Capítulo 3 - Estrategias y acciones

 

Capítulo 3 – Estrategias y acciones

 

Restos enormes de naves galácticas se perdían en el espacio junto con cientos de vidas. Solo una nave menor escapó de las explosiones ocasionadas por el poderoso monstruo creado por Bibidí haría millones de años. En ella se encontraban Oriam y Purple.

 

– Solucionado – dijo el monstruo violáceo – Ha sido divertido. Ahora haz que una nave en condiciones nos recoja y dame otros ropajes. Estoy harto de fingir ser tu mascota. De ahora en adelante seré tu guardia personal y punto. Y tú vestirás siempre con capuchas o túnicas que escondan tu precioso casco.

– Entendido – respondió Oriam, obediente.

– Nuestro siguiente paso será encontrar a Babidí ¿Recuerdas cómo se llamaba el último planeta donde situó una base, según tus espías?

– La Tierra.

– ¡Eso es! – sonrió – La Tierra.

 

 

Mientras tanto, en la nave de Glova se conversaba tras un abastecido desayuno.

 

– ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? – preguntó Akkaia.

– Tiempo estimado: 251 horas – respondió la voz de la nave con cierto tono robótico.

– Oh... – suspiró Glacier – otros diez días aquí metidos.

– Cargot, ¿por qué no nos cuentas tu historia? – le preguntó Glova – Sé lo que Piccolo me contó sobre de la matanza de Namek por manos de Freezer, pero estoy seguro de que tienes otras cosas interesantes que contar acerca de tu cultura.

– En realidad podría contaros mi vida desde seis perspectivas diferentes.

– ¿Cómo? – se extrañó el saiyan.

– Yo soy seis namekianos en uno, así que puedo hablar desde la experiencia de cada uno de ellos.

– ¡Entonces te pareces más de lo que imaginé a Piccolo! – exclamó Glova sorprendido.

 

Glacier, mientras sus compañeros charlaban, fue a su habitación y levitó en el aire en posición de loto, pensativo.

Algo surcó su mente y dirigió su mirada a la Blantir, que descansaba en la cama bien hecha de su dormitorio. La hizo levitar con un gesto y se la llevó a las manos. Faltaba un trozo, pero recordó algo enojado dónde estaba.

Entonces mantuvo la punta de sus dedos presionando el cristal y se hizo una pregunta muy simple.

 

– ¿Podrá decirme esto qué pasó tras mi encierro?

 

De repente, una luz guio sus ojos y se lo mostró todo:

 

– “Los praios en guerra se sumieron en depresión” – le hablaba una voz femenina cuya procedencia le era desconocida – “Los demonios del frío se creyeron dioses” – susurró con dolor – “Gobernaron mediante sumisión decenas de mundos y cayeron bajo su propio dominio. La mayoría murió a manos de los más fuertes, mientras que los más ingeniosos buscaron maneras de ocultar sus poderes y evitar ser encontrados por los más peligrosos.”

Entonces el pario vio escenas borrosas ascender en extensión por su memoria, una memoria que no era suya: praios cambiando sus formas corporales para reducir su poder y las posibilidades de ser encontrado – “Todo el caos continuó hasta que el Dios de la destrucción se precipitó al mundo mortal para acabar con la rebelión que amenazaba el equilibrio del universo. Su poder divino bastó para erradicar una batalla que ya duraba miles de años, aniquilando a todo praio en guerra. Así nació la paz de nuevo, hasta que los praios que usaron sus formas limitadas salieron a la luz y se disputaron el universo. Aunque ello seguía formando parte de la guerra entre los resquicios de aquella especie casi extinta, los dioses no actuaron de nuevo, ya que el universo no corría peligro. La traición descendió de los corazones de los praios restantes, de generación a generación. Así fue cómo el imperio de los demonios del frío sobrevivió a las eras y a la intervención divina.”

 

 

Al mismo tiempo, escondido cuan rata en el hermoso planeta Tierra, Babidí continuaba elaborando su plan.

 

– Llevamos varios días en este planeta y la energía que estamos recolectando sigue siendo muy poca – masculló el brujo, irritado mientras contemplaba la aguja que marcaba el depósito requerido para despertar a su monstruo perfecto – No tenemos ni un cuarto de lo necesario.

– Tranquilo, amo – le calmó Dabra – Con tantos súbditos a nuestra disposición en el planeta, recolectaremos las esferas de dragón en poco tiempo. Fíjese, ya tenemos una, mostró el demonio en su mano la esfera anaranjada con dos estrellas en su interior.

– Sí, sí – dijo el brujo, sin mucha confianza – Pero, a este paso, Shin nos encontrará antes.

– No se preocupe, señor Babidí – insistió Dabra

– No es rival para el rey de las tinieblas – dijo refiriéndose a sí mismo.

– Es cierto – sonrió el alien arrugado entrecerrando los ojos saltones de su rostro – Además, ya no eres el único de mis siervos al que debe temer ese dios – miró de reojo a su demonio.

 

Dabra se sintió celoso, pero en el fondo se autoconvencía de que él seguía siendo su soldado predilecto – Es cierto, señor. Pero mis habilidades...

– Ji, ji, ji... – reía el malvado brujo – No te excuses, mi nuevo siervo aún tiene mucho que aprender sobre cómo actuar bajo mi control. No lleva ni dos años con nosotros.

– Así es – asintió el demonio – Admito que es un gran adepto.

– A propósito ¿Quién es el que ha conseguido la primera bola de dragón?

– Comentó que se llama Pilaf – dijo Dabra tras recordar su nombre – Iba acompañado de otros dos. Afirmaban que tenían una gran experiencia en recolectar las esferas.

– Haz que vengan y proporciónales un par de guardaespaldas y lo que requieran para que las obtengan lo más rápidamente posible – ordenó entonces.

– Así lo haré – confirmó Dabra.

 

Y al día siguiente...

 

– Buenos días, terrícolas – mi nombre es Pui Pui y estoy aquí para hacer de vuestro guardaespaldas – su voz sonaba aburrida.

– ¡Sí, señor! – dijeron al unísono Pilaf, Mai y Shu – Estamos listos para la misión – la M negra resaltaba en la frente del trío.

 

Se encontraban en pleno campo medio desértico, a mitad de camino entre la ciudad más cercana y la nave del brujo.

 

– Perfecto – insistió Pui Pui con tedio – ¿Cuál es el plan?

– Tenemos información – dijo Shu mientras se rascaba el pelaje de la frente.

– Sí – continuó Pilaf – Las bolas de dragón restantes las guarda una familia de científicos.

– Sí... – añadió Mai con desprecio – ¿Para qué quieren más dinero? – comentó.

– Lo malo es que allí viven personas muy poderosas, son monstruos muy fuertes.

– Uh... – se burló Pui Pui, que parecía que se fuera a dormir en cualquier momento – Terrícolas poderosos... Qué miedo...

– Exacto – continuó Pilaf sin comprender el sarcasmo – Pero lo teníamos todo planeado desde antes de la llegada del amo Babidí a nuestro planeta. Dentro de siete días dará comienzo un torneo mundial de artes marciales. Los guerreros saldrán de la casa y se olvidarán de ella durante un día entero. Esa será nuestra oportunidad para colarnos y robarlas todas.

– El señor Babidí posee guerreros fuertes, tengo entendido… ¿Por qué no se las arrebatamos a la fuerza? – preguntó Shu con energía.

– No – participó entonces Pui Pui – El amo no quiere llamar mucho la atención hasta que el monstruo haya despertado.

– ¡Entendido! – reaccionó el trío de ladrones retratando una pose militar.

 

Pui Pui se dio la vuelta y se dispuso a volver a la nave de Babidí – Avisadme si necesitáis algo más. Planead el robo hasta que llegue el día – entonces despegó.

 

– Nunca me había sentido tan bien al servir a alguien – masculló Mai mientras pensaba en Babidí, endiosando su persona.

– Sí... – respondió Pilaf – ¿Eh? Un momento... ¡Esperad! – ordenó a sus compañeros al ver que ya estaban montados en el coche dispuestos a partir.

 


Al mismo tiempo, en la nave espacial de Oriam...

 

– Y dio la casualidad de que usted fue el único superviviente – dudaba el Consejero de Toser.

– Así es. Yo y un par de soldados – Oriam intentaba sonar convincente.

– No puedo asegurar que esto no lleve a una guerra intergaláctica, señor Oriam.

– Comprendo la complejidad de las circunstancias, pero estoy seguro de que la jerarquía que sustituirá a Toser y Onel será comprensiva cuando analicen detenidamente toda la información que sus jerarcas caídos y yo recopilamos sobre el monstruo. Está a sus enteras disposiciones.

– Que pase buena tarde, señor Oriam – cerró la comunicación el Consejero Imperial.

 

Oriam se quitó la capucha – Puede que la guerra sea inevitable – sopesó.

– Puedo soportar una guerra – afirmó Purple – Pero no ahora. Hasta que dé con el hijo de mi creador, quiero ser libre de poder moverme a mis anchas por el espacio sin tener que batallar contra naves espaciales.

– ¿Por qué te interesa tanto encontrar a ese brujo?

– ¿Por qué no me iba a interesar? – preguntó de forma retórica, quitándole importancia a la curiosidad de su siervo mental. Mientras tanto, contemplaba el vasto espacio a través del ventanal de la nave – Esa es la verdadera pregunta... – susurró para sí.

 

 

– ¡Por fin! La Tierra – exclamó Glova satisfecho mientras contemplaba el bello planeta azul.

 

Todos los tripulantes de la nave se habían reunido en el puesto de mando para contemplar las vistas de su destino.

 

– Aterrizaje automático programado en cinco minutos – aclaró la nave.

 

– ¿Qué te parece, Apum? – le dio dos golpecitos a la piedra para que contestara – ¿Estamos cerca de Dabra o no?

– Sí – abrió la escotilla el pequeño demonio rosado y enojado. También él se dispuso a contemplar aquel planeta desde la distancia espacial.

 

Glova sonrió satisfecho.

 

La nave iba a aterrizar en el mismo sitio programado donde aterrizó las otras dos veces anteriores. En aquel campo desértico.

– ¿Por qué no aterrizamos mejor en el palacio de Dende? – propuso Glacier – Seremos bien recibidos.

– Excelente idea – opinó Glova.

 

El vehículo espacial aterrizó con suavidad en el patio de aquel lugar amplio. Justo enfrente ya salían a recibirles Dende, Momo y Piccolo. En cuanto la escotilla se abrió, Glova escuchó la voz de su amigo.

– Cuánto tiempo, Glova – sonreía Piccolo antes de aceptar estrecharle la mano con fraternidad.

 

Dende sonrió cuando vio al gigante de Glacier detrás del saiyan – ¡Hola! – le saludó efusivamente – ¡Hola a todos!

 

Glacier contestó con una sonrisa antes de apearse y acariciar la cabeza del pequeño namekiano como si fuera un perro – Has crecido, pequeño.

 

– Hola, mi nombre es Akkaia – se presentó la blanca chica – Me han hablado muy bien de ustedes.

– Encantado – respondieron Dende y Momo al unísono. Piccolo le dedicó una sonrisa mientras analizaba su extraña tez de piel.

 

– ¿Dende? – escucharon aún bajando de la nave.

 

El joven namekiano reconoció a su amigo de la infancia de inmediato, a pesar del tamaño adulto que éste plasmaba.

 

– ¡Cargot! ¡Eres tú! – Dende se echó a los brazos del que siempre había sido su mejor amigo. No pudo contener las lágrimas – Me cuesta creer que seas tú – dijo mientras recordaba el feliz pasado con su pueblo tras la resurrección del mismo antes de convertirse en el Dios de La Tierra.

– Soy yo – dijo con una sonrisa algo apenada.

– Estás irreconocible – se animó Dende.

– Eso es porque el entrenamiento namekiano hace madurar mucho más rápido nuestro cuerpo.

– No es solo por eso – añadió Glacier con picardía – ¿Verdad?

– Sí – confirmó Cargot – Tenemos que contaros muchas cosas.

– Sentaos a comer y contadnos qué os trae hasta aquí – invitó Dende – ¿Tenéis hambre?

– ¡Sí! – contestaron Akkaia y Glova al mismo tiempo.

 

Mientras los dos comilones tragaban sin parar la deliciosa comida que Momo servía, Cargot y Glacier explicaron las difíciles circunstancias que los llevaron a La Tierra, comenzando por la búsqueda del Dakka y de Babidí, y terminando por el genocidio de Nuevo Namek.

 

– Maldita sea – murmuró Piccolo con una mueca seria – Si esos dos están en este planeta debemos ser cautos y vigilar las bolas de dragón antes de que las tomen y puedan cumplir su deseo.

– Exacto – recalcó Glova – Creí que las tendríais en vuestro poder.

– No que yo sepa.

– Entonces habrá que dar con ellas.

– Escuchad – propuso Piccolo – Mañana se celebra un torneo mundial de artes marciales, el 25° Tenkaichi Budokai. Allí irán todos nuestros amigos: Gohan, Krillin, Vegeta e incluso Goku. Le pediremos a Bulma que nos entregue el radar cuanto antes y buscaremos las bolas del dragón.

– ¿Goku? – se extrañó Glova – Al final revivió gracias a las bolas de dragón – especuló.

– No. Le han dado un permiso en el cielo para asistir y participar.

– ¿Cómo? – el saiyan no comprendía nada – ¿No solo está vivo en el cielo, sino que le dejan vivir en La Tierra?

 

Dende negó con la cabeza – Es complicado – añadió antes de explicarle algunas reglas básicas sobre el cielo y el más allá.

– Así que el cielo y el infierno existen – pensó Glova para sí, curioso.

– Tú estuviste muerto, Glova – le recordó Glacier – ¿No recuerdas nada?

– Nada de nada – sopesó él.

– Así que a ese Goku le dejan conservar su cuerpo – repitió Akkaia – Debe de haber sido una muy buena persona.

– Así es – confirmó Dende con una sonrisa.

– Está bien – dijo Glova al final – Y si tenemos el radar, ya no tendríamos de que preocuparnos... ¡Me apuntaré al torneo!

 

Piccolo sonrió – Sabía que dirías eso. Yo también tengo pensado inscribirme. Sé que no ganaré, pero he entrenado bastante.

– Te sorprenderás de mis progresos, querido amigo – le dijo Glova – Espero volver a combatir contigo ¿Te apuntas, Glacier?

– Podría estar entretenido... – les respondió el praio.

– Esto se pone interesante – comentó Piccolo antes de beber de su vaso de agua.

– ¿Y vosotros? – animó Glova a Akkaia y a Cargot.

– Yo no tengo posibilidades – respondió Cargot – Además, preferiría ponerme a buscar las bolas de dragón.

– Es cierto – se sintió mal Glova – No deberíamos perder un minuto.

– No – insistió Cargot – La posibilidad de resucitar a mi pueblo existe gracias a vosotros. No puedo pediros más. Divertíos mañana, y luego comenzaremos la búsqueda.

 

Aunque se sentía incómodo por anteponer el torneo, Glova ardía en deseos de enseñarles a todos cuánto había progresado, y su cola lo demostraba hiperactiva de tan solo imaginar el día siguiente. Piccolo, Vegeta, Son Goku, Gohan y los demás alucinarán con su transformación.

 

Al día siguiente, los cuatro compañeros estaban listos para partir. Akkaia le había pedido a sus anfitriones ropa de mayor abrigo, ya que en aquel lugar las temperaturas eran mucho menos templadas que en los planetas donde había estado viviendo desde hacía años. Piccolo le cedió un traje morado a su medida, de corte similar a su vestimenta.

Siguieron al namekiano cuando este despegó tras recibir la despedida y la buena suerte de Momo y Dende.

 

– ¡Adiós, amigos! – gritaba Dende cuando habían despegado – ¡Por favor, ayudad a mi gente!

 

El torneo se celebraba en la bella isla Papaya, preparada para este tipo de acontecimiento único.

Allí se encontraba una gran aglomeración de personas rodeando una estructura cuadrangular de aspecto oriental en cuyo interior se podía observar desde el cielo el gran ring de combate.

Aterrizaron en una zona boscosa y apartada para no llamar la atención y luego se unieron a la masa de gente que entraba y salía de la infraestructura.

Los ropajes extravagantes de los cinco luchadores destacaban entre la multitud, pero no entre los luchadores que se preparaban para alistarse al torneo, cada cual más pintoresco.

– ¡Qué variadas criaturas viven en este planeta! – observó Cargot mientras contemplaba a animales humanoides charlando con individuos de estructura humana común y otros con anatomía algo más monstruosa.

– ¿Qué hacemos aquí parados? – se impacientó Akkaia, cruzada de brazos.

– Esperar a Gohan y a los demás – respondió Piccolo – Están justo allí – señaló a un grupo de gente que charlaban los unos con los otros.

 

– ¡Piccolo! – dijo Gohan, avistándole. Pero se paró un instante al reconocer a Glova y a Glacier – ¡Sois vosotros! – masculló animado.

 

El reencuentro fue rápido y las presentaciones fueron amenas, aunque a Glova no le terminó de gustar cómo Yamcha se presentó tan efusivamente a Akkaia. Entre los terrícolas, se encontraban Chichi, Bulma, Vegeta, Krillin, Número 18, Yamcha, Puar, Oolong, Roshi y dos niños pequeños y una niña aún de menor edad que se quedó mirando con curiosidad y algo de nerviosismo al gran praio que se alzaba entre las cabezas de los demás. Eran Goten, Trunks y Marron.

Vegeta se sorprendió al ver a los dos conocidos que les ayudaron a derrotar a aquel monstruoso Cell, pero no dijo ni expresó nada.

 

– Un placer – se remitió a saludar Glacier.

– Soy Cargot. Encantado – se presentó el namekiano.

– Os tenemos que informar de varias cosas – informó Piccolo – Inscribámonos y vayamos adentro, alejémonos de este barullo.

– Aún no ha llegado mi padre – le cortó Gohan – Le estamos esperando.

– ¡Hey! – escuchan todos a sus espaldas – ¡Hola!

 

Todos volvieron sus cabezas para ver al saiyan, que ahora llevaba consigo una aureola justo encima de su cabeza.

 

– ¡¡Es... es Goku!! – exclamaron Krillin y Chichi al unísono con un nudo en la garganta.

– Papá... – susurró Gohan sin percatarse de haberlo hecho.

3 comentarios:

  1. Tras una temporada de estrés esrudiantil, retomo la historia.

    Espero que os guste!

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  2. Es muy buena tu historia llevo rato leyéndola y se ve que has mejorado mucho en tu escritura, y pues ando a la espera de los siguientes capítulos pinta que sera igual muy diferente a la historia original

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    1. ¡Gracias! Me alegro de que teguste.
      Espero que cumpla con las expectativas.

      De hecho, la situación ya es bien diferente: hay en total cuatro nuevos personajes en la trama de Bu. Y, en teoría, del lado de Goku y compañía. Veremos cómo avanza todo.

      ¡En el siguiente capítulo comenzará el Tenkaichi Budokai!

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