Sintió ganas de dormir y de que todo pasase rápido. Quería sentirse seguro en
el Planeta Vegeta.
– Entiendo – concluyó el saiyan.
Tras curar superficialmente sus
heridas, Nasera y Lachi le dieron de cenar y le prometieron que mañana
volverían al planeta de los Saiyans.
Glova recordó entonces qué debía
hacer. Antes de conciliar el sueño (acelerado por el sedante oculto ingerido en
la cena), Glova llamó a Khän en su mente tres veces.
Y Khän respondió.
¿Qué passará a partir de ahora? ;)
ResponderEliminar¡Un saludo y disfrutad de la lectura!