Capítulo 1 – Fruto de
Guerra
Alrededor del año 700 el planeta
conocido por sus habitantes como Plant fue lugar de un genocidio de nivel
global. La raza saiyana aprovechó unos días de luna llena para exterminar en un
par de semanas toda una gran especie (los Tsufurs) que competía por sobrevivir
en aquel inhóspito astro que, desde aquella masacre, fue conocido como Planeta
Vegeta en honor al comandante que todo el ejército saiyan condecoró como primer
rey del nuevo mundo.
La tecnología no era el punto
fuerte de los Saiyans, de hecho, aquella era una etnicidad guerrera, cuyos
méritos más cuantiosos eran el Ki medio de cada individuo, el cual superaba con
creces al Ki medio de los habitantes de La Tierra, a pesar de su parecido
aspecto. Con todo, la tecnología era, en aquellos tiempos, un lujo que debían
procurarse.
Aprendieron de los Tsufurs antes
del Gran Genocidio muchas y variadas informaciones que ayudaron en gran medida
a expandir el escaso conocimiento que los habitantes más fuertes poseían. Analizaron
los mínimos estudios necesarios para realizar una producción alimentaria a
largo plazo, métodos de control de la natalidad seguros, recetas medicinales
imprescindibles y una gran amplitud de leyes matemáticas aplicadas en ciertas
materias, esencialmente en la tecnología armamentística (la cual no agradaba
demasiado a los saiyans, ya que era una especie portadora de grandes
habilidades físicas que superaban en gran medida a cualquier artefacto creado
para atacar) y tecnología espacial (uno de los últimos y mayor logro de los
Tsufurs, que no desarrollaron aún en demasía).
Todo estaba calculado, el futuro
Rey Vegeta concluyó siendo un gran estratega. Además, tenía claro que, tras una
posible victoria, él ocuparía un puesto principal en la segura jerarquía que se
establecería.
Por supuesto, siempre hay
excepciones más o menos considerables en cuanto a la real naturaleza de una
especie. Y entre las rarezas más llamativas de la raza saiyana, Vegeta tuvo a
su disposición un par de saiyans con mayor interés por este tipo de estudios
más contemporáneos que por el arte de la lucha. Sus nombres eran Klarvanot y
Jazzia. Gracias a ellos y a un reducido grupo de colaboradores secundarios, el
líder Vegeta pudo asegurar la primacía de su raza incluso después del exterminio
que acontecería. Ellos fueron, y no Vegeta (un saiyan de pura naturaleza común)
los que aseguraron realmente la supervivencia de aquella raza. Aunque ha de ser
sabido que sin la organización preestablecida por el futuro primer monarca,
jamás hubiera sido posible tal terrible acontecimiento.
Vegeta, aunque no fuera
precisamente un gran visionario a nivel general, destacó gracias a sus
estrategias militares, basadas en ataques concentrados y en el uso de los rayos
Blutz que la luna llena otorgaba a los Saiyans. Los resultados fueron
sencillamente geniales. Aun sin mucha complejidad esquemática, la fuerza bruta
de los Ozarus solía ser suficiente para garantizar un gran número de éxitos en
las misiones de control o destrucción de puntos estratégicos importantes.
Lo más relevante en esa historia
fue la idea que primó en las orgullosas mentes de Klarvanot y Jazzia – Debemos
dejar vivos unos pocos Tsufurs – replicaban al líder Vegeta, antes y mientras
se llevaba a cabo el exterminio – Nos serán de gran ayuda en caso de cualquier
obstáculo en nuestros cálculos. Además, no podemos permitirnos ningún error de
gran inmensidad.
Así procuraron la supervivencia a
varias familias de Doctores (denominación que se usó para tachar a cualquier
tipo de científico) que reconocieron como más importantes de entre aquella
especie inferior. Probablemente acertaron y escogieron a tres de los
científicos con más ingenio de la raza Tsufur, quizás no por sus hasta entonces
logros, sino por los futuros. Sus nombres fueron Nasera, Glasqui y Lachi. Y,
tras varios meses de cautiverio, fueron los únicos que aceptaron la idea de
sobrevivir al servicio de la raza que asesinó a la suya propia. Posiblemente
sus respuestas hubieran sido diferentes si no tuvieran una familia que
proteger, y precisamente que la tuvieran era un rasgo primordial entre los
planes de Klarvanot y Jazzia – Requeriremos una continuidad básica y mínima de
su especie. Será lo más seguro para futuros problemas y serán un grupo de
doctores esclavizados a nuestros intereses – contemplaban con la maliciosa
ambición propia de los Saiyans.
De esta forma, la raza Tsufur no
fue destruida por completo en aquella catástrofe planetaria. Durante meses, los
Saiyans usaron la tecnología tsufur para reconstruir los centros neurálgicos y críticos
donde antaño se hallaban los de los anteriores habitantes. En esas primeras
semanas la caótica vida saiyana comenzó a estructurarse mínima y
progresivamente. La jerarquía era la única salida política-mandataria conocida
hasta entonces, y así continuó siendo: el líder conocido como Vegeta fue
nombrado primer Monarca del planeta gracias a su destacado poder y sobre todo a
su merecido estatus social y a su carisma orgulloso, total representante de la
naturaleza saiyana.
Siendo Vegeta el mismo Rey, Klarvanot
y Jazzia, como relevantes leales a su causa, fueron testigos del poder del
mismo: cualesquiera que fueran sus necesidades científicas eran saciadas. Y sus
experimentos y órdenes fueron aceptados de buen o mal grado por todos los que
les rodeaban. Al Rey tampoco le hacía gracia dejar vivos unos pocos Tsufurs
inferiores, pero confiaba plenamente en la causa de sus dos doctores de mayor
brillantez y astucia.
Nasera, Glasqui y Lachi fueron
destinados, junto a sus familias, a unos centros científicos, dedicados a
paliar las emergentes dudas de los doctores saiyans y a desarrollar maquinaria
que permitiera una más amplia carrera espacial.
Nasera era una brillante Tsufur
especializada en todo tipo de tecnología (más que especialización, Nasera
estudió todo tipo de ámbito electrónico, pudiendo ser considerada una
superdotada entre los suyos); Glasqui era especialista en nanotecnología y
tecnología espacial y Lachi era un genio del desarrollo orgánico y
biotecnológico.
A los pocos años de aquella
masacre, Nasera y Lachi fueron enviados junto con respectivas familias a un
planeta enano al que llamaban Rom, en una estación construida y adaptada a una
atmósfera que les permitiera vivir, relativamente cercano al Planeta Vegeta.
Allí fueron obligados a realizar
todo tipo de experimentos y allí fabricaron todo tipo de armamento tecnológico
(inservibles aún para los saiyans) durante años. Lustrosas mentes en compañía fue
más que suficiente para iluminar el comienzo de proyectos no legales sin que la
seguridad saiyana se percatara de ello. En efecto, ni Klarvanot ni Jazzia
conocieron nunca dicha realidad.
Esto dio lugar a varios planes
dedicados a la venganza de su raza y de su honor – Pagarán lo que nos han
hecho… en esta vida o en la siguiente – comentaban los tsufurs entre dientes.
Glasqui estuvo al tanto de las
operaciones desde el planeta Vegeta (allí avanzaba en construcción y desarrollo
espacial), sin muchas esperanzas.
Nasera y Lachi descartaron
cientos de planes que se vieron frustrados por la complejidad de los mismos.
Sin embargo, había varios que seguían adelante, he de decir que no con
demasiadas expectativas.
Uno de ellos (en el que se fueron
concentrando en mayor medida paulatinamente) consistía en vengarse a través de
una o dos personas de la propia raza saiyana. Los Tsufurs ya habían estudiado anteriormente
a sus captores; conocían su punto débil y su punto fuerte (sus colas) que
provocaban las metamorfosis en simios gigantes, sus espectaculares poderes,
conocían sus dones físicos, el típico orgullo natural de aquella especie, sus
brutos comportamientos, sus grandes apetitos y algunos de sus aleatorios
instintos intermitentes.
Todo ello lo tenían bien
analizado para mal de los saiyans. Sin embargo, algo que les costó más estudiar
fue el gran salto de incremento del poder que sobrellevaban todos los saiyans
al padecer sufrimientos hasta encontrarse cercano a la muerte y salvarse de tal
oscuro destino. Zenkai era la
denominación de tal suceso.
Nasera dedicó gran parte de sus
estudios a la construcción de una máquina que otorgase un poder especial a un
simple saiyan. Lachi consagró su estudio al mismo enfoque y a los cálculos
necesarios para poder llevar adelante el plan.
Si no podían superar el poder de
aquella raza en base a su tecnología, crearían un arma a partir de aquella
misma raza que se vea beneficiada por su tecnología.
Llevó 30 años perfeccionar su
obra maestra. Pero sabían que necesitaban un elemento que no podían construir
ni si quiera con los casi ilimitados materiales que les otorgaban: un saiyan de
raza pura.
En este punto de la historia
daremos paso a la vida de aquel saiyan al que intencionalmente seleccionaron de
forma aleatoria como experimento. Su nombre era Glovak, nació el día anterior a
la destrucción del planeta Vegeta. Era varón, su pelo era oscuro, propio de la
raza saiyana, le llegaba por el cuello y tenía unos pocos mechones de cabello
en forma picuda y arremolinada hacia varios lados de su cabeza, siguiendo un
surco curvo hacia abajo a medida que llegaba hasta la zona de la nuca. Además,
poseía una cola castaña unos centímetros más larga de lo que solían tenerla la
media de los saiyans al nacer. No había muchos más rasgos físicos que pudieran
destacarse entre saiyans recién nacidos.
Y fue a él y no a otro al que el
doctor Glasqui escogió de entre los que podría haber elegido el día del
exterminio de aquella raza.
En el año 734, Freezer, el
emperador del universo, al que incluso el poderoso monarca saiyano temía,
atravesó con su nave el territorio espacial del planeta Vegeta. El Rey, indignado
por ese trato hacia él y hacia su pueblo, se apeó en la propia nave del tirano
espacial nada más y nada menos que para pedir explicaciones de tal
atrevimiento: traspasar las fronteras del planeta saiyano sin permiso, aviso o
miramientos. Aunque sea el ser para quien servían los saiyans, su orgullo era
conocido por todos.
Inteligentemente incorporado por
los Tsufurs supervivientes, el scouter último modelo del Rey llevaba un
transmisor de audio con el que mantenían en conocimiento pleno las intenciones
de Vegeta para con ellos. Nasera y Lachi poseían, al igual que Glasqui, los
mínimos aparatos de frecuencia suficientes como para detectar que el famoso Freezer,
esclavista de esclavistas, se encontraba en sus fronteras; y gracias al
transmisor del Rey, supieron que se había presentado sin ningún tipo de aviso.
Esto ya era demasiado extraño, pero en principio simplemente les hacía gracia
cómo Vegeta era ninguneado por cualquier otra entidad – Maldito Freezer ¿Cómo
osa venir a nuestro hogar actuando como si fuéramos sus monos de feria? No
pienso dejar que esta vez se salga con la suya. Le pediré explicaciones en
persona – reñía el rey en voz alta.
Cuando los tres doctores Tsufurs
se dieron cuenta de que la situación era más seria, agravaron sus rostros.
– Freezer ¿Qué hace una armada de
guerra aquí? ¿Qué demonios haces? Sabes perfectamente que tu trato es
indignante, te estás riendo de nuestra raza sin pudor alguno, y eso no lo
permitiré – oyeron a Vegeta replicar al emperador.
– Qué grosero. Eres un mono demasiado
estúpido para comprender cuándo tienes que soltar tu lengua – se burlaba
Freezer – De hecho, eres el rey de los primates y debes saber que tanto tú como
los demás simios de tu calaña sois igual de irritantes.
– ¡El orgullo saiy… - ¡Flash! – Se oyó tronar, seguido de unos
chasquidos eléctricos y un golpe seco.
– Ju, ju… no sabes cómo dejarte
educar – aquella voz era terriblemente maligna – Vamos, quiero hacerles un
regalo de despedida.
Nasera, Glasqui y Lachi dedujeron
entonces lo que se proponía a hacer. Freezer destruiría el planeta Vegeta o, al
menos, le haría un gran daño irreparable. Así, contactaron rápidamente con
Glasqui desde Rom para que actuara de inmediato, sea cual fuese el destino de
la raza saiyana, ellos necesitarán el elemento esencial para su plan de
venganza. ¿De venganza contra una raza exterminada? No había tiempo para pensar
en los posibles supervivientes. Pensaron en la simple finalización del proyecto
planificado durante años y años.
Así, Glasqui penetró en la base
de lanzamientos de recién nacidos gracias a un permiso que le daba facultad de
acceder a casi toda la estación espacial como doctor especializado que era.
Allí tenía unos cuantos especímenes saiyanos listos para ser enviados a
planetas diferentes para la conquista galáctica en nombre de Freezer, algunos
con salidas próximas y otros sin un trayecto aún concretado.
Debía escoger rápido, no sabía
cuánto tiempo tenía… minutos, segundos… su intención fue buscar a recién
nacidos provenientes de familias de élite, sin embargo, en aquella sala no
había ninguno. Fijó su atención en uno de ellos, su nombre resaltaba en el
mostrador digital: Kakarotto. Pasó
por otro vicheando rápidamente sus complexiones: Broly. Escrutó la mirada en el siguiente saiyan: Glovak.
– ¡Joder! ¡Todos me parecen
iguales! – suspiraba el científico, angustiado cuando comenzó a escribir las
coordenadas del planeta al que aterrizaría – Esto es una locura. Si Freezer no
destruye el planeta, acabarán por descubrirnos y será nuestro final y, si
destruye el planeta antes de que pueda enviarte, todo nuestro esfuerzo y
sacrificio habrá sido en vano – le hablaba al bebé dentro de la cápsula, como
si le entendiera, mientras seguía pulsando botones a conciencia – En cualquier
caso… estoy muerto – concluyó pulsando un botón rojo mientras una lágrima caía
por su mejilla.
– Bip Bip Bip – en ese momento salió disparada la cápsula con el bebé
llamado Glovak y un segundo más tarde, para sorpresa de Glasqui, la de aquel
recién nacido llamado Kakarotto.
Glasqui se fue de aquella sala a
paso ligero y conectó a través de su propia radio portátil con el planeta Rom –
Paquete enviado – podían escuchar Nasera y Lachi atentamente – Repito, paquete…
“ggggg” … - las interferencias no duraron apenas unos segundos. Al
poco tiempo no podían escuchar nada. No había conexión alguna. El planeta
Vegeta había sido destruido junto con Glasqui y la raza Saiyan, pero el
proyecto de aquellos tres Tsufurs no había hecho más que comenzar.
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