Capítulo
12 – Un aliado del tiempo
La llegada de Glova fue de improviso. El saiyan no había
avisado de su regreso hasta cuando le quedaban veinte minutos para entrar en la
atmósfera de Glasq.
Aun así, en tan poco tiempo, miles de personas le
habían preparado una bienvenida gloriosa. La multitud alzaba sus manos vacías
hacia el cielo, mostrando su aprecio al saiyan, mostrando su respeto, mostrando
su libertad.
Glova se apeó de la nave y caminó por la gran calzada.
Cientos de personas arrojaban pétalos verdes al recién llegado mientras se
abrían paso por la dirección que él tomaba.
Sonreía porque le entusiasmaba ver que le tenían tanto
afecto. Su vestimenta le otorgaba cierto parecido al militar, el cual solía
vestir Freezer, el emperador asesinado; pero no había nada más lejos de lo que
era Glova.
Se dirigía al edificio más alto de la ciudad, La torre
científica. Todo había cambiado mucho desde que se marchó y se alegraba que
hubiera sido para bien. El ambiente de la ciudad parecía mucho más modernizado
y además habían encontrado algunas minas cercanas para extraer metales útiles
para la construcción.
Se paró en las puertas del edificio. Se dio la vuelta,
levitó unos metros para que todos le distinguieran y alzó su voz todo lo que
pudo.
– ¡Los emperadores del frío han caído!
Los gritos de clamor y euforia de la población fueron
abrumadores, resonando en toda la ciudad.
Fue entonces cuando se adentró en el edificio. Sus
tutores le esperarían.
En la entrada había una persona uniformada que se
dirigió a él – Acompáñeme. Le están esperando.
Subieron en un ascensor hasta la planta 13 y Glova
entró en un comedor. Lachi y Nasera le esperaban de pie y se abalanzaron sobre
él para estrecharle entre sus brazos.
– Ya estamos todos a salvo – dijo Nasera.
– Gracias, Glova – expresó Lachi – Gracias.
El joven saiyan tuvo que aguantar un nudo en la
garganta para no ceder a la situación. En el fondo, estaba ansioso por saber
qué tendrían que contarle y, a su vez, presentía que debería estar molesto con
ellos.
Se sentaron en la mesa para brindar por su llegada y
les pidieron que les contara la historia y Glova, algo ilusionado, narró su
aventura. Allí, en la sala, sentado en un sillón relativamente cercano a la
mesa, había un cronista que escribía todo lo que el saiyan relataba.
Cuando la cena concluía al postre, Glova terminó su
historia y no dudó un segundo en pedir explicaciones sobre su propia vida.
Necesitaba oírlo ya.
Lachi hizo un gesto al cronista para que se marchara –
Muchas gracias por su trabajo.
– ¿No queréis que se quede mientras narráis algo sobre
mi vida real? – preguntó Glova, dejando ver su molestia relucir.
– No es eso, Glova – dijo el doctor – Te corresponde a
ti decidirlo. Por ello, debes conocer la verdad primero.
– Tenemos que empezar desde un principio.
Entonces le plasmaron la verdad: “Su planeta natal fue
destruido poco después de que él naciera.”
Pero obviamente, necesitaban mentir para no herir su
orgullo y, claro está, para continuar manipulándole: “Fue el único saiyan que fue
salvado gracias a ellos, desconociendo la existencia de otros supervivientes. Y
fue gracias a ellos (los doctores) que, desde la pérdida de sus familias en
manos del imperio, buscaron cuidar de un nuevo hijo. Sin embargo, la extraña
enfermedad que asolaba la vida de Glova hizo que tuvieran que construir aquella
máquina extraña, bautizada como Otsufur, donde creció bajo unos
recuerdos artificiales para educar y esgrimir su personalidad. No había vivido
una vida real hasta que entrenó en Glasq esporádicamente. Sólo era verdad lo
acontecido en aquel planeta y lo que había vivido hasta ahora fuera de él.”
Toda aquella mentira a medias estaba dicha y Glova
miraba cabizbajo hacia la mesa con el plato del postre casi acabado. Una
lágrima cayó en él.
El saiyan se levantó, miró a sus tutores y les habló –
Por favor, llevadme hasta esa máquina. Llevadme hasta Otsufur.
Los doctores se miraron y, tras asentir entre ellos,
le guiaron hasta la sala de trabajo. Allí había muchos cachivaches a medio
construir en las mesas, con multitud de herramientas esparcidas por ellas. En
la pared del fondo de la sala, más oscura, en una esquina, se encontraba
Otsufur.
Glova, algo fatigado, caminó hasta estar a un par de
metros de ella. La contempló con curiosidad y la odió en lo más profundo de su
corazón, como si aquello estuviera vivo, como si su alma penetrara en su
memoria, amenazante.
Entonces dio unos pasos atrás y alzó el puño apuntando
al tanque de acero.
– ¡¿Qué estás haciendo?! – gritó Nasera corriendo para
posicionarse entre el saiyan y su objetivo.
– No me gusta – contestó Glova con su mirada fija en
la máquina – No volveré a pasar por eso nunca más.
La doctora no podía avanzar hasta situarse donde
quería. Una fuerza provocada por la energía de Glova se lo impedía – ¡Ya basta,
Glova! ¡Si la destruyes y caes enfermo de nuevo, no habrá manera de salvarte!
– No quiero vivir dentro de esa máquina. Si mi destino
es morir por mi enfermedad, así será – su respiración se ralentizaba y lágrimas
caían de sus ojos, pero no se percataba de ello – No pienso volver a eso.
Una especie de energía azul vislumbró el puño del
saiyan, pero se apagó un segundo tras haber sido creada. Glova cayó al suelo,
inconsciente.
– ¡Glova! – le llamó Nasera – El somnífero del postre
ha surtido efecto, Lachi.
El doctor, casi en shock, miraba a Glova tumbado de
lado – ¿Estás segura, Nasera? No sé si el plan nos beneficia – por un momento,
pensar que Otsufur fuera destruida le había parecido bien, treinta toneladas de
peso que quitarse de encima.
– Ya lo hemos hablado, Lachi – soltó ella – Cierra la
puerta y ayúdame a meterlo de nuevo, que tú estás más acostumbrado a hacer
esto.
Lachi cerró la puerta de la sala presionando una
tarjeta en un panel táctil, en la pared izquierda, junto a la entrada.
Un pitido largo y horrible evidenció el encendido de
la máquina – Biiip – y las luces interiores se encendieron, dejando ver
en la única ventana el rostro de Glova con la máscara de oxígeno y sus pelos
flotar en el singular líquido que le rodeaba.
Los primeros recuerdos artificiales que instalaron en
la máquina para ser reproducidos fueron muy sutiles: “Glova se ponía enfermo de
nuevo y aceptaba voluntariamente volver a la máquina en unos días de
indecisión.”
Entonces todo se volvió oscuro. Fue el plan perfecto
para no tener que ir fabricando recuerdos artificiales continuamente: una vez
consentido entrar en Otsufur, Glova sabría que no insertarían más memoria irreal.
Desconociendo el tiempo que llevaba allí, una luz
surgió de las profundidades. Y la luminiscencia llegó en forma de música, una
música en esencia de voz.
Le era muy familiar hasta que lo recordó. Era la
persona que le advirtió acerca de la presunta muerte de su maestro. En el
interior de aquel tanque de acero, la mejilla de Glova se agitó de forma
involuntaria, como atendiendo al sonido de su mente, un eco que le nombraba
desde hacía mucho.
– ¿Cómo has vuelto a caer en estas tierras de pesadumbre
y decadencia?
– ¿Tierras?
– Estás fracasando y ni te das cuenta, joven
saiyan.
– No sé de qué me hablas.
– No deberías estar aquí. Saliste una vez por tu
cuenta. Puedes hacerlo de nuevo.
– Si salgo, moriré – pensó Glova, como respuesta.
– No morirás, imbécil – contestó la voz,
algo desesperada – Deja de confiar en esos listos científicos que se hacen
llamar tus padres. Si tuvieras mayor control sobre tu mente, podrías
despertar sin problemas.
– ¿Por qué debería confiar en ti? – Glova parecía somnoliento,
apático, sin ganas de vivir – Ni si quiera sé quién eres.
– No tengo respuesta para esa pregunta –
respondió – Pero, si no confías en mí... ¿en quién vas a confiar?
Glova calló, pero sabía que llevaba razón. A nadie le
interesaba que siguiera en la máquina. No entendía por qué había aceptado.
Desconocía demasiadas cosas. Después de todo, lo que decía aquella voz tenía
sentido. Sabía cómo salir de allí. Quería salir. Quería salir. Quería salir…
– ¡Plam!
La puerta de Otsufur salió volando a un metro de
distancia, rebotando contra el suelo y provocando un escandaloso ruido. Todo el
líquido se desparramó y el saiyan plantó sus doloridos pies en el suelo.
Se miró las manos y los brazos. Estaba escuálido y
tenía decenas de conexiones por el cuerpo. Tras un fatigoso esfuerzo, fue capaz
de quitárselas una a una.
Se encontraba muy débil y sentía escozor extendiéndose
por toda su piel. Sin embargo, fue capaz de mantenerse en pie. No perdería el
conocimiento.
Inspeccionó la oscuridad de la sala y comenzó a
levitar para no sentir cómo sus pies eran mordisqueados por el dolor del tacto
contra el suelo.
Parecía que era de noche. Sólo los ordenadores que
conectaban a Otsufur daban luz al lugar y fue frente a ellos donde Glova se detuvo.
Las señales en rojo marcaban la carencia de vida en la máquina, así como la
falta de un receptor de los nutrientes y de las frecuencias vitales.
Buscó en los datos y encontró un archivo titulado con
su nombre entre los primeros documentos. Al abrirlo, comenzó a leer los
recuerdos artificiales que habían sucedido en su memoria. Recordó todo lo que
había presenciado en un mundo ficticio, todo lo que había pasado con sus dos
únicos amigos. Ahora que sabía que todo era falso, sintió aún más desdichada su
alma.
– No soy… nadie – susurró para sí mientras seguía
leyendo, saltándose un gran contenido, ya que era muy extenso y sólo se paraba
con los hitos que más le interesaba rememorar.
Al cabo de las horas, Glova se quedó dormido encima de
la mesa y cuando despertó vio a Lachi a su lado.
– Glova. ¿Estás bien?
– Estoy viviendo de nuevo – pudo pronunciar en un
susurro sin fuerza antes de perder el conocimiento.
Despertó en un dormitorio iluminado y limpio, con
muchos extraños obsequios alrededor de su cama.
Cuando se percató de que estaba conectado con una vía
intravenosa al brazo, supo que se encontraba en un hospital.
Se lo quitó y se levantó, dándose cuenta de que estaba
desnudo. Una ropa del típico material flexible saiyano estaba doblado y bien
puesto en una silla.
Se duchó en el cuarto de baño y al secarse y verse en
el espejo, observó con mayor atención su cuerpo esquelético y su cara
huesuda, consumida.
– Suerte que el traje se adapta a uno – susurró con
voz ronca mientras se ceñía la tela azul oscura y las botas blancas.
Cuando volvió al dormitorio encontró a Lachi y a
Nasera esperándole sentados en un par de sillones del dormitorio. Entonces se
levantaron y le abrazaron calurosamente.
– Parece que ya estás bien ¿No? – preguntó la doctora.
– Sí, eso creo – contestó el saiyan – Pero, como
siempre ocurre, me siento débil ahora.
– No pasa nada – respondió Lachi, que ahora lucía un
bigote canoso – Un poco de entrenamiento y podrás volar a la velocidad de la
luz.
– Sí – rio Glova – ¿Por qué hay tantos presentes?
– Aquí te adoran, Glova – le respondió Nasera – Eres
su libertador.
– Es un alago, pero no sé qué hacer con tantas cosas.
Ni si quiera tengo un hogar donde vivir – de repente se acordó de Khän –
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que caí enfermo?
– Un año... – dijo Lachi mirando a Nasera.
– Casi dos – sentenció ella.
– Debo irme – Glova se dirigió a la salida.
– ¿A dónde vas?
– A un lugar al que debí haber ido hace casi dos años.
Cuando salió del hospital, fue volando disparado hacia
la cueva de su maestro.
Entonces pasó el túnel y entró en la sala del trono de
Khän. Las antorchas no estaban encendidas, por lo que tenía que usar su propia
energía para originar una bola que iluminara el camino. Y allí, en el suelo,
estaba tirada la enorme túnica de su maestro.
– ¡¡Khän!! – gritó Glova, haciendo resonar su voz. El
eco trasladó por el túnel aquella última palabra.
La túnica estaba sucia, medio enterrada entre la
arena. Y el gran asiento de roca tenía una capa gruesa de polvo. No había
ninguna evidencia de vida desde hacía mucho tiempo.
Entonces el saiyan, recordando a su viejo amigo, se
retiró hasta el área fuera de la sala del trono, donde durmió la noche que
conoció a Khän. Y allí volvió a acurrucarse, con la manta de Khän cubriendo su
cuerpo. Allí volvió a dormir, con más miedo que la primera vez.
– ¿Te ha convencido? – le preguntó aquella voz.
– Sí – contestó Glova, sin poder mirar a quien le
hablaba – Pero no sé qué hacer ahora.
– Deja de lloriquear – le reprochó – Das
pena.
– Déjame en paz si no quieres aclararme qué
diantres está pasando aquí.
– No pienso dejarte en paz, porque mi vida ahora
está en tus manos. Al menos, de momento. Te ayudaré, porque veo que estás
tardando demasiado y has perdido un tiempo muy valioso.
– No es mi culpa – pensó el saiyan para sí.
– Sí que lo es. Recuerda que aquí tus pensamientos
son transparentes como el agua.
– Qué pesado...
– Cállate y escucha – siguió la voz grave – A
Khän le han matado por ti.
– ¿Qué?
– No me interrumpas. El caballero que te contrató
está detrás de todo esto.
– ¿Y cómo demonios ha sabido Cliv...?
– Creo que es obvio que es un hombre de recursos.
Sólo un mago de gran calibre pudo asesinar a Khän.
– ¡Crewinch!
– ¿Eh? No, imbécil ¡El otro mago!
– ¿Cuál era su nombre?... ¡Yigull!
– Ese mismo.
– Hijo de...
– Pero no te preocupes. Conociendo a los magos,
probablemente haya encerrado a Khän.
Seguro que está obteniendo información mágica muy
valiosa poco a poco.
– Dijiste que había muerto.
– Bueno, sí... pero... debemos ser optimistas. No
lo puedo saber con seguridad.
– ¿Qué sacas tú a cambio? – preguntó Glova.
– Mi libertad, claro está.
– ¿Cómo?
– Conoces la Blantir, ¿verdad? Llevas un trozo de
ella encima.
– En mi paladar.
– Sí. Es una reliquia mágica y antigua muy valiosa.
Acabé encerrado en ella hace milenios y es por ello por lo que puedo contactar
contigo. Tú puedes liberarme, ahora que quien controla la esfera no es su dueño
original.
– ¡El brujo la tiene! – cayó Glova en la cuenta.
– Exacto.
– Pero... ¿por qué Khän no te liberó cuando poseía la
Blantir? – desconfió Glova.
– Porque no podía. Él era el dueño original de la
esfera.
– No entiendo nada, pero no tengo otra opción que
confiar en ti para recuperar lo que he perdido en la vida, la mitad de lo que
sé es gracias a él.
– Qué sentimental... – se burló la voz – Todo
puede salir bien, pero debes ceñirte al plan que me ha dado tiempo a organizar
durante todo este tiempo que has estado en el limbo.
Cuando Glova despertó, sabía muy bien lo que hacer.
Durante dos semanas estuvo poniéndose en forma de nuevo sin dar explicaciones a
nadie, ni si quiera a sus tutores, a quienes amaba y daba gracias por la salud
que le habían asegurado; al menos, por un tiempo. Y más allá de sus
expectativas, descubrió gratamente que su poder había crecido.
Cuando su cuerpo tomó la forma atlética a la que una
vez se acostumbró, se dispuso a contactar con Cliv.
Su tarjeta personal estaba en la nave que le regaló,
por lo que fue fácil la conexión directa con él.
– ¡Pero si es el señor G.! – contestó Cliv – ¿Cómo
estás?
– Muy bien, Cliv. Gracias.
– ¿A qué debo todo este honor? – como siempre, hablaba
educadamente y con gestos propios de una personalidad interiormente casi
preponderante.
– Necesito un gran favor, y pensé en que podías
ofrecerme tu ayuda, siempre con un trato de por medio, claro.
– Bueno, ahora que lo dice, señor G., sólo hay un
favor que puedes hacer por mí – sonrió – E irónicamente es el mismo que te pedí
la última vez que nos vimos y que rechazaste.
– Lo que yo quiero te lo diré cuando haya cumplido la
misión. Dudo que a priori me concedas mi petición, por lo que espero que,
cuando veas el trabajo que haya hecho a tu servicio, te lo pensarás con mucha
mayor gratitud.
– ¡Jo, jo, jo! – rio Cliv – Me encantan las sorpresas.
¿Qué pasará si finalmente no me parece justo el trato, por muy bien que hayas
hecho tu trabajo?
– Entonces pensaré en otra cosa.
– ¡De acuerdo! – exclamó contento Cliv – Trato hecho,
le mandaré el documento en forma digital y usted firmará según vea correcto el
contenido ahora mismo expuesto.
– Dime, ¿qué tengo que hacer allí? – preguntó por fin
Glova.
– Pues... ¿Recuerdas los soldados petrificados?
– Sí, los recuerdo.
– Pues al parecer, se han... convertido en demonios y
han echado a perder aquel planeta donde los rescataste. Son muchos y muy
poderosos; se han estado matando unos a los otros todo este tiempo. No pude
controlarlos. He perdido un planeta entero a manos de criaturas con poco
cerebro, pero imparables.
– Por eso necesitas a alguien que los mate.
– Sí... Pero con la condición de dejar al más fuerte
que encuentres con vida y, si pudieras reducirlo, sería un buen punto a tu
favor – rio entre dientes.
– Está bien.
– ¿Te asusta? – se sorprendió Cliv.
– Claro que no, simplemente creo que necesitaría algo
de refuerzo. Creo que me vendrían bien tus mejores magos. La última vez que
arriesgué mi vida por ti casi acabo muerto.
– No creo que te sean de ayuda – ahora su habla era
seria – He probado solucionar la situación con ellos, pero los objetivos parecen
inmunes a la magia.
– Sí, pero pueden sacarme de un aprieto. Creo que no
te costará concederme el apoyo de Crewinch y Yigull.
– ¿Así que crees que ellos son mis magos más
poderosos?
– Se nota a leguas, Cliv. Créeme que lo sé – mintió – He
conocido a magos muy hábiles.
– Está bien – contestó al fin – llamaré a ese par. Ya
os conocéis. Pero no te aseguro nada. Son personas con muy buena posición entre
los míos; si ellos no están dispuestos a ayudarte, no les puedo obligar. Aun
así – sonrió – Te daré la oportunidad de charlar con ellos para que les
convenzas.
– Está bien – contestó Glova – Corto la conexión.
– Un placer, como siempre, señor G – la conversación
finalizó.
– Con eso me basta – susurró el saiyan para sí
mientras se acomodaba en su silla inclinándose hacia atrás. Ya Cliv no podía
verle, y Glova sonreía maliciosamente pensando en el éxito de su plan. Todo
marchaba tal y como su reciente compañero de sueños había procurado.
Muchas cosas en un sólo capi.
ResponderEliminarNuevo objetivo, nuevos planes que trazar.
Espero que os guste :)
No puedo creer lo interesante que se pone esto. Otra vez estuvo en otsufur, osea que volvio a aumentar su poder, y sigue sin ser Super Saiyan, alusino.
ResponderEliminarMe alegra saber que la emoción se mantiene alta :)
EliminarSí, su poder debería aumentar. ¿o no? ¿Hay algún límite?
Es pronto para saberlo, pero todo en su momento.