Capítulo 5 – El bien
recibido
– ¡Ánimo! – dijo el doctor –
¡Resiste! Ya queda menos.
– Eso espero – susurraba Glova a
su scouter – Uf…uf… porque me estoy agotando ya…
Los entrenamientos que los
científicos prepararon para su soldado no estaban a la altura de sus
habilidades, por lo que Lachi tuvo que improvisar maneras de ejercitar la
resistencia aparte de la meditación y de las prácticas de lucha solitaria –
Quiero que des tantas vueltas al planeta como sea posible a la máxima velocidad
que alcances – ordenó Lachi – Eso te hará resistente al usar tu Ki – afirmaba
el doctor, por supuesto, sin saber realmente si eran ciertas o no sus
deducciones.
Glova jamás había hecho tal
locura, pero se impresionaba de la velocidad tan alta que alcanzaba y le motivó
ver todo el planeta en varias ocasiones. Sin embargo, no todo era como se
lo había imaginado. A medida que se alejaba de su área de residencia, el
paisaje iba tornándose progresivamente más desértico y vacío. Más caluroso y
agobiante.
Ya no sabía cuántas vueltas había
dado (debido a que cambiaba la dirección del vuelo de vez en cuando), pero
tenía en cuenta sus instrucciones – Llevarás el scouter contigo y te
comunicarás con el mío para informarme si hay problemas de cualquier tipo – le
explicó Lachi – Cuando vayas sintiéndote cansado, le das a estos botones y te
indicará dónde está mi scouter para volverte.
– De acuerdo – dijo Glova, sin
rechistar.
Pero la percepción de energía en
el cuerpo castigado de un niño de cinco años no presume de control,
precisamente. Cuando sintió que estaba ya
demasiado cansado, era tarde para llegar hasta el lugar de vuelta donde su
scouter le indicaba. La distancia que le separaba de su tutor era demasiada
para él sin antes descansar.
– No te pares – escuchó la voz del
científico en su cabeza, recordando su entrenamiento – No te pares y
conseguirás mejores resultados.
Entonces Glova siguió adelante
sin descanso y a la máxima velocidad que le permitía el cuerpo. Su vista fue
difuminándose poco a poco, hasta que perdió el conocimiento.
Cuando despertó parecía de noche,
porque estaba todo muy oscuro.
– ¿Dónde eztoy? – susurró Glova
en voz baja.
Parecía que estaba dentro de una
cueva subterránea. Vio el cielo desde un boquete que había en el techo de la
caverna que probablemente hubiera creado él al caer.
– Me estrellé y acabé aquí
dentro… - se dijo a sí mismo – Espera… ¿Y mi scouter? – se preguntó mientras
palpaba su rostro y el suelo.
Rápidamente, Glova creó una bola
de energía para iluminar la estancia. Parecía un túnel profundo. Su scouter no
estaba por ninguna parte.
– ¿Qué hago ahora? – susurró con
un nudo en la garganta – No puedo regresar a casa sin mi scouter.
Glova siguió el túnel recto para
inspeccionar el terreno. Quizás el aparato se hubiera caído tras el golpe y en
esos momentos lo tenía más cerca de lo que pensaba.
Buscó por todos sus alrededores,
e incluso salió de la cueva para mirar en el exterior. Pero nada: no consiguió
encontrar más que polvo y arena. Entonces decidió seguir la
hondura de la cueva. A medida que iba adentrándose en ella, la tierra se volvía
más húmeda, mientras el suelo se inclinaba. Parecía la excavación hecha por un
gusano gigante.
No sabía cuántos minutos o
cuántas horas llevaba andando, pero él quiso seguir. Cuando de repente vio una
luz más allá en la oscuridad del fondo del camino, dejó de generar luz con su
energía y siguió andando silenciosamente.
Contempló entonces, a unos veinte
metros de distancia, que era una luz parpadeante reflejada en una pared,
proveniente de una bifurcación contigua.
Se asomó y, con asombro, miró a
un ser que le estaba mirando a él, con ojos grandes y penetrantes.
– Por fin llegaste – dijo aquella
criatura con voz grave y nasal.
Glova se escondió tras la pared.
Sentía miedo de ese ser y, a la vez, se sentía animado a hablar con él. Así
pues, escondido, él habló.
– ¿Quién eres tú?
– No te conoce, pequeño – habló
el extraño ser – Y tú tampoco le conoces a él. Te aconsejo que te comuniques
con el adecuado deber.
– … No comprendo, señor… - Glova
no pretendía ofender a nadie, y menos a una criatura que le ponía tan nervioso.
– ¿Otro que no comprende? – el
extraño ser habló con un tono algo cansado – Como aquel último, quien no
entiende, jamás abrirá su mente.
– ¿Qué estás diciendo? – Glova
salió a la luz para que pudiera verlo. No recordaba que su mirada fuera tan
intimidante – Solamente busco un aparato que llevaba puesto en la cabeza ¿Lo
has visto?
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El ser de ojos grandes suspiró. Medía alrededor de dos metros y estaba sentado encorvado en un trono grabado en la piedra de la cueva, ataviado con una túnica marrón que le cubría el cuerpo hasta los tobillos. Sus pies eran gruesos, parecían endurecidos y estaban descalzos. La luz que tintineaba procedía de una lámpara de aceite que colgaba de la pared a la diestra del alienígena – Si estás aquí delante de él, es porque existe un destino que es elegido y otro que es traicionado.
Glova calló sin entender nada de
lo que decía.
– Estás aquí ante él porque
puedes cambiar el curso de millones de seres nimios, poseyendo un tamaño
similar al de ellos, cuando olvides el cuerpo del presente niño – la criatura
tenía una piel rugosa y visualmente dura, de un color parecido a la arena seca
– Jo, jo… Tu vida no llega a serlo y tu mente es una mentira, valora lo sabio
de esto y observa lo que conspiran.
– O me hablas claro, o me iré –
dijo Glova seriamente – Quiero volver a casa y no sé el camino.
– Ve si piensas que ese es tu
sino – reía por dentro, o… quizás tosía, el crío no estaba acostumbrado a esa
rara voz – Antes de cumplir años volverás algún que otro día a verle. Pero
entender al sabio del pensamiento no es fácil, como creía aquel gran demonio
del frío. Antes de volver al consuelo de tu raza, vendrás para asegurarte de
que sus mentiras son verdades y no falsas.
– ¿Qué? – ahora Glova sí que
estaba confuso – ¿Los demonios del frío? ¿Qué sabes tú de ellos? No tienes
tecnología alguna.
– El sabio conoce – decía aquel
ser riendo – Mientras, el simio prueba, experimenta y aprende de lo que duela.
– Dime ¿Quién eres en verdad?
– Ya he hablado de él – contestó
el gigante – El Sabio del pensamiento le llamaron una vez, cuando tuviera más
de un amigo. Lamentablemente, el mayor defecto de todos es el olvido.
– ¿Vives solo aquí? – le preguntó
el saiyan, fijándose mejor en la cueva seca.
– Aquí vive y perece, desde aquí
convoca y de pocas criaturas su compañía agradece.
– ¿Yo soy bien recibido? – sus
nervios se estaban disipando, pero la mirada de aquel ser no dejaba de
intimidarle. Aún no había parpadeado si quiera – Quiero de…decir ¿Puedo
quedarme? Hasta que salga el primer sol, al menos.
– Puedes hacer lo que dudas. Pero
antes de que acabe el día, responderás una de mis preguntas.
– Me parece bien – Glova se sentó
en el suelo. En aquel momento se dio cuenta de que tenía un poco de sangre seca
en la cabeza, probablemente del golpe al caer – ¿Por qué sabes de la existencia
de los demonios del frío? Mis maestros dicen que aquí no habitan seres con
tecnología.
– ¿Maestros? – se rio con voz
grave – Conocedores de mucho y maestros de nada, son tus protectores, los que
hablan de tu manada.
– ¿Y…? – esperaba una respuesta.
– Hace siglos que se presentó
Glacier aquí – su expresión se tornó más seria que nunca – Su destino a él le
impuso. Pero al no entenderle osó posar sus manos en él, y él acortó su furia
con la del tiempo. Inmortal se volvió hasta que vuelva, si no muere de rencor.
Glova no sabía quién era ese tal
Glacier, pero parecía que aquel tío la había fastidiado con el ser que tenía
ahora mismo delante.
– Espera… - cayó Glova en la
cuenta – ¿Glacier era un demonio del frío?
– Así lo fue y así lo es.
– ¿Te estás inventando todo esto?
– preguntó el joven. Estaba siendo muy difícil de creer. Que él supiera, tan solo
existían el emperador Freezer y su padre.
– No.
Glova paró un momento. El ser
había respondido claro, y había sido una respuesta normal por primera vez desde
que hablaba con él.
– ¿Cómo le conociste?
– Glacier vino hasta él –
respondió – Y se comparó con su poder. Entre aires de grandeza, ahora únicamente
perduran sus malas hierbas: una familia que heredó sus tierras. Esas tierras a
las que llamáis planetas.
– ¿Se enfrentó a ti?
– Al principio me creyó, pero su
destino estuvo marcado por la ambición – rio de forma más seria – Jo, jo… a los
años volvió a por pertenencias que codiciaba, pero no hay poder aquí mientras
posea congelado el corazón.
Un silencio incómodo, al menos
para el saiyan.
– ¿Dónde reside el poder de tu
clase? – preguntó directamente la criatura.
- ¿Cómo? ¿El poder de mi clase? –
Glova no sabía de qué clase era o a qué clase se refería - ¿El poder de mi
especie?
Aquel ser se encogió de hombros y
asintió un segundo después.
– Hm… en nuestras colas, supongo.
– Ya veo – su mirada fijó algo en
el techo – Igual de mal que el último.
– ¿Por qué está mal? – le
empezaba a desesperar la carencia de datos que le daba continuamente la gran
criatura.
– No dijo que estuviera mal.
– Entiendo… Hm… bueno. Mañana me
iré y necesitaré energías para volver, así que me voy a dormir. Prometo volver
para hablar más contigo y que me expliques cómo entenderte.
El saiyan no estaba tan cansado
en ese momento, pero era mucha información que asimilar en unas circunstancias
muy extrañas. Prefería volver algún otro día con luz solar y charlar con aquel
único habitante inteligente que conocía en el planeta Glasq.
Se tumbó y no durmió hasta al
cabo de unas pocas horas. No se fiaba de aquel ser que le miraba tan fijamente
y, hasta entonces, estuvo alerta.
Al día siguiente se despertó por
un ruido proveniente de la superficie que había llegado gracias a la
sonorización del túnel. No había rastro del individuo que se hacía llamar El
Sabio del pensamiento – Mejor – pensó el crío – Así no tengo que despedirme. No
sabría cómo hacerlo ante un ser tan raro.
Cuando salió por el agujero mismo
por donde había entrado, vio la nave de Lachi aterrizada a unos metros más
lejos y, a no más de veinte pies de distancia, estaba el doctor, recogiendo el
scouter de Glova de la arena, con el suyo puesto.
– ¡Maestro! – gritó Glova – Eztoy
aquí.
– ¡Glova! – respondió alzando la
voz – Debes ser más prudente la próxima vez. Nasera y yo nos hemos preocupado
por ti.
El comentario impactó al chaval.
Nunca le habían dicho algo como eso hasta entonces, o no lo recordaba.
– Lo siento – afirmó susurrando –
N…no actuaré con la misma cautela la próxima vez.
Subieron a la nave y Glova
intentó quedarse con el camino y la dirección de vuelta. Aquel ser le había
llamado verdaderamente la atención.
– Volveremos a nuestro planeta
dentro de una semana – le comentó Lachi.
– Me alegro – mintió Glova.
El comportamiento del doctor
nunca había sido tan apegado en el Planeta Vegeta como lo estaba siendo allí.
Prefería aquello a seguir viviendo y entrenando con su raza, la cual le odiaba
por ser hijo de un proscrito y adoptado por una familia de tsufurs maltratados.

¡Aquí tenemos a un Glova de cinco años! Siempre me ha gustado el look que le deja ese peinado, pero siendo sinceros, no lo inventé yo de cero ;)
ResponderEliminar¡Espero que os guste!