Capítulo 3 – Inmortal
Pasaban los días y las familias
tsufurs supervivientes vivían con total normalidad, exceptuando el lugar donde
habitaban: un puerto espacial saiyano con un par de viviendas dentro y un
centro tecnológico adaptado para la construcción y experimentación de armas y
aparatos de variada tipología tecnológica.
Tras siete meses de búsqueda
desde el radar espacial de la central a través de la única nave que poseían,
descubrieron un planeta habitado por una raza no muy avanzada de alienígenas
que no se encontraba entre las coordenadas de los saiyans y que, por ende,
debería no estar entre los planetas descubiertos o, más probablemente, no estar
en el punto de mira de los intereses de Freezer. Aunque fuese un planeta más o menos habitable, poseía una pequeña
proporción de agua y un biotopo vegetal escaso, por no hablar de unos
habitantes no mucho más altos que los Tsufurs y, sobre todo, menos inteligentes
que simios no evolucionados.
Aquel planeta era más pequeño que
el Planeta Vegeta y tenía una masa y gravedad bastante similares, por lo que
parecía que aquel astro había sido creado para ellos.
– Mi plan es este – comentó
Nasera a Lachi, mientras creaban unos scouters portátiles que vieron imprescindibles
para adentrarse en un nuevo mundo – Hacemos el viaje tú y yo para pisar el
terreno de este planeta al que llamaremos Glasq – decidía Nasera mientras
observaba la aprobación de Lachi, recordando a su compañero muerto – Y
transportamos un par de cosas aparte del saiyan. A continuación, creamos una
pequeña y simple base con los materiales que llevemos, y después uno de los dos
recoge a nuestras familias, más algunos otros objetos necesarios.
– Está bien, pero creo que no
deberíamos despreciar en espacio – apuntó su compañero – Deberíamos llevar en
cada viaje un equipaje lleno de las reservas que se puedan consumir con mayor
plazo.
– Sí, ya lo había pensado –
respondió Nasera – Mientras tanto, aquí nuestras familias tendrán alimentos de
sobra. Somos fuertes, después de todo lo que hemos pasado.
Al mes siguiente todo estaba
listo. Preparados para cargar la nave, los doctores comenzaron a meter el
ordenador de Otsufur en el trasbordador de la misma mientras charlaban – ¿Cuál
es el nivel de nuestro soldadito ya?
– No lo sé, Nasera. La última vez
que lo vi tenía 308 unidades – dijo orgulloso Lachi – Creo que es el bebé
saiyan más fuerte de todos los tiempos.
– Me parece que los Saiyans ya
les daban palizas a sus hijos para que adquirieran incrementos de poder –
comentó la doctora tras una pequeña carcajada – pero nosotros somos mejores.
– En efecto – concluyó el doctor,
mientas enganchaba la computadora con un cinturón de seguridad – Pero… hay algo
que me tiene intrigado. Cada vez a Otsufur le lleva más tiempo dejar a Glova en
estado moribundo. Ahora mismo es algo sin importancia, pero está claro que sus
células saiyanas cada vez reaccionan con mayor cantidad de Ki para adaptar una
mejor resistencia.
– ¿Y qué? Tarde o temprano sabías
que tenías que mejorar ese líquido para que actuara con más eficacia.
– No es solo eso – el rostro de
Lachi se tornó más serio – Cuanto más fuerte es o… cuanto más crece… parece que
su incremento de poder disminuye, aunque quizás es una variable más aleatoria
de lo que pensamos.
– Vaya. Puede ser un problema –
respondió tajante la compañera mientras movía a Otsufur a una máquina para
poder transportarla – Pero eso ya es asunto tuyo. Yo estoy demasiado ocupada
construyendo los recuerdos de toda una vida. Tengo un año más para terminarlos
en su mayoría antes de que acabe el aprendizaje motor e intelectual del
infante.
– Ya ¿Quién lo va a hacer si no?
– miró divertido a Nasera - ¿Tú?
– ¡Ja! – rio ella – Si me
propusiera estudiar tu aburrida especialización, te daría diez vueltas.
– Entonces sigue creando esos
maravillosos recuerdos - Lachi parecía divertirse, pero estaba nervioso, no le
gustaban los viajes espaciales – Jejeje…
– Ponte ya el acoplo de seguridad
para despegar de una vez – dijo Nasera – Cuanto antes lleguemos, antes volveremos
a por nuestras familias.
El viaje duró cuatro días y las
coordenadas de aterrizaje no fallaron. Se apearon en suelo firme, en una de las
escasas zonas boscosas y fértiles, relativamente cercanas a un manantial de
agua dulce.
– ¡Por fin! – murmuró Lachi.
– Está todo en orden, montemos el
campamento y la antena para ponernos en contacto con nuestras familias – Nasera
sacaba las armas de alta tecnología – No quiero encontrarme a ningún mono
estúpido que tenga ganas de agredirnos con palos.
Casi medio día llevó montar el
sitio donde se iban a instalar junto con sus pertenencias, ordenadores y
Otsufur. La antena acababa de ponerse en funcionamiento y conectaron con la
frecuencia de las coordenadas de la base de Rom, pero no contestó ninguno de
los familiares.
– ¿Hay alguien ahí? – preguntaron
por sus familias – Contesten en cuanto reciban la señal. Repito…
– Vaya, vaya. Si hay más
polizones en este planeta inservible – se oyó una voz grave desde el altavoz –
¿Dónde estáis? No hemos localizado otro centro como este en todo el planeta.
Las caras de los dos doctores se
tornaron más blancas y empezaron a notar cómo un escalofrío les recorría la
espalda. Les habían pillado.
– ¿Qui… quiénes sois? – alzó la
voz Nasera, intentando no aparentar su nerviosismo y su miedo.
– Pelotón de exterminio del
Emperador Freezer – dijo la voz, orgullosa – Lo siento por vuestros amigos,
están todos muertos. Nos ahorraríais el trabajo de buscaros para eliminar todo
rastro de la central saiyana. Así que, si nos lo decís, prometemos daros una
muerte rápida.
Los rostros de los científicos
tenían una expresión enfermiza, llena de impotencia y de rabia.
– ¡Hijos de puta! – gritó Nasera
– ¡Os mataremos a todos! – explotó tras un corto llanto.
Lachi lloraba en silencio, en estado
de shock, con las manos en la cabeza.
– Eh, tranquila, mujer – saltó
una voz masculina distinta – Vigila bien tus palabras. Vas a hacer que te demos
una muerte dolorosa cuando te encontremos.
– Matarnos, dice… - se burlaba
otra voz diferente y con un tono demasiado vibrante como para pertenecer a unas
cuerdas vocales normales – Pues como lo intentes con las mismas armas que los
de esta central, lo lleváis crudo. Creíamos que nos divertiríamos con unos
pocos simios gigantes. Qué decepción.
– ¡No somos saiyans, imbéciles! –
gritó la doctora mientras apretaba sus manos a la radio – ¡Éramos sus esclavos
y vosotros habéis asesinado a una familia inocente!
– Pare el carro, señora – le
interrumpió la primera voz – Nos da igual si sois o no saiyans. Si formáis o habéis
sido parte de su mundo y de sus ambiciones, os destruiremos como misión que
estamos dispuestos a cumplir. El señor Freezer ha hablado.
– Dadme vuestros nombres, carroña
bastarda, y os aseguro que moriréis lentamente – Nasera lloraba sin para ahora,
pero su voz era firme y se alzaba sin vacilación – Os prometo que os encontraré
y os aniquilaré con sufrimiento.
– ¡Jajajaja! - se oían carcajadas
varias y diferentes de, por lo menos, cuatro personas.
– Te daré un solo nombre, el de
nuestro escuadrón: Comando de élite Palter – su burla era obvia – Por si os
suena. Al fin y al cabo, somos famosos en muchos sistemas – el grupo de
soldados reía.
– De acuerdo – sentenció Nasera,
con la voz serena y la cara descompuesta – Tenéis aproximadamente veinte años
de vida desde este momento – las risas no paraban. La científica cortó la
transmisión.
El llanto de aquellos últimos
especímenes de la raza Tsufur era estremecedor.
Lachi parecía estar descentrado
de todo lo que le rodeaba – Nuestros hijos… nuestras parejas… - decía dolido
mientras apretaba su puño en el pecho, como si una lanza hubiera atravesado su
corazón.
– La venganza será nuestra –
aseguró Nasera – Se acabaron todos estos Reyes y Emperadores destroza mundos –
el odio se apoderó de ella como si de un sentimiento anormal se tratase –
Prometo exterminar a la raza de los demonios del frío justo después de
encargarme de este escuadrón.
– Esto… - murmuró Lachi en voz
baja – Esto se nos está yendo de las manos… lo que estás diciendo es demasiado.
– ¡No! – chilló la doctora,
insaciable – Me esforzaré al máximo para crear al ser más poderoso de todos. Y
estará bajo nuestro control – las lágrimas caían como gotas de lluvia en sus
rostros – Cuando todo haya pasado…. las vidas de los nuestros serán
justiciadas.
Lachi aún temblaba, con las
palmas de las manos protegiendo su cabeza y su pelo blanquecino.
– Ese Freezer es como todos. Me
niego a trabajar para él – Nasera desataba su furia en base a caras de
desprecio y muecas de sufrimiento – Cuando tengamos oportunidad, haremos que
Glova le mate. A los monstruos hay que eliminarlos con otros monstruos.
– Estás delirando… - Lachi
parecía desalmado, sus sentimientos se habían volatilizado y las pocas arrugas
que tenía se le notaban ahora más que nunca – No podemos derruir un imperio con
un único soldado. Este es nuestro fin…
- ¡Plaf! – Nasera abofeteó a su compañero en la mejilla - ¡No te
atrevas a decir eso! Solo acabamos de empezar – su mirada parecía inyectada en
sangre – En cuanto nos instalemos en este sitio tú y yo vamos a averiguar los
errores de cálculo que mencionaste y yo modificaré en gran medida los recuerdos
que he estado programando para el saiyan.
– Ya no sé qué pensar – Lachi no
se había inmutado por el golpe. De hecho, hablaba sin ira y con desgana – Todo
esto es mucho pedir para un saiyan corriente. Es mucho para nosotros.
– Confía en tu cabeza, Lachi. No
en el monstruo que hay dentro de la máquina – Nasera estaba convencida de que
su plan terminaría bien, la incontinencia afectiva de su odio la manipulaba.
El último de los soles en el
cielo de aquel planeta se desvanecía ya por el horizonte.
Al cabo de las semanas, Lachi fue
recuperando la seriedad en el programa y cada día Nasera iba transmitiéndole
más aquel sentimiento de rencor y resarcimiento. El dolor de la pérdida de sus
familias era mayor si cabía que el producido por la masacre de su especie. Pero
un dolor de tal magnitud a menudo es transformado en odio; en sed de venganza.
Aplicándose al máximo en los
estudios de la máquina Otsufur, los doctores descubrieron mucha información
desconocida hasta entonces: la resistencia producida por las
células saiyanas permitía cada vez menos que el líquido rojo actuara hasta el
borde de muerte anteriormente logrado. Como consecuencia, el poder que adquiría
el saiyan al estar al límite de una muerte mínimamente menos segura, era
progresivamente inferior. De esta manera, Lachi simplemente
tuvo que potenciar el corrosivo para que el poder adquirido siguiera siendo
alto.
Nasera, a su vez, programó una
serie de recuerdos basados en una vida con ellos para asegurar un cariño y
respeto por parte de Glova con el fin de conseguir su servidumbre. La
programación del aprendizaje motor e intelectual del primer año de vida del
saiyan estaba a punto de finalizar y la científica debía darse prisa para
incorporar los recuerdos artificiales y otros aprendizajes propios de una edad
más avanzada, hasta los 5 años.
– Dentro de poco Glova alcanzará
las 600 unidades y comenzará su infancia virtual – dijo impaciente Nasera.
– Estupendo – Lachi parecía algo
animado – Yo, por mi parte, tengo buenas noticias… creo.
– Cuenta, cuenta – Nasera
sonreía,
– Estoy diseñando un nuevo tipo
de corrosivo que sería inyectado en Glova para causar heridas internas y otro
tipo de sustancia capaz de suprimir el suero anterior – explicaba mientras leía
una serie de fórmulas químicas complejas entre los papeles que tenía en la mesa
– Su eficacia podría ser muy alta, pero hay un leve peligro de muerte.
– Podemos probarlo una vez si no
lo ves tan arriesgado – propuso Nasera – Y si saliera mal, creo que tendremos
los medios necesarios para que siga viviendo, ¿no?
– Eso quería oír – respondió
Lachi – Necesito tu ayuda por si acaso algo se tuerce, utilizar los medios
médicos de Otsufur. Quedarán unos diez minutos para que termine la curación
completa. Esperemos pacientemente.
– ¡Clock Clock! – sonó en el fino tejado que habían construido los
doctores los primeros días tras la llegada al planeta Glasq.
– ¿Qué mierd…? – se le escapó a
Lachi – ¿Es otro mono jugando con el panel solar?
– Déjalo. Que se electrocute –
respondió Nasera. A continuación, se escuchó el sonido de un chispazo y un
golpe seco justo encima de ellos.
– Ese lo limpias tú – habló Lachi
con su habitual voz tranquila.
Los animales de aquel lugar eran
comida para los tsufurs, al igual que los frutos de la vegetación que había en
esa parte del planeta donde se encontraban. Sin embargo, les hubiera gustado no
tener bestias como los simios en aquellos lares. La curiosidad de estos provocó
en más de una ocasión algunos disparos por parte de los nuevos habitantes. Sin
embargo, jamás habían sido atacados directamente y deducían que, por lo general,
no les darían problemas.
Los diez minutos pasaron rápidos
para los doctores. Cuando Otsufur señaló que otro ciclo curativo había
terminado, Lachi no tardó en parar el funcionamiento de la máquina, preparar la
actuación médica de la misma e inyectar el primer suero por vía intravenosa.
Otsufur advirtió un segundo después que el sujeto moría. Sus contantes se
normalizaron de nuevo. Sin embargo, Glova comenzó a convulsionar dentro del
ataúd de acero y Lachi tuvo que intervenir con los desfibriladores incorporados.
Glova no reaccionaba.
– Mierda, lo perdemos – alzó la
voz el doctor alertado - ¿Por qué demonios tuve que hacerme caso?
Glova murió alrededor de tres
segundos antes de que Lachi y Nasera pudieran revivirlo gracias a los complejos
médicos de Otsufur. Entonces activaron la función curativa de la máquina, por
si acaso, y dejaron descansar al saiyan, por primera vez desde que lo
insertaron en aquel ataúd.
– La próxima vez calcula mejor
sus consecuencias – advirtió Nasera a Lachi mientras secaba el sudor de su
frente y se iba, molesta por el plan del doctor.
Aquel día registraron que el
poder de Glova había aumentado un 26%. Unos resultados nunca vistos desde que
dejó de ser prácticamente un recién nacido, cuando duplicaba su fuerza las
primeras veces que sufrió los primeros ciclos en Otsufur.
Sin embargo, aquel era un método
demasiado arriesgado y Lachi lo descartó completamente. Por ende, el saiyan
siguió aumentando su poder sin mover un dedo, literalmente hablando.
Tras cumplir un año desde que
Glova llegó a manos de los doctores, Nasera instaló en Otsufur el segundo
programa de aprendizaje y lo inició. Dentro de 4 años, el saiyan sería
despertado para asegurar el experimento. Era necesario.
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