Capítulo 4 - Tenkaichi Budokai

 

Capítulo 4 – Tenkaichi Budokai

 

– Esto puede ser peligroso – dijo Goku, mientras esperaba que todos los demás se inscribiesen.

– Entonces quizás debamos olvidar el torneo y ponernos manos a la obra para encontrar las bolas de dragón cuanto antes – propuso Cargot.

– Tranquilos – rio Bulma, relajada – En mi casa guardamos casi todas.

– ¿En serio? – se sorprendió el namekiano.

– Algunos días presto el radar a Trunks y Goten para que las busquen por todo el mundo. Así se entretienen a veces – explicó la científica – Hace meses que no van tras ellas, pero tenemos a buen recaudo unas pocas.

– Fantástico – interrumpió Glova – Entonces no hay motivos para suponer que Babidí pueda cumplir su deseo.

– Os ayudaremos cuando terminemos el torneo – dijo Gohan – Después deberíamos encontrar a ese brujo.

– De acuerdo – afirmó Cargot, más convencido.

– Entonces Vayamos a las gradas – apresuró Yamcha – Los sitios vuelan y ellos tendrán que reunirse con los demás artistas marciales.

Se escuchó una corta risa burlona – Tch... artistas marciales... – se mofó Vegeta.

 

Cargot acompañó a las familias de los combatientes algo incómodo al separarse de sus compañeros de viaje, que habían decidido alistarse al torneo sin excepción.

 

Llegaron a un gran patio donde un numeroso grupo de luchadores conversaban unos con otros.

– La primera clasificatoria es la infantil – recordó Vegeta – Vamos a cambiarnos, Trunks – le dijo a su hijo.

– Yo también debo vestir algo más deportivo – dijo Krillin antes de seguirles por un mismo pasillo.

– Papá, voy a buscar a alguien que conozco – le dijo Gohan, pensando que su amiga Videl estaría por allí.

– ¿Eh? Oh. Vale – contestó él – Nos vemos luego.

 

– ¡Acercaos! – dijo un hombre vestido con la toga de los organizadores del torneo – Las preliminares de este torneo decidirán qué dieciséis participantes optarán por combatir primero. Y esto se medirá según vuestra fuerza bruta a través de esta máquina – recalcó señalando un pesado armatoste que era arrastrado hasta el lugar por varios organizadores.

– No habrá que darle muy fuerte – afirmó Goku, con una sonrisa.

– Esto es patético – murmuró Vegeta.

 

Glova miró extrañado al dúo, pero en seguida comprendió que aquel planeta ignoraba los seres tan especiales que habitaban en él. Pasar desapercibidos en cierta medida era algo con lo que vivían.

– Ya lo habéis oído – les dijo Glova a Glacier y a Akkaia: golpead suficientemente fuerte como para pasar los preliminares, pero sin hacernos notar demasiado.

– Por una vez coincido con Vegeta – dijo Glacier – Esto es ridículo.

 

En la Capital del Oeste, el Dr. Brief estaba alimentando a sus mascotas dentro de su amplio jardín cuando, de repente, las luces artificiales de sus instalaciones se apagaron.

– Qué extraño – murmuró mientras se quitaba por un segundo el cigarrillo de la boca – Veamos qué ha ocurrido, Tama – le dijo al gato que tiene en su hombro antes de ser respondido con un maullido.

 

Justo después de adentrarse en la casa propiamente dicha, algo se clavó en su cuello y le hizo gemir de dolor. En un instante, vio a su esposa tirada en el suelo y se quitó de inmediato aquello que le punzaba tanto. Cuando lo sostuvo en la mano y recapacitó qué podía ser, su visión se emborronó – Un dardo... – susurró antes de desmayarse, noqueado por el suero de aquel proyectil.

 

– ¡Toma ya! – dijo Pilaf antes de caer al suelo desde una ventanilla de ventilación – ¡Le di! ¡La casa es nuestra!

– Ahora a buscar las esferas de dragón – dijo Shu antes de caer encima de Pilaf.

– La primera vez que hacemos algo bien en mucho tiempo – afirmó contenta Mai antes de caer de culo encima de sus colegas.

– ¡Basta! – gritó el pequeño jefe – Quitad de encima y separémonos para buscarlas. Pui Pui debe de estar llegando.

 

Pusieron la casa patas arriba hasta que se encontraron con una puerta blindada a la que no podían acceder.

– La luz está cortada, pero esto no podemos abrirlo... – dijo Pilaf, pensando la manera de entrar.

 

– ¡Plaf plaf! – escucharon dos golpes en la puerta principal de la casa.

 

Cuando la abrieron, Pui Pui los miraba con cara de aburrimiento – ¿Las tenéis?

– No podemos acceder a una habitación – le contestó Mai – Deben guardarlas allí.

– Dejadme a mí – protestó el alien con desgana. Suponía que aquellos payasos no iban a encontrar nada.

 

Cuando estuvo enfrente de la puerta blindada, alzó su mano y, con una ráfaga de Ki, hizo un boquete en el blindaje.

– Puerta abierta – comentó él.

– ¡Bien! – se alegró Pilaf – Adelante.

 

Se adentraron en una enorme sala llena de aparatos científicos, tecnológicos y mesas de trabajo con muchos cajones.

 

– Registradlo todo – ordenó Pui Pui mientras se paseaba por la habitación ojeando algunas cosas.

– ¡He encontrado el radar! – exclamó Shu, que acababa de registrar un cajón.

– ¿Radar? – se preguntó Pui Pui a sí mismo – ¿Esto va en serio? ¿Saben lo que están haciendo?

 

El perro humanoide accionó el botón y su cara se iluminó tras un pitido emitido por el aparato que llevaba en las manos. Entonces miró al frente y señaló una pared – Están ahí.

 

Pui Pui, ahora más animado, se dirigió a la pared que Shu indicó y descubrió tras un panel electrónico una caja fuerte anclada a la pared.

– Muy bien – sonrió el alien. Entonces de su índice emanó un rayo amarillo y silbante que traspasó toda la rendija de la caja blindada, fundiendo las bisagras.

 

La pesada puerta cayó al suelo provocando un fuerte ruido, pero las losas no se partieron.

– Aquí están – susurró triunfante Pui Pui mientras cogía una por una las brillantes esferas y las metía en el saco que Mai sostenía entre las manos – Estupendo. Salgamos de aquí – sentenció cuando las había extraído todas.

– El amo Babidí quedará satisfecho – asintió Pilaf con orgullo.

 

– Os veo en la base de nuestro señor – les dijo Pui Pui antes de despegar con el saco del botín en su mano derecha.

– Maldito bastardo – murmuró Pilaf mientras perdía a su líder de vista en el cielo – Seguro que se lleva todo el mérito... Vayamos rápido hasta el amo Babidí para que no nos robe una pizca de nuestra valía – entonces escuchó el motor de su vehículo arrancar. Mai y Shu ya estaban acelerando – ¡Eh! ¡Esperadme! – ordenó a toda prisa.

 

– Así que prefiere seguir mintiendo – dijo Onel mientras bebía de su copa – El muy imbécil cree habernos engañado y ahora pretende que nos creamos que aquel desastre fue fortuito.

– Esto no es propio de Oriam – suspiró Toser – ¿Por qué iba a confiar en que estuviéramos presentes en aquellas naves? Es muy iluso. Debería saber que no estamos muertos.

– Ya me da igual – reprochó Onel, orgulloso – Supuse hace meses que algo como esto podría pasar, así que haremos las cosas a nuestro modo.

– ¿Qué quieres decir? – quiso saber Toser.

– Nos vengaremos.

– ¿Cómo sabremos dónde encontrarle?

– Desde hace muchos meses, Oriam está obsesionado con el brujo al que perseguimos. Seguramente siga buscándole. Tenemos datos sobre el último lugar donde instaló su base.

– Bueno ¿Cuál es tu plan? – insistió Toser.

– Hace tiempo que tengo contratado al Trío Amaji – sonrió Onel.

– ¿Esos son... – vaciló mientras recordaba dónde había escuchado ese nombre – los famosos mercenarios de las galaxias del oeste?

– Exacto – su sonrisa no había desaparecido – Si Oriam sigue teniendo a Purple bajo su poder, le pondremos entre las cuerdas. Los soldados de Oriam que encontremos allí nos llevarán hasta él.

– ¿Cómo has conseguido contratarlos? – se extrañó su compañero – Que yo sepa, suelen evitar el contacto privado con importantes organizaciones como las nuestras.

– Digamos que uno de ellos me debe, personalmente, grandes favores.

– He oído que hacen las cosas a su manera.

– Son eficaces. Eso es lo importante.

– ¿Y de verdad crees que podrán hacer frente al monstruo violáceo?

– Eso es lo que comprobaremos. Ya han solucionado cientos de casos irresolubles por todo el universo. Pero, en cualquier caso, su objetivo primario no es Purple, sino Oriam.

– ¿Y si le perdemos la pista mientras tanto? – masculló, algo escéptico – Tardarán meses en llegar desde las galaxias del oeste hasta Oriam.

– ¿No te he dicho que he contratado sus servicios desde hace ya algún tiempo? – recordó Onel con tranquilidad – A estas alturas ya estarán llegando.

 

 

Mientras tanto, efectivamente Pui Pui había llegado a la nave de Babidí e, inclinado, le entregaba un saco pesado que guardaba las bolas de dragón.

– Jijiji – reía el brujo – Así me gusta, lo has hecho muy bien – le dijo mientras agarraba el saco impaciente.

 

Entonces Babidí seguido de Dabra y Pui Pui, fue rápidamente hasta un pedestal cóncavo de su altura donde había depositado la única esfera mágica que poseía. En él vació el saco y las esferas les parecieron más hermosas que nunca. Parecía que la luz de la sala mantenía brillantes cada una de ellas en su conjunto, como si fueran un único objeto.

 

– ¡Estupendo! – gritó el brujo.

– ¡Plaf, Plaf! – se escuchó en la puerta de la nave subterránea.

– ¿Quién es? – se extrañó.

– Deben de ser los esclavos que han encontrado las bolas de dragón según mi plan – comentó Pui Pui, algo molesto – Tenían ganas de entregarle personalmente las bolas de dragón, como si fuera su mérito...

– Señor Babidí – interrumpió Dabra.

– Haz que pasen – ordenó a Pui Pui a la vez que ignoraba a Dabra – Les daré la satisfacción de contemplar mi divina presencia – sonreía orgulloso Babidí.

 

Pui Pui siguió sus órdenes y, enojado, se dirigió a la puerta principal.

– Señor Babidí – insistió Dabra.

– Dime – por fin le atendió, sonriente al saber que sus deseos se harían realidad.

– Creo que falta una bola de dragón.

– ¡¿Qué?! – exclamó furioso el mago, volviéndose hacia la urna y contando los objetos en su interior – ¡Seis!

– Las esferas mágicas de los namekianos suman siete – recordó el Dakka.

 

– Señor, estamos de vuelta – dijo Pui Pui en la puerta de la habitación – Aquí están los subordinados.

 

De repente, aparecieron tres sombras que se postraron con rapidez ante el brujo – ¡Es un honor! – mascullaron al mismo tiempo.

 

– ¡Inútiles! – les gritó Babidí – ¿No pudisteis hacer algo bien?

 

– No lo entendemos... señor... – murmuró Pilaf agachando la cabeza – Cumplimos la misión con éxito – temblaba.

– ¡Falta una! – exclamó el viejo enfadado – ¿Dónde está? ¡Siete días de espera para esto! ¿Cómo encontraréis la última si está desperdigada en algún lugar de este aburrido planeta?

 

Pui Pui, algo nervioso, dio un paso atrás. Todo era culpa de esos tres, estaba claro. Y no quería que su incompetencia le salpicara.

 

– La encontraremos y se la entregaremos mañana mismo, señor Babidí – dijo Shu, para sorpresa de sus dos compañeros.

– Está bien – se dio la vuelta el brujo, dándoles la espalda. Si mañana mismo no tengo la esfera que me falta, daos por muertos – sonrió.

 

Los tres terrícolas asintieron y se postraron.

 

– ¿A qué estáis esperando? ¡Buscadla!

– ¡Sí! – gritaron a la vez antes de salir corriendo por donde habían entrado.

 

Cuando hubieron salido de aquella nave de aura espeluznante, Mai y Pilaf miraron a Shu con rabia.

– ¿Por qué le dijiste eso al señor Babidí? – le reprochó Mai.

– Mañana moriremos por tu culpa, Shu… – le criticó con miedo Pilaf.

 

Entonces Shu sacó de su bolsillo un objeto de aspecto circular.

 

– ¡El radar! – se alegró Mai – Eres un ladrón genio, Shu.

– Vayamos tras la última – dijo Shu con apremio – Parece que está lejos.

– Usaremos nuestro avión personal – dijo Pilaf.

– No sabemos si funciona esa chatarra – criticó Mai.

– ¡Pues no podemos ir a toda velocidad si no es con nuestro avión! – soltó enfadado el pequeño azulado mientras sacaba una cápsula de su túnica.

 

Presionó el botón del objeto y lo lanzó al aire – ¡Boof! – sonó cuando de entre el polvo emergió un avión pequeño y alargado, algo oxidado y con tres asientos, uno detrás de otro.

 

– ¡Vamos! – ordenó Pilaf, a lo que sus compañeros hicieron caso con inseguridad – ¡A por la última bola de dragón!

 

 

– Menudo combate – admitió Glova, refiriéndose a la final del torneo infantil, entre Goten y Trunks – Es increíble que a esa edad controlen el super saiyan.

 

Vegeta miró a Glova de reojo. No parecía sentir celos de aquella transformación de aura dorada – Este tal Glova también ha aprendido a controlarlo – dedujo.

 

– Dentro de poco comenzará el torneo de los adultos – recordó Krillin – Vayamos hasta la zona de los clasificados.

 

Una vez allí, sirvieron el almuerzo a los participantes. Todos comieron en una gran mesa alargada y Gohan presentó a Videl al grupo.

– ¿Por qué participa si sabe que no tiene posibilidades? – le comentó Glova en voz baja a Glacier mientras masticaba con la boca llena.

– Eso mismo me preguntaba yo de él – contestó mientras señalaba discretamente a Krillin.

– No te pases. Se nota a leguas la diferencia entre la chica y el bajito – susurró el saiyan.

– Ya, pero aun así...

– ¿Y qué hace Gohan vestido así? – comentó Glova con una extraña mirada a los ropajes de superhéroe del mestizo.

– Serán modas de aquí – dedujo Glacier.

– Qué raros son todos.

 

Piccolo sonrió mientras esperaba sentado y de brazos cruzados.

 

Cuando terminaron, juntos fueron hacia un patio donde se sortearían los enfrentamientos. De camino, se encontraron a un par de personas con sendos trajes extraños. Uno de ellos, el más alto de pelo blanco y largo; de piel rojiza y expresión seria; parecía esperar a que su compañero interactuara. El más pequeño estaba flotando, tenía una tez pálida y lucía un peinado de cresta de color blanquecino. Parecía calmado y les sonreía con ojos finos.

– Hola – se adelantó entonces – Eres Goku ¿verdad?

– ¿Nos conocemos? – le preguntó él con una expresión clara de sorpresa.

– No. Solo he oído hablar de ti. Nosotros también hemos superado las eliminatorias. Nos enfrentaremos tarde o temprano, entonces.

– Un placer – le respondió Goku con una sonrisa mientras le estrechaba la mano.

– Tal como supuse, tienes un gran espíritu – le sonreía la pequeña persona.

 

Al despedirse echó una mirada hacia todo el grupo, que le escrutaba como si fuera un bicho raro. Pero entonces vaciló cuando sus ojos se posaron en la alta figura de Glacier. Tras una corta pero evidente detención, aquel par tan extravagante siguió su camino.

 

– Qué extraño – murmuró Piccolo – No son de La Tierra.

– ¿Los conoces de algo? – le preguntó Akkaia a Glacier.

– No, de nada – pero bajo la expresión neutral del praio se escondía un extraño sentimiento, aquel ser le enfundaba una atención peculiar ¿Por qué se sentía así? Quería recordar algo que no conseguía rememorar.

 

Llegaron al patio de selección y el presentador de gafas de sol y traje negro fue llamando por orden alfabético al grupo de dieciséis clasificados.

– Akkaia – dijo con torrente claro y profesional.

 

La chica de piel blanca fue hasta él y metió la mano dentro de una urna cuadrada que le ofrecía un organizador. Cuando sacó la pelota de goma, se la mostró al presentador.

– #10 – leyó él en voz alta.

 

Al mismo tiempo, un par de organizadores se encargaban de escribir los nombres en una gran pizarra blanca, rellenando los huecos de los participantes en el gráfico que mostraba los enfrentamientos.

 

– Glacier – volvió a llamar el comentarista.

 

El gran praio se acercó y metió su mano con dificultad en el ánfora cuadrada.

– #1 – informó de nuevo el encargado.

 

– No sabía que existieran resquicios de familiares de Cold – murmuró Shin a Kibito.

– Desconozco su identidad, pero es claramente un demonio del frío – le respondió Kibito, sin moverse ni un pelo.

 

– Turno de Glova – continuó el del traje negro.

 

Cuando se acercó a la urna se cruzó con su compañero – Vas el primero – le sonrió – A ver si hay suerte conmigo – Metió la mano y sacó una nueva pelota.

 

– #12 – informó de nuevo la voz – El siguiente es Gran Saiyaman.

Glova se encogió de hombros y se cruzó con Gohan, quien le devolvió una sonrisa amistosa.

 

– #9 – el mestizo arqueó las cejas que se levantaban detrás de sus gafas de sol.

 

– ¡Se enfrentará a Akkaia! – se emocionó Glova, dirigiendo una mirada divertida a su amante – Si sigue siendo el Gohan que conocí, te va a dar una paliza – bromeó con una sonrisa.

– Cállate – dijo algo fastidiada Akkaia. Sabía que era el crío que había enfrentado al monstruoso Cell del que tanto habían hablado sus compañeros.

– No lo es – respondió Vegeta a Glova mientras veía cómo los organizadores apuntaban el nombre del mestizo en el gráfico.

 

Glova le escuchó, pero sabía de los celos de Vegeta y deducía que simplemente estaría celoso de aquel niño prodigio.

 

– Kibito – llamó el presentador. El más alto de los dos alienígenas se acercó y sacó su número – #6. El siguiente es Krillin.

 

Cuando extrajo la pelota, la expresión del terrícola cambió para mal – #5 – dijo entonces mientras miraba con nerviosismo a Kibito, ya colocado al lado de su compañero.

 

– El siguiente es Kuren.

Una persona de mediana estatura y complexión se acercó a sacar un nuevo número. Vestía un gi negro, llevaba una máscara blanca que le cubría toda la cabeza y sus manos estaban enguantadas.

 

– #4 – dijo el comentarista – El siguiente es Número 18 – dijo – ¿Ese es su nombre? – murmuró sin darse cuenta. 18 recogió la pelota – #13. Turno de Ma Jr.

 

Cuando Piccolo se adelantó, todos se extrañaron – Es largo de explicar – soltó el namekiano antes de sacar número – #14 – sonrió antes de mirar de soslayo a la androide.

 

– Nuestro campeón Satán no se encuentra entre nosotros, por lo que sacaré yo personalmente su número – informó el presentador antes de extraer la pelota – #15 – Y es el turno de Shin.

 

– ¡Shin! – resonó en la cabeza a Glacier – Eso es... – pensó el praio – Pero... ¿Por qué...?

 

– #2 – anunció el presentador.

Todos alrededor de Glacier le miraron con cierta sorpresa.

 

– Vas a enfrentarte a ese tal Shin – le dijo Glova – Parece alguien muy característico.

– Creo que ya sé quién es... – pensó Piccolo para sí mientras cruzó una mirada con la suya.

 

– Son Goku – llamó con un tono más animado al reconocer su nombre. Cuando sacó su número, de nuevo habló – #7. Turno de Spopovich.

 

Un fornido hombre de tez enfermiza y malla de lucha libre se acercó y sacó un número mientras gruñía.

– #3 – insistió – Le toca a Vegeta.

 

El sayian se sintió decepcionado en un principio al sacar número, pero no se quejó – #11.

 

– ¡Vegeta será mi primer oponente! – se sorprendió Glova.

– Y el último – le comentó él mientras volvía a su sitio.

– ¡Qué envidia! – se quejó Goku – Me habría encantado enfrentarme a los dos en el torneo. Tenéis que haber mejorado mucho en todos estos años.

 

– Videl – llamó el comentarista.

Cuando la terrícola sacó su pelota, no pudo evitar sonreír a la vez que un escalofrío le recorría la espalda – #8 – su oponente era el padre de Gohan.

 

El mestizo la recibió con una sonrisa nerviosa. No tenía posibilidades.

 

– Y el último es Yam.

 

Un tipo similar a Spopovich se acercó a la urna. Su piel grisácea no parecía muy natural – #16.

 

– ¡Perfecto! – sentenció por fin el comentarista – Los primeros combates van a comenzar. Preparaos, artistas marciales.

 

Entonces salió al enorme patio del ring – ¡Sentimos haberles hecho esperar, preciado público! – anunció con emoción – Pronto dará comienzo el gran torneo mundial ¡El Tenkaichi Budokai!

 

Un ruidoso vitoreo desde las gradas estremeció los oídos de los luchadores que esperaban el comienzo del torneo.

 

La cola de Glova se movía, hiperactiva – Vamos allá – se dijo el saiyan a sí mismo.


1 comentario:

  1. ¡Espero que os guste!

    En el capítulo siguiente indagaremos un poco en la vida de Akkaia. Lo que nos dará datos curiosos, algunos relevantes, sobee el lore de Babidí y su padre.

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