Capítulo 2 – Otsufur
La nave probablemente llegaría en
dos días. Tiempo suficiente para que Nasera y Lachi prepararan la máquina que
habían construido con gran esmero. A decir verdad, ninguno de los dos tsufurs
pondrían la mano en el fuego afirmando que el proyecto funcionaría. Tenía
demasiadas complicaciones, dudas y carencia de información como para que
absolutamente todo lo planeado saliera a la perfección.
Lachi activó una serie de motores
que pusieron en funcionamiento una especie de cápsula. Parecía un ataúd de gran
tamaño, de acero, con muchos cables conectados en su interior y tubos más
gruesos en el exterior. Se hallaba en una sala donde guardaban muchas
herramientas ultra-avanzadas, escondida de los sensores que los saiyans habían
instalado en todo el recinto gracias a una serie de inhibidores de gran
precisión y eficacia creados posteriormente por los brillantes científicos.
Aquella máquina se encontraba de
pie; pareciera que un titán de tres metros de largo y dos de ancho saldría de
ella pronto, pero lo único que podía atisbar el doctor era el sonido de un raro
líquido llenar el ataúd. Podía notar a los dos minutos de su encendido cómo esa
extraña composición líquida de color rojiza llegaba a la cima de la cápsula
gracias a una ventana cuadrangular que permitía ver su interior. Cuando se
llenó por completo, el sonido paró y unas luces interiores iluminaron la
oscuridad que aguardaba dentro.
Nasera y Lachi la habían
bautizado con el nombre de Otsufur, y tenía una misión muy clara: aquella
terrible máquina estaba diseñada para ocasionar grandes males a aquel que
permaneciera en su interior.
En efecto, el plan de los tres
doctores consistía en tomar ventaja de la cualidad de los saiyans que les
permitía sobrepasar sus límites cuando se restauran de estar al borde de la
muerte. La cápsula fue construida para castigar el cuerpo sedado de un saiyan y
obligar a sus células saiyanas a obtener un aprendizaje natural que
incrementara considerablemente su resistencia al abastecerle una curación mediata
tras dicho proceso. En otras palabras, dejaría a un saiyan al borde de la
muerte una y otra vez, curándolo por completo en cada una de aquellas
ocasiones.
Se trataba de un proyecto que
requeriría un final plausible a largo plazo, pero ellos tenían mucho tiempo por
delante.
Se trataba de un proyecto que
pondría en duda cualquier atisbo de moralidad presente en ellos, pero la
venganza fue el sentimiento clave de este.
Se trataba de un proyecto que
irradiaba muchas dudas acerca de la complexión, resistencia y respuesta del
cuerpo y de las células saiyanas, pero no tenían más remedio que comenzar sin
más demora.
La nave de Glovak llegó varias
horas antes de lo esperado. Nasera fue quien cogió al bebé en brazos cuando este
aún dormía mientras se agarraba la cola con las manos – Glovak, qué nombre tan
saiyano. No me gusta – dijo para sí en cuanto analizó los datos que la nave no
ocultaba en sus escáneres – Ya te lo cambiaré - parecía un bebé bastante
grande, pero su estatura no era mayor que la media. Los Tsufurs eran una
especie de menor tamaño que los saiyans.
Lo llevaron al laboratorio, le
incorporaron varios puntos electromagnéticos que asegurarían la supervivencia
del saiyan si la máquina se excedía y conectaron varias vías intravenosas que
le aportarían la nutrición necesaria, como si de un feto se tratase.
Todo lo previsto fue llevado a la
práctica con éxito paso a paso. La enorme cápsula poseía una serie de
aplicaciones instaladas similares a las usadas en las naves de los bebés
saiyanos cuando partían a un planeta con finalidad de desabastecerlo de vida,
pero mucho más avanzadas. La mente del crío se desarrollaría como si funcionara
continuamente en recuerdos creados mecánicamente, instalando en su memoria
falsas realidades: en resumidas cuentas, los tsufurs son sus protectores, sus
maestros y su familia. De esta forma pretendían asegurar un control psicológico
absoluto del saiyan a la hora de su despertar.
– Debemos meterle cuanto antes –
aconsejó Lachi – Parece algo desnutrido.
– Está claro que debemos hacerlo
ahora. Abre la compuerta y sellaremos sus conexiones a Otsufur – accedió
Nasera.
Cuando introdujeron al bebé,
comprobaron cómo la expresión del rostro del niño cambiaba para mal, como si se
esperara lo que estaba a punto de ocurrir. Pulsaron el botón azul que puso en
funcionamiento a Otsufur y justo en ese instante, Glovak pareció preocupado,
tanto como podía parecerlo un recién nacido.
– Biiip – empezaba a notar los efectos corrosivos de aquel líquido
fatal. Fue entonces cuando los doctores supieron que estaba funcionando
correctamente.
La impotencia de aquel saiyan era
abismal. Sus impulsos fisiológicos le hacían intentar gemir dentro de la
máscara de oxígeno. Su dolor era todo. Segundos antes de que la mente de Glovak
se metiera de lleno entre los recuerdos que la máquina le impondría, su
instinto animal le hizo quejarse, gritando silenciosamente.
Lachi y Nasera contemplaban su
creación con pasmoso asombro. Cuando notaron la concentración del bebé en
sentir las proyecciones mentales para huir del dolor físico, los dos últimos
doctores supervivientes de la raza Tsufur dejaron escapar una sonrisa de sus
labios. El proyecto había sido iniciado.
– ¿Cuánto tiempo tardará en
dejarlo orgánicamente en un paso entre la vida y la muerte? – preguntó Nasera
mientras comprobaba en el ordenador las constantes del sujeto experimental.
– No lo sé con seguridad –
respondió seriamente – Probablemente alrededor de una hora debido a su bajo
nivel de poder. Sus células saiyanas desprenden ahora mismo un Ki que no aguantará
mucho más de lo estimado.
– Los recuerdos están siendo
instalados en su mente, a medida que crezca, aprenderá las nociones básicas y
difíciles de la vida – aportó Nasera – Su nivel actual es de 15 unidades. Para
convencerme que nuestro plan tiene futuro, tras la primera curación deberá
incrementar su poder.
Cerca del año 720, el imperio de
Freezer llegó por primera vez al Planeta Vegeta con una pequeña armada de
alienígenas de variada tipología, pero con armaduras y estandartes idénticos,
representantes del imperio expansionista del Emperador del frío. Los asaltantes
tenían el objetivo de destruir a la mayoría de la población. Como siempre se
hacía en este tipo de circunstancias, una empresa dedicada a estudiar futuros
panetas de interés había escaneado desde satélites preparados el potencial de
aquellos habitantes. Sin embargo, el planeta Vegeta reaccionó a la ofensiva
demasiado bien. La ventaja de los rayos Blutz creados artificialmente por
algunos saiyans fue algo definitivo para la defensa saiyana (obviamente, los
escáneres de los satélites no contaban con ello). Miles de Ozarus desintegraron
a los intrusos en poco tiempo.
Como respuesta a este ataque, el
Rey Vegeta se puso en contacto con el imperio de Freezer para aclarar tal
osadía, dispuestos a hacer estallar una guerra interplanetaria si era
necesario. Freezer, interesado por las defensas de aquella raza y maravillado por
la utilización tecnológica de escáner de poder mediante dispositivos
portátiles, hizo una demostración de su superioridad en el mismo planeta Vegeta
ante el Rey.
Freezer dejó que los scouters de
aquellos alienígenas con cola escanearan su poder. Y los saiyans no tuvieron
más remedio que arrodillarse ante un todopoderoso emperador galáctico.
En aquella ocasión, Glasqui
comprobó el poder de aquel ser púrpura de cuernos lisos y, por supuesto,
informó a Nasera y a Lachi del más del medio millón de unidades que poseía ese
monstruo. Una cifra que superaba ampliamente el potencial del Ozaru más
poderoso escaneado. De hecho, pensaron, si Freezer hubiera atacado solo el planeta,
probablemente hubiera aniquilado a todos los habitantes poco a poco.
– ¿Crees que nuestro proyecto
podría superar a ese demonio del frío, a Freezer? – preguntó Nasera serenamente
a Lachi, unos meses después del sometimiento saiyano.
– No tengo ni idea, lo dudo
mucho. Creo que tendríamos que dejarlo toda su vida en la máquina y después
hacer que se enfrente transformado en Ozaru si quisiera tener una oportunidad
de ganar a esa bestia – respondió él, sin mucha atención.
– Hablo en serio – criticó Nasera
– ¿Cómo sabes que no será tan fuerte…
– ¿Qué estás diciendo? – le
interrumpió el doctor – Nuestro proyecto tiene como finalidad la destrucción de
los saiyans. No nos importa ese tal Freezer. De hecho, ahora que lo pienso,
podríamos incluso trabajar para él en un futuro, si nos dejara repoblar otro
planeta para nuestra especie.
– ¿A qué te refieres? – contestó
Nasera sin enterarse mucho de la lógica que estaba usando su compañero – ¿No
piensas que defendería un planeta que se encuentra bajo sus dominios?
– Nosotros no queremos
arrebatarle el planeta, le arrebataríamos la vida que hay en él – sonreía el
doctor mientras se imaginaba aquella situación - ¿Qué mejor que ofrecerle un
soldado cien veces mejor que cualquier otro saiyan?
– Pues millones de saiyans – se
burló Nasera, de forma obvia.
– Lo dudo – afirmó tajantemente
Lachi mientras revisaba uno de los planos de la máquina que pensaban construir
– él ya tiene trillones de soldados y posiblemente valore más la mente
brillante de los Tsufurs que un planeta más, lleno de primates brutos.
– Bueno, visto así… - concluyó la
doctora, pensativa - …ojalá tengas razón.
Pasaron cuatro horas y la máquina
dio un pitido largo para avisar a sus creadores de que la provocación de casi
la muerte en el saiyan y su curación total ya había terminado, por primera vez.
Los
científicos se acercaron al ordenador y activaron el escáner del artefacto. El
saiyan tenía un Ki equivalente a 32 unidades.
– ¡Ha
funcionado! ¡Su energía duplica a la que tenía hace cuatro horas! Este crío es
más fuerte que nosotros dos, Lachi – dijo Nasera esperanzada y bromista – Pero…
¿qué vamos a hacer ahora que no tenemos quien nos proporcione víveres del
exterior? Este planeta es un llano desértico y estéril.
– Lo sé, pero
aquí tenemos una abundante cantidad de comida en las reservas que los saiyans
nos dejaron, por lo menos podemos sobrevivir con nuestras familias un año
entero, si no más – la tranquilizó Lachi – Además, hay una nave en el puerto
espacial. Aunque no quepamos todos, podemos programar un par de viajes. Lo
único que debemos hacer es localizar un planeta pacífico donde establecernos –
aclaró mientras activaba la máquina de nuevo y la programaba para un proceso de
tiempo indefinido – No será fácil, pero en un año de búsqueda seguramente lo
encontraremos.
– Biiip – sonó al pulsar en el botón azul
por segunda vez en su vida – Hecho. La máquina no parará hasta que se quede sin
nutrientes o suero. Nuestra mejor opción ahora es relajarnos ahora que los
saiyans no nos incordiarán y centrarnos en el futuro de nuestra especie y de
nuestro soldado.
– Tienes razón
– respondió Nasera – A propósito: voto por cambiar su nombre.
– ¿Qué? –
contestó Lachi, algo confuso.
– Glovak no me
gusta, suena muy saiyano.
– Déjate de
tonterías – A Lachi no le importaban aquel tipo de nimiedades.
– Venga...
¡Glova! – alzó la voz la doctora – Llamémosle Glova. No parece un nombre
saiyano y no es un cambio brusco… ¡Vamos! – suplicaba.
– Eres muy
pesada con estas cosas tan tontas – dijo Lachi – Pero está bien. A mí también
me gusta más – dejó salir una sonrisa de sus labios – Ocupémonos de Glova.
Aquí tenemos el nombre de nuestro protagonista: Glova.
ResponderEliminar- ¡No es exactamente su nombre verdadero! ¡Es un cliché de Dragon Ball!
- Puede. :)
Gracias a los primeros en seguir la historia. ¡Espero no defraudar!