Capítulo 10 - Estrellas del hielo


Capítulo 10 – Estrellas de hielo

 

Glacier nació hace millones de años en un planeta helado conocido como Paria, donde la vegetación era cristalina y la nieve alimentaba a la extraña fauna con sabores dulces como la miel.

 

Lo primero que preguntó al nacer fue su nombre, tal era la curiosidad que sentía por sí mismo.

 

– Glacier – le contestó su padre mientras le abrazaba con amor tras su gestación.

 

Desde el principio, los grandes adultos supieron que había en él un gran potencial, pero los parios eran una especie única que había alcanzado ya miles de logros imbatibles, principalmente en las artes marciales y psíquicas, que les hacía mental y brutalmente superiores a cualquier otra conocida hasta la fecha. Sin embargo, sabían que no poseían esas capacidades por fines egoístas.

 

Hacía ya casi tres milenios antes del nacimiento de Glacier que descubrieron el planeta Lia, donde conocieron a unos seres tan longevos como ellos, pero con una sabiduría diferente, mucho más real a cualquier otra. De esta manera, a cambio de protección, los parios tuvieron el honor de formar a sus mejores soldados bajo la sabiduría de los lianios.

 

Solo los Parios que superaban una serie de pruebas de forma perfecta eran escogidos para tal travesía y únicamente si superaban el largo camino de aprendizaje del planeta Lia, serían nombrados Praios: una especie de sincero reconocimiento por sus excelentes habilidades y un cargo de alta responsabilidad.

 

Glacier, desde sus primeros días de vida, tuvo interés en formarse para ser un verdadero praio, y no dejó de entrenar cuerpo y mente para así cumplir su sueño.

 

Y por ello conoció a Fridio, el único de entre su región con el que podía darlo todo en los entrenamientos. Llegaron a ser muy buenos amigos y, aunque competían entre ellos por obtener la plaza y el adiestramiento en Lia, cada uno le deseaba lo mejor al otro. Siempre que Fridio era derrotado, Glacier chocaba suavemente la frente con la de su compañero en señal de agradecimiento. Siempre que Glacier perdía, Fridio posaba su mano en el pecho de su contrincante en señal de respeto.

 

Las pruebas de selección se realizaban una vez cada década y solamente eran escogidos los cien jóvenes parios más excepcionales. Se trataba de un difícil examen dividido en varios retos que englobaban los desarrollos físicos, mentales y teóricos.

Aunque vivían en la misma área geográfica, los dos amigos no tuvieron que encontrarse en las pruebas de combate, y eso fue lo que marcó sus destinos. A pesar de que los retos mentales y de sabiduría eran más complejos (en teoría), un combate perdido hubiera significado para ellos prácticamente la exclusión de la plaza.

 

De esta forma fueron aceptados de entre los cien de aquella tanda y al año fueron trasladados a Lia en una gran nave espacial. Allí le confirieron un tutor a cada persona y pronto comenzaron sus adiestramientos como futuros praios.

 

Khän, el maestro de Glacier, vio un fuego interno de gran intensidad tras esa piel nevada, pero su saber no llegaba a ver más allá. Desconocía si aquella llama sería positiva o negativa, y por ello sabía que tenía una gran responsabilidad entre sus manos.

 

Aquella formación duró un par de siglos, como era habitual, y pocos de entre los cien elegidos llegaban a superar las enseñanzas para ser nombrados praios. Glacier y Fridio continuaron entrenando juntos y enlazando una amistad inmaculada.

 

– Cuando seamos Praios independientes, nos uniremos para realizar las tareas planetarias más complicadas – propuso Glacier, tras terminar un combate de entrenamiento.

– Tendremos que usar un nombre que nos represente – rio Fridio.

– Los guerreros de plata – votó su compañero.

– Qué va, los guerreros del espacio – eligió Fridio mientras reía con su mejor amigo.

 

Llegó por fin la etapa de la juventud en la que tendrían que superar los retos de Lia que les convertirían en lo que siempre habían soñado. Se trataba de un examen casi sagrado, tanto para el planeta Paria como para el planeta Lia, debido a su inmensa importancia para el cosmos. Los Praios serían los protectores del universo, aquellos que ayudarían a planetas dominados por la opresión, aquellos que intentarían enseñar una ley justa allá donde se les requiriera, aquellos con el poder y la responsabilidad suficiente de salvar vidas y matar otras para lograr fines puros si era necesario.

 

Las pruebas mentales y de erudición fueron las primeras por su mayor relevancia. Si las superaba, el aprendiz debería plasmar todo su conocimiento a través de un único combate en el que demostraría su valía como praio.

 

Los maestros de Lia, aprovechando la situación, decidieron que lo más adecuado sería un enfrentamiento entre Fridio y Glacier, que ya habían aprobado los retos anteriores. El suspenso no dependía de quién ganara o perdiera, se trataba de algo mucho más complejo.

 

Diez jueces rodeaban el campo de enfrentamiento y veinte ojos juzgaban a los dos competidores.

 

Las miradas rojas de aquellos mejores amigos se cruzaron de nuevo, con respeto y frialdad. Cuando tintineó la campana, sus cuerpos lo dieron todo en la lucha. Los golpes y los esquives enseñados durante años eran medidos milimétricamente y las técnicas de control y relajación de los impulsos que desarrollaron con sus respectivos maestros eran analizadas con precisión por los mejores magistrados de Lia.

 

Tras varias horas de duro combate, Fridio fue declarado ganador y el encuentro finalizó.

 

– Sobresalientes – afirmó uno de los jueces tras unos minutos de conversación con los demás.

 

Los amigos se miraron y se abrazaron llenos de felicidad.

– Lo hemos conseguido – le susurró Glacier mientras intentaba no llorar.

– Por fin – sonrió Fridio.

 

La celebración del renombre de los Praios que superaron las pruebas de ese siglo fue más numerosa de lo habitual: cinco personas, de cientos que lo intentaban, habían superado las expectativas.

 

Normalmente, cada siglo, un Kaioshin visitaba el planeta para entregar en persona una gema traída de la misma tierra sagrada de los dioses, bien era reconocida por ellos la labor de los Praios por fomentar el equilibrio en el universo. En aquella ocasión, la Kaioshin del Oeste fue quien se presentó.

 

Fridio fue elegido representante del grupo para la ceremonia, y a él se le entregó la piedra de color morada, que era de todos los Praios, pero que residiría en el más excepcional de aquel rito.

 

En ese momento, Glacier pudo contemplar la verdadera divinidad a través de sus ojos, y percibió el temible Ki sagrado que rodeaba a la Kaioshin allá por donde anduviera, a pesar de su mirada armoniosa y risueña.

 

Finalmente, el rito concluyó con una reverencia a la diosa y una reverencia plural, en la que los presentes mostraban la igualdad como seres a pesar de las diferencias terrenales.

 

Glacier y Fridio formaban parte del todo más fino y esencial de su sociedad. Continuaron aprendiendo de sus respectivos maestros y en menos de un año comenzaron sus primeros proyectos: un planeta requería destruir a un monstruo que amenazaba con exterminar a todo ser vivo, otro planeta en inminente guerra requería una mediación a la que todos respetaran, uno amenazado por demonios venidos de otros mundos, otro en peligro de contaminación crítica por la maldad de altos aristócratas, otro sucumbido bajo una guerra mundial...

 

La vida de un praio era ajetreada y cada misión conllevaba años de implicación. Todos los astros que visitaban conocían el significado de la presencia de un praio gracias a la gran fama universal de estos héroes.

 

Los dos amigos, desde aquel entonces, pocas veces tuvieron ocasión de volverse a ver y sus aprendizajes continuaron día tras día, mientras llevaban a cabo sus misiones correspondientes y se comunicaban telepáticamente con sus maestros. Aun así, cada vez que sus caminos volvían a cruzarse, sus corazones brillaban de alegría.

 

Lamentablemente, a los pocos siglos, el número de planetas que requerían la ayuda de los praios aumentaba a medida que descubrían más y más astros habitados. Los praios no eran suficientes y un sentimiento de rebeldía surgió entre los corazones de los más jóvenes. Algunos comenzaron a infravalorar las enseñanzas de sus maestros y al cabo de los siglos el egoísmo mostró la verdadera cara de los nuevos praios, que se opusieron a cumplir con sus misiones y comenzaron a trabajar de forma independiente.

 

Una norma básica entre los Parios era la de no enfrentarse a un igual de gran diferencia de edad debido al enorme distanciamiento de poderes que había entre los más adultos y los más jóvenes. Por ello, al cabo del tiempo, promovieron campañas de concienciación encabezadas por praios de una edad cercana a la de los rebeldes. Sin embargo, solamente originó una mayor tensión entre los dos bloques.

 

A los pocos años de aquello, sin saber bien cómo ni quién comenzó, se desveló que hubo soldados praios asesinados a manos de los praios rebeldes, y eso generó una guerra entre, en un bando, las generaciones más recientes que una vez encabezaron las campañas de concientización y, en el otro bando, los jóvenes praios rebeldes.

 

Glacier y Fridio estuvieron entre los primeros; siempre iban juntos a los conflictos y sus manos se mancharon de sangre de su misma especie, por primera vez.

 

Fue entonces cuando los rebeldes comenzaron a forjar el terror en los planetas y a dominarlos individualmente gracias a su poder e influencia. Así, en pocos lustros, los guerreros conocidos como praios empezaron a ser llamados "Demonios del frío" por el universo.

 

La guerra duró unos siglos hasta que los Parios y los Liarios decidieron dejar de intervenir.

– No es la solución – dijeron simplemente – La muerte no solventará nuestros problemas.

Entonces lideraron un programa de reagrupación de los praios pacifistas, como primer aviso – Nos iremos – anunciaron los Parios adultos y los Liarios.

 

– ¿Marcharnos? ¿Adónde? – exigía saber Glacier.

– A la senda correcta – contestó su maestro Khän.

– Dices de exiliarnos de nuestros propios planetas sin saber realmente cuál será nuestro destino. No cuentes conmigo, maestro. Prefiero exterminar a todos los que han mancillado nuestra raza.

 

Entonces Khän descubrió que la luz que brillaba tan intensamente en el interior de Glacier era negra como el Katchin.

 

La guerra sólo continuó entre los praios rebeldes que, cegados por un sentimiento de superioridad y poder, desafiaban a los demás que les hacían competencia para lograr la supremacía personal. Solamente unos pocos praios como Glacier mantuvieron su ofensiva, intentando eliminar a todos los demonios del frío para salvaguardar el verdadero nombre que una vez tuvieron para el universo.

 

Fridio, por ejemplo, pretendió seguir el camino que sus maestros tomarían hacia la paz del exilio e intentó convencer a su mejor amigo para que se uniera.

– Por favor, Glacier – insistía él – No servirá de nada. Son millares, y tú sólo eres uno. Te matarán antes de cumplir tu objetivo.

– ¿Ya has olvidado que somos praios sobresalientes? – contestó Glacier – Ninguno ha sido capaz de hacer peligrar mi vida.

– Los habrá – comentó Fridio – Y el viaje de nuestros padres se hará una única vez.

– Comprendo que no quieran intervenir por la fuerza, pero... – vaciló indignado – ¿Exiliarse? Nuestros padres no temen a los demonios del frío, son cucarachas para ellos.

– Matarlos a todos no es tu destino – Fridio habló serio – Lo sabes, nuestros maestros dicen la verdad: se destruirán mutuamente hasta su extinción.

– Khän me dijo una vez que yo era un ser especial, que cambiaría el rumbo del universo – confesó Glacier – Y estoy convencido de que este es mi momento, aunque él lo niegue, porque realmente lo desconoce.

 

Glacier se mantuvo firme en su convicción y continuó retando a los demonios del frío que localizaba para plantarles cara y matarlos. Ninguno fue capaz de infundir temor en su corazón, y decenas cayeron bajo su técnica y poder. Tantas fueron sus víctimas que perdió la cuenta. Los planetas en los que combatía quedaban derruidos o con cicatrices geográficas irreparables. Y no fueron pocas las víctimas civiles que sufrieron por las intensas luchas.

 

Una vez aterrizó en un planeta donde sabía que se hallaba otro demonio del frío, pero cuando llegó a él, ya estaba muerto, encontrando a Fridio al lado de su cadáver.

– ¿Por fin has entrado en razón? – le preguntó alegre Glacier.

– No – vengo a darte una última oportunidad – Fridio hablaba casi con clemencia – Los nuestros y los Liarios se van dentro de un mes. Tiempo de sobra para volver.

– No voy a huir, Fridio – la leve sonrisa de Glacier desapareció – Creí que comprendías mi objetivo.

– Esto se te está yendo de las manos.

– Lo siento, amigo. No me harás cambiar de opinión.

– Ah... – suspiró Fridio – Mi maestro también me reveló parte de mi destino, y debo hacer que pares, o provocarás una situación catastrófica. Además, sé que, si no puedo convencerte, tendré que ocuparme de ti.

– ¿Quieres matarme? – Glacier parecía dolido, pero aún más, enfurecido.

– ¿No me darás otra alternativa? – le preguntó su mejor amigo mientras subía la guardia.

– Vamos, Fridio – Glacier estaba serio – No pienso matarte, pero si me atacas, pagarás las consecuencias.

– No tengo otra opción – contestó Fridio muy apenado, mientras de sus dedos índice y corazón se iluminaba un punto blanco – Yo sí iré a matar. Lo siento.

– ¿Qué? – se sorprendió Glacier – Con que esto va en serio... ¿De verdad usarás tu Oreia Kaiol contra mí? – su mirada se tornó fiera y desafiante – Habrás creado la técnica de la muerte, pero yo he desarrollado el Halio Kian. Tu rayo no me tocará mientras sepa qué vas a hacer – se puso en guardia – Supongo que es hora de ver quién de los dos ha progresado más en todos estos siglos.

 

La batalla comenzó y el planeta se resintió. El choque entre dos poderes tan iguales era abrumador. A los pocos minutos, la escasa fauna de aquella área huyó de la batalla o murió en el intento entre explosiones y ondas expansivas. El cielo se tornó oscuro y los cumulonimbos trajeron una gran tormenta al lugar.

 

Cada golpe que acertaban dolía más que cualquier otro que se hubieran dado en sus infinitas luchas pasadas, era un dolor penetrante que llegaba hasta el corazón.

 

El Oreia Kaiol poseía la capacidad de matar a quien acertara, tal era la habilidad de Fridio, un guerrero superdotado, que jamás supo realmente cómo logró crear aquella técnica; diera donde diera, aquel ataque era siempre mortal. El rayo era blanco, pero su grueso interior era burdeos, y no emitía ningún sonido al recorrer el espacio, solamente al ser disparado: un rápido y fuerte chasquido, como si un pequeño petardo detuviera por un momento todo el ruido de alrededor.

 

La habilidad diestra de Glacier, por el contrario, se trataba del Halio Kian, una técnica creada hacía milenios por la raza paria, pero que muy pocos llegaron a desarrollar debido a su dificultad psíquica. Glacier, gracias a su destreza y pericia, fue capaz de sobrepasar los límites conocidos hasta la fecha. El Halio Kian activaba un tipo de Ki único, mediante el cual podía entrar en la mente del rival para analizar lo que iba a hacer en los siguientes instantes. La debilidad de esta técnica era su limitado uso, ya que normalmente, los que han sabido usarla únicamente lo pudieron hacer durante unos segundos, ya que requiere una concentración muy intensa, y al ser una técnica de combate, el usuario debía saber relajarse en circunstancias difíciles. Además, cuanto más se usaba en un corto período de tiempo, más agotaba mentalmente.

 

Glacier podía llegar a mantener la técnica durante un par de minutos seguidos. Mientras la usaba, sus ojos se tornaban oscuros como el carbón y su mirada parecía perdida, pero nada estaba más lejos de la realidad.

 

Fue la batalla más larga librada en todos los siglos de vida de aquellos luchadores. Los rayos de una lluvia apocalíptica caían como nunca y los truenos fueron la música de la beligerancia.

 

Ya no sentían sus nudillos ensangrentados y tampoco sus rostros magullados. Los ataques de energía escaseaban en el combate tras veinte horas de intensidad bruta.

 

El Halio Kian evitó decenas de veces el Oreia Kaiol de Fridio y, aunque errado, cada tiro afligió como un puñal en el alma, rompiendo el amor que Glacier sentía por su mejor amigo.

 

Fridio disparó de nuevo, pero Glacier, esquivando el tiro, llegó exhausto hasta él y con un derechazo traspasó su costado acertando al corazón. Tan rápido como entró, el puño se retiró del tronco herido. Glacier parecía asustado y sorprendido, no imaginó la consecuencia de ese último ataque. Fridio, agotado, cayó al suelo embarrado de espaldas y miró al cielo, que comenzaba a escampar.

 

Glacier se dejó caer de rodillas, extasiado y en shock. Sostuvo la cabeza de su amigo entre sus brazos e intercambiaron sus últimas palabras.

 

– Gracias – susurró Fridio mientras posaba su mano en el pecho de su verdugo.

– Lo... – su compañero apenas podía hablar – Lo siento – una lágrima helada como la escarcha resbaló de la fría mirada de Glacier hasta caer en el rostro de Fridio.

 

Este último levantó el puño izquierdo y lo abrió, ofreciendo a Glacier lo que portaba: La gema morada que le fue entregada por la Kaioshin del Oeste.

– Ahora es tuya – murmuró sin fuerzas.

 

En cuanto recogió la piedra de su palma, esta cayó de una sacudida al suelo y la mirada de Fridio se congeló en el cielo, reflejando el dolor de su amigo, pero sin poder advertirlo.

 

Glacier posó su frente en la de su camarada caído. No se levantó hasta haberse tranquilizado. Llevó su cuerpo al mar y lo soltó en el bravo océano.

 

– Adiós, amigo. Nunca podré olvidarte – y supo entonces que aquellas palabras supondrían más dolor que alegría en su interior.


2 comentarios:

  1. Espero que os gusten las novedades que enfoco aquí :)

    Un saludo a todos.

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    1. Pausamos la historia del presente para indagar en el pasado de Glacier. Me parece importante para la historia y creo que resulta bastante entretenido.

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