Capítulo 14 – El fin de un principio
– ¿Perdón? – preguntó el saiyan.
– A ti no es, Glova. Me parece que tú estás más
perdido que yo respecto a la fecha en la que vivimos.
– Eres un demonio del frío… – se sorprendió el saiyan,
algo angustiado.
– Muy agudo. Después de derrotar a dos de mis últimos
descendientes, es lógico que reacciones así ante mi presencia, que por cierto
debe parecerte magnífica en comparación a la de ese tal Freezer.
Glova estaba a cuadros, de repente ya no estaba tan
seguro de si fue buena idea liberar a un sujeto desconocido encerrado haría milenios.
– Tú, Yigull – se dirigió el nuevo individuo al brujo –
¿En qué año estamos?
– ¿Quién eres tú? – respondió el mago.
– Contesta – le respondió, indignado – Escoria.
Yigull se levantó y apuntó con su báculo a la nueva
amenaza – No puede ser... es otro demonio del frío...
– Mierda... – susurró Crewinch – Nuestros poderes
mentales nunca han surtido efecto contra ellos...
– No me lo creo... – dijo en voz baja Yigull – ¡Eres
un impostor! ¡No queda vivo ningún descendiente de esa maldita familia! –
avanzó y lanzó con su bastón una ráfaga de energía igual a la que usó para
inmovilizar a Glova.
El recién llegado levantó la palma de la mano y la
energía amarilla paró súbitamente, chocando contra una pared invisible.
Entonces el objetivo del ataque desapareció para colisionar desde el cielo,
directo a la cara del brujo.
Levantó una ola de piedras al quebrar el suelo bajo el
peso de Yigull, quien, desesperado, se aferraba con las manos al pie que
aprisionaba su yelmo y su cabeza contra la tierra.
– Mi nombre es Glacier – dijo el demonio blanco
mientras los tres dedos de su pie derecho retenían con fuerza el casco del mago
– Mi raza no ha muerto todavía.
Sin esperárselo, Glova vio cómo el casco mágico de Yigull
cedía ante la presión que Glacier ejercía. Un corto grito precedió la muerte
del brujo, resonando la rotura del yelmo junto con su cráneo sobre el suelo,
que se agrietó aún más profundamente.
– ¿¡Qué has hecho!? ¡Imbécil! – gritó Glova – ¿¡Por
qué has tenido que matarle!?
Crewinch, asustada, creó rápidamente un portal y
saltó hacia él, pero Glacier levantó rápidamente su mano apuntando a la
hechicera y la encerró en una burbuja dorada.
– N... No puedo moverme – dijo ella contemplando su
portal a escasos centímetros.
– Hice una pregunta y quiero que me contestes –
Glacier se acercó a la burbuja mientras mantenía su mano apuntando a la misma –
No es mucho pedir – dijo antes de pegar un latigazo al portal, disipándolo en
el aire.
– Setecientos... Setecientos sesenta y seis... –
respondió Crewinch como pudo.
– Vaya... Eso no me aclara nada... Quién lo diría. Ha
empezado otra era.
– Eh – se acercó Glova malhumorado. Cuando llegó a su
lado, la diferencia de alturas no le intimidaba – ¿Por qué diantres te has
cargado a Yigull? Él conocía el paradero de Khän.
– Khän murió asesinado por Yigull. Por eso le he
matado.
– ¿Qué? – el saiyan hablaba acelerado ahora. El pulso
era mayor que antes – ¿Cómo lo sabes?
– Me he metido en su cabeza, por así decirlo.
Glova cayó al suelo de rodillas, sus manos temblaban y
sus ojos no parpadeaban.
– Tranquilo, chico – siguió Glacier – Tendrás tu
venganza. Todo es cosa de Cliv – entonces se dirigió a su prisionera – Eh, tú.
Abre un portal que nos lleve hasta él. Si no haces nada extraño te dejaré
vivir.
La mirada de Crewinch expresaba miedo y horror. Antes
de asentir, sus ojos brillaron a punto de llorar.
– Muy bien – Glacier disipó la burbuja telequinética y
la hechicera cayó al suelo – Hazlo – ordenó – Tú entrarás primero.
– Está bien... – respondió ella.
Glova, casi en shock, con los ojos muy abiertos,
volvió su mirada hacia ella.
Crewinch hizo un círculo en el aire con la mano y creó
un brillante portal.
– Eso está mejor – dijo Glacier, agarrando su hombro –
Glova, cógete de su brazo para traspasar el portal. Nunca hay que fiarse de un
mago.
Glova se levantó y, con ojos inyectados en sangre,
miró al portal, decidido a dar caza a Cliv, ignorando la presencia del terrible
individuo que acababa de aparecer en el mundo.
Dieron tres pasos y se adentraron en él. Estaban en
una habitación lujosa y Cliv los miraba enfrente, pasmado y sorprendido.
– ¿Cómo? – pudo decir – ¿Por qué?
Dos guardias que tenía a su lado se encararon a los
intrusos, pero Glova disparó con un puño a cada uno, descabezándolos de
inmediato.
– ¿Es cierto que Khän ha muerto? – preguntó entonces.
– Pe.…pero... Bueno, sí... Pero fueron los brujos los
que...
El saiyan dio un salto y agarró a Cliv por el cuello,
levantándolo del suelo y estrangulándolo.
Crewinch, asustada, dio un salto hacia atrás y entró
de lleno en el portal, que empezó a cerrarse rápido y de inmediato. Cuando
apenas era del tamaño de un puño, Glacier disparó un fino rayo azul oscuro del
índice de su mano que entró en el portal y se perdió de vista.
Glova, tras comprobar un segundo qué había pasado a
sus espaldas, se volvió a Cliv para centrarse en él.
– Te has pasado de la raya. Eres como todos los que
llegan al poder; os dejáis consumir por la avaricia. Pero tu vida ya no vale
nada. Tantas riquezas y tanto lujo para morir como el gusano fútil que eres.
Sólo podían oír los gemidos de la presa del saiyan,
que arañaba como podía la mano enguantada que le ahorcaba.
Entonces sus brazos cayeron y sus lamentos fueron en
descenso, como un mar sin la caricia del viento. Los ojos de Cliv se cerraron y
sus temblores cesaron. Había muerto.
La mano de Glova se abrió, dejando caer en el suelo al
ricachón. Seguido, el saiyan se sentó en uno de los asientos y encerró el
rostro entre sus manos.
Glacier se acercó y se dirigió al único ser con vida
en la sala a parte de él – No todo está perdido, Glova. Entiendo que el viejo
era alguien importante para ti.
– ¿Desde cuándo sabes que Khän había muerto?
El demonio blanco se sorprendió por la pregunta.
– Eres más inteligente de lo que parece. No gano nada
mintiendo. Lo supe desde que hablé contigo por primera vez en sueños. Poder dirigirme
a ti directamente sólo podía significar una cosa: la muerte del viejo.
Glova se levantó y dio un empujón a Glacier, furioso –
¡Tú también me utilizaste! ¡Sólo querías ser libre! Seguro que Khän podía
liberarte si hubiese querido. Crees que te temo y que vas a hacer el mal a tus
anchas, imperando en el reino que te han dejado de herencia tus descendientes.
Pero estás equivocado. Si ese es tu objetivo, lidiaré contigo y te mataré – sus
ojos castaños, enrojecidos, estaban a punto de estallar – Yo me basto para
destruir tu magna presencia – soltó mofándose con rabia.
– ¡Vaya, vaya! – le paró Glacier – Cálmate ¿Quieres? –
le ordenó – Estás paranoico... No me interesa nada de lo que dices. Cállate y
escucha – repitió antes de que Glova le interrumpiera – Claro que te he
utilizado para liberarme, pero no te arrepentirás. Podemos devolver la vida al
viejo.
La expresión de Glova cambió radicalmente – ¿Qué?
– ¿Recuerdas el objeto mágico, de los Namekianos?
– Ehm... Sí – respondió el saiyan, más sereno, pero
igual de irritado – Freezer destruyó el planeta Namek. Tu idea es polvo.
– Pues refresca la memoria, Glova, porque en la tierra
viste a un terrícola verde, que no es un terrícola, sino un Namekiano.
– ¿Cómo? – Glova recordaba haber conocido a un hombre
verde de constitución diferente a la terrícola, pero no le dio la más mínima
importancia desde un principio.
– Si allí siguen vivos los Namekianos, será allí, a La
Tierra, donde tenemos que dirigirnos para resucitar al viejo.
El saiyan se quedó paralizado – ¿Realmente puede
resucitar seres humanos? ¿Realmente cumple cualquier deseo? – se preguntó a sí
mismo, pensativo.
– Tenemos que tomar provisiones y largarnos de aquí
cuanto antes – dijo Glacier sujetando la Blantir, manteniéndola pegada al
costado – La muerte de este idiota va a saberse rápidamente; y provocar una
guerra aquí supondría un retraso muy aburrido. Sígueme.
Los dos salieron por la ventana y volaron para
contemplar dónde se encontraban. Se hallaban en la misma mansión, pero en la
tercera y última planta.
Desde arriba podían observar los jardines. Allí podían
verse los cuerpos de Yigull y de Crewinch, a quien parecía haberle dado de
lleno el rayo de Glacier.
Cuando llegaron al puerto espacial, sólo tuvieron que
mostrar la identificación de Glova. Para los guardias, Glacier no existía. Los
poderes psíquicos de éste fueron suficientes para evitar que supieran de su
presencia.
– Cuando contemplen bien las grabaciones de las
cámaras, será ya demasiado tarde – le explicaba el demonio al saiyan –
Estaremos lejos.
– Ruta automática activada – informó el ordenador del
vehículo – Destino: La Tierra.
La nave no tenía asientos especialmente preparados
para el tamaño de un individuo tan grande, pero el gigante pudo acomodarse, no
sin dificultad, en la silla del copiloto.
– ¿Y bien? – comenzó Glova desde su sitio – ¿Puedo
confiar en ti?
– Te diría que sí. Pero... En caso de que la realidad
fuera otra, ¿quién lo admitiría?
– Un idiota.
– Exacto – sonrió él. Ahora el saiyan contemplaba sus
facciones, en las cuales no se había fijado hasta entonces. Su rostro era
acentuado por un mentón fino y por una boca risueña, cálida y familiar, pero
acompañada de una mirada roja y fría, propia de los de su raza.
– Dijiste que te llamabas...
– Glacier.
– ¿Eres un verdadero demonio del frío?
– Más que verdadero, me parece que ahora mismo soy el
único – sonrió de nuevo.
– ¿Te puedo preguntar cómo acabaste encerrado? A lo
mejor eso me aclara si debo confiar en ti o no.
– Es una larga historia – su mirada se perdió a través
del cristal hacia el espacio, escrutando algo que no tiene brillo, pero que una
vez lo tuvo – Mis recuerdos siguen sólidos en mi mente y la vida que me ha
forjado tiene un final claro que hoy ha sido sentenciado.
Glova miró hacia el espacio también, preguntándose por
un segundo si veía realmente algo o a alguien. Pero Glacier continuó hablando.
– Hace eones de mi nacimiento, pero lo recuerdo
perfectamente. Mi raza tiene conciencia al germinar, no como las demás. En
aquellos tiempos, todos éramos una familia y vivíamos en nuestro propio
planeta. No, espera – se interrumpió a sí mismo – ¿Cómo explicártelo? – se
preguntó en voz alta – Éramos unidad. No había distinción entre unos y otros.
Nos llamábamos padre mutuamente. Lo que tú conoces como hijo, era un padre para
su gestor, porque nadie era superior a nadie, porque todos aprendíamos de todos
y porque todos nos protegíamos entre todos.
Glova se puso cómodo, le estaban contando una historia
que comenzó haría tanto tiempo que no podría imaginarlo – ¿Cuál es tu planeta
natal? – no pudo evitar expresar su curiosidad.
– Lo llamábamos Paria – contestó Glacier mientras se
pasaba la mano por el cuello, como masajeándose – Era un helado astro en el que
pocas razas podrían sobrevivir. Pero para nosotros, aquello era un paraíso. A
lo largo de décadas, me fui convirtiendo en todo un Praio.
– ¿Un Praio? – Glova parecía totalmente metido en la
narración.
– Guerreros Protectores propios de nuestra raza. Éramos
la raza más poderosa conocida por el universo, nos relacionamos con otros
planetas y ofrecimos escasos pero genuinos guerreros especializados para la
ayuda a los tan diversos planetas que se encontraban en guerra o bajo
conflicto, con el objetivo de garantizar la paz sin tiranía. Aquellos soldados
fueron formados primero físicamente y, más tarde, filosóficamente. Para llegar
a ser un verdadero Praio, el individuo debía distinguir la realidad del mundo y
desarrollar la inherencia de diferenciar el bien del mal. Por ello, en su
aprendizaje, tras superar el desarrollo físico y mental en Paria (nuestro
planeta natal), los más convenientemente escogidos por sus habilidades, eran
llevados a un planeta conocido como Lia, lugar de gran sabiduría, cuyos
habitantes eran tan longevos como nuestra raza y cuya evolución les hacía
comprender la realidad con mayor atisbo objetivo que cualquier otra.
Los ojos del saiyan brillaban mientras se perdían en
la nada y lo imaginaba todo. Glacier se percató de que la mirada de Glova
estaba pareciendo algo incómoda, pero continuó.
– Milenios de grandeza dieron paso a una nueva
situación que en poco tiempo tomó solidez. Cada vez descubríamos más planetas y
razas por el universo, y más conflictos que resolver. Por ello, resurgieron entre
mi raza pensamientos oscuros. Descubrimos que algunas civilizaciones vivían
correcta y pacíficamente bajo el dominio imperial, y novedosas ideas entre las
nuevas generaciones provocaron que nuestra cultura fuera degenerándose y
nuestros valores más antiguos se perdieron en el olvido, muy poco a poco.
La expresión de Glacier cambió. La añoranza se
convirtió en nostalgia.
– Todo fue convirtiéndose en un gran caos, en grandes Imperios
del frío; y los Praios, en vez de ser alabados como héroes, fueron temidos como
conquistadores.
– Entonces – interrumpió Glova – ¿Llegaste a ser un
Praio?
– Por supuesto. Uno de los mejores – sonrió – Pero mi
visión provocó la catástrofe para el universo. Mi competencia por eliminar a
los “herejes” aumentó. Y los míos comenzaron a pelear entre ellos para subrayar
quién era el más brillante. O quizás, quién era el más perfecto, ahora que la
consideración hacia otras razas comenzó a ser de inferioridad.
– Menuda contienda – pensó el saiyan para sí.
– Lo peor estaba a punto de ocurrir – siguió el
demonio narrando la historia – Nunca supe por quién ni cómo pasó, pero comenzaron
a darse asesinatos entre los Praios y, en pocos años, la guerra entre mi
especie comenzó. Nos matábamos unos a los otros con la idea de forjar un
imperio galáctico único, liderado por un sólo ente, creyéndonos aspirantes a
dioses.
– Vaya... – Glova estaba impactado – Ni se me pasa por
la cabeza la edad que debe de tener este tío – pensó.
– Entre violencia y sangre, los mayores de entre mi
raza, pudiendo parar violentamente los enfrentamientos e imponer de nuevo la
paz, decidieron retirarse y desaparecer junto a la población del planeta Lia. Y
nadie supo más de ellos.
– ¿Los más viejos eran los más fuertes?
– Por supuesto. Las escalas de juventud de mi raza son
incomprensibles para las demás. Es como comparar la fuerza de un niño con la de
un adulto.
– ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué no intervinieron
si podían asegurar la paz?
– Porque la paz no puede imponerse. O eso exponían
ellos.
– Espera un segundo... – pensó Glova – ¿Has llegado a
conocer a Freezer?
– No. A través de ti, cuando combatiste contra él, pude
examinar a ese tirano de pacotilla – comentó mordazmente – Para que me
entiendas, Freezer sería un crío para mi especie. Y Cold, para que me entiendas,
parecía finalizar su pubertad. Como bien entenderás ahora, yo soy mucho más
veterano. No pude haberlos conocido.
– ¿Pero tú eres... aún joven?
– Pues no lo sé – respondió el demonio – Ya te he
comentado que desconozco cuánto he vivido encerrado. Y tampoco sé si hay otra
percepción del tiempo en la esfera – se miró las manos blancas – Pero... por lo
que puedo deducir... soy todo un adulto.
– Entonces, por lógica – pensó Glova – él debe ser
bastante más poderoso que los dos demonios del frío contra los que me he
enfrentado.
– Cómo acabé encerrado en la Blantir fue algo
relacionado con este último suceso – continuó – Cuando los sabios del planeta
Lia decidieron marcharse con los habitantes no corrompidos de Paria, decidieron
hacer una última llamada a los Praios en conflicto para convencernos
definitivamente. Uno de ellos fui yo mismo. Pretendía lograr lo que mi raza se
negaba a hacer: acabar con los corruptos, con los corrompidos por el poder.
Para convencerme, eligieron al maestro con quien más apego tuve: Khän.
Los ojos de Glova se abrieron como platos – ¿Khän es
uno de los habitantes del planeta Lia?
– Así es – aclaró el praio mientras observaba con
diversión la sorpresa de Glova – Pero no me convenció y el viejo sacrificó su
ida con los de su raza para mantenerme encerrado aquí, en la Blantir – su
expresión se tornó algo más seria – Me condenó. Me dijo que, si yo seguía
adelante con mi plan, nada bueno pasaría.
Glacier levantó la Blantir del suelo haciéndola
levitar y la mantuvo justo delante de su rostro, que era reflejado en el
brillante cristal.
– Qué absurdo todo. Ahora el universo me importa bien
poco.
– ¿Llegaste a matar a otros praios? – se interesó
Glova.
La mirada de Glacier se cruzó con la del saiyan.
– Sí, a muchos de ellos.
– ¿Y no sientes rencor hacia Khän habiéndote encerrado
en la Blantir durante tanto tiempo? – desconfió el saiyan.
– No – dijo Glacier sin apartar su mirada de la de
Glova – Ya no me interesa la venganza.
– No sé si creer eso.
– Es lógico – respondió en tono burlón – Mi plan ahora
es resucitarle para matarle con mis propias manos – rio – Será un placer para
mí.
Glova sonrió. Aunque el tono del demonio del frío era
serio, éste rebosaba de sarcasmo.
– A propósito – volvió a hablar Glacier, con cierta
curiosidad – ¿Crees que seremos bien recibidos en la Tierra?
– ¿Por qué no? Eran buenas personas, lo sentí.
– No sé. No recuerdo exactamente todo lo que viviste.
Estaba conectado a ti porque poseías un pedazo de la Blantir, pero no te puedes
imaginar el esfuerzo mental que tenía que hacer para conectar tu conciencia a
la mía y así ver todo lo que hacías.
– Interesante – susurró Glova – En cualquier caso, te
aseguro que eran buenas personas. Al menos, la mayoría.
– Estupendo. ¿Cuánto tiempo tarda este trasto en
llegar hasta allí? – preguntó Glacier, cambiando de tema.
– ¿Cuánto queda para llegar al destino fijado? – alzó
la voz Glova.
– Tiempo estimado: 604 horas – respondió el ordenador
de la nave.
– Vaya – comentó el demonio con una tonalidad aburrida
y decepcionada al mismo tiempo.
Un silencio incómodo les pesó durante un largo minuto,
dedicado a mirar al espacio a través del cristal en puente de mando.
– Bueno... – habló por fin Glova – ¿Te apetece
tomar algo?
– No.
Espero que os guste.
ResponderEliminarComo veis, doy vida al origen de los demonios del frío de una forma que no encaja para nada con la visión de cualquiera en el mundo de DB.
¡Y de vuelta a La Tierra! Veremos lo que les depara el futuro.
De nuevo a la Tierra, interesante lo que puede pasar ahora.
ResponderEliminarEl origen de los demonios del frío es novedoso, interesante y misterioso, es interesante por el lado que lo llevas, espero ver mas de Glacier.
Siento lastima por Crewinch, por lo poco que la vimos, me caía bien.
Ahora supongo que queda descartada la trama de Glova en el planeta de demonios de Clivaresfa, me quedo con la duda de que pasaba allí xD.
La semana que viene cerramos la temporada !!!
¡Exacto! La semana que viene finaliza la segunda temporada dejando en bandeja la situación de Glova y la de los guerreros Z, así que no os lo perdáis.
EliminarSí, la muerte de Crewinch ha sido así de rápida y fría ha sido a propósito. ¿Podría haber sido una compañera más? Puede, pero la vida de los mercenarios (a pesar de ser brujos o magos) es así de traicionera.
En cuanto a la trama de Clivaresfa... sólo vaticinaré que las dudas serán resueltas tarde o temprano.
Glacier es, al igual que Khän, un personaje milenario, por eso, el misterio que le rodea hace de su entidad atractiva. Digamos que son como especímenes poco comunes en el universo.