Capítulo 9 - Vuelta al hogar

 

Capítulo 9 – Vuelta al hogar

 

El trío estaba en camino, pero el viaje de vuelta a Glasq sería largo.

 

– ¿Por qué no me dijiste que esta nave tenía tanta información? – masculló Glacier, entusiasmado mientras miraba la pantalla de mando, leyendo sobre la historia del imperio del frío y de la dominación del antiguo rey Cold.

– No sabía que te interesara la historia que instruye el Imperio del frío sobre sí mismo – contestó el saiyan antes de pegar otro bocado a su almuerzo.

– En realidad no demasiado, pero es mejor que no hacer nada. Además, un mes de viaje enlatados entre estas paredes de metal será tedioso y agobiante.

– ¿Qué tal es el lugar al que vamos? – preguntó Akkaia mientras saboreaba su comida.

– Desértico, poco habitado y con escasa vegetación – le contestó Glacier con media sonrisa.

 

La expresión de Akkaia se tornó seria – Qué desilusión...

– Tal y como Glacier lo describe y sin faltar a la verdad – admite Glova – parece que es una copia del planeta que acabamos de dejar atrás, pero no se parece en nada: sus temperaturas no llegan a ser tan altas y la vegetación va en aumento gracias a la mano agrícola del único pueblo que allí vive en paz. La ciudad, por otra parte, posee tecnología moderna, instalada hace años por el mismo imperio del frío.

– Algo es algo – contestó ella antes de seguir comiendo más animada.

 

Las horas transcurrían lentas y la presencia de Akkaia en la nave parecía crear una subconsciente nube de incomodidad a los otros pasajeros, quienes no conversaban como de costumbre. Y el escaso diálogo entre ellos parecía no incumbir a la nueva.

 

– ¿Crees que podemos comunicarnos con Khän a través de la Blantir? – preguntó Glova a Glacier.

– Debes tener claro un par de cosas sobre la Blantir – contestó él tras un suspiro – Usar una esfera mágica no es como pilotar una nave. Ni tú ni yo tenemos conocimiento ni aprendizaje de cómo usarla; y pocos lo tienen en realidad.

– Bueno, tú te comunicabas conmigo a través de ella, ¿no es cierto?

– Sí y no. Fui capaz de comunicarme contigo porque tú llevabas un pedazo de Blantir y, a su vez, yo me encontraba encerrado en una dimensión dentro de la misma esfera. Fueron mis poderes telepáticos los que se percataron de que había alguien más aparte de Khän con el que podía contactar. Y, aun así, el viejo no me lo permitía. Te recuerdo que no pude establecer una conversación directa contigo hasta que murió.

– ¿Entonces tenemos que esperar a llegar allí para saber si está vivo?

– ¿Aún no te lo crees? Tú reviviste gracias al poder del Dragón.

– Tienes razón – sonrió Glova – No presencié mi resurrección, pero estoy aquí.

– Espera un segundo – intervino Akkaia, anormalmente interesada en la historia, como si se tratara de un cuento y no de la vida real – ¿Has dicho que has estado muerto?

 

Por un momento, Glova se había olvidado de la presencia de la invitada.

 

– Sí – dijo con cierto orgullo herido, pero intentando ocultarlo – Nos enfrentamos a una criatura mucho más mortífera que ese tal Hazam.

– Me cuesta creerlo – respondió ella.

– Por lógica – se unió Glacier – si Glova mató a Hazam y fue derrotado por este individuo conocido como Cell, el primero está muy por debajo del segundo.

– Aún no estoy convencida de que tu Hazam fuera el mismo que el mío.

– Ya, claro – respondió el saiyan sarcástico – ¿Cuántos Hazam pertenecientes a la realeza demoníaca existen?

 

La chica calló, recordando el pasado mientras vivenciaba un presente paradójico e irónico.

 

Las horas pasaban, y cada vez que Glova se levantaba de la cama, Akkaia ya solía estar preparándose el desayuno, charlando con Glacier. Así, siempre conversaban los tres y pareciera que los temas jamás se acababan. Cada uno provenía de un mundo diferente y todos poseían un punto de vista curioso para los demás. A pesar del ambiente más animado, Glova sentía cierta apatía y nerviosismo ¿Qué haría cuando llegara a Glasq? ¿Qué debía hacer con sus tutores? Esos que salvaron su vida por motivos totalmente ajenos a él. Esos que utilizaron su existencia para hacer realidad deseos de venganza. Esos que forjaron su personalidad con odio, miedo y falso amor.

 

Pensar en ello le atormentaba y la compañía de sus compañeros de viaje era lo único que le evadía.

 

Akkaia había notado cierta pesadumbre en sus ojos y en su habla a pesar del esfuerzo del saiyan por aparentar normalidad. Glacier, por su parte, no necesitaba de sus poderes telepáticos para saber lo que le ocurría a Glova.

 

– Me voy a dormir, chicos – dijo una vez Glacier.

– ¿Tú a dormir? – se extrañó Glova – No sabía que durmieras. Nunca te he visto haciéndolo.

– Y pocas veces lo verás de nuevo – sonrió – No lo necesito a corto plazo, pero, ya que no estoy haciendo nada de provecho en esta nave, echaré una cabezadita para no tener que hacerlo en un futuro en lugares más interesantes.

– Qué rara es tu raza – comentó Akkaia mientras Glacier se iba a un dormitorio alzando la mano en forma de despedida y agachando la cabeza para pasar por el arco de la puerta.

 

Glova siguió de pie, apoyado en el marco de una ventana, mirando el monótono espacio interminable. Entonces notó cómo sus vellos se erizaban con incomodidad desde la nuca hasta las piernas. Giró su mirada para encontrar la mano de Akkaia sujetando su cola.

 

– ¿Qué diantres haces? – pidió explicaciones algo inquieto y abochornado.

– Perdón – dijo ella soltándole bruscamente.

– Es molesto para un saiyan – le reprochó Glova – ¿Qué pretendes?

– Nunca había visto una extremidad que surgiera de la espalda.

– Glacier también tiene. He visto decenas de razas con ellas. ¿En qué mundo has vivido?

– Parece que en uno muy distinto al tuyo – respondió ella, sin señales de vergüenza.

 

Tras un corto silencio, la chica habló.

– ¿Cuál es tu historia? – preguntó de repente.

 

Glova se quedó algo pasmado. No se esperaba la pregunta. A pesar de los debates que habían tenido en grupo sobre diversas costumbres de sus tan diferentes culturas, nadie había hecho una pregunta tan directa y general a su vez.

 

– ¿Mi historia?

– Sí, yo os conté cómo llegué hasta aquí.

– No puedo resumir lo que soy ahora en tan pocas palabras.

– Pero puedes contarme cómo has terminado matando por dinero.

– No fue dinero lo que pedí a cambio.

 

Sin extenderse en la narración, Glova tuvo alguien a quien contar por segunda vez su verdadera historia.

 

– Veo que la vida no es cruel sólo para el que merece crueldad – murmuró ella cuando parecía haber concluido el relato.

– La crueldad no aparece y desaparece como por arte de magia – los ojos de Glova brillaban sumergidos en el paisaje cósmico del exterior – La crueldad es cometida por personas de carne y hueso.

– Entonces... ¿Tus tutores están esperándote en Glasq, al igual que tu maestro?

 

El saiyan asintió sin parpadear.

 

– Un encuentro aciago y otro alegre – sonrió ella.

– Aún no sé cómo responder a esto y aun así el momento se acerca.

– Bueno, al menos eres capaz de ubicar tu vida. Yo, por el contrario, no sé adónde me dirijo y tampoco sé qué haré cuando llegue ¿Tendré que forjar una nueva vida?

– No es tan difícil – contestó él – Te lo dice alguien con dos medias vidas hechas.

 

Akkaia sonrió y posó su mano blanca en el brazo de Glova.

 

– Gracias por la charla – dijo antes de levantarse.

– ¿Te preocupa que el brujo que te esclavizó siga vivo? – Glova seguía mirando al exterior, pero estaba sereno.

 

La expresión de la chica cambió de sonrisa a asombro por la pregunta inesperada.

 

– Hm... Sí, supongo que algo sí que me asusta. Aquel brujo tenía la capacidad de hacer con sus creaciones lo que le diera la gana. Si quería, podía mantenernos en cualquier lugar sin mover un dedo, o aprisionarnos con su magia, pero la idea de convertirnos en piedra era muy tentadora. Deduzco que éramos sus trofeos.

– Pues tranquila – continuó Glova – No sé si tendrás pensamiento de quedarte con nosotros, en nuestro planeta, quiero decir, pero debes saber que estarías con los seres más poderosos del universo. Glacier tiene tropecientos millones de años y me contó que pocas veces había visto a alguien tan poderoso como al que nos enfrentamos en el planeta llamado Tierra. Pero finalmente pudo acabar con él.

– Ese tal Cell...

– Sí. Su Ki era impresionante – dijo recordando con emoción cómo el bioandroide superó sus expectativas cuando lo vio oportuno – Y yo conseguiré ser tan fuerte como Glacier, o más.

– Pareces muy seguro de ello.

– Está en mi sangre – continuó Glova – Los Saiyans somos una raza guerrera y poseemos más potencial del que imaginé hasta hace un tiempo. Conseguiré controlar el estado de Super Saiyan – su puño se cerró inconscientemente y su cola rodeó su cadera, como si se dispusiera a combatir en ese instante.

– Suenas ridículo – respondió ella – ¿Super saiyan? Parece sacado de un cuento.

– Es real. Y si te quedas finalmente en Glasq, lo comprobarás – una sonrisa pícara surgió de su rostro decaído, pero no se la dedicaba a nadie. Era una sonrisa involuntaria nacida de las profundidades de su corazón. Había redescubierto el objetivo de su existencia, la superación de sí mismo – Me toca mover ficha.

 

Glacier descansó durante más horas de las que podrían esperarse Glova y Akkaia. Aun sin la presencia del praio, los dos compañeros fueron entablando cierto acercamiento y la incomodidad entre ambos llegó a desaparecer en un par de días. Akkaia era a veces demasiado cortante para Glova, pero poco tardó él en darse cuenta de que era un comportamiento natural, sin ninguna mala intención.

 

El praio, en posición de loto, flotaba sobre el suelo de su habitación a oscuras mientras dormía. Su gruesa cola blanca rodeaba sus piernas, como una serpiente que subía enroscada abrazando su espalda hasta acabar en su pecho. Llevaba prácticamente una semana descansando en aquella postura.

 

– "Llegada en 70 horas al destino deseado" – emitió la voz de la nave.

 

Aquella voz le despertó. Entonces sus párpados se abrieron y las pupilas se adaptaron a la escasa luz del lugar. Sus iris rojizos brillaron tras haber reposado tras años sin poder hacerlo plenamente.

– Ya queda menos – susurró con voz sosegada 

 


En un lejano planeta, dominio de Oriam…

 

En una misma habitación, estaban sentados tres personas: Toser y Oriam que, como en su día Cliv, controlan una gran propiedad planetaria y poseen un vasto ejército que actualmente lucha por gobernar todo el antiguo imperio de Freezer. La otra persona tenía barba y bigote prominentes y vestía de forma elegante. Se llamaba Onel; su influencia y capacidad militar y territorial igualaban, más o menos, a las de sus compañeros.

 

Entre aquellas tres potencias, la extensión gobernada por el imperio del frío hacía años estaba siendo reconquistada y los planetas que habían conseguido la independencia a través de la rebelión eran de nuevo subyugados gracias a la fuerza militar. Sus planes de extensión abarcaban el objetivo de procurar la inmortalidad de sus respectivas naciones a costa de los recursos y las vidas de los demás.

 

De cualquier manera, aquello no era más que imagen política, los tres líderes coincidían claramente en un aspecto: ellos eran los que tenían el poder, y asegurarse de que todo estaba en orden bajo sus mandatos, se requería una amenaza mayor que soldados y armas, se requería la presencia de un ser superior a cualquier luchador que resista la embestida armamentística de sus tropas. La imagen de Freezer aterrorizaba a cualquier planeta, y ellos pretendían lo mismo.

 

– Parece que el controlador de mentes ha resultado todo un éxito – recalcó Toser mientras contemplaba por un ventanal de cristal cómo el monstruo púrpura disparaba solamente a los droides de entrenamiento que ellos le encomendaron.

– Por eso pedí que vinierais en persona – respondió Oriam – De un día para otro, poseemos una de las armas más mortíferas del universo. Y debemos planear cómo utilizarla bien. Se acabaron los mercenarios y los ejércitos.

– ¿Sabes ya el paradero del brujo? – preguntó Onel – Si dices que ya encontró aquella cosa... Podría ser un problema.

– No lo sé – Oriam pulsó unas teclas de su pulsera y de ella emergió un holograma que mostraba una parte de la galaxia – Esa rata se va moviendo de lugar en lugar y es complicado seguirle el rastro. Aun así – varios puntos del mapa se iluminaron – conocemos dónde ha estado hace dos días.

– Parece que esto no llega buen puerto – afirmó Onel sin cambiar la expresión de su cara mientras le daba una calada a algo parecido a una pipa de tabaco.

– Tranquilo – habló Toser – Cuando le localicemos, iremos rápidamente hasta su posición, y entonces nuestro monstruo le hará papilla. Acabaremos con las amenazas de nuestro reinado de un plumazo.

– No creo que debamos confiarnos tanto – interrumpe Onel de nuevo – Según nuestros informadores, es muy probable que Dabra, el Rey de los demonios, esté bajo sus órdenes. Y no tenemos medios de asegurar que el poder de nuestro... lo que sea eso – dijo mientras miraba a aquel ser violeta desde la ventana – sea mayor que el de ese demonio.

– En cualquier caso, es nuestra única baza – recalcó Oriam – No poseemos un plan B para hacer frente a Babidí. El saiyan no querrá colaborar, y enfadarle sería catastrófico.

– ¿Qué pasaría si no lográramos acabar con el brujo? – preguntó Toser.

– Probablemente con el tiempo consiguiese despertar a su criatura, y sería el fin de nuestro dominio – respondió Oriam.

– ¿Puedo preguntar cómo conocéis lo relativo a esa peligrosa criatura? – preguntó Onel, algo irritado.

– Antiguos documentos que describen las últimas acciones de los mismos dioses contra un peligro universal – le respondió Oriam seriamente – Y pruebas de que aquello ocurrió de verdad.

– Aún me cuesta creerlo, pero si vosotros lo decís... – respondió él mientras dejaba escapar humo de una especie de tabaco de su pipa – Lo dejaré en vuestras manos.

 


En el planeta Glasq...

 

La nave no aterrizó en plena ciudad. Glova sabía que la presencia de Glacier alarmaría a toda la población debido a su indiscutible parecido con los demonios del frío que habían conocido y prefirió presentarle más adelante, como un gran aliado, en el momento propicio.

 

Para que ningún radar se percatara de su llegada, el saiyan había activado con antelación los inhibidores de la nave. Sin saber muy bien porqué, no quería que sus tutores supieran de su llegada hasta tenerlos delante.

 

Las dunas de arena se dispersaban por el viento que desprendía el vehículo al aterrizar. Akkaia miraba con curiosidad todo ese desierto a través de la cristalera del piloto.

 

– Pues ya hemos llegado – dice Glova al notar la pequeña sacudida al pisar tierra.

– ¡Por fin! – exclamó Glacier.

 

La escotilla bajó y el praio se apeó el primero. Sus pies desnudos se cerraban notando la arena templada entre los dedos.

 

– Glacier – Glova le siguió, llevando consigo la Blantir en una mano y el escudo en la otra – Recuerda que no deben verte si no queremos armar escándalo.

 

Akkaia, mientras tanto, se había bajado y pisado tierra firme. En el horizonte podía verse una gran zona boscosa, un lujo para sus ojos. Desde que despertó, todo lo que había visto era arena y rocas.

 

– Iremos primero a ver a Khän – dijo Glova – Seguidme.

 

Con el saiyan por delante, los tres caminaron durante un par de minutos hasta un anormal hundimiento de arena.

 

– Aquí es – Glacier apuntó al suelo y subió el dedo con un movimiento rápido.

 

Una tonelada de arena se elevó como si fuera un solo grano, destapando un túnel subterráneo de pared más rocosa. Cuando el praio bajó el brazo, el montículo de arena se desmoronó a unos metros del hoyo descubierto, formando una elevación del terreno.

 

Saltaron y se adentraron en el subsuelo bajo la luz de una esfera de energía controlada por Glova. Recordó entonces la primera vez que caminó por allí, con una luz similar y con cierto miedo a lo desconocido. Los recuerdos le invadieron e ignoró cuánto tiempo habían caminado ya cuando vio a lo lejos una luz, entonces dispersó la suya.

 

– ¿Allí es? – preguntó Akkaia algo desesperada por llegar a algún lugar.

– Ajá – fue la respuesta del saiyan antes de continuar andando, como abstraído.

 

Llegaron a una pequeña habitación contigua iluminada por una especie de lámpara de aceite que colgaba de la pared. El saiyan se dirigió directamente hacia una de las esquinas. Allí, en una bifurcación de la pared, se hallaba una puerta polvorienta.

 

La cruzaron y se adentraron en una gran sala iluminada por una docena de antorchas. Al final de la misma se hallaba Khän sentado en su gran trono de piedra.

 

– Vaya... – susurró Akkaia inconscientemente al sentir la penetrante mirada de aquel ser que les esperaba bajo un halo de misterio.

 

Se acercaron los tres a paso ligero y cuando estuvieron a dos metros de distancia, Khän se levantó, mostrando su gran cuerpo arropado por la misma túnica oscura de siempre. Aunque, enfrente de Glacier, su tamaño no imponía tanto.

 

khän dio un paso adelante y tocó con su índice la frente del saiyan mientras le miraba a los ojos.

– Tu mente ahora es clara y cristalina, todo gracias al poder de una magia divina – entonces bajó el brazo y expresó algo parecido a una sonrisa.

 

Glova abrió sus brazos y le abrazó hundiendo su cabeza entre el pecho del gigante – Te eché de menos – dijo entonces.

 

Cuando se despegó, vio cómo Khän seguía sonriéndole, pero la voz de Glacier interrumpió el momento.

 

– Ahora devuélveme lo que es mío – el praio alzaba una mano dirigida a Khän, esperando recibir algo.

 

Glova se dio la vuelta y contempló extrañado de hito en hito a los dos tipos enormes que se miraban. Glacier le sacaba una cabeza a Khän, pero este último no parecía inmutarse, tan solo le miraba con naturalidad.

 

– Perdiste la propiedad que desea tu mano, desde hace millones de años.

– No me importa tu juicio – su mano se movió plantando la palma dirigida a la cabeza de Khän – Obtendré lo que es mío, porque me lo gané.

 

– ¿Qué hacéis? – Glova levitó y se puso entre el praio y Khän – Cálmate, Glacier.

– No te metas, Glova – de repente, el saiyan salió disparado hacia un lado hasta chocar con la pared – Tiene algo que me pertenece.

 

La mirada de Khän seguía siendo amplia y penetrante, pero los ojos de Glacier eran más fríos que nunca.

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