Capítulo 8 – Una única
arma
Nasera activó el tanque de
Otsufur para reiniciar el programa.
Glova, sedado durante la noche
debido a una pastilla que sus doctores le hicieron tomar por su seguridad en el
supuesto viaje espacial del día siguiente. Fue conectado a aquella máquina
metálica, no sin antes desnudarlo y preparar los líquidos y los compuestos.
– Ya está – concluyó Lachi – De
nuevo al lío. ¿Cómo van esos recuerdos?
– Bueno, me parece que tengo que
modificar ciertos aspectos – aclaró la doctora mientras recogía su cabello
moreno en un moño simple – Porque no he tenido en cuenta su elevado poder; y
creo que debería motivarle un poco, hacer que se sienta capaz de superar a los
demás.
– Sí. Que sepa que alcanza el
nivel de sus mayores rápidamente o algo así.
– ¿Qué? – Nasera lanzó a su
compañero una expresión de reproche – No te pases. Ya sé que seguramente será
el saiyan más poderoso que hemos conocido, pero no quiero que su personalidad
se pueda ver afectada por aires de grandeza.
– ¿Ahora eres su madre? ¿Qué más
da eso? Creo que es mejor que sepa desde un principio dónde están sus límites
para que no tema a los futuros enemigos que le aguardan.
– No es así – argumentaba Nasera
– No podemos darle un poder sin ponerle un límite moral, de respeto y precaución.
– Creí que eso lo tenías
controlado gracias a la educación que recibirá a través de los recuerdos
artificiales – respondió el doctor mirando el tanque que contenía al saiyan.
– Verás – comenzó a explicar su
compañera mientras se ponía cómoda para dar una de sus típicas charlas – Los
recuerdos artificiales funcionan en conexión a una mente. Van reproduciéndose a
medida que el sujeto que los procesa se compenetra con los mismos.
– Ya veo.
– Entonces – continuó la doctora,
gesticulando con las manos para poner énfasis en sus explicaciones – Dicha
conexión se establece con una particularidad: la personalidad del sujeto amolda
ciertos puntos que el recuerdo programado deja a su criterio individual, por
así decirlo. Es decir, aparte de los detalles que los recuerdos no abarcan y
que son complementados por la información de la mente que los proyecta, pueden
ser mínimamente perfeccionados a su voluntad en un exiguo intervalo
probabilístico.
– En resumen: no podemos
controlar en un 100% la personalidad de Glova… – simplificaba Lachi, calmado -
…porque influye poco, pero en numerosas ocasiones en los recuerdos
artificiales.
– Lo captas – sonrió por fin ella.
– Bueno, tiene sentido – Lachi
acercó los dedos de su mano derecha a su afeitado mentón y lo abarcó con ellos,
como si le ayudara a pensar – Si es así, quiero que me facilites la
programación de los datos que va proyectando Glova. No es bueno que seas la
única de los dos que sepa sobre su vida.
Nasera rio – Adelante. Sólo
tienes que pulsar las teclas adecuadas en el programa de traducción del
ordenador para poder ver por escrito todos los recuerdos proyectados y por
proyectar – alzó la mano en ademán desinteresado – Que te cunda la lectura, te
vas a cansar.
Lachi, tal y como Nasera le
enseño más tarde, exportó los recuerdos a archivos legibles y comenzó a leer
toda la historia de Glova a una velocidad anormalmente rápida. La verdad era
que le serviría para captar mejor la personalidad que el saiyan iba
adquiriendo. Sin embargo, más que como un informe aburrido, a Lachi le empezó a
parecer como una novela narrada de forma técnica y minuciosa – Es cierto que
Nasera se ha esforzado – pensaba él cuando se dio cuenta de todo el trabajo que
requería aquella creación.
A medida que iba avanzando en la
lectura, Lachi se percataba sin mucho esfuerzo de que la vida artificial de Glova
era bastante penosa. Prácticamente era un apestado entre su raza, y sus tutores
daban cariño a sus hijos, tratando al saiyan como a un sobrino lejano. El único
apoyo que recibía emocionalmente era el de Cushdi y Dion, quienes, sabía Lachi,
morirían más tarde a manos de unos u otros según el plan de Nasera, por motivos
obvios.
Se dio cuenta de que había una
gran cantidad de información referente a toda la cultura saiyana. Era
prácticamente uno de ellos, que enriquecía sus conocimientos a través de la
escuela irreal sobe toda la historia saiyana hasta el momento de la destrucción
del Planeta Vegeta.
El doctor, de esta manera,
aprendió también gran parte de las costumbres saiyanas: en las periferias de
las ciudades existían lugares de apuestas a los que llamaban Arena Roja donde
cualquiera podía participar. Se trataba de un pequeño local usado para luchar.
Los ganadores adquirían ciertos ingresos de las apuestas a su favor y los
perdedores a veces encontraba una muerte legalizada – Son unos salvajes – decía
el doctor para sí– Menos mal que Glova no tendrá una mentalidad así gracias a
nosotros.
Pasaron casi dos años y los
tsufurs del astro que ellos mismos apodaron Glasq sintieron que su tranquilidad
no sería invadida hasta dentro de mucho tiempo, pero no podían estar más
equivocados.
– Gggg…. – Nasera reaccionó con asombro mientras trabajaba en su
ordenador con la programación de los recuerdos artificiales. Aquel panel de
comunicación estaba haciendo sonidos raros. Estaba conectándose a una
frecuencia automáticamente.
De repente, la frecuencia mejoró
y la doctora pudo reconocer voces que hablaban. Aún no tenía una conexión
suficientemente buena para comprender nada de lo que decían debido a las
interferencias, que convertían las voces en gruñidos eléctricos.
– ¡Lachi! – la doctora tenía un
nudo en la garganta. ¿Les habrían pillado? – ¡Date prisa! – su voz irradiaba la
preocupación que en ese instante la acongojaba.
Lachi, extrañado, llegó a paso
ligero hasta el despacho (o más bien habitáculo) donde Nasera trabajaba.
– ¿Qué demonios ocurre? –
preguntó su compañero empuñando una barra de hierro.
– Escucha la radio – ordenó ella
mientras señalaba aquella máquina plana conectada a una gran antena acoplada en
el exterior.
– Gggg… calvgggata… ggg… - se
escuchaba claramente la voz de alguien intentando conectar con la frecuencia
del panel de comunicación que usaban.
– Esto solo puede significar una
cosa… - Lachi aclaró su garganta seca para continuar – Están buscando a alguien
a decenas de años luz, o… deducen que existe una transmisión cerca de este
sistema solar.
– ¿Qué hacemos ahora? – Nasera
estaba muy nerviosa. Empezaba a sudar por la frente.
– Tranquilízate – respondió Lachi
con su tranquila voz – Tenemos desactivado el conector de frecuencias de la
antena – le puso una mano en el hombro para tranquilizarla – Recibimos
frecuencias, pero sin desvelar nuestra posición.
– Está bien – la voz de Lachi
siempre había calmado los nervios de la científica, sobre todo cuando sus
explicaciones parecían tan seguras.
Retiró la cálida mano del hombro
de su compañera mientras le sonreía para animarla – Eso espero – dijo ella,
devolviéndole la sonrisa.
A los tres días de aquella
transmisión, otra llegó a su panel de radio para poner a sus receptores más
nerviosos.
– Gggg… - empezaron a oír los dos
tsufurs, que estaban trabajando juntos en aquel momento – ¿Hola? ¿Hay alguien
ahí? – se escuchó una voz grave a través del altavoz – No sé si nos estaréis
escuchando, pero hemos localizado vuestra frecuencia e iremos a por vosotros.
– Mierda – Lachi no pudo evitar
maldecir – ¿Cómo demonios…?
– No pensaríais que nos olvidamos
de vosotros, ¿verdad, mequetrefes? – aquella voz le sonaba a Nasera.
Rápidamente cayó en la cuenta y miró a Lachi, descubriendo que él también le
miraba con preocupación.
Era uno de los de aquel grupo de
asesinos que no dudaron en destruir a sus familias en la base de Rom.
– Mierda, mierda – Lachi se
levantó de su asiento para teclear varios botones táctiles en el panel de
radiofrecuencia.
– ¿Qu… qué estás haciendo? –
preguntó Nasera, alterada.
– Estoy comprobando una cosa… -
la voz del doctor tenía un tono algo menos llano y hablaba de forma más
acelerada – No entiendo cómo saben que somos los mismos con los que hablaron
hace años.
– Bueno, amiga – ahora habló una
voz extraña – Tenemos ganas de conocerte, así que en una docena de cirtles te visitamos para zanjar lo que
nos dijiste hace años, eso de que nos matarías. Espero que tengas preparado un
buen desafío.
El rostro de Lachi expresaba
confusión y tristeza. Sus pocas arrugas se acentuaron y sus ojos denotaron
estrés. No se esperaba que pudieran rastrear un tipo de radiofrecuencia
receptora creada por ellos mismos que precisamente evitaba ser detectada. Al
igual que no se esperaba la intervención de Nasera.
– ¡Así es, cabrones! – Lachi casi
se desmayó al oírla – ¡Venid si vuestra vida quiere renunciar a su mísera
existencia!
Lachi apartó la mano de Nasera
del botón comunicador.
– ¿Qué diantres haces? – dijo el
doctor una vez atento de que los de la otra frecuencia no podían escucharlos.
– ¡Ohhhh! – sonó desde la radio,
como si un coro hubiera ensayado la expresión de asombro.
– ¡Si es ella! – dijo la voz
grave.
– Espero que no nos decepciones, maja
– se oía otra voz vibrante a la vez que la de otro de ellos – Si no me das un
buen desafío, jugaré con tu cabeza – otras risas de fondo.
– Intento hacerles comprender que
morirán cuando lleguen – Nasera hablaba rápido y decisiva.
– ¿Qué? ¿Estás loca? – Lachi se
echó las manos a la cabeza – ¡Glova no va a estar preparado hasta dentro de
unas semanas!
– ¿Qué hacéis? Seréis idiotas… -
oyeron otra voz grave, pero calmada. Parecía ser dominante frente a las demás –
Perdone si mis compañeros le han incomodado con su brutalidad y su escasa
educación – Los doctores se miraron entre ellos, extrañados. Era la primera voz
que oyeron cuando se les comunicó la muerte de sus familias – Les habla el
Capitán Palter. He de informarle que sabemos dónde se halla y que
exterminaremos rápidamente toda vida racional en el planeta para su precedida
venta en nombre del Emperador Freezer. Si es cierto que nos ofrecerá
resistencia, estaremos orgullosos de afrontar el reto.
– Yo le informo… – Nasera no
rebajó su tono de voz – …de que pagarán sus actos con la muerte.
Lachi se tapó la cara con las
manos.
– Hasta dentro de doce cirtles – sentenció el capitán – Corto.
– Estás chiflada… - Lachi no
podía creer nada de lo que estaba sucediendo – ¿Qué demonios son doce cirtles?
– Dos días, aproximadamente.
Saquemos a Glova de Otsufur – la científica, al contrario que su compañero,
estaba convencida de que Glova sería capaz de derrotarles. Aunque ella no se
percataba de que se estaba dejando llevar por la locura más que por la razón en
aquellos momentos, Lachi lo veía claramente.
– No dará tiempo a que se
recupere… - dijo él mientras seguía a Nasera hasta Otsufur.
– ¿Quieres mover el culo de una
vez y ayudarme? – la desesperación de Nasera era palpable. Se notaba en el ambiente,
en su voz y en sus ojos inyectados en sangre.
Glova abrió los ojos. ¿Era un
dèja vu? Se encontraba en la misma cama que cuando despertó tras sus días de
enfermedad hacía un par de años. Y era de noche, como la última vez. Pero sabía
que no hacía mucho tiempo que había estado en el Planeta Vegeta. De hecho, lo
último que recordaba era que estaba volviendo a casa tras otro día más de
escuela – Qué extraño – Se dijo en voz baja – Me encuentro débil… de nuevo.
Nasera apareció en la entrada de
su habitación y, como la última vez, se sentó a su lado, calmándolo.
– ¿Estás
mejor? Tu enfermedad volvió de repente – mintió ella – Aún no saben de qué se
trata, pero como la última vez dio resultado, hemos vuelto a Glasq.
Glova se quedó
en shock. No sabía qué significaba todo eso. ¿Estaría en peligro de morir por
una enfermedad rara y desconocida?
– Además,
tengo que decirte que un escuadrón del emperador Freezer piensa aniquilar a la
población de este planeta… con nosotros incluidos – Nasera parecía realmente preocupada.
Probablemente lo estaba – Les da igual que estemos nosotros entre ellos ahora
mismo. Quiere el planeta deshabitado.
Lachi, escondido
en un habitáculo paralelo, se tapó la cara con la mano – ¿Y se lo dice así?
Maldita sea…
– Joder,
joder… - pensó Glova – todo eso era mucha información compleja de asimilar, y él
no estaba en su mejor momento – Y… y…. ¿por qué no nos vamos?
– Tienen que
venir para recogernos desde el Planeta Vegeta, pero sabemos que tardarán más
que el escuadrón del emperador – la científica planeó bien la mentira. Debía
ser creíble para un niño de siete años.
– Y… ¿qué
vamos a hacer? – Glova sintió que todo era su culpa. Su enfermedad les hacía
estar en aquel maldito planeta y sus tutores podrían morir con él.
– Solo nos
queda confiar en ti – dejó caer el peso de la responsabilidad en aquel joven.
– ¿En mí?
– Exacto –
Nasera parecía convencida – Tú puedes con cualquier soldado de pacotilla del
imperio. El escuadrón no tendrá mucha experiencia.
– ¿Yo?
– Así es –
concluyó ella, dándole un beso en la frente – Eres nuestra única esperanza,
nuestra única arma.
Hola, Pivotts! Debo decir que he descubierto este blog por casualidad y que me he enganchado desde el principio. Me está pareciendo brutal. Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, LionMB! :D
EliminarLa historia ha estado avanzando algo calmada para explicar la compleja situación de Glova, pero en el capítulo que viene comenzará la acción. Quizás incluso haga algún dibujo si tengo tiempo.
Espero que os vaya gustando cada vez más.
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