Capítulo
7 – Ida
Glova regresó al Planeta Vegeta
con sus tutores. Su llegada fue alegremente recibida por Cushdi y Dion, sus
mejores amigos, por no decir los únicos que tenía. Sin embargo, a los vecinos
saiyanos de la localidad donde residían no les hacía mucha gracia la vuelta de
los tsufurs y de su hijo adoptivo, descendiente de traidores.
Uno de los temas fundamentales
que Glova no olvidará de su vida es la historia de sus padres: saiyans que
estuvieron en contra del reinado de Vegeta, que fueron aniquilados poco después
del nacimiento de Glova. Así, antes que matar al bebé, dos familias tsufurs
propusieron adoptarlo y suplicaron al rey por ello.
De esta manera, el destino de
aquel niño cambió sin ser consciente de ello. Su infancia se caracterizó por un
trato de odio por parte de los demás saiyans de su edad debido a su condición
indignante. Por ello, no hizo muchos amigos, pero a cambio, su relación con el
hijo de Nasera y la hija de Lachi, cuyas edades eran parecidas, era muy
amistosa y fraternal.
– Aquí llega el enfermo – gritó
uno de los de la clase de Glova. Una risa estridente comenzó a vibrar en el
aula, seguida de otras que la secundaban.
Él ya estaba acostumbrado a los
insultos por parte de sus compañeros. Pero al contrario que la mayoría, él no
reaccionaba de forma agresiva a no ser que llegaran a las manos, lo cual
ocurría alguna que otra vez.
La vida de Glova siguió su curso
habitual y, al cumplir los siete años, el emperador Freezer visitó el planeta
Vegeta con alguna finalidad política desconocida, imaginaba Glova. Una
aglomeración de saiyans se extendía por las calles por donde Freezer pasaría
hasta llegar al Palacio Real.
Glova, como muchos de los saiyans
de menor estatura, intentaba buscar un hueco para poder ver al emperador. El
interés de la gran mayoría no era ni por veneración, ni por idolatría; la
curiosidad era lo que los movía a su contemplación. El ser más poderoso del
universo estaba allí, como pasó una única vez en la historia del Planeta Vegeta
el día del sometimiento saiyano al Imperio del Frío o, como lo llamaron los
Saiyans: La Gran Unión.
Se les estaba totalmente
prohibido volar a los civiles en los centros de las ciudades, ya que había que
dejar el cielo despejado para los soldados, únicas personas con permiso de
vuelo en pleno núcleo metropolitano. Sin embargo, a menudo los niños volaban a
ras del suelo y no se les decía nada. Glova levitó hasta la altura de las
cabezas de los más adultos para poder ver al famoso Freezer, al que solo había
visto en imágenes y fotografías. Iba en su trono ovalado, acompañado de dos
soldados que parecían formar parte de la élite por sus uniformes.
Era tal como se imaginaba. Había
mucha incredulidad popular del poder del demonio del frío debido a su tamaño,
parecido al de un saiyan joven, lo cual era motivo de risa al compararlo con los
grandes y grandiosos Ozarus. Aun así, su mera presencia era suficiente para
acallar las críticas de los presentes hacia su estatura. Su energía se sentía a
leguas, y mientras más se acercaba, más la notaban todos, interiorizada como
miedo. Obviamente, se trataba de un Ki de gran potencial. Aquel ser emanaba una
intensidad y una magnitud de poder desbordante. Además, se rumoreaba que la
forma que ostentaba el emperador no era la real, que su figura original era
monstruosa y tan excelsa que toda materia caía bajo sus pies; que ocultaba su
verdadero aspecto porque era demasiado complicado dominarlo. Pero eran
habladurías a las que no se le prestaba demasiada confianza.
Glova no sintió miedo por él,
pero sí un profundo respeto. Sabía que en algunos planetas se le consideraba
una deidad, un dios personificado; tanto a Freezer como a su padre, a quien solo
conocían de oídas. Tras el ascenso del emperador por la calle principal, la
gente empezó a dispersarse y, entre ellos, Glova.
Nuestro saiyan fue haciéndose
mayor y alcanzando a los alumnos de la academia que provenían de familias de
élite. De esta manera, fue aún más odiado entre sus compañeros, ya que ningún
otro avanzaba tanto ni tan rápido, y ver a un hijastro de tsufurs con tal
habilidad creaba repelencia. Todo aquel ultra-desarrollo fue gracias al
adiestramiento que sus tutores le imponían. Crearon una sala de ejercicio con
regulador de gravedad y con varios ciborgs de entrenamiento.
– Seguro que hace trampas – le
criticaban algunos.
– Sí, sus padres le dan píldoras
para ser más rápido y fuerte – decían otros – Pero se quedará enano y se le
caerá la cola.
– No hago trampas – replicaba
Glova – Me entreno mucho para ser el más fuerte de todos los saiyans.
Trego, el alumno con mayores
calificaciones en el arte de la lucha, se levantó de su pupitre y se dirigió a
Glova – ¿El mejor de todos dices? – se acercó aún más a él – Pues para llegar a
serlo tienes que pasar por encima de mí, proscrito de tsufur - la misma palabra
tsufur era, en sí misma, un insulto
utilizado y popularizado – Te espero fuera en el patio a la hora del descanso.
Si no estás allí te tragarás tus palabras y me limpiarás las botas cada día.
Glova dudó. No se le pasaba por
la cabeza enfrentarse a Trego, pero ahora la suerte estaba echada. Si se
negaba, quedaría como un cobarde delante de todos – Si limpio tus botas será
con tu lengua, germen fútil. Todo el mundo calló.
– Te dolerá hasta la ropa – le
contestó Trego mientras pasaba por su lado con aires de superioridad.
Trego era un saiyan proveniente
de una familia de élite y, por ende, solía ser más poderoso que los demás y más
habilidoso incluso entre los otros compañeros descendientes del mismo rango. Generalmente
no daba muchos problemas a Glova, pero en aquella ocasión reaccionó ante un
comentario que su orgullo debía acallar. Era el más fuerte de su clase; y si
tenía oportunidad de demostrarlo, lo hacía.
A la hora del descanso, Glova se
dirigió al patio para encararse con su rival. Allí estaba él, sin su camiseta
puesta para que no se hiciera trizas en la pelea. Glova le imitó. Una
acumulación de chavales de su misma clase y de otras los rodearon para no
perderse detalle.
Ambos se pusieron en guardia y
Trego fue el primero en atacar. Saltó y dio una patada por la derecha dirigida
a la cara de Glova, pero este la paró y asestó una zancadilla cuando su
contrincante iba a tocar el suelo con el pie izquierdo. En vez de caerse,
levitó por un momento, dando una vuelta en el aire y pegando en el pómulo de
Glova con el reverso del puño diestro. El golpe le tambaleó un poco, pero supo
reaccionar bien: inmediatamente tras recibir el impacto, Glova se puso en
posición defensiva, con la pierna trasera algo más flexionada que la delantera.
Trego, por su parte, pasó al
ataque. Comenzó a lanzar numerosos golpes directos que su rival intentaba
esquivar y parar. La intención de Glova era cansar al oponente antes de que él
mismo agotara sus energías, pero le costaba no recibir algunos puñetazos debido
a la velocidad que Trego alcanzaba. No obstante, aprovechaba algunos descuidos
que tenía el agresor para enchanchar puñetazos tan rápidos como los del mismo. En
un despiste de su oponente, Glova acertó un gancho inesperado y tan veloz que
pocos de los que estaban allí lo vieron.
El saiyan de sangre de élite tuvo
que parar su arremetida porque su mentón había vibrado por el golpe y ahora se
masajeaba con la mano izquierda mientras miraba con desprecio a su
contrincante. En ese momento todos los que observaban la pelea callaron para
oír lo que iba a decir – Ahora sí que vas a morder el polvo, pequeñajo.
Realmente, Glova no era bajito
para su edad. Su altura era mayor al de la media de la clase, pero aquel hijo
de élite era muy alto y se jactaba al usar esa ofensa a menudo.
Trego empezó a hacer ágiles
cambios de posición de piernas mientras atacaba para confundir a su adversario,
y el método le funcionó. Glova no podía tocarle ahora que había dejado de estar
tan cerca. Así que se sentía obligado a reaccionar y lanzar ataques a media
distancia para no recibir golpes inesperados. Y esto era lo que Trego quería.
Aprovechando su mayor alcance, cada movimiento que Glova hacía era interceptado
por su rival al llegar antes a su destino. Glova recibió unos cuantos impactos
en la cara y en el costado derecho, así que dio un salto hacia atrás y mantuvo las
distancias para coger aire.
Los espectadores empezaron a
aplaudir. Apoyaban claramente a Trego o, en cualquier caso, odiaban al hijo de
tsufurs – ¿Qué pasa? – se burlaba el matón – No creerás que la distancia te va
a salvar – en ese momento alzó la mano abierta y creó una onda de energía
luminosa y de color amarillenta. La lanzó rápidamente hacia Glova y este último
la esquivó haciendo una finta. De repente, una ráfaga cerúlea apareció delante
de los ojos de Trego y le explosionó en el rostro al chocar.
Al volver a abrirlos se percató de que estaba
tirado en el suelo y tenía la cara magullada, con un hilo de sangre recorriendo
su frente. Glova había reaccionado instantáneamente, creando su propio ataque
de energía cuando caía al suelo evitando el ataque de su oponente. De esta
manera, a ras del suelo, disparó dirigiendo su recorrido hasta la faz de su
oponente.
– Imbécil… - alzó la voz el
herido – ¡Haré que te tragues tu propia lengua!
De repente, salió disparado desde
el suelo hacia Glova. Fue un ataque inesperado y arrolló a su objetivo,
haciéndolo caer a la tierra del patio donde luchaban. Tenía a Trego encima y este
aprovechó la situación y comenzó a pegar a su adversario en la cara.
Tras recibir no pocas heridas en
los pómulos y el labio, Glova pudo reaccionar pegando un rodillazo en la
espalda de su agresor, impulsándolo hacia delante y liberándose de la postura
que le mantenía en desventaja. Ambos se pusieron en pie y
subieron la guardia. Entonces comenzaron a intercambiar golpes a toda
velocidad. Glova se sentía más lento que cuando entrenó en Glasq; quizás fuera
la gravedad. Él no le daba explicación.
Ambos luchadores estaban
cansándose, y Glova parecía perder terreno, sobre todo por las numerosas
patadas que recibía. Como último plan, pensó en atraerle para que se confiara;
y pareció dar resultado: Trego se adelantó pensando que su rival ya estaba en
el límite de sus fuerzas, así que aumentó la intensidad de sus ataques y gastó
más energía de lo que debía en los que creía que serían los últimos embates que
necesitaría. En medio de la acometida, Glova apuntó al suelo y creó una
explosión que le impulsó hacia atrás esquivando a su vez otra patada y levantando
una cortina de humo.
Cuando el luchador más alto
avanzó para salir de la nube de polvo, paró de inmediato al ver a su oponente.
Glova cargaba una onda de energía azulada en su puño derecho, cerrado
fuertemente. El ataque fue relampagueante, demasiado rápido como para poder
evitarlo en aquellas circunstancias.
Cuando disparó, Glova sonreía. El
ataque dio de lleno en el pecho desnudo de Trego y lo mandó lejos mientras
explosionaba causando graves heridas de quemaduras.
– Uf… - susurró Glova – Espero
que no se levante.
– Bas…tardo… - oyó decir a Trego
mientras Glova se le acercaba lentamente.
– La próxima vez que me quieras
usar como muñeco de entrenamiento, recuerda que soy un saiyan, y que seré el
número uno de mi raza.
– Tú no eres uno de nosotros – le
contestó el contrincante caído con una voz templada por el cansancio – Tú no
eres de nuestra raza, tsufur.
Entonces Glova se acercó más y le
apuntó con el puño, cerrado de nuevo. Un par de saiyans, compañeros de clase,
apartaron su brazo de un empujón y ayudaron a levantar a Trego – Déjalo ya,
tsufur bastardo. Ya acabó el combate.
Glova no tenía energías para
combatir de nuevo, aunque sea con chavales poco habilidosos de su mismo curso.
Sus magulladuras eran numerosas y su energía estaba a punto de agotarse. La
mejor opción era llegar a casa y descansar. Había logrado ganar al mejor de
la clase en una pelea justa. Aquel día se sentía orgulloso.
Cuando llegó a casa, fueron
Cushdi y Dion quienes le preguntaron por su aspecto – ¿Qué te ha pasado, Glova?
– Me quisieron pegar – contestó
el saiyan – Y me defendí.
– ¿Les diste su merecido? –
preguntaron mientras se sentaban todos para cenar.
– Sí – respondió sin mirar a sus
tutores en la mesa – No… tenía otra alternativa – mintió.
– Hay veces en las que la única
alternativa se basa en imponer orden a la fuerza – susurró Nasera – Ya que
algunas razas se rigen por una cultura subdesarrollada.
Aquel comentario animó a Glova.
Nunca sus tutores opinaron sobre las peleas en las que a veces se metía, ya
fuese en aras de su dignidad y orgullo o por la mera defensa personal.
Mientras almorzaban, Glova
sintió rara su boca, su paladar… No, era su lengua. Recordó entonces el pedazo
de Blantir que Khän le regaló – ¡Qué bien! – pensó – No me acordaba. Hoy
intentaré contactar con él antes de dormir - pero pasaron los días y, sin saber
por qué, no lograba acordarse y, aunque rememoraba su estancia allí, jamás
intentó contactar de ninguna manera.
A pesar de que su mente se
disponía a ello, nunca lo haría, porque no estaba programado en sus
artificiales y quiméricos recuerdos.
Que nadie se pierda: Glova ha vuelto a Otsufur, donde se le han empezado a introducir los recuerdos artificiales (falsos) que Nasera fue programando.
ResponderEliminarCualquier duda, dejadla en los comentarios. Espero que os vaya gustando.